Los propósitos divinos de la intimidad sexual
Comprender el don de la sexualidad que Dios nos ha dado dentro del plan de felicidad nos ayuda a entender la importancia de la ley de castidad.
Nuestro propósito en la vida terrenal es llegar a ser como nuestros padres celestiales. Nuestro entendimiento y uso divinos de la intimidad sexual son esenciales en ese proceso de llegar a ser como Ellos.
La ley de castidad es una ley eterna que nuestro Padre Celestial da a todos Sus hijos en todas las épocas. Sigue en vigor y es tan vigente hoy en día como lo fue en épocas más antiguas de la historia. Al igual que con otros mandamientos, el Padre Celestial da la ley para bendecir y ayudar a Sus hijos a que logren su potencial divino. Obedecer la ley de castidad abarca el abstenerse de toda relación sexual antes del matrimonio y ser completamente fiel y leal después de la unión matrimonial. Las relaciones sexuales han de limitarse al matrimonio entre un hombre y una mujer1.
El Padre Celestial espera que las relaciones sexuales en el matrimonio se utilicen para crear hijos, así como para expresar amor y fortalecer la conexión emocional, espiritual y física entre marido y mujer. En el matrimonio, la intimidad sexual debe unir a la esposa y al esposo en confianza, devoción y consideración mutuas2. Las relaciones sexuales dentro del matrimonio deben respetar el albedrío de ambos cónyuges y no deben usarse para controlar ni dominar.
Tal vez nos preguntemos: “¿Por qué debo obedecer la ley de castidad? ¿Por qué se interesa Dios en mi conducta moral?”. Para responder esas preguntas, Dios ha revelado doctrina que, si se comprende correctamente, nos motivará a vivir la ley de castidad y a elegir expresar nuestra sexualidad dentro de los límites que Él ha establecido3. Tal como sucede con todos los mandamientos de Dios, la ley de castidad se comprende mejor en el contexto del plan de salvación y exaltación del Padre Celestial (véase Alma 12:32). La obediencia a la ley de castidad brindará bendiciones extraordinarias.
Promesas excepcionales
Todos los seres humanos son amados hijos e hijas en espíritu de padres celestiales y tienen una naturaleza divina y un destino eterno. La razón por la que tenemos un cuerpo es desarrollar esa naturaleza divina para que finalmente podamos alcanzar nuestro destino eterno4. El Padre Celestial desea que obtengamos experiencia terrenal, progresemos hacia la perfección y, con el tiempo, disfrutemos de la plenitud de la felicidad que Él disfruta. Él sabe que para que tengamos ese tipo de gozo duradero, debemos progresar a lo largo del curso que Él ha establecido, obedeciendo los mandamientos que Él ha dado.
Es vital entender que las relaciones familiares han de perpetuarse por las eternidades después de esta vida. Luego de la vida terrenal, los fieles tienen la promesa de que “los ángeles […] les dejarán pasar a su exaltación y gloria […], y esta gloria será una plenitud y continuación de las simientes por siempre jamás.
“Entonces serán dioses, porque no tendrán fin” (Doctrina y Convenios 132:19–20).
La doctrina de las familias eternas en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es única entre las tradiciones cristianas. No fuimos creados solo para alabar, adorar y servir a un Dios incomprensible5; fuimos creados por padres celestiales amorosos para crecer y llegar a ser como Ellos6. Los espíritus masculinos y femeninos fueron creados para complementarse el uno al otro. Por esa razón, la identidad sexual no cambia en las eternidades, ya que proporciona el fundamento del máximo don que el Padre Celestial puede dar: Su tipo de vida7.
A fin de que alcancemos esa bendición, el Padre Celestial mandó que la intimidad sexual se ha de reservar para el matrimonio entre un hombre y una mujer8. Dios esperaba que el matrimonio “significara la completa unión de un hombre y una mujer: sus corazones, esperanzas, vidas, amor, familia, futuro, todo […], y que serían ‘una sola carne’ durante su vida juntos”9. No podemos lograr el tipo de vida que nuestro Padre Celestial disfruta por nosotros mismos o sin un compromiso absoluto de fidelidad a nuestro esposo o esposa en el matrimonio, según el plan de Dios.
