Capítulo diez
La Iglesia mundial
El presidente Joseph Fielding Smith
Al morir el presidente David O. McKay, llegó a ser Presidente de la Iglesia Joseph Fielding Smith, de casi 93 años de edad; era hijo del presidente anterior, Joseph F. Smith.
Cuando era niño, Joseph Fielding Smith quiso conocer la voluntad del Señor, cosa que lo impulsó a leer el Libro de Mormón dos veces antes de cumplir los diez años de edad y a llevar consigo las Escrituras a dondequiera que fuera. Cuando no se aparecía para practicar con el equipo de béisbol, generalmente lo encontraban en el henal leyendo las Escrituras. Más tarde él dijo: “Desde mis primeros recuerdos, desde la primera vez que pude leer, he recibido mayor placer y satisfacción del estudio de las Escrituras, y al leer del Señor Jesucristo, del profeta José Smith y de la obra que se ha logrado para la salvación de los hombres, que de cualquier otra cosa en el mundo”.1
Desde su infancia, ese estudio estableció la base de un conocimiento extenso de las Escrituras y de la historia de la Iglesia, el cual usó extensamente en sus sermones y en más de dos docenas de libros e innumerables artículos importantes sobre temas doctrinales.
Durante su administración, se organizaron las primeras estacas de Asia (Tokio, Japón) y de África (Johannesburgo, África del Sur). Con el crecimiento en el número de miembros de la Iglesia, el presidente Smith y sus consejeros comenzaron la práctica de llevar a cabo conferencias de área en todo el mundo para capacitar a los líderes locales y permitir que los miembros conocieran a las Autoridades Generales. La primera de dichas conferencias se efectuó en Manchester, Inglaterra. Con el fin de servir mejor a la gente de todo el mundo, se llamaron misioneros de salud para enseñar los principios básicos de salud y sanidad. En poco tiempo había más de doscientos misioneros de salud sirviendo en muchos países.
Desde 1912, la Iglesia ha auspiciado clases de seminario en edificios adyacentes a las escuelas secundarias en los Estados Unidos. En la década de 1920, se inició el programa de institutos de religión en los colegios y universidades a las que asistía un gran número de Santos de los Últimos Días. A principios de la década de 1950, se iniciaron las clases matutinas de seminario en la región de Los Ángeles, California y, en poco tiempo, empezaron a asistir más de 1.800 alumnos. Los observadores que no eran miembros se sorprendían al ver que jóvenes Santos de los Últimos Días de entre 15 y 18 años de edad se levantaran a las 5:30 de la mañana, cinco días a la semana, para asistir a clases de estudio religioso. A principios de la década de 1970, se introdujo el programa de estudio individual supervisado para que los estudiantes Santos de los Últimos Días de todo el mundo recibieran instrucción religiosa. Durante la administración del presidente Smith, la inscripción en los programas de seminario e instituto aumentó considerablemente.
En el último discurso público que dio el presidente Smith, en la conferencia general de abril de 1972, dijo: “…no hay ninguna cura para las enfermedades del mundo, excepto el Evangelio del Señor Jesucristo. Nuestra esperanza para lograr la paz, la prosperidad temporal y espiritual, y para recibir la herencia final en el reino de Dios, se encuentra únicamente por medio del Evangelio restaurado. Ninguna otra obra en la que estemos embarcados es tan importante como la predicación del Evangelio y la edificación de la Iglesia y Reino de Dios sobre la tierra”.2
Después de servir como Presidente de la Iglesia durante dos años y medio, Joseph Fielding Smith falleció tranquilamente en el hogar de su hija. Había llegado a los noventa y cinco años de edad y le había servido valientemente al Señor toda la vida.
