Limpia otra vez
Basado en una historia verdadera
Al entrar en la pila bautismal, sentí el agua tibia y suave. Con una sonrisa, papá bajaba los escalones frente a mí. Vi cómo toda la gente a mi alrededor estaba reunida frente a la pila bautismal. ¡Estaban aquellos que me amaban y que habían ido para verme sólo a mí! Papá dijo la oración bautismal y me sumergió en el agua. Nunca olvidaré lo que sentí al salir del agua: feliz y limpia. Al salir de la pila, mamá estaba lista con una toalla grande con la que me cubrió al darme un cariñoso abrazo.
Me sequé y me puse el nuevo vestido blanco con adornos bordados que habíamos escogido para ese día. Después regresé a la sala donde esperaban mi familia y mis amigos. Mi papá, mis dos abuelos y mi tío pusieron las manos sobre mi cabeza y me confirmaron miembro de la Iglesia.
Después, todos se me acercaron para abrazarme o saludarme con un apretón de manos. Mi maestro orientador dijo: “¡En este momento estás limpia! ¡No tienes ningún pecado!”.
No había pensado en cuanto a eso antes, pero entonces me di cuenta de que en ese momento era prácticamente perfecta. Tomé la decisión de mantenerme así el mayor tiempo posible.
Todos salieron y se sentaron sobre el césped de la gran colina para conversar, participar del refrigerio y disfrutar la vista del río Potomac.
Después de un rato, mis primos, mis amigos y yo nos pusimos de pie para correr un poco. “Ten cuidado”, dijo mamá; “recuerda que llevas puesto tu vestido nuevo”.
Jugamos a las escondidillas y nos correteábamos el uno al otro alrededor de los árboles. Me encantaba ver cómo se me esponjaba el vestido con el aire cuando me daba vueltas.
De repente, sucedió lo peor; resbalé y me caí en un charco de lodo que se había formado con la lluvia de la mañana. Al levantarme, oi muchos gritos entrecortados y alguna que otra risa. ¡Mi vestido blanco estaba cubierto de lodo! Y lo peor es que ya había hecho algo malo al no hacer caso a los consejos de mamá. Corrí al baño, con los ojos llenos de lágrimas aún antes de llegar allí. El vestido tenía que volver a quedar limpio y lo restregaría hasta que así fuera. Acerqué el vestido al lavabo y dejé correr el agua sobre el lodo, haciendo que se desvaneciera, pero quedaba una mancha en la parte del frente de mi nuevo vestido blanco.
Fui al otro lado de la capilla y me senté en el borde de la acera, cerca del estacionamiento; veía las olas de calor que se alzaban en el aire por encima del asfalto. Escuché el ruido de una puerta que se abría y se cerraba detrás de mí. Mamá se sentó y puso el brazo alrededor de mis hombros.
“Así que te caíste en el lodo”.
Con la cabeza le indiqué que sí.
“Estoy segura de que podremos lavarlo y la mancha saldrá”, dijo ella.
Me negué con la cabeza. “Ya traté de hacerlo en el baño, pero no dio resultado. Lo siento; creo que la mancha nunca se quitará. ¿Podré volver a ponérmelo?”. Mientras se lo decía, se me volvieron a salir las lágrimas.
Pensé que mamá me iba a regañar por arruinar un vestido nuevo, pero ella dijo: “Pienso que ahora recordarás aún más este día”.
Tenía razón; ¡quién podría olvidar el haber arruinado su propio bautismo!
“¿Sabes una cosa? En la vida vas a cometer algunos errores”, le dijo su mamá. “A todos nos pasa, y por mucho que te esfuerces, no podrás borrarlos por completo de tu vida. ¿Sabes quién puede hacerlo?”.
“¿Jesucristo?”
Con la cabeza, mamá indicó que sí. “El Padre Celestial y Jesucristo desean perdonarnos. Si nos arrepentimos y si se lo pedimos con humildad, Jesús nos puede hacer limpios otra vez, tan limpios como tú lo fuiste cuando saliste de la pila bautismal. La expiación de Cristo es el don más grande que nuestro Padre Celestial nos ha dado. Y, ¿sabes lo que podemos hacer cada semana para ayudarnos a ser limpios?”.
Lentamente asentí con la cabeza: “Tomar la Santa Cena”.
“Así es. Cuando tomamos la Santa Cena, renovamos los convenios que hicimos cuando fuimos bautizados”. Mamá puso la mano en mi rodilla y se puso de pie. “Creo que un poco de blanqueador hará que el vestido quede blanco otra vez. Ésta no es la primera mancha de lodo que tenemos y estoy segura de que no será la última”.
Suspiré; tampoco sería mi último error, pero sí entendí un poco más lo que significaba ser bautizada y confirmada. No sólo se me quitarían todos mis errores del pasado, sino que me permitiría mantenerme limpia, no tratando de ser perfecta en todo momento, sino arrepintiéndome y esforzándome aún más.
“…vuestros vestidos han sido lavados y blanqueados mediante la sangre de Cristo…” (Alma 5:27).
“Ninguno de nosotros… es obediente a la perfección, y por lo tanto, confiamos en que nuestro convenio bautismal traiga la remisión de pecados después del bautismo tal y como… antes del bautismo. Confiamos en que el arrepentimiento… traiga al Espíritu Santo y, con Él, la gracia expiatoria”.
Élder D. Todd Christofferson, de la Presidencia de los Setenta, “Justification and Sanctification”, Ensign, junio de 2001, pág. 24.