Dios nos permite escoger cómo viviremos. No nos obligará a seguir el sendero que Él ha establecido a pesar de que sabe que nos conducirá a nuestra mayor felicidad. Los mandamientos y los convenios de Dios constituyen la senda que nos permite llegar a ser herederos plenos en Su reino y coherederos con Jesucristo (véase Romanos 8:17). Al tomar decisiones rectas, desarrollamos la naturaleza divina que está en nuestro interior. Las relaciones sexuales son “una de las máximas expresiones de nuestro potencial y naturaleza divinos”10. La adecuada expresión de nuestra sexualidad hace posible que el plan de Dios se lleve a cabo en la tierra y en las eternidades11, haciéndonos merecedores de llegar a ser como nuestro Padre Celestial12. Dios promete la vida eterna a los fieles, la cual incluye el matrimonio eterno, hijos y todas las demás bendiciones de una familia eterna13.
Filosofías que distraen y los engaños de Satanás
El razonamiento erróneo y los engaños de Satanás han producido filosofías que distraen y que afirman eliminar la necesidad de obedecer los mandamientos de Dios, en especial la ley de castidad. La voz opositora de Satanás es fuerte, y sus filosofías a menudo son tentadoras. En el Libro de Mormón, algunos adoptaron esas filosofías para engañar a otras personas y beneficiarse del engaño. Por ejemplo, Nehor enseñó a los nefitas “que todo el género humano se salvaría en el postrer día, y que no tenían por qué temer ni temblar, sino que podían levantar la cabeza y regocijarse; porque el Señor […] los había redimido a todos; y al fin todos los hombres tendrían vida eterna” (Alma 1:4).
Si adoptamos la filosofía de Nehor, no tenemos ningún incentivo para reprimir nuestro apetito sexual, ya que no hay consecuencias eternas. ¿Y si quebrantamos la ley de castidad? No hay problema, ya que aquellos que seguían a Nehor “no creían en el arrepentimiento de sus pecados” (Alma 15:15). Esa tentadora filosofía puede ser seductora, y para muchos es atractiva; podemos hacer cualquier cosa que queramos sin que haya consecuencias eternas.
Otros maestros falsos del Libro de Mormón predicaban que creer en Jesucristo y en Su expiación y guardar Sus mandamientos es “sujet[arnos]” con “locuras” y que proviene de las ridículas “tradiciones de vuestros padres” (Alma 30:13, 14). Ciertamente, proclamaban que esperar “la remisión de vuestros pecados” es meramente un problema mental o emocional, el “efecto de una mente desvariada” (Alma 30:16). La conclusión ineludible de estas enseñanzas es que todo hombre y toda mujer tiene éxito en esta vida “según su genio” y “fuerza”, y que cualquier cosa que haga no es “ningún crimen” (Alma 30:17). Esas enseñanzas falsas promueven la desobediencia a la ley de castidad debido a que el concepto de lo bueno y lo malo está pasado de moda.
¡No es de sorprender que esas filosofías todavía sean populares! No tener que rendir cuentas por ninguna decisión parecería la máxima libertad. Si podemos evitar la mayoría de las consecuencias terrenales siendo discretos y cuidadosos, ¿qué daño hacemos? Desde esa perspectiva, la ley de castidad parece anticuada, remilgada o innecesaria.
Leyes eternas
Las leyes de Dios no son negociables. Él nos permite ignorarlas, pero no somos libres de crear nuestras propias reglas por las eternidades, al igual que una persona no es libre de crear sus propias leyes personalizadas de la física. Dios desea que seamos dignos herederos en Su reino. Es ingenuo esperar recibir Su herencia celestial mientras seguimos un curso diferente al que Él ha establecido.
Antes de que se me llamara a prestar servicio a tiempo completo en la Iglesia, yo (élder Renlund) cuidaba de pacientes que padecían de insuficiencias cardíacas graves. En la cardiología de insuficiencias cardíacas y trasplantes hay procedimientos definidos y establecidos que se siguen para obtener el mejor resultado: una calidad de vida mejor y más larga. Tratar a los pacientes de otro modo no produce los mejores resultados. Me asombraba que algunos pacientes trataban de negociar el tratamiento. Algunos de ellos decían: “Prefiero no tomar ningún medicamento” o “No quiero tener ninguna biopsia del corazón después del trasplante”. Por supuesto, los pacientes son libres de seguir su propio tratamiento, pero no pueden realizar un procedimiento inferior y esperar los mejores resultados.
Lo mismo se aplica a nosotros. Somos libres de escoger nuestro propio rumbo en la vida, pero no somos libres de elegir el resultado de seguir nuestras reglas, sin importar cuántas veces alguien diga que podemos. El Padre Celestial no tiene la culpa cuando, por desobediencia, no recibimos bendiciones relacionadas con la ley de castidad.
En esta dispensación, el Salvador enseñó que las leyes eternas no son flexibles ni están abiertas a debate. Él dijo: “Y además, de cierto os digo que lo que la ley gobierna, también preserva, y por ella es perfeccionado y santificado.
