Una defensa y un refugio
Nos referimos a la Iglesia como nuestro refugio, nuestra defensa. Hay seguridad y protección en la Iglesia.
El 26 de julio de 1847, durante el tercer día en el valle (el segundo había sido domingo), Brigham Young, con miembros de los Doce y algunos otros hermanos, ascendieron a una cima a dos kilómetros y medio de distancia de donde estoy en estos momentos, la que consideraron un buen lugar para alzar un estandarte a las naciones. Heber C. Kimball llevaba puesto un pañuelo amarillo, que ataron al bastón de Willard Richards y ondearon en alto como un pendón a las naciones. Brigham Young llamó a esa cima Ensign Peak1.
Después descendieron adonde estaban sus desgastados carromatos, las escasas pertenencias que habían transportado más de tres mil kilómetros y los fatigados viajeros. No eran sus posesiones lo que les dio fuerza, sino lo que sabían.
Sabían que eran apóstoles del Señor Jesucristo; sabían que habían recibido el sacerdocio por conducto de mensajeros angelicales; sabían que poseían los mandamientos y los convenios que brindan la oportunidad de la salvación y la exaltación eterna para toda la humanidad. Poseían la seguridad de que tenían consigo la inspiración del Espíritu Santo.
Se ocuparon en arar huertos y construir refugios contra el invierno que estaba a las puertas. Se prepararon para recibir a los que aún estaban en las llanuras y que llegarían a ese nuevo lugar de recogimiento.
Una revelación, escrita nueve años antes, se dirigía a ellos: “Levantaos y brillad, para que vuestra luz sea un estandarte a las naciones;
“a fin de que el recogimiento en la tierra de Sión y sus estacas sea para defensa y para refugio contra la tempestad y contra la ira, cuando sea derramada sin mezcla sobre toda la tierra” (D. y C. 115:5–6).
Ellos debían ser la “luz”, el “estandarte”.
El estandarte o la norma que se había establecido mediante la revelación se encuentra en las Escrituras, mediante las doctrinas del Evangelio de Jesucristo. Los principios de la vida que seguimos, según el Evangelio, se basan en la doctrina, y las normas coinciden con los principios. Estamos comprometidos a las normas mediante los convenios, que se reciben por medio de las ordenanzas del Evangelio según las administran aquellos que han recibido el sacerdocio y las llaves de autoridad.
Aquellos fieles hermanos no eran libres, ni lo somos nosotros, de alterar las normas ni de pasarlas por alto; debemos vivir de acuerdo con ellas.
No es un remedio ni un consuelo decir simplemente que éstas no tienen importancia, ya que todos sabemos que sí la tienen, porque todos “los hombres son suficientemente instruidos para discernir el bien del mal” (2 Nefi 2:5).
Si hacemos todo lo que esté a nuestro alcance, no debemos desalentarnos. Si fracasamos, como muchos lo hacemos; o tropezamos, lo que podría ocurrir; siempre está el remedio del arrepentimiento y del perdón.
A fin de evitar toda clase de inmoralidad, debemos enseñar a nuestros hijos las normas morales. Los maravillosos poderes que llevan en el interior de su cuerpo terrenal “se deben utilizar sólo entre el hombre y la mujer legítimamente casados, como esposo y esposa”2. Debemos ser totalmente fieles en el matrimonio.
Debemos guardar la ley del diezmo. En la Iglesia llevamos a cabo nuestras responsabilidades. Cada semana nos reunimos en la reunión sacramental para renovar los convenios y ganarnos las promesas de esas sencillas y sagradas oraciones del pan y del agua. Debemos honrar el sacerdocio y ser obedientes a los convenios y a las ordenanzas.
Aquellos hermanos del Ensign Peak sabían que debían vivir de manera sencilla y retener la imagen de Cristo en sus rostros (véase Alma 5:14).
Comprendían que las estacas habían de ser una defensa y un refugio, pero en esa época no había ni una estaca sobre la tierra; ellos sabían que su misión era establecer estacas de Sión en cada nación de la tierra.
Tal vez se preguntaron qué clase de ira o tempestad se podría derramar por la que no hubiesen pasado ya. Habían soportado despiadada oposición, violencia, terrorismo; sus hogares habían sido incendiados y se les había despojado de sus posesiones. Una y otra vez fueron expulsados de sus hogares, y en aquel entonces ellos sabían, tal como lo sabemos ahora, que no habría fin a la oposición. La naturaleza de dicha oposición cambia, pero nunca termina. No habría fin a la clase de desafíos que enfrentarían los primeros santos. Los nuevos desafíos serían diferentes, pero ciertamente no serían menores que aquellos por los que habían pasado.
