2003
Abran el círculo
agosto de 2003


Abran el círculo

Un círculo puede incluir o excluir. La elección es nuestra.

En calidad de líder de Mujeres Jóvenes, asistí a varios programas de Nuevos Comienzos, pero cuando fui a uno de estos programas con mi propia hija mayor, lo vi todo desde otra perspectiva.

Mientras aguardábamos a que comenzara el programa, no podía dejar de preguntarme qué le depararía el futuro a mi hija. ¿La aceptarían las jóvenes de nuestro barrio? ¿Serían sus amigas? ¿La amarían sus líderes? ¿Le servirían de guía en los momentos difíciles que le sobrevinieran?

Después de la primera oración, las jovencitas mayores y sus líderes se tomaron de la mano en medio del cuarto y entonaron una hermosa canción:

Tenemos un círculo, un círculo de amistad,

Y al igual que un círculo, sigue y sigue sin parar.

Infinita y eterna es nuestra amistad;

Ven a nuestro círculo, queremos verte entrar1.

Entonces cada muchacha de 16 ó 17 años tomó de la mano a una jovencita menor que ella y la integró al círculo; repitieron la canción y el proceso hasta que todas las jóvenes formaron parte del círculo.

En las semanas siguientes, me di cuenta de que la canción no era una promesa vaga, sino el símbolo de algo real y maravilloso. Las jóvenes del barrio no sólo aceptaron a mi hija, sino que la recibieron con el corazón abierto. Las chicas de su edad la trataron desde un principio como una nueva amiga, las mayores como si fuera una hermanita muy preciada, mientras que las hermanas líderes la consideraban como una hija muy querida. Cuán agradecida me sentí —y todavía me siento— por aquellas jóvenes y líderes que abrieron su círculo e hicieron que mi hija se sintiera querida, valorada y amada.

Me pregunto si nuestro Padre Celestial cuida de nosotros con una preocupación paternal similar a la mía: ¿Abriremos nuestros círculos para incluir a cada uno de Sus hijos?

Claro está que sabemos que los círculos también pueden excluir fácilmente a las personas. Puede que hayas llegado a un barrio nuevo, a una escuela diferente o a una clase en la que los miembros del círculo te comunicaron que no podías formar parte de él. La mayoría estamos familiarizados con la dolorosa experiencia de que se nos haya dejado fuera del círculo.

“Es mejor ser amable”

¿Cómo podemos asegurarnos de que nuestros círculos sean inclusivos en vez de exclusivos? Todo comienza cuando nos damos cuenta de algo muy sencillo: la amabilidad es una de las características principales que debemos adquirir mientras nos hallamos en la tierra. Conozco a una familia que tiene hijos extremadamente talentosos; en el colegio, en la música, cualquier cosa; todo lo hacen bien. En una ocasión les estaba felicitando y su madre dijo algo que jamás he olvidado: “Siempre les he enseñado a mis hijos que es bueno ser inteligente, pero es mejor ser amable”.

Al pensar en ello me di cuenta de que tenía razón. Admiro los talentos de sus hijos, pero el verdadero motivo por el que valoro a esos muchachos es que no puedo imaginármelos denigrando a otra persona ni poniéndose por encima de los demás. Son las personas más amables que conozco.

Quizás esto sea lo que el Señor también estime más. Parafraseando las famosas palabras del apóstol Pablo sobre la caridad: Aunque sea el primero de mi clase y sepa todos los versículos de las tarjetas del dominio de las Escrituras y sea la estrella del equipo u organice un gran proyecto de servicio y toque varios instrumentos musicales, si no trato a los demás con amabilidad, todos mis logros no valdrían para nada (véase 1 Corintios 13:1–3).

El mantener la competitividad en su sitio

Una joven se había preparado por años para destacar en básquetbol (baloncesto) y es el tipo de persona que le gusta a la gente por lo amable que es; pero cuando se le llamó a formar parte del equipo estatal, algo extraño le sucedió. De repente las compañeras del equipo de básquetbol de su escuela dejaron de pasarle la pelota.

