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Encontrar ayuda para los problemas de salud mental
Me sentí aterrada cuando comencé a experimentar ansiedad, pero entonces me volví al Señor y Él me ayudó a encontrar la paz y los recursos que necesitaba para empezar a sanar.
Un día, hace algunos años, me sentía absolutamente exhausta cuando regresaba a casa en tren después del trabajo. Mi mente se llenó de pensamientos tenebrosos y angustiantes. No era la primera vez que pensamientos así ocupaban mi mente, pero habían estado apareciendo con más frecuencia, y esta vez sentí temor.
De pronto, sentí un gran dolor en el pecho y comencé a tener dificultades para respirar. Me entró el pánico. El corazón me latía muy rápido. Cuando llegué a la estación de tren cerca de mi casa, me senté en un banco, incapaz de dar un paso más.
Dentro de poco me encontré en una ambulancia de camino al hospital, segura de que iba a morir.
Sentimientos de vergüenza
Unos meses antes de ese incidente, me había sentido abrumada por una serie de acontecimientos en mi vida, y mi salud mental comenzó a deteriorarse. Había estado deprimida y me sentía digna de desprecio. Había estado yendo a un terapeuta, pero sabía que necesitaba más ayuda. Aun así, no había sido capaz de concertar una cita con el doctor. Simplemente no quería que me juzgaran o que los demás me vieran como una persona débil, y me sentía avergonzada por lo que me estaba pasando.
Me sentía así porque, en Japón, la gente no suele hablar de los problemas mentales o emocionales y, si lo hacen, esos problemas no se tratan fuera del propio núcleo familiar.
En el hospital, los médicos llegaron a la conclusión de que no me estaba muriendo; simplemente había tenido un ataque de pánico, de modo que me dieron el alta una vez que me hube estabilizado.
Sin embargo, al día siguiente seguía teniendo palpitaciones. Sabía que debía tener que ver con mi debilitada salud mental, así que finalmente me armé de valor y concerté una cita con un psiquiatra.
Me diagnosticó un desorden de ansiedad generalizada y me prescribió medicación para la ansiedad.
Francamente, al principio me resultó difícil aceptar ese diagnóstico, pero, al mismo tiempo, me tranquilicé cuando el médico me explicó que no se trataba de una debilidad, sino de una enfermedad que debía ser tratada.
Acudir al Padre Celestial y al Salvador
Pensé que mejoraría rápidamente, pero no fue así. El ciclo de sentirme mejor y volver a recaer una y otra vez en un estado de depresión era frustrante.
Un día particularmente difícil decidí acudir al Señor y, al hacerlo, comencé a ver mi proceso de sanación como una oportunidad para humillarme, abrir mi mente a la realidad de los problemas de salud mental, practicar la aceptación y la paciencia, y confiar más en el Padre Celestial y en el Salvador.
Convencida de que Ellos podrían sanarme, comencé a orar diligentemente para recibir fortaleza y guía hacia los recursos que podrían ayudarme. También me sentí inspirada para pedirles a mis hermanos ministrantes bendiciones del sacerdocio los días especialmente difíciles. A pesar de que no fui completamente sanada de inmediato, cada vez que recibía una bendición del sacerdocio podía sentir paz en el corazón, dirección y esperanza.
Realmente sentía esa “cercana bondad de Dios” de la que una vez habló el élder Kyle S. McKay, de los Setenta. “[A]un mientras esperamos pacientemente en el Señor”, dijo él, “hay ciertas bendiciones que nos llegan de inmediato”1.
Hallar sanación
Nunca me habría imaginado que experimentaría desafíos de salud mental. No obstante, por medio de esa experiencia, he aprendido de nuevo que el Señor está al tanto de cada uno de nosotros.
Fui testigo de ello cuando decidí tomarme un descanso del trabajo para ayudar a que mi mente sanara. Al hablar con mi jefe, me sorprendió la gran compasión y comprensión que me mostró. También me dijo que él tenía una certificación en terapia de salud mental.
Sentí que no era una coincidencia que yo trabajara para aquel hombre, sobre todo dado el hecho de que la salud mental no es un tema del que se hable abiertamente en Japón. Llegué a ser mucho más consciente de la misericordia y la influencia del Padre Celestial en los detalles de nuestra vida.
Los problemas de salud mental fácilmente le pueden sobrevenir a cualquiera, y no hay nada de qué avergonzarse. Es necesario tratarlos, exactamente igual que cualquier otro problema médico o enfermedad2. Ahora que son parte de mi vida, siento compasión y amor por otras personas que padecen situaciones similares.
Me he dado cuenta de que, aun cuando muchas personas a mi alrededor no entienden los desafíos de salud mental, el Salvador sí los entiende, y al fin y al cabo es Él quien ha preparado una manera para que yo supere este desafío. Con Él, incluso las etapas más difíciles de la vida pueden ser para nuestro bien y para nuestro crecimiento espiritual (véase Romanos 8:28).
Todavía estoy sanando, pero he descubierto que mis pruebas pueden ayudarme a reconocer el amor que el Padre Celestial y Jesucristo tienen por cada uno de nosotros. Sé que, a medida que confiemos en nuestro Padre Celestial y en el Salvador, Ellos siempre nos sostendrán en nuestras dificultades y continuarán ayudándonos a hallar esperanza y sanación.