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10 Congregados


“Congregados”, capítulo 10 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 10: “Congregados”

Capítulo 10

Muro de piedras

Congregados

En el otoño de 1830, no lejos de Kirtland, Lucy Morley, de quince años, terminó su trabajo doméstico habitual y se sentó junto a su empleadora, Abigail Daniels. Mientras Abigail trabajaba en su telar, moviendo la lanzadera de un lado al otro a través de los hilos entrecruzados, Lucy enrollaba el hilo en carretes delgados. La tela que tejían sería para la madre de Lucy a cambio de los servicios de Lucy en la casa de la familia Daniels. Con muchos niños bajo su techo y sin hijas adolescentes, Abigail dependía de Lucy para que le ayudara a mantener a su familia limpia y alimentada.

Mientras las dos trabajaban lado a lado, oyeron un golpe en la puerta. “Adelante”, exclamó Abigail.

Levantando la vista de su carrete, Lucy vio a tres hombres entrar a la habitación. Eran desconocidos, pero estaban bien vestidos y parecían amigables. Los tres parecían ser unos años más jóvenes que Abigail, que tenía poco más de treinta años.

Lucy se puso de pie y trajo más sillas a la habitación. Cuando los hombres se sentaron, ella tomó sus sombreros y volvió a su asiento. Los hombres se presentaron como Oliver Cowdery, Parley Pratt y Ziba Peterson, predicadores de Nueva York que cruzaban la ciudad rumbo al Oeste. Dijeron que el Señor había restaurado Su verdadero evangelio al amigo de ellos, un profeta llamado José Smith.

Mientras ellos hablaban, Lucy atendía en silencio su trabajo. Los hombres hablaron acerca de ángeles y de un conjunto de planchas de oro que el Profeta había traducido por revelación. Testificaron que Dios los había enviado en su misión de predicar el Evangelio por última vez antes de la segunda venida de Jesucristo.

Cuando terminaron su mensaje, el ruido rítmico del telar de Abigail se detuvo y la mujer dio media vuelta en su banco. “No quiero que se enseñe ninguna de sus condenables doctrinas en mi casa”, dijo, agitando furiosa la lanzadera ante sus caras.

Los hombres trataron de persuadirla, testificando que su mensaje era verdadero; pero Abigail les ordenó que se fueran, diciendo que no quería que contaminaran a sus hijos con doctrina falsa. Los hombres le preguntaron si al menos les daría de comer. Tenían hambre y no habían comido en todo el día.

“No pueden comer nada en mi casa —contestó Abigail bruscamente—. No alimento a impostores”.

De repente, Lucy habló, horrorizada de que Abigail les hablara a los siervos de Dios de forma tan grosera. “Mi padre vive a un kilómetro y medio de aquí —dijo—. Él nunca rechaza a nadie que llegue hambriento hasta su puerta. Vayan allí y se les alimentará y atenderá”.

Lucy recogió sus sombreros, siguió a los misioneros afuera y les mostró cómo llegar hasta la casa de sus padres. Los hombres le dieron las gracias y comenzaron a caminar.

“Que Dios la bendiga”, dijeron.

Después de que los hombres se perdieron de vista, Lucy regresó a la casa. Abigail estaba en su telar otra vez, pasando la lanzadera de un lado al otro. —Espero que te sientas mejor ahora —le dijo a Lucy, claramente irritada.

—Sí, me siento bien —respondió Lucy1.


Como había prometido Lucy, los tres misioneros hallaron una comida abundante en la casa de la familia Morley. Sus padres, Isaac y Lucy, eran miembros de la congregación de Sidney Rigdon y creían que los seguidores de Cristo debían compartir sus bienes y propiedades unos con otros como una gran familia. Siguiendo el ejemplo de los santos del Nuevo Testamento, que trataban de tener “en común todas las cosas”, habían abierto su extensa granja a otras familias que deseaban vivir juntas y poner en práctica sus creencias, apartados del mundo competitivo y a menudo egoísta que los rodeaba2.

Esa noche, los misioneros enseñaron a la familia Morley y a sus amigos. Las familias respondieron al mensaje de los misioneros de prepararse para el regreso del Salvador y Su reinado milenario, y alrededor de la medianoche diecisiete personas se bautizaron.

