Porque Sally sonrió
Poco después de mudarme a un vecindario nuevo, el obispo local meenvió una carta para darme la bienvenida al barrio y para disculparseporque mis maestros orientadores aún no se ponían en contacto conmigo. Aunque agradecí su carta y la guardé, rara vez asistí a las reuniones y no di el primer paso para volver a la plena actividad hasta un domingo por la mañana, varios años más tarde.
Sintiendo que debía ir a las reuniones, busqué el centro de reuniones más cercano y me dirigí a él, sola y nerviosa. El estacionamiento estaba abarrotado, pero yo me estacioné, sintiéndome como una extraña totalmente fuera de lugar y con el rótulo “menos activa”. Al acercarme a las puertas traseras vi a una mujer enfrente de mí que estaba teniendo dificultades para manejar un cochecito de bebé bastante pesado, mientras llevaba de la mano a un niñito. A pesar de ir tan cargada, me abrió la puerta con una sonrisa y me dijo: “¡Hola, me llamo Sally!”. Su amabilidad me tomó desprevenida, pero le devolví el saludo. Ella siguió adelante por el vestíbulo, dejándome con una sensación de felicidad por haber ido.
Cuando el obispo anunció la bendición de nuevos niños durante la reunión de ayuno y testimonios, me sorprendió ver que mi nueva amiga entregaba el bebé a su esposo para llevarlo al estrado. ¡Ese día iban a bendecir a su recién nacido, y aún así, se había dado el tiempo para saludarme! Reflexioné avergonzada que de haber sido yo la que hubiera tenido un recién nacido, dar la bienvenida a una desconocida sería la última de mis preocupaciones.
Volver a la actividad en la Iglesia fue un proceso gradual, pero Sally y otros miembros considerados siguieron dándome su amistad. Maestras visitantes diligentes fijaron cita tras cita y los buenos miembros del barrio me avisaban de las conferencias de estaca o de los cambios en los horarios de las reuniones. Los líderes de los adultos solteros me invitaban con regularidad a sus actividades, aun cuando sabían que mi atento comentario: “Tal vez vaya”, en realidad quería decir: “No cuenten conmigo”. Finalmente, sus esfuerzos se vieron recompensados.
Aunque el sencillo saludo de Sally no fue algo previsto y le tomó sólo un instante, su acto caritativo fue lo que abrió la puerta para que yo disfrutara de las bendiciones de la actividad en la Iglesia. Muchos años después, todavía pienso en las consecuencias de la sonrisa de Sally.
Jennifer L. McQuade es miembro del Barrio Lithia Springs, Estaca Powder Springs, Georgia.