“Cantar el domingo”, El Amigo, septiembre de 2023, págs. 20–21.
Cantar el domingo
No sería tan malo que Alejandra no fuera a la iglesia solo una vez, ¿verdad?
Esta historia tuvo lugar en Guatemala.
Alejandra suspiró aliviada. Recién terminaba de cantar un solo en la sala de música mientras la maestra escuchaba. ¡Todas las semanas de práctica habían valido la pena! Ni siquiera tuvo dificultades en la parte difícil.
“¡Qué hermosa voz!”. La señorita Pérez, maestra de música de la escuela, se puso de pie y aplaudió. “Puedes pasar a la siguiente ronda del concurso de talentos”.
¡Alejandra estaba entusiasmada! En el concurso, habría alumnos de varias escuelas que cantarían, bailarían o tocarían un instrumento para competir y ganar premios. La señorita Pérez era la jueza que escogía quién debía permanecer en el concurso. ¡Y ahora Alejandra había pasado a la siguiente ronda!
“Tienes que pasar dos rondas más de audiciones”, dijo la señorita Pérez. “Si lo haces, entrarás en el concurso final. Es un domingo a fin de mes”.
La alegría de Alejandra desapareció tan pronto como había llegado. Sentía como si tuviera algo muy pesado en el estómago.
Sabía que el domingo era un día para ir a la Iglesia y aprender acerca de Jesucristo. Era un día para tomar la Santa Cena. Era un día para descansar y estar con la familia.
“¿Un domingo?”, preguntó ella, “no sé si pueda”.
“Si no puedes estar allí el último día, entonces no puedes estar en el concurso. Sé que te irá bien si entras, pero es tu decisión. Piensa en ello durante el fin de semana y dime qué decidiste el lunes”.
Al día siguiente, Alejandra seguía pensando en lo que debía hacer. Siempre iba a la iglesia con su familia los domingos, pero, ¿tenía que ir cada semana? No sería tan malo si faltara a la iglesia solo una vez, ¿verdad?
A la hora de acostarse, habló con su papá sobre lo que debía hacer: “¿Debo cantar en el concurso o ir a la iglesia?”, preguntó ella.
“El día de reposo es un día que le damos a Dios”. Papá la tapó con la manta hasta la barbilla y se sentó junto a ella en la cama. “Tenemos seis días para nosotros. Dios solo pide un día, pero yo no puedo tomar la decisión por ti”.
Al día siguiente en la iglesia, Alejandra y todos sus amigos de la Primaria cantaron “Oración de un niño” frente a todo el barrio. ¡Habían practicado la canción por mucho tiempo!
Alejandra cantó con todo el corazón. La música la hizo olvidar la difícil decisión que tenía que tomar al día siguiente. Cuando terminaron la canción, regresó con orgullo a sentarse con su familia.
Mamá le dio un abrazo. “¡Cantaste maravillosamente!”.
“Estamos muy orgullosos de ti”, dijo papá. “Compartir tu talento mostró tu testimonio y tu fe en Dios”.
Alejandra estaba feliz de utilizar sus talentos para cantar canciones de la Primaria y sabía que eso también hacía feliz a su familia.
Entonces, se le ocurrió algo. Si hoy hubiera sido el concurso, habría perdido la oportunidad de cantar sobre el Padre Celestial. ¿Qué se perdería si no fuera a la iglesia el día del concurso? No podría cantar sobre su testimonio en la Primaria con sus amigos y se perdería la Santa Cena.
El lunes, Alejandra sabía lo que tenía que hacer. Fue a la sala de música para hablar con su maestra.
“Gracias por la oportunidad”, le dijo, “pero no quiero estar en el concurso de talentos si tengo que hacerlo un domingo”.
La señorita Pérez dejó la partitura que estaba mirando y frunció el ceño. “¿Estás segura de que deseas perderte el concurso?”.
“Sí, estoy segura”. Alejandra estaba orgullosa de su decisión. Fue difícil tomarla, pero sabía que era la decisión correcta. “Me perderé algo aún más importante si voy”.