“Mayordomos sobre este ministerio”, capítulo 19 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018
Capítulo 19: “Mayordomos sobre este ministerio”
Capítulo 19
Mayordomos sobre este ministerio
Cuando el Campamento de Israel se disolvió, un brote devastador de cólera atacó a sus integrantes. Los santos, que solo unas horas antes habían estado saludables, se desplomaban, sin poder moverse. Vomitaban una y otra vez y sufrían intensos dolores de estómago. Los gritos de los enfermos llenaban el campamento y muchos hombres estaban demasiado débiles para cumplir su turno de vigilancia.
Nancy Holbrook fue una de las primeras en enfermarse. Su cuñada Eunice pronto se unió a ella, afectada por calambres musculares insoportables1. Wilford Woodruff pasó gran parte de la noche y el día siguiente atendiendo a un hombre enfermo de su compañía2. José y los élderes del campamento dieron bendiciones a los enfermos, pero la enfermedad pronto aquejó también a muchos de ellos. José cayó enfermo después de unos días y languideció en su tienda, sin saber si iba a sobrevivir3.
Algunos murieron, y Heber Kimball, Brigham Young y otros más envolvieron los cuerpos en mantas y los enterraron a lo largo de un arroyo cercano4.
El cólera siguió su curso después de varios días, desapareciendo a principios de julio. Para ese momento, más de sesenta santos habían caído enfermos. José se recuperó, al igual que Nancy, Eunice y la mayoría de las personas del campamento. Pero más de una docena de santos murieron durante el brote, entre ellos Sidney Gilbert y Betsy Parrish, una de las pocas mujeres del campamento. José se acongojó por las víctimas y sus familias. La última persona en morir fue Jesse Smith, su primo5.
El propio roce de José con la muerte fue un recordatorio de cuán fácil se le podía quitar la vida. A los veintiocho años, estaba cada vez más preocupado por completar su divina misión6. Si moría ahora, ¿qué le pasaría a la Iglesia? ¿Era lo suficientemente fuerte como para sobrevivirlo a él?
Siguiendo las instrucciones del Señor, José ya había hecho cambios en el liderazgo de la Iglesia a fin de compartir las cargas de la administración. Para ese momento, Sidney Rigdon y Frederick Williams estaban sirviendo con él en la presidencia de la Iglesia. También había designado a Kirtland como una estaca de Sion, o un lugar oficial de congregación para los santos7.
Más recientemente, después de recibir una visión de la forma en la que Pedro organizó la Iglesia del Señor en la antigüedad, José había organizado un sumo consejo de doce sumos sacerdotes en Kirtland para que le ayudaran a gobernar la estaca y dirigirla en su ausencia8.
Poco después de que el cólera cedió, José organizó la Iglesia aún más. Reunido con los líderes de la Iglesia en el condado de Clay, en julio de 1834, formó un sumo consejo en Misuri y nombró a David Whitmer para que presidiera la Iglesia allí con la ayuda de dos consejeros, Williams Phelps y John Whitmer9. Luego se dirigió a Kirtland, ansioso por terminar el templo y obtener la investidura de poder que ayudaría a los santos a redimir a Sion.
José sabía que había grandes problemas por delante. Cuando salió de Kirtland esa primavera, las paredes de arenisca tenían poco más de un metro de alto, y la llegada de varios trabajadores calificados a la ciudad le había infundido la esperanza de que los santos llevarían a cabo el plan del Señor para Su casa. Pero las pérdidas en Independence y sus alrededores (la imprenta, la tienda y muchas hectáreas de tierra) habían perjudicado económicamente a los santos. José, Sidney y otros líderes de la Iglesia también se habían endeudado considerablemente, pidiendo cuantiosos préstamos para comprar la tierra para el templo de Kirtland y financiar el Campamento de Israel.
Al estar estancados los negocios de la Iglesia, o en apuros, y al no contar con un sistema confiable para recaudar donaciones de los santos, la Iglesia no podía pagar el templo. Si José y los otros líderes se atrasaban en sus pagos, podían perder el edificio sagrado a manos de los acreedores. Y si perdían el templo, ¿cómo podrían recibir la investidura de poder y redimir a Sion?10
En Kirtland, Sidney Rigdon compartía la ansiedad de José por terminar el templo. “Debemos hacer todos los esfuerzos posibles para llevar a término este edificio en el tiempo señalado —dijo a los santos—. De él dependen la salvación de la Iglesia y también la del mundo”11.
