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39 La enésima tribulación


“La enésima tribulación”, capítulo 39 de Santos: La historia de La Iglesia de Jesucristo en los Últimos Días, tomo I, El estandarte de la verdad, 1815 – 1846, 2018

Capítulo 39: “La enésima tribulación”

Capítulo 39

Río

La enésima tribulación

El 11 de agosto de 1842, un rayo de luna se reflejaba en las oscuras corrientes del río cuando José y su amigo, Erastus Derby, remaban silenciosamente en un bote río abajo por el Mississippi. Más adelante, divisaron el contorno de dos islas boscosas en el tramo del río entre Nauvoo y Montrose. Al pasar por entre las islas, vieron otro bote encallado en un banco de arena y remaron hacia él1.

El día anterior, José y Porter habían salido de Nauvoo para eludir el arresto, temiendo que no obtendrían un juicio justo. Porter se dirigió al este para salir del estado, mientras que José fue al oeste, cruzando el río hasta la casa de su tío John en el Territorio de Iowa, fuera de la jurisdicción del alguacil de Illinois y sus hombres. Él había permanecido allí todo el día, pero sintió mucha preocupación de ver a la familia y los amigos.

Al desembarcar en la isla, Emma, Hyrum y algunos de los amigos íntimos de José salieron a saludarlos. Tomando a Emma de la mano, se sentaron en el bote y hablaron en voz baja de la situación en Nauvoo2.

El peligro era mayor de lo que José anticipaba. Sus amigos habían escuchado que el gobernador de Iowa había expedido una orden de arresto contra él y Porter, lo que significaba que para José ya no era seguro esconderse en casa de su tío. Ahora debía haber alguaciles a ambos lados del río buscándole.

Aún así, los amigos de José seguían pensando que los intentos de arrestarle eran ilegales y una descarada estratagema de sus enemigos en Misuri para capturar al Profeta. Por ahora, lo mejor que José podía hacer era ocultarse en la granja de un amigo, del lado de Illinois del río, hasta que las cosas se apaciguaran3.

Al partir de la isla esa noche, José se sentía desbordado por sentimientos de gratitud. Otras personas lo habían abandonado y le habían traicionado una y otra vez en momentos de adversidad. Pero estos amigos habían venido en medio de la oscuridad de la noche para respaldarlo a él y a las verdades que él atesoraba.

“Ellos son mis hermanos —pensó—, y yo viviré”.

Pero la mayor gratitud la sentía por Emma. “De nuevo, ella está aquí —pensó—, aun en la enésima tribulación; sin miedo, firme, inquebrantable, inmutable, cariñosa”4.


Emma se mantuvo en comunicación con José en forma regular durante los días y semanas siguientes. Cuando no podían verse en persona, intercambiaban cartas. Cuando ella podía eludir a los oficiales que vigilaban cada uno de sus pasos, ella se reunía con él en alguna vivienda segura y diseñaban la siguiente estrategia. A menudo, ella transmitía los mensajes de José a los santos y viceversa, seleccionando las personas en que él debía confiar y esquivando a los que representaban un daño para él5.

Los alguaciles amenazaron con registrar cada casa en Illinois, si fuese necesario. José sabía que los santos estaban preocupados de que pronto fuese capturado y devuelto a Misuri. Algunos amigos le instaron a escapar a unos bosques al norte de Illinois, de donde los santos extraían madera para el templo6.

José detestaba la idea de irse y prefería permanecer en Illinois y observar el desarrollo de la crisis hasta su fin. Pero él estaba dispuesto a irse, si eso era lo que Emma deseaba hacer. “Mi seguridad está contigo —le escribió—. Si tú y los niños no vienen conmigo, no iré”.

Una parte de él ansiaba poder llevarse a su familia a alguna parte, aunque fuese por una corta temporada. “Estoy cansado de la vulgaridad maliciosa, baja y profana de algunos sectores de la sociedad en que vivimos —le dijo a Emma—, y pienso que si pudiera tener un descanso de unos seis meses con mi familia, sería lo mejor que me pudiera pasar”7.

Emma respondió a su carta ese mismo día: “Estoy lista para ir contigo si te sientes obligado a partir —escribió—, pero aun me siento muy confiada de que puedes estar protegido sin que tengas que abandonar este estado. Hay más de una forma de protegerte”8.

La siguiente noche, Emma escribió una carta al gobernador de Illinois asegurándole la inocencia de José. José no estaba en Misuri cuando se produjo el intento de asesinato, razonaba ella, y él era inocente de los cargos en su contra. Ella creía que José nunca tendría un juicio justo en Misuri y que lo más probable es que sería asesinado.

