“Cómo podemos vencer un mundo lleno de lujuria”, Liahona, junio de 2022.
Cómo podemos vencer un mundo lleno de lujuria
Dan (se ha cambiado el nombre) había acudido a mí para recibir asesoramiento profesional. “Trato de vivir los mandamientos”, dijo, “pero constantemente me tientan las distracciones sensuales. Me vuelvo a comprometer, pero me desanimo y de vez en cuando termino bajando la guardia. No voy a sitios pornográficos, pero me siento hipnotizado por imágenes inapropiadas que parecen estar en todas partes. Mi esposa está dolida y yo estoy cansado de intentarlo”.
Tal vez hayan sentido algo similar. La lucha de Dan es común. Muchos de nosotros vivimos en culturas que han llegado a estar centradas en el sexo y saturadas de imágenes, sonidos e ideas que tergiversan el carácter sagrado del cuerpo y los propósitos divinos del sexo (véase 1 Corintios 6:19). Debido a internet, ha habido un aumento tanto en el consumo ocasional como compulsivo de la pornografía1, así como en los desafíos morales relacionados.
Como terapeuta, he trabajado con muchas personas que tienen dificultades para elevarse por encima de la tentación de ceder a pensamientos lujuriosos, a la cosificación de los demás, a los medios de comunicación indecentes o a varias versiones de lo que las Escrituras llaman “lascivia” (Jacob 3:12; 4 Nefi 1:16). Aunque el mundo tiende a ir hacia abajo, el Señor pide a Sus discípulos que vivan normas de integridad moral (véanse 3 Nefi 12:27–29; Doctrina y Convenios 42:23).
¿Cómo podemos esforzarnos por alcanzar una norma elevada mientras navegamos por esos desafíos? ¿Cómo podemos disminuir el desánimo y aumentar el compromiso?
Tentación, vergüenza y lascivia
Con Dan, fue útil determinar la diferencia entre tentación y pecado, comprender la vergüenza y el poder del albedrío, y aprender a confiar más en la gracia del Salvador.
Dan tenía deseos justos, pero sentía que estaba fracasando. Se avergonzaba en parte debido a sus constantes tentaciones. Al igual que muchos, pensó que debido a que había cedido a algunas tentaciones, debía darse por vencido2. Si bien la culpa es un sentimiento importante que nos motiva a arrepentirnos, la vergüenza puede tener el efecto contrario, lo cual nos lleva a rendirnos. Eso es particularmente perjudicial cuando creemos de manera errónea que la tentación es una señal de debilidad.
No es pecado ser tentado ni experimentar sensaciones físicas3. Los sentimientos sexuales son un don divino4 que, cuando se usan apropiadamente en el matrimonio, brindan felicidad y conexión al esposo y a la esposa5. Esas respuestas físicas son fuertes, a veces provocadas por formas o comportamientos corporales. En la naturaleza, a esto se le llama un reflejo etológico, donde una postura o expresión produce una reacción automática. Por ejemplo, cuando uno se cruza con gente por la calle, una mirada hostil provoca una respuesta fisiológica diferente a una sonrisa amable. Las imágenes sensuales también pueden generar reacciones fuertes. Esos sentimientos y la tentación de actuar de acuerdo con ellos no son pecados, y si se ignora su invitación, con el tiempo los sentimientos pasan. Sin embargo, si se los acoge, los sentimientos se fortalecen.
El pecado ocurre cuando escogemos considerar, cultivar o actuar de acuerdo con la tentación de hacer algo que sabemos que no debemos hacer. Debido al albedrío moral, podemos escoger no actuar de acuerdo con la tentación, aun cuando sea difícil. Eso es lo que Alma enseñó a su hijo que hiciera cuando le dijo: “… no te dej[es] llevar más por las concupiscencias de tus ojos, sino […] refr[énate]” (Alma 39:9). El rey David pudo haber optado por apartarse cuando vio a Betsabé, pero en vez de ello, persistió en la tentación y luego incrementó su conducta inmoral (véase 2 Samuel 11:1–16). Incluso Jesús fue tentado (véase Hebreos 4:15), pero “no hizo caso” a la tentación (Doctrina y Convenios 20:22). Como dice el viejo refrán, tal vez no puedas evitar que un pájaro se pose en tu cabeza, pero puedes evitar que anide en ella.
