“Bendita paz”, capítulo 44 de Santos: La historia de la Iglesia de Jesucristo en los últimos días, tomo II, Ninguna mano impía, 1846–1893, 2020
Capítulo 44: “Bendita paz”
Capítulo 44
Bendita paz
Los días previos a la dedicación del Templo de Salt Lake estuvieron llenos de actividad y conmoción. Aún se realizaban trabajos en el templo el día antes de la fecha en que ese abrirían las puertas. Mientras tanto, las calles de la ciudad estaban abarrotadas de visitantes que llegaban a cada hora en tren, calesas y a caballo1. Los líderes de la Iglesia habían decidido llevar a cabo dos sesiones dedicatorias al día hasta que todos los miembros de la Iglesia que desearan participar pudieran asistir. Ahora, decenas de miles de santos estaban planeando ir a Salt Lake City esa primavera para ver la Casa del Señor con sus propios ojos2.
El día antes de la primera sesión dedicatoria, los líderes de la Iglesia dieron un recorrido guiado por el templo a periodistas locales y nacionales, así como a dignatarios que no eran miembros de la Iglesia. Muchos de los invitados elogiaron la mano de obra del templo, desde sus elegantes escaleras de caracol hasta el piso de azulejos delicados. Incluso los críticos más firmes de la Iglesia estaban asombrados.
“El interior era una revelación de belleza”, escribió un periodista del diario Salt Lake Tribune, “tanto así que los visitantes se detuvieron y permanecieron inmóviles involuntariamente, totalmente absortos en su entorno”3.
A la mañana siguiente, el 6 de abril de 1893, amaneció radiante, pero frío. Más de 2000 santos con recomendaciones para la primera sesión dedicatoria comenzaron a formarse afuera de las puertas del templo horas antes de que comenzara la reunión. Después de que abrieron las puertas del templo y los santos empezaron a entrar, el clima se tornó aún más frío y una fuerte brisa empezó a soplar. Al poco tiempo, cayó una lluvia gélida y la brisa se convirtió en un viento violento, azotando a los santos que estaban acurrucados pacientemente en la fila4.
Así como el Templo de Kirtland no podía acomodar a todos los que deseaban asistir a su dedicación, el espacioso salón de asambleas del Templo de Salt Lake era demasiado pequeño para dar cabida a todos los que estaban en la fila. Incluso después de que cerraron las puertas, una multitud de santos permaneció cerca del templo. Alrededor de las diez, cuando la sesión estaba a punto de empezar, el viento volvió a arreciar, levantando grava y escombros. A algunos les parecía que el diablo mismo parecía estar furioso contra los santos y el templo que habían construido5.
Sin embargo, los que estaban afuera del edificio vieron una señal que les recordó una manifestación anterior del cuidado protector de Dios. Al alzar la vista al cielo, vislumbraron una numerosa bandada de gaviotas que hacían piruetas en lo alto, volando en círculos alrededor de las agujas del templo en medio de la tormenta6.
En el interior del templo, Susa Gates se sentó ante la mesa del registrador en el extremo este del salón de asambleas. Por ser una de las periodistas oficiales de los servicios dedicatorios, Susa elaboraría las minutas de la reunión en taquigrafía. A pesar de estar a solo unas semanas de dar a luz, hizo planes para asistir e informar sobre cada una de las docenas de sesiones programadas7.
Cientos de luces eléctricas, dispuestas en cinco candelabros colgantes, iluminaban el salón con brillantez deslumbrante. El salón tenía cabida para 2200 personas y ocupaba todo el piso. Entre las personas que se encontraban allí estaban Jacob, el esposo de Susa, y Lucy Young, la madre de Susa. La zona principal tenía sillas adornadas con terciopelo rojo y en los extremos este y oeste del salón había hileras de púlpitos elevados para los líderes de la Iglesia. Cada uno de los asientos disponibles estaban ocupados y algunas personas estaban de pie8.
Al poco tiempo, los trescientos miembros del Coro del Tabernáculo se pusieron de pie; los hombres vestidos de traje oscuro y las mujeres de color blanco. Sus voces resonaron al cantar “Let All Israel Join and Sing” [Que todo Israel se una y cante], un himno compuesto por Joseph Daynes, organista del coro9.
A continuación, el presidente Wilford Woodruff se puso de pie para dirigirse a los santos. “He esperado este día durante los últimos cincuenta años de mi vida”, dijo. De joven, había tenido una visión en la que él dedicaba un magnífico templo en las montañas del oeste. Más recientemente, había soñado que Brigham Young le había dado un juego de llaves para el Templo de Salt Lake.