Harold B. Lee
Un día después de la muerte del presidente Joseph Fielding Smith, la familia del presidente Harold B. Lee, miembro de más antigüedad del Quórum de los Doce, se reunió para efectuar una noche de hogar. Un miembro de la familia preguntó qué era lo que podían hacer que fuera de mayor ayuda para el presidente Lee. “Sean fieles a la fe; simplemente vivan el Evangelio como se los he enseñado”, respondió. Ese mensaje se aplica a todos los miembros de la Iglesia. En su primera conferencia de prensa como Presidente de la Iglesia, Harold B. Lee declaró: “Guarden los mandamientos de Dios; en ellos yace la salvación de los individuos y las naciones en estos tiempos tan difíciles”.3
Cuando Harold B. Lee llegó a ser Presidente de la Iglesia, el 7 de julio de 1972, tenía 73 años de edad, el Apóstol más joven que asumía la presidencia desde Heber J. Grant. Desde 1935 había desempeñado un papel muy importante en la administración de la Iglesia, cuando había sido llamado a dirigir el programa de Bienestar de la Iglesia (véanse las páginas 117-118). También desempeñó un papel importante en la revisión de los programas y materiales didácticos de la Iglesia, lo cual dio como resultado la simplificación y correlación de los programas de la Iglesia. Era un hombre de profunda espiritualidad que respondía sin dilación a las impresiones que recibía de los cielos.
El presidente Lee y sus consejeros presidieron la segunda conferencia de área, que se llevó a cabo en la Ciudad de México. Los miembros de la Iglesia que se congregaron en esa conferencia fueron los primeros en sostener a la nueva Primera Presidencia. El presidente Lee explicó que las reuniones se llevaban a cabo en la Ciudad de México para “reconocer y alabar las maravillosas labores de muchos que… han tenido parte en lograr el gran crecimiento de la Iglesia”.
Cuando los santos de México y Centroamérica se enteraron que en la Ciudad de México se celebraría una conferencia de área, muchos comenzaron a hacer planes para asistir. Una hermana fue de puerta en puerta pidiendo ropa para lavar. Durante cinco meses ahorró los pesos que ganaba lavando la ropa de sus vecinos y pudo viajar a la conferencia y asistir a todas las sesiones. Muchos santos ayunaron con buena voluntad todos los días de la conferencia porque no tenían el dinero suficiente para comprar comida después de trabajar y ahorrar para asistir a las reuniones. A los que se sacrificaron se les recompensó con gran fortaleza espiritual. Un miembro declaró que la conferencia había sido “¡la experiencia más hermosa de mi vida!”. Otro le dijo a un periodista: “Pasarán muchos años para que olvidemos el amor que hemos sentido aquí en estos días”.4
Durante su administración, el presidente Lee visitó la Tierra Santa, siendo el primer Presidente de la Iglesia que lo hizo en esta dispensación. También anunció que ahora se construirían templos más pequeños y que con el tiempo éstos se encontrarían por todo el mundo.
Un día después de la Navidad de 1973, después de haber prestado servicio como Presidente de la Iglesia tan sólo 18 meses, el presidente Lee falleció. Un gigante espiritual regresaba a su hogar eterno.
El presidente Spencer W. Kimball
Después de la muerte del presidente Lee, Spencer W. Kimball, un hombre muy familiarizado con el dolor y el sufrimiento, siendo el miembro de más antigüedad de los Doce, fue sostenido como Presidente de la Iglesia. Debido al cáncer, le habían tenido que quitar la mayoría de las cuerdas vocales, y hablaba con una voz baja y ronca que los Santos de los Últimos Días llegaron a amar. El presidente Kimball, conocido por su humildad, dedicación, capacidad de trabajo y su lema personal: “¡Hazlo!”, metió la hoz con toda su fuerza.
El primer discurso de Spencer W. Kimball como Presidente fue ante los Representantes Regionales de la Iglesia y fue memorable para todos los concurrentes. Uno de los participantes en la reunión recordó que tan sólo unos momentos después de comenzar el discurso, “nos dimos cuenta de una sorprendente presencia espiritual, y advertimos que estábamos escuchando algo extraordinario, poderoso y diferente… Fue como si estuviera corriendo las cortinas que cubren los propósitos del Todopoderoso y nos invitara a contemplar con él el destino del Evangelio y la visión de su ministerio”.