Hoy día, el número de estacas de Sión asciende a miles, y las hay por todo el mundo; el número de miembros asciende a millones y sigue aumentando; y no se detendrá, porque es la obra del Señor. Actualmente los miembros viven en 160 naciones y hablan más de 200 idiomas.
Algunos miembros viven calladamente con temor de lo que nos espera a nosotros y a la Iglesia en un mundo en el cual la moralidad y la espiritualidad se oscurecen cada vez más. Si nos congregamos en la Iglesia, si vivimos los sencillos principios del Evangelio, si vivimos vidas castas, si guardamos la Palabra de Sabiduría, si cumplimos con nuestros deberes en el sacerdocio y de otra índole, entonces no tenemos por qué vivir con temor. La Palabra de Sabiduría es la clave tanto para la salud física como para la revelación. Eviten el té, el café, el licor, el tabaco y los narcóticos.
Podemos vivir donde deseemos, hacer lo que esté a nuestro alcance para ganarnos la vida y vivir de una manera modesta u opulenta. Somos libres de hacer lo que nos plazca con nuestra vida, confiando en la aprobación, e incluso en la intervención, del Todopoderoso, seguros de tener guía espiritual constante.
Cada estaca es una defensa, un refugio y un estandarte. Una estaca dispone de todo lo necesario para la salvación y la exaltación de las personas que estén dentro de su influencia; y los templos están cada vez más cerca.
No ha habido fin a la oposición; ha habido malas interpretaciones y tergiversaciones tanto de nosotros como de nuestra historia, algunas de ellas mal intencionadas y ciertamente contrarias a las enseñanzas de Jesucristo y Su Evangelio. A veces los clérigos, incluso las organizaciones religiosas, se ponen en contra de nosotros; hacen lo que nosotros nunca haríamos; nosotros no atacamos, ni criticamos ni nos oponemos a los demás, como lo hacen con nosotros.
Aun hoy día, hay historias ridículas que se han transmitido y repetido tantas veces que se llegan a creer; una de las más absurdas es que los mormones tienen cuernos.
Hace años, me encontraba en un simposio en una universidad de Oregón. Estaban presentes un obispo católico, un rabí, un ministro episcopal, un ministro evangelista, un clérigo unitario y yo.
El rector de la institución, el doctor Bennett, fue el anfitrión de un desayuno. Uno de ellos me preguntó a cuál esposa había llevado. Les dije que sólo tenía una para elegir. Por un segundo, pensé que se me había escogido para ridiculizarme; entonces alguien le preguntó al obispo católico si a él lo acompañaba su esposa.
La siguiente pregunta me la hizo el doctor Bennett: “¿Es cierto que los mormones tienen cuernos?”.
Sonreí y dije: “Me peino de manera que no se vean”.
El doctor Bennett, que estaba totalmente calvo, puso las dos manos en la cabeza y dijo: “¡Entonces yo nunca podría ser mormón!”.
Lo más raro de todo es que las personas supuestamente inteligentes afirman que no somos cristianos, lo cual demuestra que saben muy poco o nada en cuanto a nosotros. Hay un principio cierto que dice que no puedes elevarte a ti mismo degradando a los demás.
Algunos piensan que nuestras elevadas normas impedirán el progreso. Es justamente lo contrario. Las normas elevadas son como un imán, y todos somos hijos de Dios, atraídos a la verdad y a lo bueno.
Hacemos frente al desafío de criar familias en el mundo entre nubes de iniquidad, cada vez más tenebrosas. Algunos de nuestros miembros están preocupados, y a veces se preguntan: ¿Hay algún otro pueblo, estado o país donde haya seguridad, donde se pueda encontrar refugio? La respuesta, por lo general, es que no. La defensa y el refugio se encuentran donde viven nuestros miembros hoy en día.
En el Libro de Mormón se profetiza: “Sí, y entonces empezará la obra, y el Padre preparará la vía, entre todas las naciones, por la cual su pueblo pueda volver a la tierra de su herencia” (3 Nefi 21:28).
Aquellos que salen del mundo para entrar en la Iglesia, que guardan los mandamientos, honran el sacerdocio y son activos en la Iglesia, han encontrado refugio.