Con ayuda, Dan aprendió a no sentir pánico cuando era tentado, sino a reconocer sus sentimientos y luego decidir seguir adelante con conductas saludables.
El daño de los pecados morales
El Señor resumió los daños de la lascivia cuando dijo: “… el que mira a una mujer para codiciarla, o si alguien comete adulterio en su corazón, no tendrá el Espíritu, sino que negará la fe y temerá” (Doctrina y Convenios 63:16). El centrarse habitualmente en el mundo causa “ceguera” espiritual (1 Nefi 15:24), lo cual es una buena descripción de cómo se nubla el juicio a medida que se procuran las concupiscencias. Si eso continúa, el cuerpo desarrolla hábitos que pueden convertirse en “fuertes cuerdas”(2 Nefi 26:22) que son difíciles de romper debido tanto a la recompensa del placer como al alivio de la ansiedad6.
Alimentar el apetito carnal adormece los sentidos espirituales y ahoga la fe. Los discípulos que repetidamente son arrastrados a la lascivia a menudo temen ser indignos de servir y carecen de confianza espiritual (véase Doctrina y Convenios 121:45). El deseo lujurioso de las cosas del mundo también puede corroer el amor verdadero y hacer que el cónyuge se sienta usado o descuidado.
Escoger actuar en lugar de que se actúe sobre nosotros
Con la ayuda del Espíritu, podemos reconocer los peligros sin demora y escoger entornos y comportamientos que sean compatibles con los valores del convenio (véanse 2 Nefi 2:14; 4:18). El élder Jeffrey R. Holland, del Cuórum de los Doce Apóstoles, aconsejó a los que luchan con la lujuria: “Comiencen por separarse de las personas, los materiales y las circunstancias que los dañarán. Como bien saben los que por ejemplo batallan contra el alcoholismo, el efecto de la proximidad puede ser fatal; lo mismo sucede con las cuestiones morales”7.
Dan comenzó a evitar el uso de dispositivos electrónicos cuando era susceptible a la tentación, como cuando estaba solo, cansado o estresado. Evitó los programas de televisión problemáticos y otros tipos de entretenimiento, y en vez de ello dedicó tiempo a relacionarse con otras personas. Fortaleció su espíritu al pasar más tiempo con las Escrituras, escribir en su diario personal, mejorar sus horas de sueño y hacer ejercicio (véase Doctrina y Convenios 88:124)8. Esos principios importantes pueden ayudarnos a cada uno de nosotros a disminuir las tentaciones y aumentar nuestra fortaleza, especialmente cuando se practican de manera constante a lo largo del tiempo.
Sanación espiritual y gracia
La obra del discipulado puede ser difícil, y hasta una determinación fuerte puede estallar como una burbuja cuando se topa con tentaciones mundanas. Cuando ocurre una recaída, es útil volver a la senda en lugar de desanimarse.
La misericordia del Señor es grande y Él promete perdonar “cuantas veces [Su] pueblo se arrepienta” (Mosíah 26:30). El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, describió el impacto inmediato de volvernos al Señor: “Aunque hayamos sido pecadores conscientes y deliberados o hayamos afrontado repetidas veces el fracaso y la desilusión, en el momento en que decidamos intentarlo de nuevo, la expiación de Cristo puede ayudarnos”9.
El Señor desea ayudarnos a todos en este proceso de “… nacer de Dios, ser cambiados de [nuestro] estado carnal y caído, a un estado de rectitud” (Mosíah 27:25). El presidente Russell M. Nelson prometió:
“[Jesús] espera con los brazos abiertos, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos […].
“Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento. El arrepentimiento no es un suceso; es un proceso; es la clave de la felicidad y la paz interior”10.
Al venir al Salvador y llevar a cabo la obra del discipulado, los santos pueden vencer al mundo y sus desafíos morales.