“Capítulo 17: Distintivos de un hogar feliz”, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Thomas S. Monson, 2020
“Capítulo 17”, Enseñanzas: Thomas S. Monson
Capítulo 17
Distintivos de un hogar feliz
“[S]i en verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra”.
De la vida de Thomas S. Monson
Al recordar sus años de formación, el presidente Thomas S. Monson dijo: “Algunas de las cosas con las que nos criamos quedan profundamente fijadas en nosotros cuando somos pequeños”1. Para él, una de las cosas más importantes era aprender qué se necesita para edificar un hogar feliz: cualidades como el servicio, el trabajo y la compasión, las cuales veía a diario en sus padres y otros familiares.
Al describir el ejemplo de servicio y amor de su padre, el presidente Thomas S. Monson dijo: “Al pensar en mi propio padre, recuerdo que él dedicaba el escaso tiempo libre que tenía al cuidado de un tío lisiado, de algunas tías ancianas y de su familia. Prestaba servicio en la presidencia de la Escuela Dominical del barrio y siempre prefería trabajar con los niños. Como el Maestro, él también amaba a los niños. Jamás le oí una palabra de crítica contra nadie”2.
El presidente Monson también habló de cómo adquirió su ética de trabajo de su padre: “Tuve mi primer empleo de medio tiempo cuando tenía catorce años, trabajando en la imprenta [que mi padre] dirigía. No recuerdo que haya habido muchos días después de los catorce años en los que no haya trabajado, aparte de los domingos. Cuando se aprende desde niño a trabajar, el hábito permanece contigo. Soy verdaderamente feliz cuando estoy atareado”3.
La madre del presidente Monson también ejerció una poderosa influencia. En muchas ocasiones, habló de las dificultades que creó la Gran Depresión y de cómo su madre cuidaba de los necesitados:
“Debido a que vivíamos a una cuadra o dos de las vías del ferrocarril, con frecuencia hombres sin empleo y sin dinero para comprar alimentos se bajaban del tren e iban a nuestra casa a pedir algo de comer; siempre eran hombres corteses que ofrecían hacer algún trabajo a cambio de alimento. En mi mente está grabada la nítida imagen de un hombre delgado y hambriento, de pie, a la puerta de nuestra cocina, con su sombrero en la mano, suplicando por comida.
“Mamá recibía al visitante y le indicaba que fuera al fregadero de la cocina para lavarse mientras ella preparaba los alimentos para que él comiera. Nunca escatimó la calidad ni la cantidad: el visitante comía exactamente el mismo almuerzo que mi padre. Mientras devoraba la comida, mi madre aprovechaba la oportunidad para aconsejarle que regresara a su hogar y a su familia. Cuando se retiraba de la mesa, había sido nutrido física y espiritualmente. Estos hombres nunca se olvidaban de dar las gracias; las lágrimas de sus ojos revelaban, en silencio, la gratitud de su corazón”4.
El presidente Monson dijo de su madre: “[M]e enseñó mediante su vida y sus acciones lo que contiene la Biblia. Sus cuidados al pobre, al enfermo y al necesitado eran escenas cotidianas que jamás olvidaré”5.
Cuando el presidente Monson hablaba de edificar hogares fuertes, solía citar las siguientes instrucciones del Señor para edificar el Templo de Kirtland: “[E]stableced […] una casa de oración, una casa de ayuno, una casa de fe, una casa de instrucción, una casa de gloria, una casa de orden, una casa de Dios” (Doctrina y Convenios 88:119). En una ocasión, preguntó: “¿En qué otra parte podríamos encontrar un plano mejor para diseñar el hogar, la casa, la familia […] y a la persona misma?”. Edificar un hogar siguiendo ese plano revelado, dijo él, “cumplirá con los requisitos establecidos en Mateo: los de la casa edificada sobre la roca (véase Mateo 7:24–25). Soportará las lluvias de la adversidad, los diluvios de la oposición y los vientos de la duda tan presentes en nuestro mundo difícil”6.
Enseñanzas de Thomas S. Monson
1
Un hogar feliz está hecho de amor, sacrificio y respeto
La felicidad no consiste en saturarse de lujos, el concepto del mundo de “pasarlo bien”; ni debemos buscarla en lugares lejanos y exóticos, pues la felicidad se encuentra en el hogar7.
El hogar es mucho más que una casa. La casa se construye de madera, ladrillo y piedra. El hogar está hecho de amor, sacrificio y respeto. Una casa puede ser un hogar, y este puede ser un cielo8.