Hace algunas semanas, en una de nuestras reuniones, el élder Robert C. Oaks, uno de los siete Presidentes de los Setenta (general jubilado, condecorado con cuatro estrellas y comandante de las Fuerzas Aéreas de la OTAN en Europa Central), nos habló de un acuerdo que firmaron diez naciones a bordo del buque de guerra el Missouri en la Bahía de Tokio, el 2 de septiembre de 1945, lo que dio fin a la Segunda Guerra Mundial. En ese momento algunos de nosotros nos encontrábamos en Asia. El élder (General) Oaks dijo: “Ni siquiera me puedo imaginar una situación hoy día en la que se pudiese llevar a cabo una reunión de esa naturaleza o se pudiese firmar un acuerdo para terminar la guerra contra el terrorismo y la iniquidad en la que nos vemos envueltos. No es esa clase de guerra”.
No debemos temer, incluso en un mundo donde las hostilidades nunca acabarán. La guerra de la oposición que se profetizó en las revelaciones continúa en la actualidad. Debemos ser felices y positivos; no debemos temer, ya que el temor es lo contrario de la fe.
Sabemos que la actividad en la Iglesia se centra en la familia. Dondequiera que se encuentren los miembros en el mundo, deben establecer una familia donde a los hijos se les acoja y atesore como “herencia de Jehová” (Salmos 127:3). Una familia Santo de los Últimos Días digna es un estandarte y una norma para el mundo.
No sólo debemos mantener las más elevadas normas, sino que cada uno de nosotros debe ser un estandarte, una defensa, un refugio. Debemos dejar que “alumbre [nuestra] luz delante de los hombres, para que vean [nuestras] buenas obras, y glorifiquen a [nuestro] Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16; véase también 3 Nefi 12:16).
Todas las luchas y los esfuerzos de las generaciones pasadas han traído la plenitud del Evangelio de Jesucristo a nuestros días, la autoridad para ministrar y los medios necesarios para lograr el ministerio. Todo ello se une en esta dispensación del cumplimiento de los tiempos, en la cual se llevará a cabo la consumación de todas las cosas y la tierra se preparará para la venida del Señor.
Todos somos parte de esta obra, tal como lo fueron aquellos hombres que desataron aquel pañuelo amarillo del bastón de Willard Richards y descendieron del Ensign Peak. Aquel pañuelo, que ondeaba en lo alto, marcó el gran recogimiento que se había profetizado tanto en las Escrituras antiguas como en las modernas.
Nos referimos a la Iglesia como nuestro refugio, nuestra defensa. Hay seguridad y protección en la Iglesia, y se centra en el Evangelio de Jesucristo. Los Santos de los Últimos Días aprenden a mirar dentro de sí mismos para ver el poder redentor del Salvador de toda la humanidad. Los principios del Evangelio que se enseñan en la Iglesia y que se aprenden de las Escrituras se convierten en una guía para cada uno de nosotros de manera individual, y para nuestras familias.
Sabemos que los hogares que establezcamos, y los de nuestros descendientes, serán el refugio del que se habla en las revelaciones: la “luz”, la “norma”, el “estandarte” a las naciones y el “refugio” contra las tempestades (véase D. y C. 115:5–6; Isaías 11:12; 2 Nefi 21:12).
El estandarte al que todos debemos acercarnos es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Unigénito del Padre, cuya Iglesia ésta es, cuyo nombre portamos y cuya autoridad llevamos.
Miramos hacia delante con fe. Hemos visto muchos acontecimientos en nuestra vida y están por ocurrir muchos más que pondrán a prueba nuestro valor y aumentarán nuestra fe. Debemos “[gozarnos y alegrarnos], porque [nuestro] galardón [será] grande en los cielos” (Mateo 5:12).
Defendamos con determinación la historia de la Iglesia y no nos avergoncemos “del evangelio [de Jesucristo], porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).
Haremos frente a los desafíos, porque no podemos evitarlos, y enseñaremos el Evangelio de Jesucristo, y enseñaremos de Él como nuestro Salvador y nuestro Refugio, nuestro Redentor.
Si un gastado pañuelo amarillo fue lo suficientemente bueno para ser un estandarte al mundo, entonces los hombres comunes que poseen el sacerdocio y las mujeres y los niños comunes de familias comunes, que viven el Evangelio de la mejor manera que les es posible en todo el mundo, pueden resplandecer como un estandarte, una defensa y un refugio contra lo que se derrame sobre la tierra.
“Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26).
Esta Iglesia prosperará; prevalecerá; de ello estoy absolutamente seguro. Testifico de ello en el nombre de Jesucristo. Amén