Jóvenes adultos
Diferente en el buen sentido: Entender la modestia en calidad de conversa
Pensaba que el principio de la modestia me impediría encajar, pero ahora me doy cuenta de que me hace diferente en el mejor sentido de la palabra.
Como conversa a la Iglesia de dieciséis años de edad que vivía en la ciudad de Nueva York, sabía que llegar a ser Santo de los Últimos Días significaría hacer muchos cambios en mi estilo de vida,
pero hacer esos cambios fue mucho más difícil de lo que esperaba.
Por un lado, la ciudad de Nueva York es un lugar emocionante lleno de diversas culturas, idiomas y creencias, y muy diferente de la pequeña ciudad en la que crecí en Colombia. Estaba rodeada de mucha presión para actuar y vivir de cierta manera, a pesar de que todavía estaba averiguando quién quería ser y cómo quería vivir. Me encontraba con muchas opciones con respecto a dónde podía ir mi vida, pero lo que en realidad deseaba era encajar y pertenecer. Estaba más centrada en querer parecerme a los demás, en querer hablar y actuar como ellos.
De repente, también estaba sobrellevando cambios como asistir a la Iglesia todos los domingos, leer las Escrituras, orar y dejar de tomar café. Y aunque algunos de esos cambios fueron fáciles, otros fueron más complicados, especialmente el principio de la modestia. Me fue difícil equilibrar mi deseo de seguir a Jesucristo con mi deseo de expresarme como siempre lo había hecho con mi forma de vestir.
Comprender la modestia
Me sentía un poco abrumada al esforzarme por ser modesta, y me preocupaba que fuera a perder amistades y que ya no encajara. Sin embargo, confié en que Cristo me daría el valor y la fe para seguir avanzando.
Estudié los principios del Evangelio de manera más profunda, oré para pedir ayuda y busqué una mayor comprensión de las leyes del Padre Celestial, lo cual me ayudó a entender mejor el porqué de la modestia. Y como estaba dispuesta a dejar que mi corazón se convirtiera, cambié no solo en el interior, sino también en la forma en que me comportaba y en mi apariencia externa. A medida que aceptaba más el evangelio de Jesucristo, mi amor por Él y por mi Padre Celestial crecía, y hacer cambios llegó a ser mucho más fácil.
Me he dado cuenta de que el Padre Celestial quiere que seamos modestos no solo en la forma en que nos vestimos, sino también en nuestros pensamientos, lenguaje y conducta personal. Ahora mi aspecto es diferente, hablo y actúo de manera diferente; me comporto como lo hace una discípula de Jesucristo, tal como el presidente Russell M. Nelson nos ha recordado que lo hagamos1. Y mis amigos, e incluso las personas desconocidas, notan algo peculiar en mí. Me preguntan por qué soy como soy; reconocen el gozo que tengo y la luz de Cristo en mí.
Cada vez que vuelvo a Colombia (o a cualquier parte, en realidad) de visita, parece que ya no “encajo”, ¡y es genial! Ha sido asombroso ver cómo el simple hecho de ser modesta me da la oportunidad de hablarles a los demás sobre el Evangelio y por qué vivo de la manera en que lo hago, de por qué sigo a Jesucristo.
Ser un “pueblo adquirido por Dios”
El Evangelio es el don más preciado que he tenido la oportunidad de aceptar. A medida que he llegado a conocer mejor a mi Salvador, mi deseo de ser en verdad como Él ha aumentado, y Él continúa dándome valor en mi trayecto para encontrar la belleza en el hecho de ser diferente del mundo.
Han pasado diez años desde que me uní a la Iglesia, y ahora veo que no tengo que “encajar” con el mundo, porque soy una hija de Dios. Puedo experimentar la belleza de ser parte de un “pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9) y las bendiciones que se reciben al ser una discípula de Jesucristo. Lo amo, y el esforzarme por seguirlo, especialmente por medio de la modestia, ha fortalecido mi relación con Él.
Debido a que mi apariencia y mi comportamiento reflejan mi compromiso interior con Él, el Evangelio y sus enseñanzas se han convertido en el centro de todo lo que hago, lo cual me brinda mucho gozo. Me encanta ser diferente, poder compartir la luz de Cristo con los demás y centrarme en lo que de verdad es más importante: mi fe en Cristo y avanzar hacia Él en la senda de los convenios.