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La Iglesia se expande


Capítulo nueve

La Iglesia se expande

Desde 1901 hasta 1970, cuatro Profetas presidieron la Iglesia en expansión: Joseph F. Smith, Heber J. Grant, George Albert Smith y David O. McKay. Estos Presidentes presenciaron la transición del transporte a caballo y por carreta hasta los viajes en cohetes al espacio exterior. Los santos se vieron ante el reto de dos guerras mundiales y una depresión global. Durante ese período de tiempo se construyeron nueve templos. En 1901, había aproximadamente 300.000 miembros y 50 estacas, y para 1970, la Iglesia contaba con más de 2.800.000 miembros, congregados en 500 estacas en todo el mundo.

El presidente Joseph F. Smith

Joseph F. Smith nació en 1838 durante el apogeo de las persecuciones de Misuri en una pequeña cabaña cerca del sitio del templo en Far West. Al tiempo del nacimiento de Joseph, su padre, Hyrum Smith, se encontraba preso en Richmond, Misuri, y su madre, Mary Fielding Smith, había quedado sola para cuidar a sus hijos.

El joven Joseph se trasladó con su familia de Misuri a Nauvoo, Illinois, donde ocurrió un acontecimiento que recordaría el resto de su vida: el asesinato de su padre y su tío en la cárcel de Carthage. Joseph nunca olvidó la ocasión en que vio a su padre por última vez cuando iba camino a Carthage a caballo: levantó a su hijo, lo besó, y lo volvió a bajar. Tampoco podría olvidar el terror de escuchar a un vecino que por la noche llamó por la ventana para decirle a su madre que Hyrum había sido asesinado. Nunca se borró de su memoria la escena de su padre y su tío yaciendo en sus ataúdes en la Casa Mansión en Nauvoo.

El joven Joseph se hizo hombre casi de un día para otro. Cuando Mary Fielding Smith y su familia se unieron al éxodo de Nauvoo, el pequeño Joseph, de 7 años de edad, conducía uno de los carromatos. Joseph tenía trece años cuando su madre murió, dejándolo huérfano, y antes de cumplir los dieciséis, partió en una misión a las Islas Sandwich (que después se conocerían como las islas hawaianas). A los tres meses de llegar a Honolulú, hablaba con fluidez el idioma nativo, un don espiritual que le habían conferido los élderes Parley P. Pratt y Orson Hyde, de los Doce, quienes lo apartaron. Cuando cumplió los veintiún años, partió en otra misión, ésta vez por tres años, a las Islas Británicas.

Joseph contaba tan sólo con veintiocho años de edad cuando el presidente Brigham Young sintió la impresión de que debía ordenarlo Apóstol. En años subsiguientes, fue Consejero de cuatros Presidentes de la Iglesia. Al morir Lorenzo Snow en octubre de 1901, Joseph F. Smith llegó a ser el sexto Presidente de la Iglesia. Se destacaba por su destreza para exponer y defender las verdades del Evangelio. Sus sermones y escritos se compilaron en un tomo intitulado Doctrina del Evangelio, que ha llegado a ser uno de los textos doctrinales importantes de la Iglesia.

En las primeras décadas del siglo veinte, la Iglesia avanzó en varias formas importantes. Con el continuo énfasis en los diezmos y con el cumplimiento de los santos, la Iglesia pudo pagar todas sus deudas. A ello le siguió un período de prosperidad, que le permitió a la Iglesia construir templos, centros de reuniones y centros de visitantes y comprar lugares históricos de la Iglesia. La Iglesia también construyó el Edificio de Administración en Salt Lake City que hasta la fecha se usa para las oficinas centrales.

El presidente Smith reconoció la necesidad de tener templos en todo el mundo. En una conferencia efectuada en 1906, en Berna, Suiza, extendió la mano y declaró: “Llegará el día en el que esta tierra estará llena de templos a los que podrán ir y redimir a sus muertos”.1 Casi medio siglo después, se dedicó el primer templo de los últimos días en Europa, el Templo de Suiza, en un suburbio de la ciudad donde el presidente Smith hizo su profecía. En 1913, el presidente Smith dedicó el terreno para la construcción de un templo en Cardston, Alberta, Canadá, y en 1915 para un templo en Hawai.

