Introducción
El mensaje central de este libro es aquel que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ha proclamado desde sus comienzos. José Smith, el primer profeta de esta dispensación, enseñó:
“Los principios fundamentales de nuestra religión son el testimonio de los apóstoles y profetas concernientes a Jesucristo: que murió, fue sepultado, se levantó al tercer día y ascendió a los cielos; y todas las otras cosas que pertenecen a nuestra religión son únicamente dependencias de esto”.1
Cada profeta que le ha sucedido a José Smith ha agregado su testimonio personal de la misión divina del Salvador. La Primera Presidencia declaró:
“En calidad de nuestro llamamiento y ordenación para testificar de Jesucristo a todo el mundo, testificamos que Él resucitó aquella mañana de Pascua hace casi dos mil años, y que Él vive hoy. Tiene un cuerpo glorificado e inmortal de carne y huesos. Él es el Salvador, la Luz y la Vida del mundo”.2
Millones de miembros fieles de la Iglesia también han adquirido su propio testimonio de la divinidad de Jesucristo, y ese conocimiento les ha motivado a hacer los sacrificios necesarios para edificar La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, o sea, el Reino de Dios sobre la tierra. La historia del establecimiento de la Iglesia está repleta de fe, consagración y gozo; es la historia de profetas vivientes que enseñaron al mundo moderno las verdades de Dios. Es la historia de hombres y mujeres, de toda condición en la vida, que buscaron la plenitud del Evangelio de Jesucristo y que, al encontrarla, estuvieron dispuestos a pagar el precio para convertirse en discípulos del Salvador. Esos fieles santos se mantuvieron firmes a pesar de los sufrimientos y las dificultades, y aun en los momentos de mayor tribulación, testificaron de la bondad de Dios y del gozo de sentir Su amor. Ellos nos han dejado un legado de fe, valor, obediencia y sacrificio.
Hoy en día nuestro legado de fe continúa, y los Santos de los Últimos Días de todo el mundo son pioneros contemporáneos en su propia tierra, donde viven con fe y valor en una época llena de nuevos retos y oportunidades. Aún están por escribirse muchas páginas de historia, puesto que cada uno de nosotros tiene la oportunidad de dejar un legado a las generaciones futuras, que les ayudará a comprender el gozo de vivir y dar a conocer el Evangelio de Jesucristo.
Conforme aprendamos más acerca de la fe de los que nos han precedido, comprenderemos mejor a aquellos con quienes hemos unido nuestras manos para dar testimonio del Salvador y ayudar a establecer Su reino. Podemos tomar la determinación de vivir con mayor rectitud como fieles discípulos del Señor Jesucristo.