2023
“Voluntad de creer”
Agosto de 2023


Sección Doctrinal

“Voluntad de creer”

Leemos en el Libro de Mormón que Alma tomó a Ammón, a Aarón, a Omner, a Amulek, a Zeezrom y a sus hijos Shiblón y Coriantón, y fueron a predicar el Evangelio a los zoramitas que habían apostatado. A estos zoramitas ya les habían predicado la palabra de Dios con anterioridad, pero se habían apartado de la Iglesia.

¿Por qué se apartaron de la Iglesia estos descendientes de Zoram, el siervo de Labán que se unió fielmente a Lehi en el viaje a la tierra prometida? (cfr. 1 Nefi 4:31–38). Estos zoramitas habían perdido todo interés en los mandamientos de Dios, y ese desinterés les hizo perder también el deseo de esforzarse por obedecerlos. Esa pérdida de interés en los mandamientos y del deseo de cumplirlos hizo que rechazaran el Evangelio verdadero y que desarrollaran una falsa religiosidad (cfr. Alma 31).

Alma y sus compañeros fueron a predicar a estos zoramitas apóstatas, y después de mucho esfuerzo empezaron a tener éxito entre los pobres, como pasa siempre en la obra misionera. Porque los pobres sí tenían el deseo de adorar a Dios. Pero como se les prohibía entrar en las sinagogas, y no tenían adónde ir a adorar a su Dios, estaban preparados para recibir el mensaje de los misioneros (cfr. Alma 32: 1–2).

Y Alma les dijo: “Está bien que os echen de vuestras sinagogas, para que seáis humildes y os sintáis obligados a arrepentiros, porque quien se arrepienta hallará misericordia, y si persevera hasta el fin se salvará”. Y después les enseñó que habrían recibido más bendiciones, si hubieran decidido ser humildes por su propia y libre decisión y voluntad, y no obligados por las circunstancias (cfr. Alma 32: 12–14).

Y para ayudarles en su conversión, Alma les explicó que “La fe es tener esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas” (cfr. Alma 32: 14, 21). ¿Cómo se puede saber que es verdadero algo que no se puede percibir con los sentidos físicos?

Alma comparó la palabra de Dios que les estaban predicando con una semilla. Y les pidió que plantaran la semilla de la palabra en su interior, y que permitieran al Espíritu de Dios que la hiciera crecer hasta que empezara a dar fruto. Y, entonces, el fruto les ayudaría a saber si lo que les estaban enseñando era de Dios o no. Y ese fruto debería ensanchar su alma, iluminar su entendimiento y ser delicioso para ellos. De esa manera sabrían que la semilla era buena o que la palabra era verdadera (cfr. Alma 32:28).

Y Alma les pidió que nutrieran la palabra recibida, para que echara raíz y creciera hasta convertirse en un fruto dulce y puro que llenará sus almas para siempre. Y les advirtió que, si no nutrían la palabra recibida, no echaría raíz, y la planta se secaría. Y eso, no porque la semilla no fuera buena o que la palabra no fuera verdadera, sino porque el terreno de su mente y de su corazón era estéril. Y eso es lo que había ocurrido con los zoramitas apóstatas, y lo que pasa con todos aquellos que desechan la palabra de Dios cuando se les enseña (cfr. Alma 32:28–43).

Alma les dijo que Dios es misericordioso con todos los que creen en Su nombre, porque Dios desea que creamos en Su palabra, y está dispuesto a darnos testimonio de ella por medio de Su Espíritu (cfr. Alma 32:22). Por eso, Alma les pidió lo siguiente: “Si despertáis vuestras facultades hasta poner a prueba mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, hasta llegar a creer de tal modo que deis cabida a una parte de mis palabras (cfr. Alma 32: 27)

Alma les está indicando que dejen que la fe entre en ellos, venciendo la tentación de la incredulidad; es decir, que corrijan el error de pensar que su falta de testimonio es porque la palabra no es verdadera en lugar de darse cuenta de que el problema son ellos y su falta de interés y deseo de creer. Alma les pide, por tanto, que rueguen al Espíritu de Dios que despierte en ellos el deseo de creer; y que permitan que el Espíritu transforme en fe lo que era al principio solo un deseo de creer. El cambio de esta fe en conocimiento les permitirá decir: “yo sé que la palabra es verdadera, porque es una luz que ilumina mi entendimiento, y me ayuda a discernir la verdad del error; y porque el fruto se ha vuelto delicioso para mí”.

Leemos que los zoramitas apóstatas habían perdido el interés en la ley de Dios; y que esa falta de interés les quitaba el deseo de esforzarse por cumplir los mandamientos. Vemos cómo esa actitud de indiferencia hacia el cumplimiento de la ley de Dios los había llevado a corromper su religiosidad; y Alma les dice que la solución estaba en tener el deseo de creer, y en alimentar ese deseo para que se convierta no sólo en “creer”, sino en “saber”.

¿Cómo puedo llegar a tener ese “deseo de creer” que me ayude a vencer la incredulidad y a desarrollar un conocimiento de la verdad que sea el principio de una vida religiosa verdadera, y que esa religiosidad me ponga en el camino de la vida eterna? La respuesta es el AMOR. El amor es el poder que nos ayuda a desear creer algo que necesitamos con toda nuestra alma. El amor genera en nuestro interior la voluntad de creer; de creer en cosas que no se ven, pero que son verdaderas; y son verdaderas porque son necesarias para que nuestra vida tenga sentido. Porque el testimonio es un acto de la voluntad; es desear que lo que percibimos como bueno sea verdadero.

Es, por ejemplo, el amor del padre que tenía un hijo con un espíritu inmundo, y que estaba sufriendo una verdadera tragedia desde que su hijo era un niño. Ese amor por su hijo hizo que lo llevara primero a los discípulos de Jesús; y cuando ellos no pudieron hacer nada, no se desengañó ni se desanimó, sino que fue a Jesús, que le dijo: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: “Creo; ayuda mi incredulidad” (cfr. Marcos 9:14–29). El amor por su hijo le ayudó a tener el deseo de convertir su incredulidad en fe.

Y lo mismo vemos en uno de los principales de la sinagoga llamado Jairo: el amor por su hija que estaba a punto de morir le llevó a postrarse a los pies de Jesús delante de la multitud, sin importarle las consecuencias, y demostró que tenía más fe en Jesús que en todos los ancianos de la sinagoga (cfr. Marcos 5: 21–23).

Y el amor de los esposos y el amor de los padres que les hace tener el deseo de estar juntos para siempre; y ese deseo los lleva a creer en el matrimonio eterno y en las familias eternas.

El amor nos ayudará a llevar a cabo el milagro de convertir el deseo de creer en una verdadera fe en Jesucristo y en Su evangelio. Y que esa fe nos lleve al arrepentimiento. Y que el arrepentimiento nos ponga en la senda de los convenios y a perseverar en ella hasta lograr la vida eterna.