¿Por qué estamos aquí?
Dejamos nuestro empleo, vendimos todo y nos despedimos de la familia y de los amigos para mudarnos a un lugar donde nunca habíamos estado antes.
Yo trabajaba durante el día y mi esposa Elen por la noche; apenas nos veíamos el uno al otro y no teníamos ni noche de hogar ni oración familiar. Asistíamos a la reunión sacramental, pero nos faltaba compromiso hacia el Evangelio.
Comenzamos a experimentar el vacío que viene de centrarse en las cosas del mundo en lugar de las cosas del Señor. Sentíamos que el Padre Celestial deseaba más de nosotros.
Así que fuimos al Templo de Santiago, Chile, para recibir guía sobre cómo podíamos mejorar. Ambos recibimos la impresión de que teníamos que mudarnos con nuestras pequeñas hijas desde Santiago hasta la zona de Coquimbo en la costa norte.
Nunca habíamos estado allí, y no sabíamos nada de esa región. Sin embargo, renunciamos a nuestro empleo, vendimos todo y nos despedimos de la familia, de los amigos y de mis estudios universitarios.
En Coquimbo no conocíamos a nadie y no teníamos nada de dinero. Encontré un trabajo, pero apenas alcanzaba para pagar el alquiler. Nos preguntábamos: “¿Por qué estamos aquí?”.
Elen se preguntaba si había algo que ella pudiera hacer para ayudar a pagar las cuentas. Un día cosió un forro nuevo para una de las sillas viejas. “Voy a ponerla a la venta y ver si alguien la compra”, dijo ella. Alguien la compró. Llena de ánimo, Elen aprendió más sobre cómo retapizar muebles y comenzó a hacer publicidad y a recibir encargos.
En 2016, fui llamado como obispo de nuestro nuevo barrio. Con mi trabajo, mis estudios universitarios reanudados y mi llamamiento, una vez más apenas veía a mi familia.
“Esto no está funcionando”, dijo Elen, “¿por qué no trabajas conmigo?, te enseñaré cómo hacerlo. Estarás en casa y además tendrás más flexibilidad con el llamamiento”.
Me preocupaba dejar mi trabajo, pero Elen sugirió que orásemos al Padre Celestial y dijéramos: “Este es nuestro negocio, vamos a hacerlo juntos. Por favor, muéstranos cómo podemos hacer que funcione mientras Gregorio sirve como obispo”.
El Padre Celestial nos contestó. Ahora, después de varios años sin apenas vernos, nos estamos adaptando a estar juntos siempre. A veces Elen bromea: “¿No tienes que hacer alguna entrevista de obispado?; ¡regresa dentro de cuatro horas!”.
Aquí en Coquimbo, hemos aprendido a tener fe y a vivir el Evangelio como familia, y hemos sido bendecidos. Nos mudamos a una ciudad desconocida para servir a personas que no conocíamos y hemos presenciado milagros que no esperábamos.