“Le ruego que le ahorre a mis inocentes hijos el dolor desgarrador de ver nuevamente cómo arrastran injustamente a su padre a la cárcel o la muerte”, le suplicó9.

Poco después, el gobernador respondió a Emma. Su carta era cortés y redactada con mucho cuidado; él insistía en que sus acciones contra José obedecían a un estricto sentido del deber. Él expresaba la esperanza de que José se entregara a la justicia, y no daba indicación alguna de estar dispuesto a cambiar de opinión al respecto10.

Sin dejarse intimidar, Emma escribió una segunda carta para explicar, esta vez, por qué el arresto de su esposo era ilegal.

“¿En qué se beneficiará este estado, o los Estados Unidos, o cualquier parte del mismo, o usted, o cualquier otro individuo —preguntó al gobernador— de continuar con esta persecución contra este pueblo o contra el Sr. Smith?”.

Ella envió la carta y esperó la respuesta11.


Entretanto, la mayoría de los santos desconocían que José estaba oculto a solo unos pocos kilómetros de distancia. Algunos pensaban que él había regresado a Washington, D. C. Otros pensaban que se había marchado a Europa. Viendo al alguacil y sus ayudantes merodeando por las calles de Nauvoo, buscando pistas para dar con el paradero de José, los santos estaban preocupados por la seguridad de él12. No obstante, confiaban en que el Señor protegería a Su profeta, y continuaron con sus ocupaciones diarias.

Al igual que otros inmigrantes británicos, Mary Davis aún se estaba adaptando a su nuevo hogar en Nauvoo. Desde que había llegado a la ciudad, se había casado con Peter Maughan, el joven viudo que había conocido en Kirtland, convirtiéndose en la madrastra de sus hijos. Alquilaron entre los dos la vivienda de Orson Hyde, quien se hallaba de misión en Jerusalén, y lucharon por hallar un trabajo adecuado para sostener a su familia13.

Nauvoo ofrecía mucho trabajo para trabajadores del campo y constructores, pero no había muchas oportunidades para trabajadores especializados como Peter, quien había vivido y trabajado en los grandes centros mineros y manufactureros de Inglaterra. Empresarios locales estaban tratando de establecer molinos, fábricas y fundiciones en Nauvoo, pero estaban apenas comenzando, y no podían contratar a todos los trabajadores especializados que venían de Inglaterra14.

Al no contar con trabajos estables, Mary y Peter habían sobrevivido su primer invierno vendiendo algunas de sus posesiones para comprar comida y leña. Cuando José supo de la experiencia de Peter como minero en Inglaterra, lo contrató para extraer una veta de carbón que se descubrió en el terreno que él poseía al sur de Nauvoo. El carbón resultó ser de calidad superior, y Peter pudo extraer tres vagones de carga llenos para José antes de agotarse la veta15.

Algunas familias inmigrantes pobres salieron de Nauvoo para hallar trabajos mejor pagados en las aldeas y ciudades cercanas, pero Mary y Peter eligieron quedarse en la ciudad y arreglárselas con lo que tuvieran. Ellos colocaron plataformas de madera en el suelo inacabado de la casa de Hyde, y pusieron colchones de plumas como camas. Usaron un baúl como mesa y almacenaban sus platos afuera, al descubierto, porque no tenían alacenas16.

El calor del verano podía ser sofocante, pero cuando las temperaturas refrescaban por las tardes y noches, las familias, como los Maughan, dejaban sus tareas a un lado y paseaban por la ciudad. Las calles estaban a menudo repletas de personas conversando de política, las noticias locales y el Evangelio. A veces, los santos escuchaban a un orador, asistían a obras de teatro o escuchaban a la banda de música de Nauvoo, recientemente formada, que llenaba el aire con la música popular del momento. Siempre se podía ver a niños jugando a las canicas, saltando la cuerda y haciendo juegos al aire libre hasta que el sol se ocultaba detrás del Mississippi y las estrellas comenzaban a brillar al caer la noche17.


Hacia fines de agosto, se estaban reimprimiendo a nivel nacional las cartas que John Bennet había publicado a comienzos del verano, dañando la reputación de la Iglesia y dificultando la labor de los misioneros de compartir el mensaje del Evangelio restaurado. En respuesta, los líderes de la Iglesia llamaron a cientos de élderes a misiones para contrarrestar la prensa negativa.

El 29 de agosto, los élderes se reunieron en la arboleda cercana al templo para recibir instrucción. Mientras Hyrum les hablaba, José se subió al estrado y tomó asiento, causando gran revuelo en la congregación. Muchos de los élderes no lo habían visto desde que se había ocultado a principios del mes.

