Enseñe como Jesús enseñó
Muestre amor por los que enseña
Durante Su vida en la tierra, el Salvador mostró gran amor y comprensión por todas las personas. Enseñó a los pobres, a los ricos, a los rechazados y a los pecadores. Nos enseñó a amar a todos y a ayudarnos unos a otros. Él dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). Al mostrar amor por aquellos a quienes enseñamos, ellos llegan a comprender su valor eterno, sienten más entusiasmo por aprender y son más receptivos al Espíritu.
Ser maestro del Evangelio significa mucho más que presentar una lección cada semana. También implica preocuparse por los miembros de la clase. Esfuércese por llegar a conocer a cada uno como persona; eso le servirá para enseñar con mayor eficacia. Es posible que ellos necesiten la ayuda de usted si están pasando por problemas, si han dejado de asistir o si tienen discapacidades. Recuerde la parábola del Salvador de la oveja perdida (véase Lucas 15:3–6).
La maestra de un niño que rara vez asistía a clase se dio cuenta de que siempre que ella mantenía contacto con la familia de él durante la semana, el niño asistía a la Iglesia ese domingo. Ella se esforzó por hablar con los padres a menudo y hacerles saber del cariño que sentía por el niño. Incluso lo recogía del colegio cuando los padres de él estaban en el trabajo para que no se perdiera las actividades de la clase.
Como maestro, usted también puede hacer mucho para hermanar a los miembros y ayudarles a nutrir su conversión al Evangelio. Esto es especialmente importante en el caso de los nuevos miembros. Siempre haga que se sientan bienvenidos; busque oportunidades para que participen en clase; prepárese para enseñar las verdades del Evangelio a través del Espíritu y con amor.
Enseñe las verdades del Evangelio
El Salvador enseñó las verdades del Evangelio e hizo hincapié en los primeros principios y ordenanzas: fe, arrepentimiento, bautismo y la recepción del Espíritu Santo. Nos enseñó a amarnos y a servirnos unos a otros. Nos enseñó en cuanto al sacerdocio, los convenios y las ordenanzas y todo lo que debemos saber, hacer y ser para venir a Él. Nosotros también debemos enseñar el Evangelio según ha sido revelado en las Escrituras y en las palabras de los profetas de los últimos días. Los temas seculares, las opiniones personales y las enseñanzas especulativas o controvertidas no son apropiadas.
El Salvador enseñó las verdades del Evangelio con sencillez. Utilizó un lenguaje claro y comprensible, relatos y ejemplos de la vida diaria. En sus lecciones se mencionaban muchas experiencias comunes que el pueblo podía entender; como por ejemplo, él habló acerca de la búsqueda de la oveja y de la moneda perdidas y del regocijo que produjo el retorno del hijo pródigo (véase Lucas 15).
El Salvador a menudo recurrió a las Escrituras mientras enseñaba. Durante la lección, dirija a las personas a quienes enseña al uso frecuente de las Escrituras. Ayúdeles a comprender que las personas de las Escrituras fueron personas reales que experimentaron pruebas y gozo en su esfuerzo por servir al Señor. Formule preguntas que requieran que las personas a las que enseñe consulten las Escrituras para buscar la respuesta. Inste a los miembros de la clase a estudiar en el hogar y muéstreles la forma de lograr que ese estudio sea productivo. Enséñeles la manera de utilizar las ayudas para el estudio de las Escrituras. Dé asignaciones en las que los miembros de la clase tengan que utilizar las Escrituras y las palabras de los profetas de los últimos días.
Enseñe por el Espíritu
Los maestros deben procurar tener el Espíritu del Señor al enseñar. Una persona podrá enseñar verdades profundas y los miembros de la clase podrán participar en charla fascinantes, pero a menos que el Espíritu esté presente, estas cosas no quedarán profundamente grabadas en el alma. Cuando el Espíritu está presente, se fortalece el amor de todos los miembros por nuestro Padre Celestial y Jesucristo y del uno por el otro, así como su dedicación a vivir el Evangelio. A continuación se encuentran algunas cosas que usted puede hacer para invitar al Espíritu durante su enseñanza:
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Comience con una oración.
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Enseñe utilizando las Escrituras y las palabras de los profetas de los últimos días.
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Exprese su testimonio.
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Comparta experiencias e invite a otros a hacerlo también.
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Utilice la música (véase pág. 11).
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Muestre amor por el Señor y por los demás.
Si usted se ha preparado debidamente, el Espíritu Santo le iluminará y le guiará en su enseñanza. Quizá reciba impresiones en cuanto los que esté enseñando y sobre lo que debe recalcar al enseñarles. Podrá recibir ideas y sentimientos en cuanto a la manera de enseñarles con más eficacia. Sus esfuerzos diligentes serán magnificados al obedecer con humildad los susurros del Espíritu. También podrá ayudar a los que enseña a reconocer la influencia del Espíritu.