A principios de la década de 1900, los líderes de la Iglesia exhortaron a los santos a permanecer en sus países de origen, en lugar de congregarse en Utah. En 1911, Joseph F. Smith y sus Consejeros de la Primera Presidencia emitieron esta declaración: “Deseamos que nuestra gente permanezca en sus países de origen y formen congregaciones de carácter permanente para ayudar en la obra de proselitismo”.2

Seis semanas antes de que el presidente Smith falleciera, recibió una importante revelación acerca de la redención de los muertos. Vio en visión el ministerio del Salvador en el mundo de los espíritus y aprendió que los santos fieles tienen la oportunidad de continuar enseñando el Evangelio en el mundo de los espíritus. Esta revelación se agregó a La Perla de Gran Precio en 1976, y en 1979 se transfirió a Doctrina y Convenios, como la sección 138.

El presidente Heber J. Grant

Poco antes de morir en noviembre de 1918, el presidente Joseph F. Smith tomó de la mano al Presidente de los Doce , Heber J. Grant, y le dijo: “Que el Señor te bendiga, hijo mío, que el Señor te bendiga. Tienes una gran responsabilidad. Recuerda siempre que ésta es la obra del Señor y no la del hombre. El Señor es más grande que cualquier hombre. Él sabe quién desea que dirija su Iglesia y nunca se equivoca”.3 Heber J. Grant llegó a ser el séptimo Presidente de la Iglesia a los sesenta y dos años de edad, habiendo sido Apóstol desde 1882.

Desde su juventud y durante toda su vida, Heber demostró una determinación poco común para lograr sus metas. Como hijo único criado por una madre viuda, estuvo un tanto aislado de las actividades de otros niños de su edad. Cuando quiso formar parte del equipo de béisbol, se burlaron de él por su torpeza y falta de destreza y no lo aceptaron como miembro del equipo. En lugar de desanimarse, pasó muchas horas de práctica constante tirando la pelota, y con el tiempo formó parte de otro equipo que ganó varios campeonatos locales.

De niño, deseaba llegar a ser tenedor de libros cuando se enteró de que esa profesión pagaba más que el trabajo de lustrar zapatos. En aquellos días, se necesitaba tener muy buena caligrafía para ser tenedor de libros; él escribía tan mal que dos de sus amigos le dijeron que su letra parecían pisadas de gallina. De nuevo no se desanimó, sino que dedicó muchas horas a la práctica de la caligrafía. Se llegó a destacar por la hermosa letra que tenía; con el tiempo llegó a enseñar caligrafía en la universidad y a menudo le pedían que escribiera documentos importantes. Fue un gran ejemplo para muchas personas que vieron su determinación de hacer lo mejor para servir al Señor y a sus semejantes.

El presidente Grant fue un hombre de negocios sabio y próspero, cuyos talentos le ayudaron a dirigir la Iglesia a través de una depresión económica mundial, así como de los problemas personales que resultaron debido a ella. Creía firmemente en ser autosuficiente y en depender del Señor y de su propio trabajo arduo, y no en el gobierno. Bendijo a muchas personas necesitadas con el dinero que él ganaba.