“Vaya y abra ese templo”, dijo Brigham, “y permita que la gente entre, todos los que quieran la salvación”10.
Después de relatar esas visiones a los santos, Wilford se arrodilló en un taburete acolchado para leer la oración dedicatoria. Con voz fuerte y clara, le suplicó a Dios que aplicara la sangre expiatoria del Salvador y perdonara a los santos sus pecados. “Permite que las bendiciones sean derramadas sobre nosotros, sí, centuplicadas”, rogó, “en tanto las procuremos con pureza de corazón e integridad de propósito para hacer Tu voluntad y glorificar Tu nombre”.
Durante más de treinta minutos, Wilford expresó agradecimiento y alabó a Dios. Hizo entrega del edificio al Señor, pidiéndole que lo cuidara y lo protegiera. Oró por los cuórums del sacerdocio, la Sociedad de Socorro, los misioneros y los jóvenes y los niños de la Iglesia. Oró por los gobernantes de las naciones, por los pobres, los afligidos y los oprimidos, y pidió que todas las personas ablandaran sus corazones y fuesen libres para aceptar el Evangelio restaurado.
Antes de concluir, pidió al Señor que fortaleciera la fe de los santos. “Fortalécenos mediante los recuerdos de las gloriosas liberaciones del pasado, mediante el recuerdo de los sagrados convenios que has hecho con nosotros”, suplicó, “para que al sobrevenirnos la maldad, cuando la dificultad nos rodee, cuando pasemos por el valle de la humillación, no desmayemos, no dudemos, sino que con la fuerza de Tu santo nombre podamos realizar todos Tus rectos propósitos”11.
Después de la oración, Lorenzo Snow, el Presidente del Cuórum de los Doce, dirigió a la congregación en una jubilosa Exclamación de Hosanna. Luego, el coro y la congregación cantaron “El Espíritu de Dios”12.
La dedicación conmovió profundamente a Susa. Su padre había dado la palada inicial para el templo unos años antes de que ella naciera, así que durante toda su vida, las mujeres y los hombres fieles habían estado consagrando su dinero, sus medios y su trabajo para la construcción del templo. Hacía poco, su propia madre había donado anónimamente 500 dólares al fondo del templo.
Susa creía que todos ellos estaban seguros de que recibirían bendiciones por ofrecer sus dones sobre el altar del sacrificio y del amor semejante al de Cristo13.
Joseph F. Smith habló más tarde en el servicio, con lágrimas que le rodaban por el rostro. “Todos los habitantes de la tierra son el pueblo de Dios”, dijo, “y es nuestro deber llevarles las palabras de vida y salvación, y redimir a los que han muerto sin el conocimiento de la verdad. Esta casa se ha erigido al nombre de Dios para ese propósito”14.
Un resplandor radiante parecía emanar de Joseph y Susa pensó que un rayo de sol había entrado por la ventana para iluminarle el rostro. “¡Qué singular efecto de la luz del sol!”, le susurró al hombre que estaba a su lado. “¡Mírelo!”.
“Afuera no brilla el sol”, le susurró el hombre a ella, “no hay más que nubes oscuras y penumbra”.
Susa miró por las ventanas y vio cielos tempestuosos; entonces se dio cuenta de que la luz que irradiaba del semblante de Joseph era el Espíritu Santo, que había descendido sobre él15.
Ese mismo día, Rua y Tematagi, una joven pareja del atolón Anaa, asistieron a una conferencia con otros santos de las islas Tuamotu. Presidida por James Brown, presidente de la misión, la conferencia comenzó a las siete de la mañana, al mismo tiempo que empezaba la primera sesión dedicatoria en Salt Lake City16.
Durante varios días antes de la conferencia, los misioneros y otros miembros de la Iglesia habían estado congregándose en Putuahara, el mismo lugar en Anaa donde Addison Pratt se había reunido con más de ochocientos santos hacía casi cincuenta años. Los fuertes vientos habían azotado el océano con furia, pero el clima tempestuoso ya se había calmado y ahora se elevaba un cálido sol sobre la aldea17.
