Mensaje de los líderes del Área
El Evangelio es para todo el género humano
Con 195 países en siete continentes, más de siete mil idiomas distintos y una población de 7900 millones de personas, vivimos en un mundo maravillosamente rico y diverso. Hay innumerables tradiciones y culturas en todos los niveles, en todas las naciones y en cada familia individual. Esto es ciertamente una maravilla. Tenemos una diversidad muy rica, ¡y es maravilloso!
Las normas sociales se están separando cada vez más de los principios fundamentales de referencia del evangelio de Jesucristo, que se conocen y se entienden por medio de su restauración en estos últimos días. Pese a ello, siempre hay una verdad constante, persistente y férrea, que independientemente de que se entienda o se reconozca como tal, nunca cambiará. Esa verdad es que todo hombre, toda mujer y todo niño que haya vivido, viva y vivirá en esta tierra gloriosa y diversa es un hijo o una hija de Dios, nuestro Padre Celestial; que estamos aquí en esta tierra para experimentar la mortalidad con un propósito divino, porque “dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen […]. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:26-27); y que vamos a llegar a ser como Dios es: “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo” (Salmo 82:6).
Asimismo, la Proclamación sobre la familia declara: “TODOS los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a la imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”. ¡Qué posición tan privilegiada es poder conocer y entender esta doctrina fundamental! Estoy agradecido por ello y no es algo que subestime. Cuando era joven, debido a mis experiencias vitales en aquel momento, me hacía preguntas sobre la naturaleza de Dios, quién y cómo era Él. Visité las iglesias locales y hacía preguntas a los ministros religiosos. Les hacía preguntas sobre el propósito de la vida y por qué estábamos aquí si íbamos a sufrir dolor y pesar. No conseguía recibir una respuesta satisfactoria que me pareciera correcta.
Hay otra verdad divina y constante: que Cristo, nuestro hermano y Salvador, expió las transgresiones de todo el género humano, de cada persona, independientemente de su país de origen, raza o credo. La resurrección y la inmortalidad son un don para todos los hijos de Dios, de forma incondicional. Sin embargo, hay que pagar un precio para aprovechar el poder divino de la Expiación, para arrepentirse verdaderamente y quedar libre de la carga del pecado. El Salvador mismo explicó esto cuando visitó América: “Y vosotros ya no me ofreceréis más el derramamiento de sangre; sí, vuestros sacrificios y vuestros holocaustos cesarán, porque no aceptaré ninguno de vuestros sacrificios ni vuestros holocaustos. Y me ofreceréis como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Y al que venga a mí con un corazón quebrantado y un espíritu contrito, lo bautizaré con fuego y con el Espíritu Santo” (3 Nefi 9:19–20). Como continuación de Sus palabras, Alma confirma: “por tanto, el que se arrepienta, y no endurezca su corazón, tendrá derecho a reclamar la misericordia, por medio de mi Hijo Unigénito, para la remisión de sus pecados; y ellos entrarán en mi descanso” (Alma 12:34). Afortunadamente, conocemos las enseñanzas de Jacob acerca de aquellos que no tienen la oportunidad que se les enseñe, de entender y tener un testimonio de Cristo: “Porque la expiación satisface lo que su justicia demanda de todos aquellos a quienes no se ha dado la ley, por lo que son librados […]; y son restaurados a ese Dios que les dio aliento, el cual es el Santo de Israel” (2 Nefi 9:26).
¡Qué hermoso es este don para todo el género humano! Estoy agradecido por él, por poder experimentar regularmente el gozo de ser perdonado del pecado, así como el gozo de ser sanado.
Concluyo con un recordatorio de la invitación que el Salvador mismo nos extiende a cada uno de nosotros: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).