Sidney había supervisado el progreso de la construcción del templo mientras José estaba en Misuri. Al no contar con hombres más jóvenes para hacer el trabajo, Artemus Millet, el capataz de la construcción, había reclutado a hombres mayores, así como a mujeres y niños, para trabajar en el edificio. Muchas de las mujeres cubrieron puestos de trabajo que generalmente desempeñaban los hombres, ayudando a los albañiles y conduciendo carromatos hacia y desde la cantera para acarrear piedra para el templo. Para cuando José y el Campamento de Israel regresaron a Kirtland, las paredes se elevaban más de dos metros por encima de la fundación.
El regreso del campo impulsó su construcción en el verano y el otoño de 183412. Los santos picaban piedras en la cantera, las transportaban al terreno del templo y edificaban las paredes del templo día tras día. José laboraba junto a los trabajadores mientras cortaban bloques de piedra en un arroyo cercano. Algunos trabajaban en el aserradero de la Iglesia preparando madera para vigas, techos y pisos. Otros ayudaban a alzar la madera y a levantar los andamios hasta donde fuera necesario13.
Mientras tanto, Emma, junto con otras mujeres, hacían ropa para los trabajadores y los mantenían alimentados. Vilate Kimball, la esposa de Heber, hiló cuarenta y cinco kilogramos de lana para formar hilo, lo tejió para hacer tela y cosió ropa para los trabajadores, sin guardarse ni siquiera un par de medias adicionales para ella.
El entusiasmo de los santos por completar el templo animaba a Sidney, pero las deudas de la Iglesia aumentaban cada día y, habiendo firmado él mismo muchos de los préstamos más grandes, sabía que quedaría arruinado económicamente si la Iglesia no los pagaba. Cuando vio la pobreza de los santos y los sacrificios que estaban haciendo para terminar el templo, Sidney también temió que nunca tuvieran los recursos o la resolución para completarlo.
Abrumado por la preocupación, a veces subía a la parte superior de las paredes del templo y le rogaba a Dios que les enviara los fondos que necesitaban para terminar el templo. Al orar, las lágrimas caían de sus ojos sobre las piedras que estaban debajo de sus pies14.
A ochocientos kilómetros al noreste de Kirtland, Caroline Tippets, de veintiún años, guardaba cuidadosamente una gran suma de dinero entre la ropa y otros artículos que llevaba de Nueva York a Misuri. Ella y su hermano menor, Harrison, se estaban mudando al oeste con la esperanza de establecerse en algún lugar cerca del condado de Jackson. Habían oído hablar de la persecución de los santos allí, pero querían obedecer el mandato del Señor de congregarse en Misuri y comprar tierras en Sion antes de que los enemigos de la Iglesia se las arrebataran15.
El mandamiento había formado parte de la revelación que recibió José después de enterarse de la expulsión de los santos de Sion. “Compren cuantos terrenos se puedan obtener —decía— en el condado de Jackson y en los condados circunvecinos”. Los fondos habían de venir por donación. “Junten todas las iglesias su dinero —ordenó el Señor—, y desígnense hombres honrados, hombres sabios, y enviadlos a comprar estos terrenos”16.
Cuando los líderes de la rama de Caroline se enteraron de la revelación, le pidieron al pequeño grupo de santos que ayunara y orara para solicitar la ayuda del Señor a fin de recaudar dinero para comprar tierras en Misuri. Algunos miembros de la rama hicieron grandes donaciones de efectivo y propiedades al fondo. Otros dieron unos pocos dólares.
Caroline tenía alrededor de 250 dólares que podía aportar al fondo. Era más dinero que lo que cualquier otra persona de la rama había donado y probablemente más de lo que nadie esperaba que donara, pero ella sabía que eso ayudaría a los santos a redimir la tierra prometida. Cuando ella agregó su donación al fondo, el total llegó a aproximadamente 850 dólares, una cantidad sustancial de dinero.