Rua y Tematagi se habían unido a la Iglesia unos meses después de que James Brown llegara a las islas. Cuando fue a Anaa, James descubrió que en el atolón había divisiones enconadas en cuanto a religión, pero él y su hijo Elando habían bautizado a algunos santos nuevos. Al aceptar el bautismo, Rua y Tematagi estaban uniéndose a la misma religión de Terai, la hermana menor de Rua, y su esposo, Tefanau, quienes se habían unido a la Iglesia nueve años antes. El padre de Rua, Teraupua, también era miembro de la Iglesia y recién había sido ordenado al Sacerdocio de Melquisedec18.
En la conferencia, James Brown habló acerca de la dedicación del templo y su importancia. Joseph Damron, uno de los élderes que había reabierto la Misión Tahitiana, habló acerca de la edificación de templos en los últimos días. Aunque el Templo de Salt Lake se hallaba a miles de kilómetros de distancia, los santos de Tuamotu podían celebrar el día histórico y aprender más acerca de la función que desempeñaban los templos en la redención de los vivos y los muertos.
Cuando terminó la reunión, los santos descendieron por un sendero hasta el mar para ver a Elando bautizar a cinco nuevos conversos en las cálidas aguas del Pacífico. Entre los santos que se bautizaron se encontraban Mahue, la hija de Rua y Tematagi, de nueve años. Después del bautismo, la confirmó su tío Tefanau. Luego, Terogomaihite, un líder local de la Iglesia, ordenó a Rua élder en el Sacerdocio de Melquisedec. Otros dos santos de las islas fueron ordenados élderes y fueron apartados como presidentes de rama19.
La conferencia concluyó dos días después y los santos acordaron reunirse de nuevo en tres meses. Joseph Damron, así como los santos de las islas vecinas, se despidieron de sus amigos de Anaa. Antes de que Joseph partiera, Rua le obsequió una pequeña perla20.
El 9 de abril, la nieve cubría el suelo de la Manzana del Templo, donde unos cincuenta santos hawaianos del asentamiento Iosepa se habían congregado ante la puerta del templo para presentar sus recomendaciones21.
Habían pasado más de dos años desde que la Primera Presidencia visitó Iosepa para celebrar la fundación del asentamiento. Los santos habían seguido trabajando arduamente para cultivar sus tierras. A pesar de que habían comprado trescientas hectáreas adicionales de terreno y habían cultivado con éxito una gran variedad de cultivos, el dinero aún escaseaba. Aun así, cuando la Primera Presidencia solicitó donativos para acelerar la finalización del templo, los santos de Iosepa habían donado 1400 dólares22.
Cuando se enteraron de que se había programado una fecha para que ellos asistieran a la dedicación del templo, las personas de Iosepa se llenaron de una energía nueva. Trabajaron incansablemente para plantar sus cultivos de primavera antes de que llegara el momento de hacer el viaje de dos días a Salt Lake City. Se utilizó todo arado, nivelador, grada y perforadora de surcos hasta que los santos estuvieron listos para partir23.
A pesar de que solo se requería una recomendación para la dedicación, además de ser miembro de la Iglesia y tener el deseo de asistir, los santos de Iosepa quisieron asegurarse de estar preparados espiritualmente para entrar en el templo. Casi treinta personas habían deseado bautizarse nuevamente, por lo que se celebró un servicio bautismal especial en el embalse del pueblo24.
Después de presentar sus recomendaciones en la entrada del templo, los santos de Iosepa entraron en el edificio y recorrieron sus muchos salones. Los santos de Laie habían enviado al templo una pequeña mesa con incrustaciones de madera hawaiana y en una de las esquinas del salón celestial se exhibían dos varas decoradas con plumas de aves hawaianas. Las mujeres de las Sociedades de Socorro hawaianas habían confeccionado las varas, llamadas kāhili, que simbolizaban realeza y protección espiritual25.
Los santos de Iosepa y más de dos mil personas no tardaron en tomar sus asientos en el salón de asambleas. Juntos cantaron, escucharon la oración dedicatoria y participaron en la Exclamación de Hosanna. Después de otro himno, Wilford Woodruff agradeció al pueblo su contribución al templo y testificó de Jesucristo26.
Wilford entonces le pidió a George Q. Cannon que hablara. “Nuestra misión es mucho mayor que la de aquellos que nos precedieron”, dijo George. “Los santos están poniendo los cimientos de una obra, cuyo alcance no pueden comprender”.
Antes de concluir, se dirigió a los santos de Iosepa en su propio idioma.
“Hay millones de espíritus que han muerto, pero no pueden ir ante la presencia de Dios porque no poseen la llave”, dijo. Hizo alusión a los hawaianos del otro lado del velo que aceptarían el Evangelio y testificó que la Iglesia necesitaba que los santos hawaianos hicieran la obra del templo por sus parientes fallecidos27.
