Solo en formato digital
Criar hijas siendo un padre sin cónyuge
Sabía que sería difícil criar a mis hijas sin mi esposa. Pero pronto me di cuenta de que en realidad no estaba solo.
Después de que mi esposa muriera de cáncer, me convertí en el padre viudo de cinco hijos: dos niñas y tres varones. Criar solo a mis hijos trajo consigo desafíos, pero lo que fue especialmente difícil para mí fue criar a mis dos hijas. Había muchas cosas que necesitaban y que solamente una mujer podría proporcionarles en realidad. Como dijo el presidente M. Russell Ballard, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, “Madres e hijas cumplen una función crucial al ayudarse mutuamente a explorar sus posibilidades infinitas, a pesar de las influencias denigrantes de un mundo en el que se corrompen y manipulan la condición de mujer y la maternidad”1. ¿Cómo podría yo compensar eso?
Sin embargo, varios principios del Evangelio me dieron fortaleza a medida que procuraba guiar a mis maravillosas hijas y también a mis magníficos hijos. Esos principios podrían ayudar a otros padres que crían solos a sus hijas, a las madres que crían solas a sus hijos y a todos los padres que estén solos.
Mantengan un cimiento basado en el Evangelio
Aprendí que para todos mis hijos (y para mí), permanecer fiel al Padre Celestial y a Jesucristo era, como siempre había sido, el lugar por donde debía comenzar. “Hace ya mucho tiempo que la oposición y las pruebas son un vivero para que crezca la fe”, dijo el presidente Henry B. Eyring, Segundo Consejero de la Primera Presidencia2.
Conforme ejercíamos la fe, descubrimos que era importante hacer varias cosas:
-
Recordar las cosas pequeñas y sencillas. Mediante la oración familiar y el estudio de las Escrituras, recibimos “grandes cosas” (Alma 37:6) en nuestra vida, como esperanza y gozo.
-
Fortalecernos unos a otros. Pasar tiempo juntos, hablar y animarnos unos a otros. Las palabras sencillas de apoyo pueden marcar una gran diferencia.
-
Ser un ejemplo los unos para los otros. Alentar a mis hijos a ser buenos ejemplos significaba que yo también debía darles el ejemplo a ellos. Tenía que seguir “habla[ndo] de Cristo [y] regocij[ándome] en Cristo […] para que [mis] hijos sepan” (2 Nefi 25:26) que ellos también deben acudir a Él.
-
Confiar en el Padre Celestial. Su plan para cada uno de nosotros es un plan de felicidad. Incluso en los momentos difíciles, “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25), y las familias están destinadas a estar juntas para siempre. Esas verdades nos dieron fortaleza cada día.
-
Aceptar llamamientos y magnificarlos. Sabía que era importante seguir sirviendo en llamamientos, ministrando y relacionándome con otros Santos de los Últimos Días. Cuando me enteré de que una de mis hijas quería cantar en el coro del barrio, yo también me uní al coro. Lo pasamos muy bien cantando juntos.
-
Escuchar la conferencia general. Una vez, justo antes de la conferencia general, me sentía desanimado y estaba orando para saber si alguien entendía mi situación. En esa misma conferencia, el élder David S. Baxter, de los Setenta, dijo: “Ahora bien, por supuesto que también hay familias en que el único progenitor es el padre. Hermanos, también oramos por ustedes y les rendimos homenaje”3. Aquello me ayudó a entender que el mismo amor y apoyo que se da a las madres que crían solas a sus hijos también está al alcance de los padres que criamos solos a nuestros hijos.
Permitir que otras personas ayuden
Sea como fuere, yo era un padre tratando de criar solo a sus hijas. Procuré generar oportunidades de pasar tiempo a solas con cada una de ellas, para fortalecer nuestros lazos. Sin embargo, ¿cómo podría ayudarles a prepararse para ser mujeres? Pronto me di cuenta de que había más recursos de los que imaginaba:
-
Los familiares. Doy gracias al Señor por una cuñada y una nuera que vivían cerca y vinieron a rescatarme. Asistían a las reuniones para adolescentes con mis hijas. Las ayudaban a prepararse para los bailes. Y, por encima de todo, las escuchaban. Compartían las esperanzas, temores, anhelos y deseos de mis hijas. Las ayudaron a hacer la transición de niñas a adolescentes, y posteriormente a adultas, con una comprensión diferente de ese proceso de la que yo podía proporcionar, al no haberlo experimentado de la misma manera.
-
Los vecinos. Hubo buenos vecinos que cuidaban de mi hija junto con la de ellos después de la escuela, hasta que yo llegaba a casa de la oficina. Otros vecinos llevaban a mis hijos a la escuela cuando yo tenía reuniones temprano. Un vecino que tenía una empresa de jardinería pidió a sus empleados que cortaran el césped de mi casa de forma gratuita y con regularidad, para que yo pudiera pasar más tiempo con mi familia.
-
Los hermanos ministrantes y líderes de la Iglesia. Mis hermanos ministrantes coordinaron con el consejo de barrio y era como si que todos en el barrio, especialmente las líderes de la Primaria y de las Mujeres Jóvenes, se esforzaran para ayudar a mis hijas. Aprendí que una de las grandes cosas de la Sociedad de Socorro es que ofrecen justo eso: socorro. Cierta vez, un grupo de ellas limpiaron toda la casa, de arriba a abajo. Y en las actividades de las Mujeres Jóvenes, alguien siempre se aseguraba de que mis hijas se sintieran incluidas.
No todos experimentarán ese mismo grado de apoyo. No obstante, he aprendido que hasta que no demos a conocer a otros las deficiencias que vemos que sufren nuestros hijos por no tener madre, no es posible que tales personas entiendan cómo pueden ayudar.
Recuerda que no estás solo
El élder Baxter dijo: “Padres que crían solos a sus hijos, testifico que si ponen su mejor empeño en este, el más difícil de los desafíos humanos, los cielos los favorecerán. Realmente no están solos. Permitan que el tierno poder redentor de Jesucristo ilumine su vida y los llene de esperanza en la promesa eterna. Sean valientes; tengan fe y esperanza; piensen en el presente con fortaleza y miren al futuro con confianza”4.
Al igual que cualquier otra persona que esté pasando por dificultades, los padres que crían solos a sus hijos pueden sentirse abrumados. Sé que a mí me ocurría a veces. Pero también sé que hay mucha esperanza y mucha ayuda para los padres que crían solos a sus hijos en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.