En la década de 1930, los santos, al igual que muchas otras personas en el mundo, sufrían por causa del desempleo y la pobreza ocasionados por la Gran Depresión. En 1936, como resultado de una revelación del Señor, el presidente Grant estableció el programa de Bienestar de la Iglesia para asistir a los necesitados y ayudar a que todos los miembros fuesen autosuficientes. La Primera Presidencia dijo en cuanto a este programa: “Nuestro objetivo primordial era establecer, hasta donde fuera posible, un sistema bajo el cual se eliminara la maldición de la ociosidad, se abolieran los males de la limosna, y se establecieran de nuevo entre nuestra gente la independencia, el trabajo, la frugalidad y el autorrespeto. La mira de la Iglesia es ayudar a las personas a ayudarse a sí mismas. El trabajo debe considerarse como el principio gobernante en la vida de los miembros de la Iglesia”.4

El presidente J. Reuben Clark, hijo, quien fue Consejero de la Primera Presidencia durante 28 años, recalcó lo siguiente: “El verdadero objetivo del plan de bienestar, a largo plazo, es edificar el carácter de los miembros de la Iglesia, tanto de los que dan como de los que reciben, rescatar lo más noble de su interior y hacer que florezca y dé fruto la riqueza latente de su espíritu”.5

En 1936 se estableció un Comité General de Bienestar para supervisar los esfuerzos de bienestar en la Iglesia. Harold B. Lee, Presidente de la Estaca Pioneer, fue nombrado director administrativo del comité. Posteriormente, se establecieron las tiendas Deseret Industries para ayudar a los desempleados y a los discapacitados, y se establecieron granjas y proyectos de producción para ayudar a los necesitados. El programa de bienestar continúa bendiciendo a miles de personas en la actualidad, tanto a miembros necesitados como a otras personas que se encuentran en circunstancias indigentes en todo el mundo.6

Mientras la obra misional continuaba a un paso acrecentado, el presidente Grant jugó un papel clave en una conversión sumamente inusual. Vincenzo di Francesca, un ministro religioso italiano, caminaba por una calle de la ciudad de Nueva York hacia su iglesia cuando vio un libro sin cubierta en un barril lleno de ceniza. Levantó el libro, dio vuelta a las páginas, y vio por primera vez nombres como Nefi, Mosíah, Alma y Moroni. Sintió la impresión de que debía leer el libro aunque no conocía su título ni su origen, y que debía orar en cuanto a su veracidad. Al hacerlo, dijo que “un sentimiento de alegría, como de encontrar algo precioso y extraordinario, le dio consuelo a mi alma y me dejó con un gozo que el lenguaje humano no puede describir”. Comenzó a enseñar los principios contenidos en el libro a los miembros de su iglesia. Los líderes de la misma lo disciplinaron por hacerlo e incluso le dijeron que debía quemar el libro, pero se negó a hacerlo.

Posteriormente regresó a Italia en donde, en 1930, supo que el libro había sido publicado por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Escribió una carta a la sede de la Iglesia en Utah, la cual le fue entregada al presidente Grant. Él le envió un ejemplar del Libro de Mormón en italiano y le refirió su nombre al presidente de la Misión Europea. Las dificultades de esa época de guerra impidieron que Vincenzo pudiera bautizarse por muchos años, pero por fin llegó a ser miembro de la Iglesia el 18 de enero de 1951, la primera persona bautizada de la isla de Sicilia. Cinco años después fue investido en el Templo de Suiza.7

El 6 de mayo de 1922, el presidente Grant dedicó la primera estación de radio de la Iglesia. Dos años después, la estación comenzó a transmitir las sesiones de la conferencia general, lo cual facilitaba que muchos miembros más escucharan los mensajes de las Autoridades Generales. Poco después, en julio de 1929, el Coro del Tabernáculo transmitió el primer programa de Music and the Spoken Word [Música y Palabras de Inspiración], transmisión semanal de música inspirada y un mensaje. Este programa ha continuado transmitiéndose semana tras semana hasta el día de hoy.

El presidente Grant murió el 14 de mayo de 1945. Los 27 años de servicio que él prestó como Presidente de la Iglesia, los excedieron solamente los años de servicio de Brigham Young.