Las autoridades de Illinois seguían a la caza de José, pero recientemente habían abandonado la región, lo que permitió a José bajar un poco la guardia. Por algo más de una semana, él había estado viviendo discretamente en casa con su familia, reuniéndose en privado con los Doce y otros líderes de la Iglesia18.

Dos días después de la conferencia con los élderes, José se sintió suficientemente seguro como para asistir a una reunión de la Sociedad de Socorro. Él habló a las mujeres acerca de sus tribulaciones recientes y las acusaciones en su contra. “Aunque cometo errores, no hago las malas cosas de que se me acusa —dijo él—; las faltas que cometo se deben, como en cualquier otro hombre, a la debilidad de la naturaleza humana. Ningún hombre vive sin tener faltas”.

Él agradeció a Emma y las otras damas por defenderlo y elevar sus peticiones al gobernador en su favor. “La Sociedad de Socorro Femenina ha sido la más activa en velar por mi bienestar ante mis enemigos —dijo él. Si no hubieran tomado esas medidas, hubiesen resultado consecuencias más graves”19.

Ese fin de semana, él y Emma tenían de huésped en casa al exapóstol John Boynton. Aunque John había sido disidente (incluso llegó a amenazar al hermano de José con la espada en el Templo de Kirtland), él había resuelto sus diferencias con José. Mientras almorzaban, llegaron de improviso a la casa un alguacil de Illinois junto con dos oficiales armados, trayendo nuevas órdenes de arresto para el Profeta. John distrajo a los hombres, lo que dio tiempo a José a escapar por la puerta de atrás, escabullirse por entre los maizales de su huerta, y esconderse en su tienda.

En la casa, Emma exigió que el alguacil le mostrara la orden de registro. Él le dijo que no tenía ninguna y se abrió paso a empujones con sus hombres. Ellos registraron salón por salón y hurgaron detrás de cada puerta y cortina, pero no hallaron nada.

Esa noche, luego que los oficiales abandonaron el pueblo, José se mudó a la casa de sus amigos Edward y Ann20. “Me ha parecido conveniente y sabio salir de aquí por un corto tiempo, por mi propia seguridad y la de este pueblo”, escribió José a los santos unos días más tarde. Sin embargo, él no quería que ellos se centraran en sus tribulaciones, y compartió una nueva revelación con ellos, acerca del bautismo por los muertos.

“Además, de cierto así dice el Señor: Continúese sin cesar la obra de mi templo, así como todas las obras que os he señalado”. El Señor mandó a los santos que llevaran un registro de los bautismos por los muertos que habían realizado, y de proporcionar testigos de ello, de modo que la redención de los muertos se registrara en la tierra y en el cielo21.

Unos días más tarde, José envió instrucciones adicionales acerca de la ordenanza. “La tierra será herida con una maldición, a menos que entre los padres y los hijos exista un eslabón conexivo de alguna clase —escribió él, parafraseando a Malaquías. Explicó que las generaciones pasadas y presentes habían de trabajar juntas para redimir a los muertos y llevar a cabo la plenitud de los tiempos, cuando el Señor revelaría todas las llaves, los poderes y glorias que Él tenía en reserva para los santos, incluyendo cosas que Él nunca antes había revelado.

José no podía contener el gozo que sentía por la misericordia de Dios hacia los vivos y los muertos. Aún hallándose en la clandestinidad, perseguido injustamente por sus enemigos, él estaba exultante de gozo por el evangelio restaurado de Jesucristo.

“¿Qué oímos en el evangelio que hemos recibido? —preguntó a los santos—. ¡Una voz de alegría! Una voz de misericordia del cielo, y una voz de verdad que brota de la tierra”. Él escribió lleno de júbilo del Libro de Mormón, de ángeles que restauran el sacerdocio y sus llaves, y de Dios revelando Su plan línea por línea y precepto por precepto.

“¿No hemos de seguir adelante en una causa tan grande? —preguntó—. ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto! ¡Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al Rey Emanuel”. Todas las creaciones testificaban de Jesucristo, y Su victoria sobre el pecado y la muerte era definitiva.

“¡Cuán gloriosa es la voz que oímos de los cielos!”, se regocijaba José22.


En el otoño de 1842, el gobernador Carlin respondió a la segunda carta de Emma, expresando admiración por la devoción que manifestaba por su marido, pero negándose definitivamente a ayudarla23. También por este tiempo, John Bennet publicó un texto difamatorio tan extenso como un libro sobre José y los santos. Y comenzó a impartir charlas sobre lo que él llamaba: “El sistema secreto de esposas en Nauvoo”, escandalizando a las audiencias con los rumores más salvajes que había oído —la mayoría inventados por él mismo— acerca de los matrimonios plurales de José24.

