Mensaje del Área
Conocer al Salvador nos acerca más a Él
Cuando el Salvador estuvo en la tierra, en una de Sus conversaciones con los judíos les enseñó acerca de Su vida cercana a Sus siervos antes de venir presencialmente, diciendo: “Abraham, vuestro padre, se regocijó de que vería mi día; y lo vio y se regocijó.
“Le dijeron entonces los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham?
“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy” (Juan 8:56–58).
Al mencionar el título “Yo Soy” hacía referencia al Dios del Antiguo Testamento y en nuestro estudio de “Ven, sígueme” durante este año hemos aprendido que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob era conocido como Jehová y se refiere a Jesucristo, quien ha estado cerca de todos Sus siervos desde Adán, dirigiendo personalmente Su obra.
Luego de huir de Egipto y mientras vivía en Madián, “apacentando Moisés las ovejas de su suegro Jetro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas más allá del desierto y llegó a Horeb, monte de Dios.
“Y se le apareció [la presencia de Jehová] en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró y vio que la zarza ardía en fuego, mas la zarza no se consumía…
“Y viendo Jehová que él iba a mirar, lo llamó Dios de en medio de la zarza y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí” (véase Éxodo 3:1–2, 4).
Ese evento inicia una relación que duró toda la vida de Moisés con Jesucristo. Dicho trato comienza en un “monte”, y hemos aprendido que ese término hace referencia a templo y el templo es la Casa del Señor o donde está la presencia del Salvador. Nos hacer pensar en una excelente forma de iniciar o fortalecer nuestra relación con Cristo en el templo.
Las conversaciones de Cristo con Su siervo se hacen tan frecuentes que le ayuda antes y durante su liderazgo. En el momento de recibir su llamamiento, Moisés tiene algunas preocupaciones que son atendidas por Jesucristo de manera comprensiva y paciente. “Ve, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los hijos de Israel.
“Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón y saque de Egipto a los hijos de Israel?” (Éxodo 3:10–11).
Tal vez a menudo pensamos que cuando recibimos un llamamiento o asignación del Señor en Su obra, seremos nosotros quienes lo haremos solos, sin embargo, el Salvador nos ha enseñado repetidamente que es Él quien lo hace, si lo invitamos a acompañarnos. “Y él le respondió: Ve, porque yo estaré contigo” (véase Éxodo 3:12).
Aun cuando tengamos preguntas de carácter doctrinal, Él también se ofrece en nuestra ayuda: “si ellos me preguntan: ¿Cuál es su nombre? ¿Qué les responderé?
“Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me ha enviado a vosotros” (véase Éxodo 3:13–14).
Raras veces hacemos algo solos, incluso el Señor siempre tiene otros siervos que nos acompañan. “Ve, y reúne a los ancianos de Israel” (véase Éxodo 3:16). Cuando trabajamos con otros, frecuentemente esperamos que ellos sean ideales; sin embargo, a menudo hallamos personas y aún líderes que son atacados por el Opositor o sus seguidores con dudas o incredulidad, no obstante, podemos usar los recursos que todos tenemos en nuestras manos, recursos que activan el poder del Salvador en nuestra ayuda y la de ellos, “Entonces Moisés respondió y dijo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz, porque dirán: No se te ha aparecido Jehová.
“Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (véase Éxodo 4:1–2). Los recursos con los que contamos incluyen la oración, el ayuno y las palabras de los profetas antiguos y modernos, etc.
Otro ataque del adversario a nuestro servicio es hacer muy resaltantes nuestras imperfecciones, menoscabando nuestra fe en nuestro Creador, quien puede resolver todos nuestros problemas, desafíos y debilidades. “Entonces dijo Moisés a Jehová: ¡Ay, Señor! Yo no soy hombre de fácil palabra, ni en el pasado, ni desde que tú hablas a tu siervo, porque soy tardo en el habla y torpe de lengua.
“Y Jehová le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿O quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Jehová?
“Ahora pues, ve, que yo estaré en tu boca, y te enseñaré lo que has de decir” (Éxodo 4:10–12).
Cuando reconocemos y le damos el lugar que le corresponde al Salvador en nuestra vida y en nuestro servicio, nuestra fe se acrecienta y nuestra autoestima aumenta; además, las personas justas que lo ven llegar a sus vidas creen en Él, se inclinan y lo adoran, “Y el pueblo creyó; y al oír que Jehová había visitado a los hijos de Israel y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron” (Éxodo 4:31).
No hay duda de que el Señor es quien obra; lo que Él desea al involucrarnos en Su obra es darnos oportunidades de desarrollar nuestras propias habilidades para parecernos más a Él, además de demostrarle nuestro amor por Él y por Sus hijos y desarrollar una relación cercana de confianza con el Salvador. Al final, las personas también verán el efecto de nuestra vida en las de ellas como ocurrió con Moisés, “Y nunca más se levantó profeta en Israel como Moisés, a quien Jehová conoció cara a cara” (Deuteronomio 34:10).
Cada vez que aprendo más sobre Cristo, lo conozco más, lo amo más y lo siento más cerca.