Presidente George Albert Smith

George Albert Smith sucedió a Heber J. Grant como Presidente de la Iglesia. El presidente Smith, cuya vida fue un ejemplo del gozo que se encuentra al vivir el Evangelio, testificó: “Toda felicidad y todo gozo que ha sido digno de ese nombre, ha sido el de guardar los mandamientos de Dios y seguir Su consejo y exhortación”.8

El obedecer los mandamientos de Dios y seguir el consejo de los líderes de la Iglesia ha sido el modelo de rectitud en la familia del presidente Smith a través de muchas generaciones. Recibió el nombre de su abuelo paterno, George A. Smith, quien era primo del profeta José y Consejero del presidente Brigham Young. El padre de George Albert, John Henry Smith, fue miembro de la Primera Presidencia bajo Joseph F. Smith. A los 33 años de edad, George Albert Smith fue llamado al Quórum de los Doce. Desde 1903 hasta 1910, John Henry y George Albert sirvieron juntos en el Quórum de los Doce, la única ocasión en esta dispensación en que un padre y su hijo hayan servido juntos en ese quórum.

Los cuarenta y dos años que George Albert Smith sirvió en el Quórum de los Doce estuvieron repletos de servicio noble, a pesar de períodos de mala salud. El sol le dañó los ojos al deslindar terrenos para el ferrocarril en el sur de Utah, y la cirugía no pudo corregirle la ceguera casi total que padecía. Las presiones y las exigencias de tiempo debilitaron su frágil cuerpo, y en 1909 se desplomó a causa de la fatiga. La orden que el doctor le había dado de reposo absoluto mermó su autoconfianza, creó sentimientos de inutilidad y agravó la tensión.

Durante esa época tan difícil, George tuvo un sueño en el que vio un hermoso bosque cerca de un gran lago. Después de caminar cierta distancia por el bosque, reconoció a su amado abuelo, George A. Smith, quien caminaba hacia él. George se apresuró para encontrarse con él, pero al acercarse el abuelo, éste se detuvo y dijo: “Me gustaría saber qué has hecho con mi nombre”. Por la mente de George Albert Smith pasó un panorama de su vida, y con humildad respondió: “Nunca he hecho con tu nombre cosa alguna de la cual tengas que avergonzarte” (“La buena reputación”, Liahona, febrero de 1976, pág. 31). Ese sueño renovó el espíritu y la fuerza física de George y al poco tiempo pudo regresar a trabajar. Más tarde, a menudo describía la experiencia como un momento crucial en su vida.9

Durante la administración del presidente George Albert Smith, que duró desde 1945 hasta 1951, el número de miembros de la Iglesia alcanzó un millón; se dedicó el Templo de Idaho Falls, Idaho; y se volvió a dar impulso a la obra misional después de la Segunda Guerra Mundial.

Asimismo, se organizaron los esfuerzos por aliviar la necesidad de los santos europeos que estaban en condiciones indigentes como resultado de la guerra. Se instó a los miembros de la Iglesia de los Estados Unidos a donar ropa y otras comodidades. El presidente Smith se reunió con Harry S. Truman, Presidente de los Estados Unidos, para recibir la aprobación necesaria para enviar a Europa los alimentos, la ropa de vestir y de cama que se había reunido. El presidente Smith describió la reunión de la siguiente manera:

El presidente Truman dijo: “¿Para qué quieren enviarlo allá? El dinero de ellos no vale nada”.

“Yo le dije: ‘No queremos su dinero’. Él me miró y preguntó: ‘¿Quiere decir que se lo van a donar?’

“Le respondí: ‘Claro, se los daríamos. Son nuestros hermanos y hermanas y están necesitados. Dios nos ha bendecido con un excedente, y nos daría mucho gusto enviarlo si podemos contar con la cooperación del gobierno’.