Podemos convertir nuestras casas en hogares y nuestros hogares en un cielo cuando el Salvador llegue a ser el centro de nuestra vida y Su ejemplo de amor y servicio cobre sentido en ella9.
Ruego que […] demostremos bondad y amor en nuestra propia familia. Nuestros hogares deben ser más que refugios, deben ser lugares donde el Espíritu de Dios pueda morar, donde las tormentas se detengan a la puerta, donde reine el amor y more la paz10.
Con demasiada frecuencia creemos erróneamente que nuestros hijos necesitan más cosas materiales, cuando en realidad en silencio nos imploran que pasemos más tiempo con ellos11.
La felicidad abunda cuando nos respetamos mutuamente de manera genuina […]. Cuando en el hogar hay el respeto, los hijos no se encuentran en la temida situación de no ser nunca objeto de interés para sus padres, de no ser nunca recipientes de la guía paterna apropiada12.
Todos recordamos el hogar de nuestra infancia. Es interesante que nuestros pensamientos no reparen en si la casa era grande o pequeña, en si el vecindario era elegante o pobre, sino que nos regocijamos en las vivencias de lo que pasamos en familia. El hogar es el laboratorio de nuestra vida y lo que aprendamos en él determinará en gran medida lo que hagamos cuando [lo] abandonemos […].
[S]omos responsables del hogar que edificamos; tenemos que edificarlo con prudencia puesto que la eternidad no es un viaje corto. Habrá calma y viento, sol y sombra, alegría y pesar; pero si en verdad nos esforzamos, nuestro hogar puede ser un pedacito de cielo en la tierra. Lo que pensamos, lo que hacemos, la forma en que vivimos influye no solo en el éxito de nuestra jornada terrenal, sino que traza el camino a nuestras metas eternas.
En 1995, la Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles hizo pública una proclamación al mundo concerniente a la familia, la cual declara en parte: “La felicidad en la vida familiar tiene mayor probabilidad de lograrse cuando se basa en las enseñanzas del Señor Jesucristo. Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y se mantienen sobre los principios de la fe, de la oración, del arrepentimiento, del perdón, del respeto, del amor, de la compasión, del trabajo y de las actividades recreativas edificantes” [“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, LaIglesiadeJesucristo.org].
Los hogares felices tienen variados aspectos. En algunos, hay familias grandes: el padre, la madre y los hijos, y viven juntos en un espíritu de amor. Otros constan de solo uno de los padres con uno o dos hijos, en tanto que otros tienen tan solo un integrante. Sin embargo, hay ciertas características que definen un hogar feliz, sea cual fuere el número o la descripción de los miembros de la familia. Me refiero a ellas como los “distintivos de un hogar feliz”, los cuales son:
1. La costumbre de orar.
2. Una biblioteca de aprendizaje.
3. Una tradición de amor.
4. Un tesoro de testimonio13.
2
Debemos tener en nuestros hogares la costumbre de orar
A ustedes, padres, les digo […]: pidan ayuda a nuestro Padre Celestial para hacerse cargo a diario de [las] necesidades [de sus hijos] y afrontar los desafíos que, inevitablemente, vienen con el ser padres. Ustedes necesitan más que su propia sabiduría para criarlos14.
“La oración del alma es el medio de solaz” [Himnos, nro. 79]. Tan universal es su aplicación, tan provechoso su resultado, que la oración reúne los requisitos para ser el distintivo número uno de un hogar feliz. Al escuchar los padres la oración de un hijo, ellos también se acercan a Dios. Los pequeños, que hace tan poco tiempo han estado con el Padre Celestial, no tienen inhibiciones para expresarle sus sentimientos, sus deseos, su agradecimiento.
La oración familiar es el freno número uno del pecado y, por eso, es el más benéfico proveedor de alegría y felicidad. Como dice el refrán: “La familia que ora unida, permanece unida” […].
Mi esposa, Frances, y yo llevamos cincuenta y tres años casados. Nuestro casamiento se llevó a cabo en el Templo de Salt Lake. El oficiante, Benjamin Bowring, nos dijo: “Quisiera darles a los recién casados una fórmula para que ningún desacuerdo que surja entre ustedes dure más de un día. Todas las noches, arrodíllense al lado de la cama. Una noche, usted, hermano Monson, ofrezca la oración en voz alta y de rodillas. La noche siguiente, usted, hermana Monson, ofrezca la oración en voz alta y de rodillas. Y yo les aseguro que cualquier malentendido que haya surgido durante el día se desvanecerá cuando oren. Simplemente, no podrán orar juntos sin experimentar los mejores sentimientos el uno por el otro”.