El presidente Kimball mostró a los líderes “cómo la Iglesia no estaba viviendo de acuerdo con la fidelidad que el Señor espera de su pueblo, y que, hasta cierto grado, nos habíamos estancado en un espíritu de contentamiento y satisfacción de como estaban las cosas. Fue en ese momento que él proclamó el lema ahora famoso: ‘Debemos alargar nuestro paso’ ”. Amonestó a su audiencia a incrementar su dedicación en la proclamación del Evangelio a las naciones de la tierra. También pidió que se aumentara en forma considerable la cantidad de misioneros que pudieran servir en su propio país de origen. Al concluir el sermón, el presidente Ezra Taft Benson declaró; “En verdad, ¡hay un profeta en Israel!”.5
Bajo el liderazgo dinámico del presidente Kimball, fueron muchos más los miembros que sirvieron en misiones regulares y la Iglesia avanzó en todo el mundo. En agosto de 1977, el presidente Kimball viajó a Varsovia, en donde dedicó la tierra de Polonia y bendijo a su pueblo para que la obra del Señor siguiera adelante. Se establecieron centros de capacitación misional en Brasil, Chile, México, Nueva Zelanda y Japón. En junio de 1978, anunció una revelación de Dios que habría de tener un profundo efecto en la obra misional mundial. Durante muchos años se les había negado el sacerdocio a las personas de ascendencia africana, pero ahora se otorgarían las bendiciones del sacerdocio y del templo a todos los miembros varones dignos.
Las personas fieles de todo el mundo habían estado esperando esta revelación con gran anhelo. Una de las primeras personas de raza negra que aceptó el Evangelio en África fue William Paul Daniels, quien había oído acerca de la Iglesia desde 1913. Él viajó a Utah, donde recibió una bendición especial de manos del presidente Joseph F. Smith, quien le prometió que si seguía fiel, poseería el sacerdocio en esta vida o en la siguiente. El hermano Daniels murió en 1936, siendo aún un miembro fiel de la Iglesia, y su hija hizo que se llevaran a cabo las ordenanzas del templo para él, poco después de que se recibió la revelación sobre el sacerdocio en 1978.6
Muchas más personas de África desarrollaron testimonios de la veracidad del Evangelio mediante la literatura de la Iglesia o por experiencias milagrosas, pero no podían disfrutar de todas las bendiciones del Evangelio.
Muchos meses antes de recibir la revelación en junio de 1978, el presidente Kimball conversó a fondo con sus Consejeros y con los Doce Apóstoles sobre el tema de que a las personas de ascendencia africana se les negaba la autoridad del sacerdocio. Los líderes de la Iglesia estaban renuentes a abrir misiones en las regiones del mundo donde a los miembros dignos de la Iglesia no se les pudieran otorgar todas las bendiciones del Evangelio. En una conferencia de área en África del Sur, el presidente Kimball declaró: “Oré fervientemente. Sabía que ante nosotros había algo de suma importancia para muchos de los hijos de Dios. Sabía que únicamente podríamos recibir las revelaciones del Señor si éramos dignos y estábamos preparados para aceptarlas y ponerlas en práctica. Día tras día entraba con gran solemnidad y seriedad a los aposentos superiores del templo, y allí ofrecía mi alma y mis esfuerzos para seguir adelante con el programa. Yo quería hacer lo que Él deseaba. Hablé con Él al respecto y le dije: ‘Señor, tan sólo deseo lo que es correcto’ “.7
En una reunión especial en el templo con sus Consejeros y el Quórum de los Doce Apóstoles, el presidente Kimball pidió que todos expresaran libremente sus opiniones en cuanto a dar el sacerdocio a los varones de raza negra. Después oraron alrededor del altar, siendo el presidente Kimball el portavoz. El élder Bruce R. McConkie, quien estuvo presente, dijo más tarde: “En esa ocasión, por causa de nuestra insistencia y nuestra fe, y dado que habían llegado la hora y el tiempo, el Señor, en Su providencia, derramó el Espíritu Santo sobre la Primera Presidencia y los Doce en una forma milagrosa y maravillosa, más allá de lo que cualquiera de los presentes jamás había experimentado”.8 A los líderes de la Iglesia se les había aclarado que había llegado el momento de que todos los varones dignos recibieran todas las bendiciones del Evangelio.