“Él contestó: ‘Ustedes van por el camino correcto’, y agregó: ‘y nos dará mucho gusto ayudarles en cualquier forma posible’”.10

Mientras se clasificaban y empacaban los donativos en Utah para enviarlos allende el mar, el presidente Smith llegó para observar los preparativos. Se le saltaron las lágrimas al ver la gran cantidad de mercancía con la que con tanta generosidad se había contribuido. Después de unos minutos se quitó su nuevo sobretodo y dijo: “‘Por favor, envíen esto también’”. Aunque varias personas que estaban a su alrededor le dijeron que necesitaría el sobretodo en aquel frío día invernal, él insistió en que se enviara.11

El élder Ezra Taft Benson, del Quórum de los Doce, recibió la asignación de volver a abrir las misiones de Europa, de supervisar la distribución de las provisiones y velar por las necesidades espirituales de los santos. Una de las primeras visitas del élder Benson fue a una conferencia de santos en Karlsruhe, ciudad alemana sobre el río Rin. De esa experiencia, el élder Benson relató:

“Por fin encontramos el camino al lugar de reunión, un edificio parcialmente dañado por la guerra, que estaba en el interior de una manzana. Los santos habían estado en sesión unas dos horas, esperándonos, con la esperanza de que llegáramos porque les habían dicho que tal vez habría una conferencia. Entonces, por primera vez en mi vida, vi a casi toda la congregación con lágrimas en los ojos cuando subimos a la plataforma, y se dieron cuenta de que al fin, después de seis o siete largos años, los representantes de Sión, como ellos nos llamaban, finalmente habían regresado… Al mirar sus caras pálidas y delgadas, muchos de los santos vestidos con harapos, algunos de ellos descalzos, pude ver en sus ojos la luz de la fe al dar testimonio de la divinidad de esta gran obra de los últimos días y expresaron su gratitud por las bendiciones del Señor”.12

Entre sus muchas responsabilidades, el élder Benson supervisó la distribución por toda Europa de 127 vagones de ferrocarril llenos de alimentos, ropa de vestir y de cama, y medicamentos. Años después, cuando el presidente Thomas S. Monson dedicaba un nuevo centro de reuniones en Zwickau, Alemania, un hermano de edad avanzada se le acercó con lágrimas en los ojos y envió sus saludos al presidente Ezra Taft Benson. Dijo: “Hágale saber que me salvó la vida y la de muchos de mis hermanos y hermanas de mi tierra natal, por la comida y la ropa que nos trajo de parte de los miembros de la Iglesia que residen en los Estados Unidos”.13

Los santos holandeses tuvieron la oportunidad de dar un servicio verdaderamente cristiano a los santos hambrientos de Alemania. Los miembros holandeses habían sufrido mucho durante la guerra y después habían recibido ayuda de bienestar de los miembros de la Iglesia en los Estados Unidos. En la primavera de 1947, se les pidió que comenzaran sus propios proyectos de bienestar, lo cual hicieron con gran entusiasmo. Principalmente sembraron papas (patatas) y esperaban tener una gran cosecha.

Durante esa misma época, el presidente Walter Stover, de la Misión de Alemania Oriental llegó a Holanda y, con lágrimas en los ojos, habló del hambre y la desolación de los miembros de la Iglesia en Alemania. El presidente Cornelius Zappey, Presidente de la Misión Holandesa, preguntó a sus miembros si darían su cosecha de papas (patatas) a los alemanes, quienes habían sido sus enemigos durante la guerra. Los miembros accedieron y comenzaron a ver madurar las plantas con renovado interés. La cosecha fue mucho más grande de lo que se esperaba, y los santos holandeses pudieron enviar setenta y cinco toneladas de papas a sus hermanos y hermanas de Alemania. Un año después, les enviaron noventa toneladas de papas y nueve toneladas de arenque.14

El derramamiento de amor cristiano que mostraron estos santos era típico del presidente George Albert Smith, quien irradiaba el amor de Cristo a un grado extraordinario. Él dijo: “Puedo decirles, hermanos y hermanas, que las personas más felices de este mundo son las que aman a sus semejantes como a sí mismas y que, por medio de su comportamiento en la vida, manifiestan su agradecimiento por las bendiciones de Dios”.15