Más tarde, en una reunión de rama en Iosepa, un hombre llamado J. Mahoe habló de su experiencia en la dedicación y la importante lección que aprendió allí. “Me regocija haber podido asistir al templo y ser testigo de los acontecimientos que allí se produjeron”, dijo. “Debemos encargarnos de nuestras genealogías”28.
A las diez de la mañana del 19 de abril, la Primera Presidencia celebró una reunión especial en el templo para todas las Autoridades Generales y presidencias de estaca. Una vez que los hombres se reunieron, la Presidencia los invitó a compartir sus sentimientos acerca de la dedicación del templo y de la obra de Dios en la vida de los santos29.
Toda la mañana, un hombre tras otro compartió un testimonio potente. Cuando terminaron, Wilford se puso de pie y agregó su testimonio a los de ellos. “En esta dedicación he sentido el Espíritu Santo como nunca antes, excepto en una ocasión”, dijo. Luego habló acerca del momento en que José Smith dio su última comisión a los Apóstoles en Nauvoo.
“Estuvo de pie ante nosotros durante tres horas”, testificó Wilford. “El cuarto parecía estar lleno de fuego devorador y el rostro de José brillaba como el ámbar”30.
Wilford también habló de que vio a Brigham Young y a Heber Kimball en una visión después de la muerte de estos. Ambos hombres iban a la conferencia en un carruaje e invitaron a Wilford a que fuera con ellos. Wilford lo hizo y le pidió a Brigham que hablara.
“He terminado con mi predicación en la tierra”, le dijo Brigham, “pero he venido a recalcar en tu mente lo que José me había dicho en Winter Quarters y es lo siguiente: procura siempre tener el Espíritu de Dios y te guiará con acierto”31.
Ahora, el mensaje de Wilford a las Autoridades Generales era el mismo. “Deseen que el Espíritu Santo los dirija y los guie”, dijo. “Enseñen a las personas a obtener el Espíritu Santo y el Espíritu del Señor, consérvenlos y prosperarán”32.
Cuando era joven, Zina Young, Presidenta General de la Sociedad de Socorro, había oído a ángeles cantar en el Templo de Kirtland. Décadas después, había servido fielmente en la Casa de Investiduras de Salt Lake City y en los templos de St. George, Logan y Manti. Ahora supervisaría a todas las obreras de las ordenanzas del Templo de Salt Lake33.
La noche después de la primera sesión dedicatoria, Zina dio testimonio del templo en una concurrida conferencia de la Sociedad de Socorro. “Nunca ha habido en Israel un día semejante”, les dijo a las mujeres. “A partir de hoy, la obra del Señor avanzará con más rapidez”34.
Su secretaria, Emmeline Wells, dio un testimonio similar en las páginas de la publicación Woman’s Exponent. “Ningún acontecimiento de la época moderna es de tanta importancia”, escribió, “como la inauguración de este sagrado edificio para la administración de ordenanzas que atañen a los vivos y a los muertos, al pasado y al presente, a las investiduras y a los convenios que unen a familias y a parientes en lazos inseparables”35.
Esa primavera, después de que los santos celebraron la última sesión dedicatoria del templo, Zina y Emmeline hicieron los preparativos finales para viajar hacia el este para asistir a una conferencia de mujeres en la Exposición Mundial Colombina de Chicago, una feria monumental que tenía como fin exhibir las maravillas de la ciencia y la cultura de muchas naciones. Al igual que la primera Conferencia del Consejo Nacional de Mujeres dos años antes, la exposición proporcionaría una oportunidad para que las líderes de la Sociedad de Socorro y de la Asociación de Mejoramiento Mutuo de las Mujeres Jóvenes representaran a la Iglesia y se reunieran con mujeres influyentes de todo el mundo36.
Las dos amigas partieron para Chicago el 10 de mayo. En cuestión de días, el tren cubrió distancias que unos cincuenta años atrás, cuando los santos llegaron al valle del Lago Salado, hubieran tomado semanas para recorrerlas. Al cruzar el río Misisipí, a Emmeline la embargó la emoción al pensar en el pasado. Aunque los santos habían soportado muchas pruebas durante el último medio siglo, también habían experimentado muchos triunfos37.
