La ministración marca la diferencia
Amelia no estaba segura de si sentiría que encajaba en la iglesia. Está muy contenta de que la gente se le haya acercado.
Amelia, una joven de Nueva Zelanda, no había ido a la iglesia en siete años.
Durante el divorcio de sus padres, la familia de Amelia se vio en una situación difícil y decidieron dejar de asistir a la iglesia. “No recibíamos apoyo de nadie”, recuerda Amelia.
Sin embargo, un domingo, siete años después, la mamá de Amelia decidió volver a intentar asistir a la iglesia. Tuvo una buena experiencia e invitó a sus hijas a regresar a la iglesia con ella. Amelia pensó: “No tengo nada que perder”.
“Estoy tan feliz de que estés aquí”
“Al principio me sentía un poco ansiosa”, dice Amelia. “No tenía sentimientos muy positivos acerca de la Iglesia”.
Pero ella decidió aceptar la invitación de su madre y no se arrepiente. “Tan pronto como entré a la iglesia, las personas me dijeron: ‘No te he visto aquí antes’, ‘Bienvenida a nuestra Iglesia’ y ‘¡Me alegra que estés aquí!’”, recuerda Amelia.
“Nadie me hizo sentir excluida. Todos fueron muy cordiales y amables”.
Sin embargo, cuando Amelia miró a su alrededor durante las reuniones de la Iglesia, comenzó a pensar que, después de todo, tal vez no pertenecía allí. “No pude evitar aislarme del resto de las personas porque comencé a compararme con los otros niños en cuanto a lo que sabían y a quiénes conocían”, dice Amelia. “Muchos niños de mi barrio son familiares o han sido amigos cercanos desde pequeños, así que parecían conocerse bien”, dice ella.
Después de la reunión sacramental, el obispo se acercó a Amelia y le dijo: “Hola, soy el obispo Watts. Me encantaría que saludes a todos”. La llevó al salón de clases de las Mujeres Jóvenes y la presentó a las otras jovencitas. “Esa fue una interacción muy importante porque me dio una chispa de esperanza de que podría formar parte de una comunidad donde yo estaba”, explica Amelia.
Y eso la animó a volver a la iglesia el domingo siguiente.
Una lección sobre la bondad
La semana siguiente, Amelia conoció a India, la hija del obispo. Ella dijo: “Hola, te vi el otro día. Mi nombre es India. Sería un placer llegar a conocerte”.
Ese día, la clase estaba hablando de algo que Amelia aún no había aprendido. India se inclinó y le preguntó: “¿Entiendes esto?” “No”, dijo Amelia. Así que India la ayudó a entender la lección.
“Ya no puedo recordar la lección, pero sí recuerdo que ella se dio cuenta de que yo necesitaba ayuda”, dice Amelia. “Su bondad hacia mí fue la lección más importante que aprendí ese día”.
India le enseñó a Amelia todo lo que pudo sobre la Iglesia y la ayudó a encontrar respuestas a sus preguntas. Durante esas primeras semanas y meses, se convirtió en una especie de guía para Amelia. “Siempre sabía exactamente qué decir”, recuerda Amelia. “Fue lo más espiritual que había experimentado en años”.
Mientras Amelia intentaba encajar con personas nuevas, India le aseguraba que nadie la juzgaría por ser nueva en la iglesia. “Ella hizo que me sintiera cómoda con el hecho de ser nueva”, dice Amelia.
Amelia le contó a India un poco acerca de las dificultades de su situación familiar, incluso el haber vivido con un padre abusivo antes del divorcio de sus padres. “India fue la primera persona en la que confié en ese entorno”, dice Amelia. “Sé que el Padre Celestial obra milagros, porque cada vez que hablaba con India, ella siempre decía algo que me ayudaba. Se aseguró de que nunca me sintiera sola”.
Amelia dice que India le dio la seguridad de que podría volver a encaminarse hacia lo que el Padre Celestial deseaba para ella. “No creo que hubiera podido regresar a la iglesia sin India o sin el obispo Watts”, dice Amelia.
Se trata de tender una mano
Su amistad con India ayudó a Amelia a acercarse más al Salvador. “Cuando regresé a la iglesia, no estaba segura de cómo tener una relación con Jesucristo. India me ayudó a entender que, aunque no podía ver al Salvador, podía sentir Su amor, Su influencia y Sus milagros en mi vida”, explica Amelia. “Ella me mostró un amor semejante al de Cristo. Ahora, quiero ayudar a alguien más como India me ayudó a mí. Quiero estar ahí para alguien cuando me necesite”.
Amelia cree que ministrar significa más que aceptar una asignación: se trata de tender una mano a las personas. “Es ver a alguien en una situación difícil y, en lugar de esperar a que pida ayuda, estar ahí cuando alguien más puede beneficiarse de ello”, dice Amelia. “India y el obispo Watts me ministraron cuando me preocupaba por no ser parte de una comunidad. Ahora que lo soy, estoy muy feliz de que alguien me haya tendido una mano”.
Amelia quiere que otros jóvenes sepan que el Padre Celestial y Jesucristo los aman, aun cuando sientan que no pertenecen. “Si sientes que no eres lo suficientemente bueno, o que no perteneces aquí en esta Iglesia, recuerda que este es tu lugar también”, dice ella.
“Y siempre puedes regresar”.