El presidente David O. McKay

David O. McKay fue Consejero del presidente George Albert Smith en la Primera Presidencia. En la primavera de 1951, cuando parecía que la salud del presidente Smith había mejorado un poco, el presidente McKay y su esposa Emma Rae decidieron salir de la ciudad de Salt Lake hacia California para tomar las vacaciones que habían tenido que posponer. Se detuvieron en St. George, Utah, a pasar la noche. Al despertar a la mañana siguiente, el presidente McKay tuvo la clara impresión de que debía regresar a la sede de la Iglesia. Unos pocos días después de su regreso, el presidente Smith padeció una embolia que al final le produjo la muerte el 4 de abril de 1951. Fue entonces que David O. McKay se convirtió en el noveno Presidente de la Iglesia.

Al presidente McKay se le había preparado muy bien para dirigir a la Iglesia. Siendo un niño de ocho años de edad, asumió las responsabilidades del hombre de la casa cuando su padre fue llamado a una misión a las Islas Británicas. Dos de sus hermanas mayores habían fallecido recientemente, su madre esperaba otro bebé, y su padre pensaba que las responsabilidades de la granja eran demasiado pesadas para dejárselas a la mamá de David. Bajo esas circunstancias, el hermano McKay le dijo a su esposa: “Claro que es imposible que vaya”. La hermana McKay lo miró y le dijo: “Claro que debes aceptar; no debes preocuparte por mí. David O. y yo nos encargaremos muy bien de la granja”.16 La fe y la dedicación de sus padres inculcaron en el pequeño David el deseo de servir al Señor toda la vida. Fue llamado al Consejo de los Doce en 1906 a los 32 años de edad, y sirvió en ese Consejo y en la Primera Presidencia (siendo Consejero de los Presidentes Heber J. Grant y George Albert Smith) durante 45 años antes de llegar a ser Presidente de la Iglesia.

El presidente McKay inició un extenso itinerario de viaje que lo llevó a visitar a los miembros de una Iglesia que ahora era mundial. Visitó a los santos de Gran Bretaña y de Europa, de África del Sur, de Latinoamérica, del Pacífico Sur y otros lugares. Durante su estancia en Europa, hizo los preparativos preliminares para la construcción de templos en Londres y Suiza. Antes de finalizar su presidencia, había visitado casi todo el mundo, bendiciendo e inspirando a los miembros de la Iglesia.

El presidente McKay dio renovado énfasis a la obra misional, instando a todo miembro a aceptar el compromiso de llevar por lo menos a un nuevo miembro a la Iglesia cada año. Llegó a ser bien conocido por su repetida admonición: “Todo miembro un misionero”.

En 1952, en un esfuerzo por incrementar la eficacia de los misioneros regulares, se envió el primer plan oficial de proselitismo a los misioneros en todo el mundo. Se intitulaba Programa sistemático para la enseñanza del Evangelio. Incluía siete charlas misionales que recalcaban la enseñanza mediante el Espíritu, y enseñaban claramente la naturaleza de la Trinidad, el plan de salvación, la apostasía y la Restauración, y la importancia del Libro de Mormón. El número de conversos a la Iglesia aumentó considerablemente por todo el mundo. En 1961, los líderes de la Iglesia convocaron el primer seminario para todos los presidentes de misión, a quienes se les enseñó a motivar a las familias para hermanar a sus amigos y vecinos y, después, que esas personas recibieran las enseñanzas de los misioneros en sus hogares. En 1961 se estableció un programa de capacitación de idiomas para misioneros recién llamados y posteriormente se construyó un centro de capacitación misional.