En los días que siguieron, más de cincuenta personas de todo Kirtland se congregaron en las reuniones de los misioneros y pidieron unirse a la Iglesia3. Muchos de ellos vivían en la granja de los Morley, entre ellos Pete, un esclavo liberado cuya madre había venido de África Occidental4. Incluso Abigail Daniels, que había rechazado a los misioneros tan rápidamente, abrazó su mensaje después de que ella y su esposo los escucharon predicar5.

A medida que la Iglesia crecía en Ohio, particularmente entre los seguidores de Sidney, Oliver le informaba las buenas noticias a José. Cada día más personas pedían escuchar su mensaje. “Aquí hay una considerable demanda de libros —escribió—, y desearía que enviaras quinientos”6.

Sin embargo, aunque estaba contento con su éxito en Ohio, Oliver sabía que el Señor los había llamado a predicar a los indios americanos que vivían más allá de la frontera occidental de los Estados Unidos. Él y los demás misioneros pronto abandonaron Kirtland, llevándose consigo a un nuevo converso llamado Frederick Williams. Frederick era médico y, con 43 años, era el hombre de más edad de la compañía7.

Al dirigirse hacia el oeste, a fines del otoño de 1830, recorrieron fatigosamente praderas y pequeñas colinas nevadas. Se detuvieron brevemente para predicarles a los indios Wyandot en el centro de Ohio, antes de reservar un pasaje en un barco de vapor con destino a Misuri, el estado más occidental de la nación.

Los misioneros avanzaron a ritmo constante por el río hasta que el hielo les bloqueó el paso. Sin inmutarse, desembarcaron y caminaron cientos de kilómetros a lo largo de la orilla congelada del río. Para entonces, la nieve que había caído era espesa y profunda, por lo que era más difícil viajar por las amplias praderas. A veces, los vientos que cruzaban el paisaje parecían lo suficientemente penetrantes como para quitarles la piel de la cara8.


Mientras los misioneros viajaban hacia el oeste, Sidney viajó hacia el este con su amigo Edward Partridge, un fabricante de sombreros de treinta y siete años perteneciente a su congregación. Los dos hombres se dirigieron a Manchester, a casi quinientos kilómetros de Kirtland, para encontrarse con José. Sidney ya se había unido a la Iglesia, pero Edward quería conocer al Profeta antes de decidir si debía hacer lo mismo9.

Cuando llegaron, los amigos fueron primero a la granja de los padres de José, solo para enterarse de que la familia Smith se había mudado más cerca de Fayette. Pero antes de caminar otros cuarenta y dos kilómetros hasta la casa de la familia Smith, Edward quiso echar un vistazo a la propiedad, pensando que las destrezas manuales de la familia Smith podían revelar algo sobre su carácter. Sidney y él vieron sus huertos bien cuidados, sus casas y cobertizos y los muros bajos de piedra que habían construido. Cada uno de ellos daba testimonio del orden y la laboriosidad de la familia10.

Edward y Sidney regresaron al camino y anduvieron todo el día, llegando a la casa de la familia Smith por la noche. Cuando llegaron allí, se estaba llevando a cabo una reunión de la Iglesia. Entraron a hurtadillas en la casa y se unieron a una pequeña congregación que escuchaba predicar a José Smith. Cuando el Profeta terminó, dijo que cualquiera de la sala podía pararse y hablar como se sintiera inspirado a hacerlo.

Edward se puso de pie y les dijo a los santos lo que él había visto y sentido en su viaje. Luego dijo: —Estoy listo para bautizarme, hermano José. ¿Podría bautizarme?.

—Has recorrido un largo camino —dijo José—. Creo que es mejor que descanses y comas algo y que te bautices mañana por la mañana.

—Como usted juzgue conveniente —respondió Edward—. Estoy listo cuando quiera11.


Antes de que el bautismo tuviera lugar, José recibió una revelación en la que se llamaba a Edward a predicar y a prepararse para el día en el que Cristo vendría a Su templo12. Edward se bautizó y rápidamente se marchó para compartir el Evangelio con sus padres y familiares13. Sidney, mientras tanto, se quedó en Fayette para actuar como el escriba de José y pronto lo ayudó en un nuevo proyecto14.

Meses antes, José y Oliver habían comenzado una traducción inspirada de la Biblia. Gracias al Libro de Mormón, sabían que algunas verdades preciosas se habían corrompido a lo largo de las épocas y se habían quitado del Antiguo y el Nuevo Testamento. Utilizando una Biblia que Oliver compró en la librería de Grandin, habían comenzado a estudiar el libro de Génesis, buscando inspiración sobre pasajes que parecían incompletos o poco claros15.