¿Por qué? Probablemente porque puede resultar difícil incluir a alguien a quien consideramos un rival. La competitividad (el rivalizar por algo que escasea) es enemiga de la inclusión. Es verdad que la vida puede ser muy competitiva y cuando alguien logra un honor que te hubiera gustado para ti, puede resultar difícil que te sientas feliz por esa persona.

Por otro lado, puede resultar tentador excluir a quienes consideramos menos competentes y con menos éxito que nosotros; sin embargo, a nadie le corresponde estar fuera del círculo del amor de nuestro Padre ni del nuestro.

Nuestro Padre Celestial no ve la vida como una gran competición entre Sus hijos, con ganadores y perdedores, y tampoco debemos hacerlo nosotros. De hecho, Él nos ha dicho que a propósito ha dado diferentes dones y destrezas a cada uno de nosotros para que podamos compartirlos unos con otros (véase D. y C. 46:11–26).

Cuando nos sentimos seguros en el amor que el Señor tiene por nosotros, somos capaces de ver a los demás como hermanos y hermanas, y no como rivales que amenazan nuestro éxito o no están a su altura.

Tomar la iniciativa

Los círculos ofrecen una resistencia natural al cambio. La familiaridad que siente un grupo conocido de amigos puede resultar agradable y consoladora; es bueno saber lo que se puede esperar del grupo y de cada uno de sus miembros, de modo que el aceptar a otra persona en el círculo puede hacer que las cosas cambien de manera radical.

Por eso a veces es necesaria la presencia de un líder para vencer la renuencia natural que siente un grupo a incluir a alguna persona nueva. Ese tipo de liderazgo no requiere que el obispo extienda un llamamiento. En realidad, se trata de un llamamiento que tenemos todos y que procede directamente del Señor: “Estime cada hombre a su hermano como a sí mismo” (D. y C. 38:25; cursiva agregada).

Este versículo también contiene la clave de cómo incluir a otras personas. Piensa cómo quisieras que se te tratara en la Iglesia o en la escuela y trata a los demás de esa manera. ¿Te gustaría que te dejaran sentado solo en una fila de sillas durante la reunión de tu quórum del sacerdocio? Si ése no es el caso, toma la iniciativa y siéntate al lado del nuevo diácono durante todas las semanas que le lleve saber que te alegras de que esté ahí. ¿Te gustaría que te invitaran a formar parte de un grupo que suele practicar deporte a menudo? Si es así, invita a alguna persona nueva a unirse a tu grupo.

En nuestras manos

Una niñita valiente me mostró lo poderosa que puede ser una persona que toma la iniciativa de incluir a los demás. Era su segunda semana en tercer grado en la escuela y durante el recreo vio a otra niña de su edad que estaba llorando porque iba a tener que repetir el año, y los que fueran sus compañeros de clase ahora la atormentaban.

Inmediatamente, mi pequeña amiga se acercó a la niña a la que habían molestado y aunque ella misma no tenía amigas, no se introdujo en aquel círculo cruel con las manos vacías. Desde lo más profundo de su tierno corazón ofreció consuelo a la niña que lloraba. “No te preocupes”, le dijo. “Yo he perdido todo un año de escuela y mis padres también me van a hacer que repita”. Está por demás decir que las dos serán amigas para siempre.

Un círculo puede ser algo terrible o maravilloso, y está en nuestras manos determinar lo que llegará a ser.

Jan Pinborough es miembro del Barrio Mill Creek Este 4, Estaca Mill Creek Este, Salt Lake.

Un Verdadero Amigo

“Nuestro Salvador, poco antes de Su Crucifixión, dijo a Sus discípulos: ‘Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos’ [Juan 15:13–14]. Habiendo sido tan abundantemente bendecidos mediante la amistad de Cristo, ruego que ahora seamos para los demás lo que Él es para nosotros: un verdadero amigo. En ningún momento seremos más semejantes a Cristo que cuando seamos un amigo… Sé que cuando nos ofrecemos en amistad, hacemos una contribución sumamente importante a la obra de Dios y a la felicidad y el progreso de Sus hijos”.

Élder Marlin K. Jensen, de los Setenta, “La amistad: un principio del Evangelio”, Liahona, julio de 1999, pág. 76.

Nota

  1. “Circle of Friendship”, A Song of the Heart, 1978, pág. 30.