Después de la reunión, Harrison y su primo, John, fueron seleccionados para viajar a Misuri para comprar las tierras. Caroline decidió ir con ellos y proteger su parte de la donación. Después de que John puso en orden algunos negocios y los miembros de la familia prepararon un tiro de caballos y un carromato para ellos, los tres estuvieron listos para partir hacia Misuri.
Al subir al carromato, Caroline ansiaba comenzar una nueva vida en el Oeste. Como los Tippets planeaban hacer un alto en el camino, en Kirtland, los líderes de su rama les dieron una carta de presentación para el Profeta, explicando de dónde venía su dinero y qué esperaban hacer con él17.
Durante todo el otoño de 1834, José y otros líderes de la Iglesia se fueron rezagando cada vez más en sus pagos del terreno del templo, y los intereses de los préstamos continuaban acumulándose. Algunos trabajadores ofrecieron voluntariamente de su tiempo para trabajar en el templo, aliviando en algo la carga financiera de la Iglesia. Cuando las familias tenían dinero en efectivo o bienes extra, a veces los ofrecían a la Iglesia para el proyecto del templo18.
Otras personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, concedieron créditos y prestaron dinero para que la construcción siguiera avanzando. Las donaciones y los préstamos, a su vez, pagaron los materiales y permitieron que personas, que de otro modo habrían estado desempleadas, pudieran trabajar19.
Estos esfuerzos hicieron que las paredes del templo siguieran elevándose y, en los últimos meses del año, fueron lo suficientemente altas como para que los trabajadores comenzaran a colocar las vigas para el piso superior. Pero el dinero siempre era escaso y los líderes de la Iglesia oraban constantemente por más fondos20.
A principios de diciembre, la familia Tippets llegó a Kirtland, y Harrison y John entregaron la carta de su rama al sumo consejo. Con el invierno casi encima, le preguntaron al consejo si debían continuar hacia Misuri o permanecer durante esa estación en Kirtland. Después de conversarlo un poco, el sumo consejo recomendó que la familia se quedara en Ohio hasta la primavera.
Desesperado por obtener fondos, el consejo también les pidió a los jóvenes que le prestaran dinero a la Iglesia, prometiéndoles devolverlo antes de su partida en la primavera. Harrison y John acordaron prestarle a la Iglesia parte de los 850 dólares de su rama. Como gran parte de ese dinero era de Caroline, el consejo la llamó a la reunión y le explicó los términos del préstamo, que ella aceptó de buena gana.
Al día siguiente, José y Oliver se regocijaron y dieron gracias al Señor por el alivio financiero que la familia Tippets había traído21.
Ese invierno llegaron más préstamos y donaciones a la Iglesia, pero José sabía que todavía no serían suficientes para cubrir el creciente costo del templo. Sin embargo, Caroline Tippets y su familia habían demostrado que muchos santos en las ramas remotas de la Iglesia deseaban hacer su parte en la obra del Señor. Al comenzar un nuevo año, José se dio cuenta de que tenía que encontrar una manera de fortalecer esas ramas y buscar su ayuda para terminar el templo, a fin de que los santos pudieran ser investidos con poder.
La solución provino de una revelación que José había recibido varios años antes, en la que se mandaba a Oliver Cowdery y a David Whitmer que buscaran a doce apóstoles para predicar el Evangelio al mundo. Al igual que los apóstoles en el Nuevo Testamento, estos hombres debían actuar como testigos especiales de Cristo, bautizando en Su nombre y congregando a los conversos en Sion y sus ramas22.
Como cuórum, los doce apóstoles también funcionarían como un sumo consejo viajante y ministrarían en áreas que caían fuera de la jurisdicción de los sumos consejos de Ohio y Misuri23. Dentro de esa función, podrían dirigir la obra misional, supervisar las ramas y recaudar fondos para Sion y el templo.
Un domingo a principios de febrero, José invitó a Brigham y a Joseph Young a su casa. “Deseo que comuniquen a todos los hermanos de las ramas, que vivan a una distancia razonable de este lugar, que se convoca una conferencia general para el próximo sábado”, dijo a los hermanos. En esa conferencia, explicó, se llamaría a doce hombres para el nuevo cuórum.
“Y tú —dijo a Brigham—, serás uno de ellos”24.