Cuando fui llamado al Consejo de los Doce Apóstoles […], el presidente David O. McKay, noveno Presidente de la Iglesia, me preguntó por mi familia. Le hablé de nuestra fórmula de oración por la que nos guiábamos y afirmé su validez. Desde el asiento en que se encontraba, sonriendo, me dijo: “Esa misma fórmula también ha sido una bendición para nuestra familia durante todos los años de nuestro matrimonio”15.
3
Nuestros hogares deben ser bibliotecas de aprendizaje
El segundo distintivo de un hogar feliz se descubre cuando el hogar es una biblioteca de aprendizaje […]. Parte esencial de nuestra fuente de aprendizaje son los buenos libros […].
La lectura es uno de los verdaderos placeres de la vida. En esta era de la cultura de masas en la que tanto de lo que encontramos está abreviado, adaptado, adulterado, reducido y condensado, es tranquilizador y edificante sentarse a solas para leer un buen libro.
Los niños pequeños también disfrutan de la lectura de los libros y les encanta que los padres les lean.
El Señor aconsejó: “Buscad palabras de sabiduría de los mejores libros; buscad conocimiento, tanto por el estudio como por la fe” [Doctrina y Convenios 88:118].
Los libros canónicos son esa biblioteca de aprendizaje para nosotros y nuestros hijos.
Hace algunos años, llevamos a nuestros nietos a una visita guiada por los talleres de la imprenta de la Iglesia. Allí vimos […] el Libro de Mormón, que salía de las maquinarias impreso y encuadernado, listo para ser leído. Les dije a mis nietos: “El técnico dice que pueden tomar un ejemplar del Libro de Mormón, que lo escojan y será de ustedes”.
Cada uno de ellos tomó un ejemplar recién impreso y expresó su amor por el Libro de Mormón.
En realidad no recuerdo nada más de aquel día, pero nunca olvidaré las expresiones sinceras de amor por el Libro de Mormón procedentes del corazón de aquellos niños.
Los padres debemos tener presente que nuestra vida podrá ser el libro de la biblioteca familiar más apreciado por nuestros hijos. ¿Es nuestro ejemplo digno de imitarse? ¿Vivimos de tal manera que nuestros hijos digan: “Quiero ser como papá” o “Quiero ser como mamá”? A diferencia de los libros en los estantes, los cuales están cerrados, nuestra vida no puede cerrarse. Padres, lo cierto es que somos un libro abierto16.
4
En nuestro hogar debe haber una tradición de amor
El tercer distintivo de un hogar feliz es una tradición de amor […].
Las que parecen ser pequeñas lecciones de amor no pasan inadvertidas para los niños que, en silencio, absorben los ejemplos de sus padres. Mi propio padre, que era impresor gráfico, trabajaba largas y arduas horas prácticamente todos los días de su vida, y no dudo de que le hubiera gustado quedarse en casa los domingos, pero se dedicaba a visitar a los familiares ancianos y a alegrarles la vida.
Uno de ellos era su tío, que estaba casi inmovilizado por la artritis de tal forma que no podía caminar ni valerse por sí mismo. Los domingos por la tarde, mi padre me decía: “Ven, Tommy; llevemos al tío Elías a dar un paseo”. Subíamos a su viejo Oldsmobile modelo 1928 y nos dirigíamos hasta la calle Eighth West [en Salt Lake City], donde estaba la casa del tío; una vez allí, yo esperaba en el coche mientras papá entraba en la casa. No tardaba en salir llevando en brazos, como una muñeca de porcelana, a su tullido tío. Entonces yo abría la puerta y observaba la ternura y el cariño con que mi papá sentaba al tío Elías en el asiento delantero para que viera mejor mientras yo me sentaba atrás.
El paseo era breve y la conversación limitada, pero, ¡ah, qué tradición de amor! Mi padre nunca me leyó en la Biblia el relato del buen samaritano, pero me llevó con él y el tío Elías en aquel viejo auto por el camino a Jericó17.