“Aquello que traspasa una ley, y no se rige por la ley, antes procura ser una ley a sí mismo, […] no puede ser santificado por la ley, ni por la misericordia, ni por la justicia ni por el juicio” (Doctrina y Convenios 88:34–35; cursiva agregada). No podemos reemplazar las leyes eternas por nuestras propias reglas al igual que un hombre que toca brasas calientes no puede decidir no quemarse.
Si no somos obedientes, solo gozaremos de “lo que est[amos] dispuestos a recibir, porque no quisi[mos] gozar de lo que pudi[mos] haber recibido” (Doctrina y Convenios 88:32). Obedecer la ley de castidad es una de las maneras en las que demostramos que estamos dispuestos a hacer lo que sea necesario para recibir todas las extraordinarias bendiciones relacionadas con las familias eternas.
Las leyes de Dios, al final, siempre son justas
No todos los hijos del Padre Celestial tienen la oportunidad en esta vida de experimentar la intimidad sexual en una relación matrimonial de acuerdo con la ley de Dios. Algunos no tendrán la oportunidad de casarse. Otros están convencidos de que sus circunstancias particulares hacen que vivir la ley de castidad sea tan difícil e injusto que pueden escoger ignorarla.
Lo que es justo, sin embargo, debe juzgarse desde una perspectiva eterna, desde el punto de vista del Padre Celestial y de Jesucristo14. El Salvador exhortó a Su pueblo a que se abstuviera de juzgar qué es justo o injusto hasta el día en que Él integre Sus joyas (véase Malaquías 3:17–18). Las “joyas” a las que el Salvador hace referencia son aquellos que, a pesar de las injusticias aparentes o temporales, o cualquier otro impedimento, guardan Sus mandamientos.
Cuando sentimos que nuestras circunstancias son injustas, es mejor seguir el consejo del rey Benjamín, quien dijo: “… quisiera que consideraseis el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad” (Mosíah 2:41; cursiva agregada).
Al final, nada se compara con la injusticia infinita que soportó el Salvador. Sin embargo, si somos fieles, Él nos compensará por cualquier injusticia que afrontemos, y alcanzaremos un estado de interminable felicidad.
Al elegir guardar los mandamientos de Dios, entre ellos la ley de castidad, experimentaremos gozo y “la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero” (Doctrina y Convenios 59:23)15 debido a que seremos parte de una familia eterna, con antepasados y posteridad16. Al ser sellados eternamente por la autoridad del sacerdocio, el esposo y la esposa serán exaltados y tendrán una plenitud de gloria y progenie eterna17.
La tentación y el arrepentimiento
Dios previó que seríamos tentados al tratar de vivir la ley de castidad. Por esa razón nos dio a Su Hijo para que fuera nuestro Salvador y Redentor. Por medio de Jesucristo y de Su expiación, podemos ser fortalecidos para resistir la tentación. Todos los hijos de Dios que afrontan tentaciones de cualquier tipo pueden acudir al Salvador en busca de ayuda18. Jesucristo comprende por lo que estamos pasando debido a que “fue tentado en todo según nuestra semejanza”, y se nos alienta a “[acercarnos] confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15, 16).
Cuando tropezamos, debemos recordar que podemos llegar a ser limpios mediante la fe en Jesucristo y el arrepentimiento sincero19. El arrepentimiento es dichoso porque “aunque [n]uestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isaías 1:18). El Salvador no solo perdonará, sino que olvidará nuestro pecado20. Qué más podríamos pedir: ayuda cuando somos tentados y perdón cuando nos arrepentimos. El arrepentimiento no se debe temer, a pesar de que Satanás intenta “impedir que miremos hacia Jesucristo, que espera con los brazos abiertos, con la esperanza y disposición de sanarnos, perdonarnos, limpiarnos, fortalecernos, purificarnos y santificarnos”21.
Testimonio
Las leyes de Dios están diseñadas para nuestra máxima felicidad. Él desea que usemos nuestro cuerpo y nuestra sexualidad de maneras que Él ha ordenado a fin de que podamos llegar a ser como Él. Hemos sido bendecidos en nuestro matrimonio con una confianza mutua al vivir la ley de castidad. La confianza que nos tenemos el uno en el otro y en nuestro Padre Celestial ha crecido conforme hemos guardado este mandamiento. El plan de Dios es el único camino que conduce a la medida más plena de gozo. Prometemos que ustedes también pueden saber que Dios les ama y que serán bendecidos eternamente al vivir Sus mandamientos.