Durante la administración del presidente McKay, los miembros de la Iglesia que servían en las fuerzas armadas sembraron las semillas del Evangelio en Asia. Un joven soldado raso de American Fork, Utah, que servía en Corea del Sur, se dio cuenta de que cuando los soldados americanos se encontraban con civiles coreanos, los coreanos tenían que salirse de la senda y permitir que pasaran los soldados. El joven miembro de la Iglesia, en contraste con sus compañeros, se hacía a un lado para permitir que los coreanos usaran los senderos. También se esforzó por aprender sus nombres y les saludaba alegremente al pasar. Un día entró al comedor con cinco de sus amigos; la fila para que les sirvieran los alimentos era muy larga, así que esperó en una mesa por un rato. De pronto llegó un empleado coreano con una charola de comida. Señalando el único galón que llevaba en el uniforme, el soldado le dijo: “No puede servirme a mí; soy tan sólo un soldado raso”. El coreano le respondió: “Yo servirle. Usted ser cristiano número uno”.17

Para 1967, los misioneros y los soldados habían sido tan eficaces en enseñar el Evangelio en Corea que el Libro de Mormón se tradujo al coreano y al poco tiempo hubo barrios y estacas en ese país.

Los misioneros también tuvieron gran éxito en Japón. Después de la Segunda Guerra Mundial, los miembros de la Iglesia de Japón no tuvieron contacto frecuente con los representantes de la Iglesia durante varios años, pero los soldados Santos de los Últimos Días apostados en Japón después de la guerra ayudaron a la Iglesia a fortalecerse. En 1945, Tatsui Sato admiraba a los soldados Santos de los Últimos Días que no tomaban té, y les hizo preguntas que llevaron a su bautismo y al de varios miembros de su familia al año siguiente. Elliot Richards bautizó a Tatsui, y Boyd K. Packer, un soldado que posteriormente llegaría a ser miembro del Quórum de los Doce, bautizó a la hermana Sato. El hogar de la familia Sato fue el lugar donde muchos japoneses escucharon por primera vez el mensaje del Evangelio restaurado. Al poco tiempo, los misioneros Santos de los Últimos Días que habían peleado contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial comenzaban la predicación en las ciudades japonesas.

Aunque la presencia de la Iglesia en las Filipinas también se remonta a los esfuerzos misionales de los soldados norteamericanos y otros después de la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento más grande comenzó allí en 1961. Una joven filipina que no era miembro de la Iglesia escuchó acerca del Libro de Mormón y conoció a varios Santos de los Últimos Días. Como resultado, sintió que debía acudir a los oficiales gubernamentales, a quienes conocía, para pedir que se concediera el permiso necesario para que los misioneros Santos de los Últimos Días fueran a predicar a las Filipinas. La aprobación se otorgó y unos meses después, el élder Gordon B. Hinckley, del Quórum de los Doce, volvió a dedicar el país para la obra misional.

Como resultado del fenomenal crecimiento de la Iglesia durante la década de 1950, el presidente McKay anunció el programa de correlación del sacerdocio. Se le asignó a un comité, presidido por el élder Harold B. Lee, del Quórum de los Doce, para que con oración realizara un estudio a fondo de todos los programas de la Iglesia para ver hasta qué punto lograban los objetivos más importantes de la Iglesia. En 1961, con la aprobación de la Primera Presidencia, el élder Lee anunció que se desarrollarían normas para gobernar el planeamiento, la elaboración e implantación de todos los materiales de enseñanza de la Iglesia. Muchos de estos materiales habían sido previamente elaborados por las organizaciones auxiliares de la Iglesia, pero esta nueva dirección evitaría la duplicación innecesaria de programas y materiales de curso para que el Evangelio pudiera enseñarse con más eficacia a los miembros de todas las edades y de todos los idiomas en una Iglesia mundial.

La Iglesia hizo también otros cambios a fin de correlacionar más eficazmente todos los programas y las actividades, entre ellos los programas de bienestar, misional e historia familiar, para llevar a cabo la misión de la Iglesia de una manera mejor. La orientación familiar, que había sido parte de la Iglesia desde los tiempos de José Smith, se recalcó en la década de 1960 como un medio para atender las necesidades espirituales y temporales de todos los miembros de la Iglesia. Se establecieron bibliotecas en los centros de reuniones para realzar la enseñanza y también se implementó un programa de desarrollo del maestro. En 1971, la Iglesia comenzó a publicar tres revistas en el idioma inglés bajo la supervisión de las Autoridades Generales: Friend, para los niños, New Era, para los jóvenes y Ensign, para los adultos. Casi al mismo tiempo, la Iglesia unificó las revistas que hasta entonces se habían publicado independientemente en otros idiomas en las diversas misiones del mundo. Ahora se traduce una sola revista en muchos idiomas, y se envía a los miembros de la Iglesia de todo el mundo.

