“Nuestro propio camino a Emaús”, Liahona, julio de 2023.
Ven, sígueme
Nuestro propio camino a Emaús
Cinco actividades sencillas pueden ayudarnos a saber que el Salvador siempre está cerca.
Mi padre murió de cáncer cuando yo tenía cuatro años. Crecí preguntándome por qué había tenido que morir; cuestionaba a Dios y le preguntaba por qué la vida era tan injusta. Diez años después, cuando tenía catorce años, conocí a los misioneros. Mientras nos enseñaban, mi madre sintió que estaban enseñando la verdad y que debíamos escucharlos. Cuando nos unimos a la Iglesia, el evangelio de Jesucristo y la comprensión del Plan de Salvación llegaron a mi vida en un momento en que verdaderamente lo necesitaba.
Más adelante, cuando me sellé a mis padres en el templo, mi madre me susurró: “Siento la presencia de tu padre”. Al pensar en las bendiciones de estar sellados, supe que el Señor tenía presente a nuestra familia y que había estado con nosotros a menudo, aun cuando no éramos conscientes de ello.
¿Alguna vez se ha preguntado si el Salvador está al tanto de usted? ¿Sabe Él acerca de sus dificultades y preocupaciones? ¿Qué le diría Él a usted si pudiera caminar y hablar con Él?
Caminó con ellos
Tres días después de la muerte de Jesucristo, dos de Sus discípulos caminaban por el camino a la aldea de Emaús, que está a unos 12 kilómetros (7 millas) de Jerusalén. Estaban absortos en sus propios pensamientos y preocupaciones, cuando un forastero se unió a ellos.
El forastero preguntó: “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, estando tristes?”.
Los discípulos hablaron de los acontecimientos recientes “[d]e Jesús nazareno”. Creían que Jesús había venido a redimir a Israel, pero había sido condenado y crucificado injustamente. También dijeron que aquellos que conocían mejor a Cristo decían que Él se había levantado de entre los muertos.
El forastero les dijo que eran “tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho”. Repasó lo que enseñaban las Escrituras y el modo en que Cristo había cumplido las profecías, lo cual llenó de gozo a los discípulos.
Cuando llegaron a Emaús, los discípulos le pidieron al forastero que se “qu[edara] con [ellos]”. Durante la cena, el forastero bendijo el pan y lo partió. De repente, los discípulos se dieron cuenta de que el forastero no era ningún extraño, ¡sino el Salvador mismo! (véase Lucas 24:13–32).
Él permanece con nosotros
Tal vez nos preguntemos por qué los dos discípulos no supieron que el Salvador caminaba con ellos. Sin embargo, ¡con cuánta frecuencia no logramos entender que Él camina con nosotros! A menudo estamos tan centrados en los desafíos e incluso en las alegrías de nuestra vida diaria que no vemos que el Salvador está a nuestro lado.
Tal vez no veamos cómo permanece con nosotros, se esfuerza con nosotros, trabaja con nosotros y llora con nosotros. Incluso en nuestros momentos más tristes, si prestamos atención, podremos sentirlo con nosotros y escuchar Sus palabras: “Quedaos tranquilos, y sabed que yo soy Dios” (Salmo 46:10, cursiva agregada; véase también Doctrina y Convenios 101:16).
Nuestro camino personal
Cada uno de nosotros tiene un destino al que llegar en esta vida. A veces, en nuestro trayecto, podemos afrontar enfermedades o luchar con nuestra propia debilidad. Es posible que tengamos problemas de dinero o las dificultades que provienen del éxito, la riqueza y el orgullo.
Al transitar nuestro camino personal a Emaús, nunca tenemos que andar solos. Podemos pedirle al Salvador que esté con nosotros. Las siguientes son cinco actividades sencillas que nos ayudarán a acercarnos a Él.
1. Orar cada día
La oración debe ser lo primero en nuestra vida diaria. Puede ayudarnos a recibir la compañía y la guía del Padre Celestial. Podemos pedir fortaleza para seguir a Su Hijo y el poder del Espíritu, especialmente en los momentos en que nuestros pensamientos podrían conducirnos al pecado.