La semana siguiente, el 14 de febrero de 1835, los santos de Kirtland se reunieron para la conferencia. Bajo la dirección de José, Oliver, David y el otro testigo del Libro de Mormón, Martin Harris, anunciaron a los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles. Cada uno de los hombres llamados había servido misiones de predicación, y ocho de ellos habían marchado en el Campamento de Israel25.
Thomas Marsh y David Patten, ambos de alrededor de treinta y cinco años, eran los de mayor edad de los Doce. Thomas era uno de los primeros conversos, habiendo obtenido un testimonio del Libro de Mormón mientras los primeros ejemplares todavía se estaban imprimiendo. David había servido misión tras misión en los tres años transcurridos desde su conversión26.
Como José había afirmado una semana antes, Brigham también fue llamado al cuórum, al igual que su mejor amigo, Heber Kimball. Ambos hombres habían servido fielmente como capitanes en el Campamento de Israel. Ahora Brigham volvería a dejar su banco de carpintero y Heber su rueda de alfarero para estar en la obra del Señor.
Al igual que los apóstoles del Nuevo Testamento, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, dos pares de hermanos fueron llamados a los Doce. Parley y Orson Pratt habían difundido el Evangelio hacia el este y el oeste y ahora debían dedicarse a servir a las ramas de la Iglesia en todas partes. Luke y Lyman Johnson habían predicado hacia el sur y el norte y saldrían nuevamente, ahora con autoridad apostólica27.
El Señor escogió tanto a los instruidos como a los que carecían de estudios. Orson Hyde y William McLellin habían enseñado en la Escuela de los Profetas y trajeron sus sagaces intelectos al cuórum. Aunque solo tenía veintitrés años, John Boynton había tenido gran éxito como misionero y era el único de los apóstoles que había asistido a una universidad. El hermano menor del Profeta, William, no tenía el mismo beneficio de tener estudios formales, pero era un orador apasionado, intrépido frente a la oposición y presto a defender a los necesitados28.
Después de llamar a los apóstoles, Oliver les dio un encargo especial. “Jamás cesen de esforzarse hasta que hayan visto a Dios, cara a cara —les dijo—. Fortalezcan su fe; despójense de sus dudas, de sus pecados y de toda su incredulidad; y nada podrá impedir que vengan a Dios”.
Les prometió que predicarían el Evangelio en naciones lejanas y que recogerían a muchos de los hijos de Dios en la seguridad de Sion.
“Serán mayordomos sobre este ministerio —testificó—. Tenemos una obra que realizar que ningún otro hombre puede hacer. Deben proclamar el Evangelio en su sencillez y pureza, y los encomendamos a Dios y a la palabra de Su gracia”29.
Dos semanas después de organizar a los Doce, José formó otro cuórum del sacerdocio para que se uniera a los apóstoles en la difusión del Evangelio, el fortalecimiento de las ramas y la recaudación de donaciones para la Iglesia. Los miembros de este nuevo cuórum, llamado el Cuórum de los Setenta, eran todos veteranos del Campamento de Israel. Debían viajar por todas partes, siguiendo el ejemplo del Nuevo Testamento de los setenta discípulos que viajaban de dos en dos a cada ciudad para predicar la palabra de Jesús30.
El Señor seleccionó a siete hombres para que presidieran el cuórum, entre ellos Joseph Young y Sylvester Smith, el capitán de la compañía que se había peleado con el Profeta durante la marcha del Campamento de Israel. Con la ayuda del sumo consejo de Kirtland, los dos hombres habían resuelto sus diferencias ese verano y se habían reconciliado31.
Poco después de los llamamientos, el Profeta les habló a los nuevos cuórums. “Algunos de ustedes están enfadados conmigo porque no pelearon en Misuri —dijo—. Pero permítanme decirles que Dios no quiso que lo hicieran”. En cambio, José explicó que Dios los había llamado a Misuri para probar su disposición a sacrificar y consagrar sus vidas a Sion y para aumentar el poder de su fe.
“Él no podía organizar Su reino con doce hombres para abrir las puertas de las naciones de la tierra al Evangelio, y con setenta hombres bajo su dirección que siguieran sus pasos —enseñó—, a menos que los eligiera de un grupo de hombres que hubieran ofrecido su propia vida y hubieran hecho un sacrificio tan grande como el de Abraham”32.