Jóvenes adultos
Cómo llegué a comprender la perspectiva que Dios tiene sobre la sexualidad
Nota del editor: Este artículo forma parte de una serie de la revista Liahona de agosto de 2020 que trata el tema de tener una perspectiva positiva de la sexualidad, la intimidad sexual y la ley de castidad. El término sexualidad tiene distintos significados para distintas personas; sin embargo, en este contexto, nos referimos de forma específica a nuestras sensaciones e identidad sexuales.
Al crecer, no sabía cómo controlar las sensaciones sexuales, lo cual me condujo a sendas erróneas; sin embargo, el aprender verdades sobre la sexualidad y la castidad produjo un cambio positivo en mi vida.
Cuando la maestra hizo la introducción de la lección sobre la castidad, me hundí en el asiento. Para comenzar, dijo: “Sé que ustedes las chicas no tienen problemas con la ley de castidad […]”. Ella no sabía —ni nadie más— que era algo con lo que había batallado cuando era una mujer joven.
Las lecciones de la Iglesia me hacían sentir que las sensaciones sexuales solo eran apropiadas dentro del matrimonio y que fuera de este eran malas. Me sentía avergonzada, débil y sola, lo cual hizo que resintiera todo lo que tenía que ver con el tema.
Habiendo crecido en la Iglesia, pensaba que hablar de sexo —incluso de maneras apropiadas— o reconocer los pensamientos y las sensaciones sexuales eran un tabú o algo incorrecto, a menos que uno estuviera casado. Mis ideas distorsionadas me hacían pensar que tenía que reprimir toda curiosidad o pregunta sobre la sexualidad, o incluso la castidad, ya que no iban de acuerdo con el plan de Dios. Debido a que pensaba que mis preguntas eran demasiado bochornosas como para analizarlas con alguien, busqué respuestas en fuentes que no abordaban el tema de la sexualidad de la manera que el Padre Celestial desea.
Atrapada en la vergüenza
Durante años luché con mis sensaciones y mi conducta. Sabía que eran erróneas, pero no sabía a quién acudir en busca de ayuda. Todos los días cargaba el peso del pecado y de la vergüenza, aunque aún trataba de hacer bien todo lo demás. Parecía que estaba atrapada en medio de algo, con la mitad de mi persona en el mundo y la otra en el Evangelio.
Lo que más deseaba era poner todo mi ser en el Evangelio. Por esa razón, estudiaba las Escrituras, oraba, participaba en las actividades de la Iglesia y cumplía con mis llamamientos. Parecía que el Evangelio era lo único que me brindaba alivio.
A medida que gradualmente aprendía y me acercaba más al Salvador, mi deseo de vivir la ley de castidad aumentó. Después de meditar y orar mucho, finalmente decidí hablar de mi lucha con mi obispo.
Sentir el poder sanador del Salvador
Al salir de la oficina del obispo, el peso que había llevado sobre los hombros durante tantos años pareció desaparecer. Lloré de alivio; estaba sintiendo que el poder sanador del Salvador surtía efecto en mi vida. A lo largo del proceso de arrepentimiento, las entrevistas con el obispo me ayudaron a comprender que lo que sentía era normal y que no estaba sola en mi lucha con la castidad. Supe que —al igual que yo— hay otras personas que han sufrido en silencio a causa de la vergüenza, del temor y de los malentendidos.
Mi obispo me ayudó con el proceso de arrepentimiento, aunque un amigo también marcó una gran diferencia en la forma en que me sentía en cuanto a mi problema. Él fue un gran ejemplo para mí. Un día me contó de los problemas que había tenido en el pasado con la pornografía. Me dejó atónita, ya que nunca me habría imaginado que teníamos problemas semejantes. Le escribí una carta sobre la experiencia que tuve al arrepentirme de desafíos similares y lo mucho que me ayudó saber que no estaba sola. Un domingo en la Iglesia, me dio un abrazo y me dijo que estaba orgulloso de mí por haber hablado con el obispo y que nunca estaría sola. Me ayudó a sentir el amor del Salvador con más fuerza.
Desde entonces, he podido sentir empatía y brindar ánimo a mis amigos que han tenido problemas similares a fin de ayudarles a comprender más plenamente la ley de castidad.
En definitiva, el hecho de saber que no estaba sola, de sentir el amor y la comprensión de mi obispo y del Salvador, y de aprender de la importancia eterna de la castidad, me ayudó a sanar.
Ahora sé que había estado muy equivocada. La castidad y la sexualidad apropiada son parte del plan de felicidad de Dios. Las sensaciones sexuales son parte normal de la mortalidad y pueden ser maravillosas si aprendemos a actuar sobre ellas como debe ser.
Al mirar atrás, siento tristeza por nunca haberme sentido lo suficientemente segura como para hablar con alguien sobre la ley de castidad antes de hablar con mi obispo. Debí haber sabido que no es motivo de vergüenza tener preguntas sobre la castidad o la sexualidad, y que es importante hablar de ellas de forma respetuosa con las personas indicadas.
Las verdades eternas te pueden guiar
Gracias a las experiencias que he tenido, puedo asegurarle a cualquiera que pueda tener problemas con la ley de castidad que se puede experimentar un cambio en el corazón. Hay esperanza, sanación y verdades eternas que nos pueden guiar. Aprendí que la forma en que el mundo ve la sexualidad comparada con la perspectiva del Padre Celestial es drásticamente distinta.
Siento agradecimiento por las lecciones que he aprendido. Ahora tengo un testimonio más fuerte de la ley de castidad del Señor, de la importancia de la sexualidad en nuestra vida y, lo más importante, del amor y del poder sanador del Salvador.