Zina también se dio cuenta de que sus pensamientos volvían al pasado. El manto del tiempo nos está envolviendo rápidamente a muchos de nosotros”, le dijo más tarde a Emmeline. “Cuando partamos de aquí hacia nuestro descanso, después de nuestros sacrificios indescriptibles, que sea como los atardeceres más hermosos de Utah y que muchos en el futuro tengan razón para alabar a Dios por las nobles mujeres de esta generación”38.
Alrededor de la época en que Zina Young y Emmeline Wells viajaron a la Exposición Mundial Colombina, Anna Widtsoe recibió una carta de su hijo John, que estudiaba en la Universidad de Harvard. Durante casi un mes, John había estado esperando ansiosamente cartas de su madre y de su hermano menor, Osborne, acerca de la dedicación del templo, pero hasta ahora no había llegado nada.
“Estoy cansado de leer sobre la dedicación en el periódico”, escribió John. “Quiero escucharlo más personalmente porque hay más vida en una carta que en todo un mundo de periódicos”39.
Por supuesto la familia ya le había escrito a John acerca de la dedicación, pero el servicio de correo, con lo rápido que había llegado a ser a lo largo de los años, aún no era lo suficientemente rápido para él.
Anna y Osborne habían asistido juntos a una sesión dedicatoria. Más tarde, Osborne había asistido a una sesión especial con los niños y los jóvenes de la Escuela Dominical. Mientras recorría el templo, había visto una pintura de tres mujeres pioneras, una de las cuales era noruega40. La pintura era un tributo a la fe y al sacrificio de las muchas mujeres inmigrantes, entre ellas Anna, que habían dejado su tierra natal para congregarse en Sion.
Habían pasado casi diez años desde que los Widtsoe habían emigrado a Utah. Ahora, en Salt Lake City, tenían un lugar pequeño y cómodo para vivir, a solo unas pocas cuadras de la tienda donde Osborne trabajaba. Anna tenía un negocio de confección de prendas de mujer y asistía a las reuniones de la Sociedad de Socorro de su barrio. También se reunía con regularidad con otros santos escandinavos en el antiguo salón social41. Había encontrado un hogar entre los santos y atesoraba su fe en el Evangelio restaurado. Antes de aceptarlo, ella había sido como alguien que nace ciego; ahora podía ver42.
Sin embargo, Anna estaba preocupada por John, quien recientemente había escrito sobre sus luchas por creer en algunos aspectos del Evangelio. En Harvard, había aprendido muchas cosas de sus profesores, pero las disertaciones de ellos también lo habían llevado a cuestionar su fe. Sus dudas le llegaban hasta el alma; algunos días negaba la existencia de Dios, mientras que otros la afirmaba43.
Afligida grandemente por las dudas de él, Anna oraba a diario por su hijo, aunque sabía que él tenía que obtener su propio testimonio del Evangelio. “Si no has obtenido antes un testimonio por ti mismo, entonces ha llegado el momento de que obtengas uno”, le escribió ella. “Si buscas con sinceridad y vives una vida pura, entonces lo recibirás. Sin embargo, debemos trabajar para obtener todo lo que tenemos”44.
Para Anna, el templo afirmaba su fe en las promesas de Dios a Sus hijos. Incluso antes de salir de Nauvoo, los santos habían puesto sus esperanzas en la profecía de Isaías de que todas las naciones se congregarían en la Casa del Señor en la cima de las montañas. Para finales de abril de 1893, más de ochenta mil hombres, mujeres y niños —muchos de ellos inmigrantes de Europa y de las islas del mar— habían entrado en el templo para asistir a una sesión dedicatoria. En cada reunión se pudo sentir un espíritu de amor y unidad, y los santos sentían como si la palabra del Señor se hubiese cumplido45.
Ahora, al vislumbrarse un nuevo siglo, los santos podrían esperar con ansias días aún más brillantes y audaces. Los cuatro templos de Utah, que representaban tanto sacrificio y fe, eran solo el comienzo. “¡Qué obra tenemos ante nosotros si somos fieles!”, había declarado Brigham Young en una ocasión. “Podremos edificar templos, sí, miles de ellos y edificarlos en todos los países del mundo”46.
Cuando Anna llegó al Templo de Salt Lake, había sentido la santidad del lugar. “Traté de permanecer en el salón celestial el mayor tiempo posible”, le dijo a John en una carta. “Lo vi y sentí como si una luz brillara sobre mí y que ningún lugar de la tierra tenía ya valor para mí”.
“Todo allí es tan glorioso”, testificó, “y en ese lugar reina una bendita paz que no se puede explicar con palabras, sino aquellos que han estado allí y han recibido la santidad de santidades”47.