El presidente David O. McKay había recalcado durante mucho tiempo la importancia del hogar y de la vida familiar como la fuente de la felicidad y la mejor defensa contra las pruebas y tentaciones de la vida moderna. A menudo hablaba del amor que sentía por su familia y del apoyo infalible que recibía de su esposa Emma Rae. Durante la administración del presidente McKay se recalcó con renovado vigor la práctica de llevar a cabo la noche de hogar para la familia semanalmente, y así proveer el medio para que los padres se acercaran más a sus hijos y les enseñaran los principios del Evangelio.

La Sociedad de Socorro apoyó al profeta al recalcar la importancia de fortalecer los hogares y las familias. Desde sus inicios en Nauvoo, la Sociedad de Socorro ha crecido hasta contar con cientos de miles de mujeres de todo el mundo que reciben bendiciones personales y familiares mediante la enseñanza y las asociaciones que reciben por medio de ella. Desde 1945 hasta 1974, la Presidenta General de la Sociedad de Socorro fue la hermana Belle S. Spafford, una líder capaz que también recibió reconocimiento nacional cuando prestó servicio como Presidenta del Consejo Nacional de Mujeres de los Estados Unidos desde 1968 hasta 1970.

El presidente McKay murió en enero de 1970 a la edad de noventa y seis años. Había presidido la Iglesia durante casi veinte años, tiempo durante el cual el número de miembros había aumentado casi el triple y se realizaron grandes esfuerzos para llevar el Evangelio a todo el mundo.

Notas

  1. Citado por Serge F. Ballif en Conference Report, octubre de 1920, pág. 90.

  2. Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, comp. por James R. Clark, 6 tomos, 1965–1975, 4:222.

  3. “Editorial”, Improvement Era, noviembre de 1936, pág. 692.

  4. First Presidency, en Conference Report, octubre de 1936, pág. 3.

  5. J. Reuben Clark, hijo, reunión especial con presidentes de estaca, 2 de octubre de 1936.

  6. Para mayor información, véase de Glen L. Rudd, Pure Religion: The Story of Church Welfare Since 1930, 1995.

  7. Vincenzo di Francesca, “I Will Not Burn the Book!”, Ensign, enero de 1988, pág. 18.

  8. George Albert Smith, en Conference Report, abril de 1948, pág. 162.

  9. George Albert Smith, Sharing the Gospel with Others, selecciones de Preston Nibley, 1948, págs. 110–112.

  10. George Albert Smith, en Conference Report, octubre de 1947, págs. 5–6; véase también “La paz mundial”, Liahona, julio de 1990, pág. 87.

  11. Véase de Glen L. Rudd, Pure Religion, pág. 248; véase también del presidente Thomas S. Monson, “El guarda de mi hermano”, Liahona, enero de 1995, págs. 51–52.

  12. Ezra Taft Benson, en Conference Report, abril de 1947, pág. 154.

  13. Citado por Gerry Avant en “War Divides, but the Gospel Unites”, Church News, 19 de agosto de 1995, pág. 5.

  14. Para mayor información véase de Glen L. Rudd, Pure Religion, págs. 254–261.

  15. George Albert Smith, en Conference Report, abril de 1949, pág. 10.

  16. Citado por Llewelyn R. McKay en Home Memories of President David O. McKay, 1956, págs. 5–6.

  17. George Durrant, “Nº 1 Christian”, Improvement Era, noviembre de 1968, págs. 82–84.