El joven José Smith, mientras suplicaba a Dios en oración una respuesta, encontró al adversario tratando de detenerlo (véase José Smith—Historia 1:16). Al igual que José, debemos persistir en la oración y confiar en que el Padre Celestial nunca se cansa de escucharnos. Él nos ayudará a entender Sus tiempos y Sus respuestas.
2. Deleitarse en las Escrituras
El Salvador nos dio el ejemplo al estudiar las Escrituras. Las citaba a menudo mientras enseñaba. El estudio regular de las Escrituras nos ayuda a tener una mente clara y abierta, un corazón receptivo que atesora la palabra de Dios y manos prestas a servir.
Conforme estudiamos las Escrituras, el Santo Espíritu puede llenarnos del deseo de hacer el bien. Agudizará nuestra visión para que veamos lo que los ojos naturales no ven. Nos ayudará a escuchar los clamores de los necesitados. Se nos bendecirá para seguir el ejemplo del Salvador de consolar a los que necesiten de consuelo (véase Mosíah 18:8–9). Entonces, al afrontar las tareas del día, nunca caminaremos solos. El Señor caminará con nosotros un paso a la vez.
3. Seguir a los profetas vivientes
Debemos seguir el consejo de nuestro querido profeta, el presidente Russell M. Nelson, y de los demás profetas, videntes y reveladores. Entonces nos daremos cuenta de que nuestro camino a Emaús será seguro y claro. Ellos nos guiarán con seguridad y nos ayudarán a saber que el Salvador está con nosotros.
4. Invitarlo a quedarse
A medida que aprendemos acerca de Jesucristo y obedecemos Sus mandamientos, invitamos al Salvador a estar con nosotros. Aprendemos a reconocer Su influencia en nuestra vida.
Los dos discípulos del camino a Emaús caminaron con el Salvador, hablaron con Él y sintieron que les ardía el corazón (véase Lucas 24:32). Su súplica a Él: “Quédate con nosotros” (Lucas 24:29) también debe ser nuestra súplica.
Cuando los discípulos reconocieron al Salvador, de repente desapareció de su vista. Los discípulos regresaron de inmediato a Jerusalén y testificaron a los Apóstoles que el Salvador había resucitado. Mientras testificaban, el Señor nuevamente “se puso en medio de ellos” (Lucas 24:36). Nosotros también podemos sentirle cuando Él está en medio de nosotros.
5. Renovar los convenios con regularidad
Las ordenanzas y los convenios del evangelio de Jesucristo pueden cambiar nuestra naturaleza. El presidente Dallin H. Oaks, Primer Consejero de la Primera Presidencia, dijo: “Nuestra adoración y el poner en práctica los principios eternos nos acerca más a Dios y magnifica nuestra capacidad de amar”1. Por ejemplo, el bautismo permite que el Señor nos limpie. Y si somos fieles y obedientes, los convenios y las ordenanzas del templo nos preparan para vivir algún día en la presencia tanto del Padre como del Hijo.
La Santa Cena nos ayuda a recordar y nos permite renovar nuestros convenios, arrepentirnos e intentar de nuevo. Cuando tomamos la Santa Cena, manifestamos nuestra disposición de tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y de volver a comprometernos a recordarle y guardar Sus mandamientos. Entonces se nos promete que Su Espíritu estará siempre con nosotros (véase Doctrina y Convenios 20:77, 79). Siempre debemos recordar las ordenanzas y los convenios que hemos hecho.
El Salvador estará cerca
En nuestro propio camino a Emaús, el Salvador nos invita amorosamente a venir a Él y a regocijarnos en Él. Conforme oremos cada día, nos deleitemos en las Escrituras, sigamos a los profetas vivientes, lo invitemos a Él a quedarse con nosotros, y renovemos y honremos nuestros convenios, Él estará cerca de nosotros. Entonces llegaremos a saber, como los discípulos en el camino a Emaús, que Jesucristo ha resucitado y que en verdad vive y nos ama.
Testifico que Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Él está ansioso por estar con nosotros y guiarnos con seguridad en nuestro camino.