Invíteles a estudiar diligentemente
El Señor dijo: “Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” (D. y C. 88:118). Todo miembro tiene la responsabilidad de obtener un conocimiento de la verdad a través de su propio esfuerzo. La responsabilidad del maestro es despertar en los demás el deseo de estudiar, entender y vivir el Evangelio. Para cumplir con esta responsabilidad, debe concentrarse en tres cosas:
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Despierte y mantenga el interés de aquellos a los que enseña. Una de las claves para lograr esto es su propio entusiasmo por el estudio del Evangelio. Otra de ellas es el uso de métodos didácticos que aporten claridad a sus clases y las hagan interesantes y fáciles de recordar (véanse las págs. 10–14). El despertar interés es especialmente importante al comienzo de la lección. Al planificar la enseñanza, busque maneras de invitar al Espíritu y de lograr la atención de todos con una introducción interesante, y concéntrese en la doctrina o principio que se enseñe en la lección.
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Fomente la participación. Planifique maneras de que todos participen durante la lección. Puede pedirle a alguien que lea una cita o un pasaje de las Escrituras o que relate una historia. También puede invitarles a responder preguntas y comentar abiertamente el material de la lección. Podría pedir a una o a varias personas que canten un himno o toquen un instrumento. Con espíritu de oración, también podría seleccionar a alguien para que comparta su testimonio o una experiencia personal que se relacione con el tema de la lección. A veces será importante solicitar esta participación por adelantado a fin de que los participantes puedan prepararse y sentirse cómodos.
Un maestro enseñaba una lección cuya idea principal trataba sobre la importancia de leer el Libro de Mormón. Invitó a los jóvenes de la clase a que pensaran en un pasaje de las Escrituras que hubiera cambiado sus vidas. Después pidió que tres o cuatro voluntarios se pusieran de pie y compartieran esos pasajes de Escritura con la clase y que describieran la forma en que esos pasajes habían cambiado su vida. Por medio de los dulces sentimientos que compartieron los miembros de la clase en cuanto al poder del Libro de Mormón, los miembros de la clase obtuvieron un profundo deseo de leer y meditar las Escrituras a diario.
Hay algunas personas que se muestran reacias a participar. No pida a ninguna persona que lea en voz alta o que ofrezca una oración sin antes averiguar si se siente cómoda haciéndolo. Si duda en cuanto a la disposición que una persona tenga a participar, pida voluntarios en vez de pedirle a alguien que se muestre renuente. Las personas que estén aprendiendo gradualmente empezarán a sentirse cómodas al participar, al ver que aquellos que participan se les trata con respeto y cortesía.
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Ayúdeles a poner en práctica lo que aprendan. Debe ayudar a los miembros de la clase a aplicar lo que se enseñe a su propia vida y circunstancias. Una manera de lograr esto es extender asignaciones y desafíos que les permitan disfrutar experiencias de aprendizaje con las verdades que se enseñen. Recuerde que el aprendizaje del Evangelio no tendrá ningún valor a menos que se convierta en una pauta para vivirlo.
Fomente un ambiente propicio para la enseñanza
El entorno ideal para el aprendizaje del Evangelio es aquel en el que todas las personas que están presentes se preocupan por que los demás miembros del grupo aprendan. El deseo de aprender aumenta cuando los maestros y los alumnos se aman unos a otros y se ayudan mutuamente a entender y vivir el Evangelio. Cuando usted y aquellos a los que usted enseña se esfuerzan juntos por fomentar un ambiente de aprendizaje positivo, hay menos probabilidades de que surjan situaciones tensas en la clase. Usted debe hacer todo lo que esté a su alcance por fomentar ese tipo de ambiente y ayudar a los que enseña a saber cómo pueden contribuir a él.
A continuación se enumeran algunas cosas que usted puede hacer para crear un ambiente propicio para la enseñanza:
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Llegue puntualmente con todos los materiales didácticos y el equipo necesario.
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Asegúrese de que el salón de clase esté limpio, ordenado y libre de distracciones y que las personas que estén en él puedan sentirse cómodas.
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Comience y finalice a tiempo.
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Dé la bienvenida y salude a todos los miembros individualmente, si es posible.
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Haga cosas que inviten al Espíritu y fomenten la reverencia y la cortesía.
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Ame a los miembros de la clase y hágales sentir cómodos cuando participen.
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Haga preguntas que ayuden a los miembros de la clase a centrarse en el tema en cuestión.
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Aliente a los miembros de la clase a que se escuchen unos a otros con respeto y comprensión.
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Evite conversaciones que podrían dañar o debilitar testimonios o que podrían causar el alejamiento del Espíritu.
Incluso después de haber hecho todo lo posible por fomentar un buen ambiente de enseñanza, podrían producirse problemas. Las siguientes sugerencias podrían servirle para resolver algunas dificultades y problemas comunes:
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Si se produce una situación tensa, deje de hablar hasta que cuente con la atención de todos. Después continúe con la lección.
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Si se da cuenta de que algunas personas están charlando durante la lección, hable con ellas en privado después de la clase y pregúnteles qué pueden hacer usted y ellos para que la clase sea más productiva.
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Si una persona acapara la participación en la clase, haga preguntas a otros miembros de la clase o sugiera con mucho tacto que le gustaría escuchar a aquellos que todavía no han participado.
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Si los miembros de la clase hacen comentarios que se alejan del tema de la lección, deles la debida atención, pero dirija la conversación hacia el tema de la lección.
Los problemas de disciplina disminuirán a medida que usted encuentre la manera de que todos los miembros del grupo se sientan queridos y aceptados y participen satisfactoriamente.