Algunas de las oportunidades más grandes para demostrar nuestro amor estarán dentro de las paredes de nuestro propio hogar. El amor debería ser la esencia misma de la vida familiar, y sin embargo, a veces no lo es; quizás haya demasiada impaciencia, discusión, peleas y lágrimas. Se lamentaba el presidente Gordon B. Hinckley: “¿Por qué aquellos que amamos más son tan a menudo el blanco de nuestras duras palabras? ¿Por qué a veces hablamos con palabras mordaces e hirientes?”. Las respuestas a estas preguntas quizás sean diferentes para cada uno de nosotros, pero lo que sí es cierto es que las razones no importan. Si deseamos cumplir el mandamiento de amarnos los unos a los otros, debemos tratarnos con bondad y respeto.
Naturalmente, habrá ocasiones en que será necesario aplicar disciplina. Sin embargo, recordemos el consejo que se encuentra en Doctrina y Convenios, a saber, que cuando tengamos que reprender a otro, demostremos después mayor amor [véase Doctrina y Convenios 121:43]18.
[R]uego que sus hogares estén llenos de amor, cortesía y el Espíritu del Señor. Amen a su familia; si hay desacuerdos o contenciones entre ustedes, les insto a que los resuelvan ahora19.
¿Somos un ejemplo de una tradición de amor? ¿Lo es nuestro hogar? Bernadine Healy aconsejó lo siguiente durante un discurso pronunciado en una entrega de diplomas: “Como doctora en medicina que ha tenido el gran privilegio de compartir los más profundos instantes de la vida de las personas, incluso sus últimos momentos, permítanme contarles un secreto. La gente que se enfrenta a la muerte no se pregunta qué títulos académicos ha conseguido, qué puestos ha desempeñado o cuánta riqueza ha acumulado. Al final, lo que verdaderamente importa es quién te ha amado y a quién has amado. Ese círculo del amor lo es todo y constituye una excelente evaluación de nuestra vida pasada. Es el don de mayor valor” [“On Light and Worth: Lessons from Medicine”, discurso de graduación, Colegio Universitario Vassar, 29 de mayo de 1994, pág. 10, Colecciones especiales]20.
5
En el hogar debe prevalecer el tesoro del testimonio
El cuarto distintivo de un hogar feliz es el tesoro del testimonio. “La primera y principal oportunidad de enseñar en la Iglesia [reside en el hogar]”, declaró el presidente David O. McKay [en Priesthood Home Teaching Handbook, edición revisada, 1967, pág. II]. “El verdadero hogar mormón es aquel en el que, si Cristo entrara, se sentiría complacido de quedarse y descansar” [Gospel Ideals, 1953, pág. 169].
¿Qué estamos haciendo para lograr que nuestros hogares merezcan esa descripción? No basta que únicamente los padres tengan un testimonio fuerte, puesto que los hijos no podrán depender para siempre de la convicción de los padres.
El presidente Heber J. Grant declaró: “Es nuestro deber enseñar a nuestros hijos a temprana edad […]. Yo puedo saber que el Evangelio es verdadero y también mi esposa, pero quiero decirles que nuestros hijos no sabrán que lo es, a menos que lo estudien y obtengan un testimonio por sí mismos” [en Conference Report, abril de 1902, pág. 80].
El amor por el Salvador, la reverencia por Su nombre y el sincero respeto de unos por otros constituirán el fértil suelo para que crezca el testimonio.
Aprender el Evangelio, dar testimonio y guiar una familia no son tareas fáciles. La jornada de la vida se caracteriza por los obstáculos del camino y fuertes marejadas en el mar; sí, la turbulencia de nuestros tiempos.
Hace unos años, al visitar a miembros y misioneros de Australia, fui testigo de un ejemplo sublime de cómo un tesoro de testimonio puede bendecir y santificar un hogar. El presidente de misión, Horace D. Ensign, y yo volamos en avión de Sídney a la distante ciudad de Darwin, donde yo había de dar la palada inicial de la primera capilla allí. El avión hizo escala en un pueblo minero llamado Mount Isa. Al acceder al pequeño aeropuerto, una mujer y sus dos hijos se acercaron a nosotros y ella nos dijo: “Soy Judith Louden; soy miembro de la Iglesia y estos son mis dos hijos. Como supusimos que vendrían en este vuelo, hemos venido a verles durante su breve escala”. Nos explicó que su marido no era miembro de la Iglesia y que ella y sus hijos eran, de hecho, los únicos miembros de toda la región. Conversamos y expresamos nuestros testimonios.