Poco tiempo después, el Señor le había revelado a José una visión recibida por primera vez por Moisés, la cual faltaba en el Antiguo Testamento. En las Escrituras recién restauradas, Dios le mostró a Moisés “incontables mundos”; le dijo que Dios había creado todas las cosas espiritualmente antes de crearlas físicamente y le enseñó que el propósito de esta gloriosa creación era ayudar a los hombres y mujeres a recibir la vida eterna16.

Después que Oliver hubo partido a su misión al Oeste, José había continuado traduciendo, actuando John Whitmer y Emma como escribas, hasta que llegó Sidney. Más recientemente, el Señor había comenzado a revelar más sobre la historia del profeta Enoc, cuya vida y ministerio apenas se mencionan brevemente en Génesis17.

A medida que Sidney registraba lo que José le dictaba, aprendieron que Enoc había sido un profeta que congregó a un pueblo obediente y bendito. Al igual que los nefitas y los lamanitas, que crearon una sociedad justa después de la visita del Salvador a las Américas, el pueblo de Enoc aprendió a vivir pacíficamente el uno con el otro. “Eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud —se registraba en las Escrituras—, y no había pobres entre ellos”18.

Bajo el liderazgo de Enoc, el pueblo edificó una ciudad santa llamada Sion, a la que Dios finalmente recibiría en Su presencia. Allí, Enoc habló con Dios mientras contemplaban la tierra, y Dios lloró a causa de la iniquidad y el sufrimiento de Sus hijos. El día vendría, le dijo a Enoc, cuando la verdad saldría de la tierra y Su pueblo edificaría otra ciudad de Sion para los justos19.

Al reflexionar Sidney y José acerca de la revelación, supieron que había llegado el día en que el Señor volvería a establecer Sion sobre la tierra. Al igual que el pueblo de Enoc, los santos debían prepararse, uniéndose en corazón y mente, a fin de estar listos para edificar la ciudad santa, y su templo, tan pronto como el Señor revelara su ubicación.


A fines de diciembre, el Señor les mandó a José y a Sidney que hicieran una pausa en su trabajo de traducción. “Un mandamiento doy a la iglesia —declaró—, que se congreguen en Ohio”. Debían congregarse con los nuevos conversos en el área de Kirtland y esperar a que los misioneros regresaran del Oeste.

“En esto hay sabiduría —declaró el Señor—, y escoja todo varón por sí mismo hasta que yo venga”20.

El llamado a mudarse a Ohio pareció acercar a los santos al cumplimiento de antiguas profecías sobre el recogimiento del pueblo de Dios. Tanto la Biblia como el Libro de Mormón prometían que el Señor congregaría a Su pueblo del convenio para protegerlos de los peligros de los últimos días. En una revelación reciente, el Señor le había dicho a José que ese recogimiento comenzaría pronto21.

Pero aun así, el llamado causó un gran impacto. En la tercera conferencia de la Iglesia, llevada a cabo en la casa de la familia Whitmer poco después del año nuevo, muchos de los santos estaban preocupados y tenían muchas preguntas sobre el mandamiento22. Ohio estaba escasamente poblado y quedaba a cientos de kilómetros de distancia. La mayoría de los miembros de la Iglesia sabía muy poco acerca de esa región.

Muchos de ellos también habían trabajado arduamente para mejorar sus propiedades y cultivar granjas prósperas en Nueva York. Si se mudaban en grupo a Ohio, tendrían que vender sus propiedades apresuradamente y probablemente perderían dinero. Algunos incluso podrían quedar arruinados económicamente, en especial si la tierra de Ohio resultaba ser menos rica y fértil que su tierra en Nueva York.

Con la esperanza de aliviar las preocupaciones sobre el recogimiento, José se reunió con los santos y recibió una revelación23. “Os ofrezco y estimo conveniente daros riquezas más grandes, sí, una tierra de promisión —declaró el Señor—, y os la daré como tierra de vuestra herencia, si es que la procuráis con todo vuestro corazón”. Al congregarse, los santos podrían florecer como un pueblo justo y ser protegidos de los inicuos.

El Señor también prometió dos bendiciones adicionales para quienes se congregaran en Ohio. “Allí os daré mi ley —dijo—, y allí seréis investidos con poder de lo alto”24.