La Primera Presidencia envió una carta, con fecha de 8 de junio de 1978, a los líderes del sacerdocio, en la que explicaban que el Señor había revelado que “se puede conferir el sacerdocio a todos los varones que sean miembros dignos de la Iglesia sin tomar en consideración ni su raza ni su color”. En la conferencia general efectuada el 30 de septiembre de 1978, los santos apoyaron con unanimidad la acción de sus líderes. Esa carta se encuentra ahora en Doctrina y Convenios y se conoce como la Declaración Oficial—2.
Desde que se hizo el anuncio, miles de personas de ascendencia africana han entrado a la Iglesia. La experiencia que tuvo un converso de África ilustra cómo la mano del Señor ha bendecido a esas personas. Un maestro graduado de la universidad había tenido un sueño en el que vio un espacioso edificio con torres o pináculos, y en él entraban personas vestidas de blanco. Más tarde, al estar viajando, vio un centro de reuniones Santo de los Últimos Días y sintió la impresión de que esa iglesia estaba de alguna forma conectada con su sueño, de modo que asistió a una de las reuniones dominicales. Después de los servicios, la esposa del presidente de la misión le mostró un folleto. Al abrirlo, el hombre vio una pintura del Templo de Salt Lake, el edificio que había visto en su sueño. Después dijo: “Antes de que pudiera darme cuenta, estaba llorando… No puedo explicar lo que sentía. Me sentí aliviado de todos mis pesares… Sentí que había llegado a un lugar que había visitado con frecuencia. Ahora me sentía en casa”.9
Durante la administración del presidente Kimball, se reorganizó el Primer Quórum de los Setenta, se implementó el horario consolidado de reuniones dominicales de tres horas, y se edificaron templos a un paso acelerado. En 1982, había veintidós templos en todo el mundo, ya sea en las etapas de planeamiento o en construcción, muchos más que en cualquier otro período de la historia de la Iglesia hasta esos momentos. Asimismo, el presidente Kimball estableció un riguroso itinerario de viaje que lo llevó a muchos países para efectuar conferencias de área. En esas reuniones, no prestaba atención a sus propias necesidades y aprovechaba toda oportunidad posible para reunirse con los santos locales y bendecirles.
En muchos países, los miembros de la Iglesia añoraban recibir las ordenanzas sagradas de salvación que se ofrecen en los templos. Entre ellos había un miembro de Suecia que había servido en muchas misiones y como miembro de la presidencia de misión. Al morir, dejó gran parte de sus pertenencias al fondo del Templo de Suecia, mucho antes de que la Iglesia anunciara la construcción de un templo en ese país. Cuando el presidente Kimball anunció el templo, la contribución de ese hombre había acumulado intereses y se había convertido en una suma considerable. Poco después de la dedicación del templo, ese hermano fiel, quien fue investido mientras estuvo en vida, fue sellado a sus padres en el mismo templo que su dinero había ayudado a construir.
Una pareja de Singapur decidió llevar a su familia al templo para ser sellados y recibir las bendiciones del templo. Sacrificaron muchas cosas para reunir el dinero suficiente y por fin pudieron hacer el viaje y asistir al templo. Se hospedaron en el hogar de un misionero que les había enseñado el Evangelio hacía muchos años. Al entrar a una tienda de comestibles, esta hermana se separó de su esposo y del misionero. Cuando la encontraron, tenía entre las manos un frasco de champú y estaba llorando. Les dijo que uno de los sacrificios que había tenido que hacer para poder asistir al templo era dejar de comprar champú, que hacía siete años que no usaba. Sus sacrificios, aunque difíciles, ahora le parecían tan insignificantes, porque sabía que su familia estaba eternamente unida por medio de las ordenanzas de la casa del Señor.