Pasó la hora y, al prepararnos para subir de nuevo a bordo, la hermana Louden se veía tan triste, tan sola. Nos suplicó: “No se vayan todavía; he echado tanto de menos la Iglesia”. De pronto, avisaron por megafonía que el avión saldría treinta minutos más tarde a causa de una revisión mecánica. La hermana Louden susurró: “Mi oración ha sido contestada”. Entonces nos preguntó qué podría hacer para interesar a su marido en el Evangelio. Le aconsejamos que le hiciera participar en la lección semanal de la Primaria en el hogar y que fuera para él un testimonio viviente del Evangelio. Yo mencioné que le enviaríamos una suscripción a la revista que la Iglesia publicaba para los niños —The Children’s Friend— y otras ayudas para enseñar a la familia. La instamos a que nunca se diera por vencida con su esposo.
Partimos de Mount Isa, una ciudad a la que no he vuelto más. Sin embargo, conservaré siempre el grato recuerdo de aquella encantadora madre y aquellos lindos niños que se despidieron de nosotros con los ojos llenos de lágrimas y gratitud.
Varios años después, mientras hablaba en una reunión de líderes del sacerdocio en Brisbane, Australia, y recalcaba la importancia de enseñar el Evangelio en el hogar, así como de vivirlo y ser ejemplos de la verdad, compartí con los varones allí reunidos el relato de la hermana Louden y el impacto que tuvieron en mí su fe y determinación. Al terminar dije: “Supongo que nunca llegaré a saber si el esposo de la hermana Louden llegó a unirse a la Iglesia, pero él no habría podido encontrar un mejor ejemplo a seguir”.
Entonces, uno de los líderes levantó la mano, se puso en pie y declaró: “Hermano Monson, yo soy Richard Louden. La mujer de la que acaba de hablar es mi esposa. Lo niños [aquí se le quebró la voz] son nuestros hijos. Ahora somos una familia eterna gracias, en parte, a la persistencia y la paciencia de mi querida esposa. Todo es obra de ella”. Nadie dijo ni una palabra. Solo rompían el silencio los sollozos ahogados de los presentes, y había lágrimas en los ojos de todos.
Hermanos y hermanas, resolvamos, no importa cuáles sean, nuestras circunstancias hacer de nuestra casa un hogar feliz. Abramos de par en par las ventanas del corazón para que cada miembro de la familia se sienta bienvenido y “en casa”. Abramos también las puertas del alma misma para que entre el dulce Cristo. Recuerden Su promesa: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él” [Apocalipsis 3:20].
Cuán bienvenido se sentirá Él, cuán feliz será nuestra vida, cuando los “distintivos de un hogar feliz” le den la bienvenida21.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Preguntas
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El presidente Monson hizo hincapié en que “la felicidad se encuentra en el hogar” (sección 1). ¿Cuáles son algunas de las maneras en que podemos crear mayor felicidad en el hogar? ¿Cómo podemos hacer que el Salvador ocupe el lugar central en nuestro hogar? ¿Cómo pueden los integrantes de la familia cultivar un respeto genuino entre ellos?
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¿Por qué la oración es importante en la edificación de un hogar feliz? (véase la sección 2). ¿Qué bendiciones ha recibido al hacer la oración familiar? ¿Qué bendiciones reciben el esposo y la esposa al orar juntos?
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¿De qué maneras el hogar debe ser “una biblioteca de aprendizaje”? (Sección 3). ¿Cómo pueden los padres ayudar a los hijos a desarrollar amor por aprender? ¿Cómo podemos mejorar el estudio de las Escrituras?
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¿Cómo podemos crear “una tradición de amor” en el hogar? (Sección 4). De pequeño, ¿qué aprendió de sus padres, o de otras personas, en cuanto al amor? ¿Cómo podemos reducir la contención en el hogar?
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¿Cómo pueden los padres ayudar a los hijos a desarrollar un testimonio fuerte del Evangelio? (véase la sección 5). ¿Cuáles son algunas maneras en las que podemos cumplir mejor nuestro deber de enseñar a los hijos? ¿Qué podemos aprender del relato de Judith y Richard Louden?
Pasajes de las Escrituras relacionados con el tema
Deuteronomio 11:19; Colosenses 3:19–21; Mosíah 4:14–15; 3 Nefi 18:21; 4 Nefi 1:15; Doctrina y Convenios 68:25–28; 93:40–50; Moisés 5:1–5, 10–12.
Ayuda didáctica
“Recuerde que edificar la fe y llegar a ser más semejante a Cristo no es algo que suceda [todo de repente]. Al invitar a aquellos a los que enseña a actuar de acuerdo con la doctrina verdadera, usted les ayuda a extender la experiencia de aprendizaje a su hogar y a la vida cotidiana” (Enseñar a la manera del Salvador, 2016, pág. 35).