Con la campaña de desprestigio que llevaba John en pleno apogeo, y el gobernador Carlin negándose a intervenir, José se fue sintiendo cada vez más arrinconado. Él sabía que no podía entregarse y comparecer ante el juicio, siendo que sus enemigos en Misuri lo querían muerto; pero tampoco podía quedarse escondido el resto de su vida. ¿Por cuánto tiempo podría resistirse al arresto sin que el estado emprendiera acciones contra la familia y los santos por protegerlo?25.

En diciembre, el gobernador Carlin terminó su período de gobierno. José llevaba oculto unos tres meses. Aunque el nuevo gobernador, Thomas Ford, se rehusaba a intervenir directamente en el caso de José, él manifestó simpatía por los sufrimientos de José, y expresó confianza en que los tribunales fallarían en su favor26.

José no sabía si podía confiar en el nuevo gobernador, pero no tenía una mejor elección. El día después de Navidad de 1842, José se entregó a Wilson Law, un general de la Legión de Nauvoo, que era hermano de William Law. Ambos se desplazaron a Springfield, la capital del estado, para presentarse en una audiencia que decidiría si la demanda del gobernador de Misuri de arrestar a José era legal y si debía ser enviado de vuelta a Misuri para comparecer en juicio27.

La llegada de José a Springfield causó conmoción. Espectadores curiosos atiborraron la sala del tribunal hasta la calle, en la nueva edificación del Capitolio, y se apretujaban y estiraban el cuello para echar un vistazo al hombre que se hacía llamar profeta de Dios.

—¿Cuál es Joe Smith? —preguntaba uno—. ¿Es ese hombre grande?

—¡Qué nariz grande que tiene! —decía otro—. ¡Sonríe mucho para ser profeta!28.

El juez Nathaniel Pope, uno de los hombres más respetables de Illinois, presidía el tribunal. José se sentó con su abogado, Justin Butterfield, en la primera fila de la sala. Cerca de ellos, Willard Richards, actuando como secretario de José, estaba inclinado sobre un cuaderno de notas abierto, anotando todo lo relativo al proceso judicial. Varios santos se hallaban presentes en el salón29.

En la mente del juez Pope, el caso de José no tenía tanto que ver con la posible complicidad de José en el atentado contra Boggs, sino si él estaba en Misuri cuando ocurrió el crimen y luego huyó del estado. Josiah Lamborn, un joven fiscal de distrito por Illinois, centró su presentación inicial en la supuesta profecía de José en cuanto a la muerte de Boggs. Su razonamiento consistía en que si José había profetizado el atentado contra Boggs, entonces debía hacérsele responsable y debía ser juzgado en Misuri30.

Cuando el Sr. Lamborn concluyó su alegato, el abogado de José sostuvo que las acusaciones del gobernador Boggs y los cargos contra José eran improcedentes, ya que José no había estado en Misuri cuando se produjo el atentado. “No hay el menor indicio de testimonios que digan que José haya escapado de Misuri —razonó el Sr.Butterfield—. Él no está sujeto a ser trasladado allí hasta que se demuestre que él es un fugitivo. ¡Ellos deben probar que él ha escapado de allí!”

Procedió a presentar ante la corte los testimonios de testigos que confirmaban la inocencia de José. “No creo que mi defendido deba, bajo ninguna circunstancia, ser entregado a Misuri”, concluyó el abogado31.

A la mañana siguiente, el 5 de enero de 1843, en la sala de la corte había gran agitación cuando José y sus abogados volvieron para escuchar la sentencia del juez. Los santos esperaban ansiosamente, sabiendo que si el juez Pope fallaba en contra de José, el Profeta podría ser entregado en manos de sus enemigos fácilmente esa misma noche.

El juez Pope hizo su entrada poco después de las 9:00 a. m. Tomó asiento, agradeció a los letrados y comenzó a justificar su decisión. Él tenía mucho que decir en el caso, y mientras hablaba, Willard Richards se apresuró a escribir cada palabra.

Tal como el abogado de la defensa había argumentado el día anterior, el juez concluía que José había sido citado ilegalmente a comparecer en un juicio en Misuri. “Se ha de poner a Smith en libertad”, declaró, no habiendo ninguna razón para mantener detenido a José.

José se levantó de su asiento y se inclinó ante la corte. Tras cinco meses de estar escondido, finalmente él era libre32.