2003
La red de la amistad
agosto de 2003


La red de la amistad

Quisiera hablarles de un bello lugar. La costa norte de California, en los Estados Unidos, alberga los árboles más altos del mundo. Una caminata por el antiguo bosque virgen de secuoyas puede ser una de las experiencias más impresionantes e inspiradoras que jamás puedan tener. En ocasiones, esos árboles sobrepasan los dos mil años y pueden alcanzar hasta más de 92 metros de altura. La secuoya más alta medía 113 metros de altura, lo cual es una altura mayor que una cancha de fútbol y cerca de un tercio más alto que el Templo de Salt Lake. Las gigantescas secuoyas hacen parecer diminutas a las demás coníferas y árboles de los alrededores, convirtiéndose así en el “Monte Everest de todos los seres vivientes”.

“Sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón;

“sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma.

“Y complace a Dios haber dado todas estas cosas al hombre; porque para este fin fueron creadas, para usarse con juicio, no en exceso, ni por extorsión.

“Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas y no obedecen sus mandamientos” (D. y C. 59:18–21).

Echar raíces

Las secuoyas de la costa son en verdad dueñas de su reino y una de las creaciones más extraordinarias de nuestro Padre Celestial. Ellas reinan sobre los demás árboles a causa de su impresionante altura y su majestuosa belleza. Sin embargo, esos imponentes gigantes poseen otra característica realmente excepcional y en cierta forma desconocida para la mayoría de nosotros. Aun cuando pueden alcanzar una altura de hasta 92 metros y pueden pesar más de 460 toneladas, esos árboles tienen un sistema de raíces sumamente superficial. Dichas raíces sólo tienen uno o dos metros de profundidad pero pueden extenderse más de cien metros. A medida que las raíces se extienden, se entrelazan con las de sus hermanos y hermanas secuoyas y también con otros tipos de árboles, formando una especie de malla. La mayoría de los expertos les dirían que de todos modos es imposible que ese sistema de raíces poco profundas mantenga a las secuoyas intactas y protegidas de los fuertes vientos y de las inundaciones. Sin embargo, los sistemas de raíces entrelazadas son el secreto de su fortaleza y nos enseñan una gran lección.

Esos magníficos gigantes no podrían sobrevivir por sí solos, ya que sin la ayuda de otros miembros de la familia y de sus serviciales vecinos no podrían subsistir.

Los nuevos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días tampoco pueden subsistir por sí solos; tal vez den la impresión de que son tan fuertes e independientes como las secuoyas, pero necesitan de nosotros y nosotros de ellos.

Apoyo, cariño y amor

Ellos necesitan nuestro cariño y nuestro apoyo. Ya sea que nos demos cuenta de ello o no, ellos tratan de allegarse a nosotros de la misma forma que las secuoyas extienden sus raíces hacia el abeto, la cicuta, la pícea y otras especies más. Debemos acercarnos a esos miembros nuevos y apoyarles en su progreso espiritual, porque son nuestros hermanos y hermanas. ¿No desempeñamos mejor nuestras tareas cuando nuestra familia y nuestros amigos nos apoyan y nos aman? Aun hasta los árboles crecen mejor cuando lo hacen junto a otros en los bosques: crecen más altos, más derechos, más fuertes y producen mejor madera.

Estoy muy agradecido por la red de amigos que me han nutrido a lo largo de la vida; por haber nacido de buenos padres, por mis hermanos y hermanas y demás familiares. Siento agradecimiento especial por el amor y el apoyo que me brinda mi maravillosa esposa y nuestros maravillosos y queridos hijos. Me siento muy afortunado de haber tenido tantos buenos amigos a lo largo de los años, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella.

Sé que tenemos un Padre Celestial bondadoso y sabio y testifico de Su Hijo Jesucristo y de Su sacrificio expiatorio, el cual nos afecta a cada uno de nosotros. Testifico también de que la Iglesia es dirigida actualmente por un gran profeta. Ruego al Señor que nos bendiga a todos para que nos sintamos más unidos y nos preocupemos más los unos por los otros.

Adaptado de un discurso de la Conferencia General de octubre de 1999.