La revelación calmó la mente de la mayoría de los santos en la sala, aunque algunas personas se negaron a creer que provenía de Dios. La familia de José y las familias Whitmer y Knight estaban entre los que creyeron y decidieron seguirla25.

Como líder de la rama de la Iglesia de Colesville, Newel Knight regresó a casa y comenzó a vender todo lo que podía. También pasó gran parte de su tiempo visitando a los miembros de la Iglesia. Siguiendo el ejemplo del pueblo de Enoc, él y otros santos de Colesville trabajaron juntos y se sacrificaron para asegurar que los pobres pudieran realizar el viaje antes de la primavera26.

José, mientras tanto, sintió la necesidad urgente de llegar a Kirtland y reunirse con los nuevos conversos. Aunque Emma estaba embarazada de gemelos y se estaba recuperando de una larga enfermedad, ella subió al trineo, decidida a irse con él27.


En Ohio, la Iglesia estaba teniendo problemas. Después de que los misioneros partieron hacia el Oeste, el número de conversos en Kirtland continuó creciendo, pero muchos de los santos no estaban seguros de cómo practicar su nueva religión. La mayoría buscaba guía en el Nuevo Testamento, como lo habían hecho antes de unirse a la Iglesia, pero sin una guía profética parecía haber tantas formas de interpretar el Nuevo Testamento como santos había en Kirtland28.

Elizabeth Ann Whitney estaba entre los que deseaban experimentar los dones espirituales de la iglesia cristiana primitiva. Antes de que los misioneros llegaran a Kirtland, Ann y su esposo, Newel, habían orado muchas veces para saber cómo podían recibir el don del Espíritu Santo.

Una noche, mientras oraban para pedir orientación divina, tuvieron una visión de una nube que descansaba sobre su hogar. El Espíritu los llenó y su casa se desvaneció a medida que la nube los envolvía. Oyeron una voz del cielo: “Prepárense para recibir la palabra del Señor, porque está en camino”29.

Ann no había crecido en un hogar religioso y ninguno de sus padres había asistido a la Iglesia. A su padre no le gustaban los clérigos, y su madre estaba siempre ocupada con las tareas del hogar o atendiendo a los hermanos menores de Ann. Ambos habían alentado a Ann a disfrutar de la vida antes que buscar a Dios30.

Pero Ann siempre se había sentido atraída por las cosas espirituales y cuando se casó con Newel, expresó el deseo de encontrar una iglesia. Ante su insistencia, se unieron a la congregación de Sidney Rigdon porque creía que sus principios eran los más cercanos a los que ella encontraba en las Escrituras. Más tarde, cuando ella oyó por primera vez a Parley Pratt y sus compañeros predicar el Evangelio restaurado, supo que lo que enseñaban era verdad31.

Ann se unió a la Iglesia y se regocijó con su nueva religión, pero las diferentes maneras en las que las personas la practicaban la confundieron. Sus amigos Isaac y Lucy Morley continuaron invitando a las personas a vivir en su granja y a compartir sus recursos32. Leman Copley, quien era propietario de una gran granja al este de Kirtland, continuó aferrándose a algunas enseñanzas que aprendió en el tiempo que vivió entre los tembladores, una comunidad religiosa que tenía un asentamiento cerca de allí33.

Algunos de los santos de Kirtland llevaron sus creencias a extremos disparatados, deleitándose en lo que consideraban dones del Espíritu. Varias personas afirmaban tener visiones que no podían explicar. Otros creían que el Espíritu Santo los hacía escurrirse o deslizarse por el suelo34. Un hombre daba vueltas por las habitaciones o se mecía desde las vigas del techo cada vez que creía sentir el Espíritu. Otro actuaba como un mono babuino35.

Al ver este comportamiento, algunos conversos se desanimaron y abandonaron la nueva Iglesia. Ann y Newel continuaron orando, seguros de que el Señor les mostraría el camino a seguir36.

El 4 de febrero de 1831 llegó un trineo a la tienda que Newel poseía y operaba en Kirtland. Un hombre de veinticinco años se bajó del trineo, entró en la tienda dando saltitos y extendió la mano por encima del mostrador. “¡Newel K. Whitney! —exclamó—. ¡Usted es el hombre!”

Newel le estrechó la mano. “Usted me lleva ventaja —le dijo—; no me es posible llamarlo por su nombre, como usted lo ha hecho conmigo.

—Soy José, el Profeta,—exclamó el hombre—. Usted ha orado para que yo viniera. ¿Qué desea de mí?”37.