Otro suceso importante durante la administración del presidente Kimball ocurrió en 1979 cuando la Iglesia publicó una nueva edición en inglés de la Versión del Rey Santiago de la Biblia. No se cambió el texto en sí, pero se agregaron notas al pie de las páginas que correlacionaban pasajes de la Biblia con los del Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. Se agregaron una Guía por temas y un Diccionario Bíblico que brindaban perspectivas propias a las Escrituras contemporáneas. Dicha edición tenía nuevos encabezamientos para todos los capítulos y también incluía selecciones de la revisión inspirada de la Biblia del Rey Santiago que hizo José Smith.
En 1981 también se publicaron nuevas ediciones del Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio, las cuales incluían un nuevo sistema de notas al pie de la página, nuevos encabezamientos de capítulos y secciones, mapas y un índice. Casi al mismo tiempo, la Iglesia comenzó a recalcar con mayor vigor la traducción de las Escrituras de los últimos días en muchos idiomas más.
Tanto con su ejemplo como con sus enseñanzas, el presidente Kimball inspiró a los miembros de la Iglesia a esforzarse por la excelencia en todo. Al celebrar el centenario de la fundación de la Universidad Brigham Young, él dijo: “Tengo la esperanza y la confianza de que de esta Universidad y del Sistema Educativo de la Iglesia salgan estrellas brillantes tanto en teatro como en literatura, música, escultura, arte, ciencia y todas las ramas de la erudición”.10 En otras ocasiones expresó la esperanza de que los artistas Santos de los Últimos Días expresaran la historia del Evangelio restaurado de una manera poderosa y persuasiva.
A pesar del itinerario tan ocupado del presidente Kimball, constantemente se esforzaba por dar amor y servicio a los demás. Tenía sentimientos especiales por los pueblos indígenas de América del Norte y del Sur y por la gente de las islas polinesias, y dedicó muchas horas en diversos proyectos para tratar de ayudarlos. Había recibido una bendición de manos del presidente George Albert Smith en la que le mandaba que velara por ellos, y, en calidad de Presidente de la Iglesia, designó a algunos miembros del Quórum de los Doce para que dedicaran o rededicaran las tierras de América Central y del Sur para la enseñanza del Evangelio. Desde entonces, decenas de millares de personas de esos países se han regocijado en las bendiciones del Evangelio.
Un incidente característico de su interés por todas las personas ocurrió en un aeropuerto lleno de gente en donde una joven madre, cuyo avión no había podido partir debido al mal tiempo, tuvo que andar de fila en fila, con su pequeñita de dos años de edad, para tratar de conseguir un vuelo que la llevara a su destino. Llevaba dos meses de embarazo, y por órdenes del doctor no debía cargar a su pequeña, quien estaba sumamente cansada y hambrienta. Nadie se ofreció para ayudarle, aunque varias personas sí criticaron a la niña que lloraba incesantemente. Luego, informó más tarde la mujer:
“Alguien se acercó a nosotros con una sonrisa bondadosa y preguntó: ‘¿Hay algo que pueda hacer para ayudarle?’ Con un suspiro de alivio acepté su ofrecimiento. Él levantó a mi hijita del piso frío y amorosamente la cargó en sus brazos mientras le daba palmaditas en la espalda. Preguntó si le podía dar un trozo de goma de mascar. Cuando se tranquilizó, se la llevó en brazos y les dijo algo amable a las demás personas que estaban en la fila adelante de mí, diciéndoles que yo necesitaba su ayuda. Ellos parecieron acceder y después él fue al mostrador al frente de la fila y dispuso lo necesario para que me dieran un lugar en un vuelo que estaba para partir. Caminó con nosotros hasta un banco, donde nos sentamos a charlar un poco y se aseguró de que yo estuviera bien. Después prosiguió su camino. Una semana después vi una fotografía del Apóstol Spencer W. Kimball y lo reconocí como el extraño del aeropuerto”.11
Durante varios meses antes de su muerte, el presidente Kimball padeció graves problemas de salud, pero siempre fue un ejemplo de paciencia, longanimidad y diligencia ante las tribulaciones. Murió el 5 de noviembre de 1985 después de prestar doce años de servicio como Presidente de la Iglesia.