Tres toallas y un periódico de 25 centavos
Cuando somos fieles a los sagrados principios de la honradez y la integridad, somos leales a nuestra fe y a nosotros mismos.
Ante esta enorme audiencia mundial, y con cierta discreción, hago una confesión personal. Lo hago como introducción a un tema que desde hace un tiempo he estado meditando seriamente. En 1955, después de mi primer año de estudios universitarios, pasé el verano trabajando en el nuevo hotel Jackson Lake Lodge, en Moran, Wyoming. Mi medio de transporte era un automóvil Hudson de 1941, con 14 años de antigüedad, que debería haber pasado a mejor vida hacía 10 años. Entre otras características del auto, la parte inferior del vehículo se había oxidado tanto que, de no haber sido por una tabla de madera prensada o contrachapado, literalmente podría haber tocado la carretera con los pies. Lo positivo era que a diferencia de otros automóviles de 14 años de ese período, no gastaba aceite, aunque sí tenía que echar agua, muchísima agua, al radiador. Nunca pude darme cuenta a dónde iba el agua y por qué el aceite se ponía cada vez menos espeso y menos espeso y más limpio y más limpio.
Al terminar el verano y como preparación para el viaje de 298 kilómetros que me separaba de mi casa, llevé el automóvil al único mecánico de Moran. Después de una rápida inspección, me explicó que el motor estaba agrietado y el agua se filtraba al aceite. Eso explicaba el misterio del aceite y el agua. Pensé: “Si consigo que el agua pase también al tanque de la gasolina, quizá ahorre en combustible.
Ahora, la confesión: después de llegar a casa de milagro, mi padre salió y me recibió muy contento. Después de intercambiar abrazos y bromas, mi padre echó un vistazo al asiento de atrás del vehículo y vio tres toallas de Jackson Lake Lodge, de las que no se pueden comprar. Con una mirada de desilusión, sencillamente me dijo: “Esperaba más de ti”. Yo no pensaba que lo que había hecho estuviera tan mal. Para mí, esas toallas eran sólo un símbolo de mi trabajo de verano en un hotel de lujo, un rito de iniciación. Sin embargo, al llevármelas sentí que había perdido la confianza de mi padre y me sentí desolado.
El siguiente fin de semana, ajusté la tabla de madera al piso del automóvil, llené el radiador de agua, y emprendí el viaje de 595 kilómetros que me llevaba de regreso al hotel Jackson Lake Lodge para devolver tres toallas. Mi padre nunca me preguntó por qué volvía al hotel y nunca se lo expliqué. No fue necesario. Para mí fue una lección cara y dolorosa sobre la honradez que he recordado toda la vida.
Lamentablemente, dos de los principales valores ausentes hoy en día son la honradez y la integridad. A lo largo de los años, se han puesto al descubierto la falta de honradez y mal comportamiento de un número creciente de empresarios, y como resultado de eso, miles de leales empleados con mucha antigüedad han perdido su medio de vida y sus pensiones. Algunos han perdido sus casas, han tenido que dar un giro a su profesión y a los planes de toda una vida. Leemos y escuchamos que en la escuela muchos hacen trampa, con una mayor preocupación por las notas o los títulos que por el aprendizaje y la preparación. Vemos a estudiantes que han hecho trampas en la Facultad de Medicina y ahora realizan intervenciones complicadas a sus pacientes. Las personas mayores caen víctima de estafadores y, a menudo, pierden su casa o los ahorros de su pensión. Esa falta de honradez e integridad siempre se basa en la codicia, la arrogancia y la falta de respeto.
En Proverbios leemos: “Los labios mentirosos son abominación a Jehová; pero los que hacen verdad son su contentamiento” (Proverbios 12:22).
Mormón escribió lo siguiente sobre los conversos lamanitas conocidos como el pueblo de Anti-Nefi-Lehi: “Y se hallaban entre el pueblo de Nefi, y también eran contados entre el pueblo que era de la iglesia de Dios. Y se distinguían por su celo para con Dios, y también para con los hombres; pues eran completamente honrados y rectos en todas las cosas; y eran firmes en la fe de Cristo, aun hasta el fin” (Alma 27:27; cursiva agregada).
Hace aproximadamente unos 30 años, en mi etapa profesional en el mundo de los negocios, unos compañeros y yo llegamos al Aeropuerto O’Hare de Chicago, Illinois. Uno de ellos acababa de vender su empresa por decenas de millones de dólares: en otras palabras, no era pobre precisamente.
Al pasar junto a una máquina dispensadora de periódicos, esa persona metió una moneda en la ranura, abrió la puerta de la máquina y comenzó a entregarnos ejemplares del periódico que no había pagado. Cuando me entregó uno, puse una moneda en la máquina y, tratando de no ofenderle pero de hacer hincapié, le dije de broma: “Jim, por 25 centavos, puedo conservar mi integridad. Si fuera un dólar, no lo sé, pero por 25 centavos, creo que sí”. Verán, yo recordaba bien la experiencia de las tres toallas y de un Hudson destartalado del año 1941. Unos minutos después, pasamos junto a la misma máquina expendedora, y noté que Jim se había apartado del grupo y estaba metiendo monedas en la máquina. Les cuento este incidente no para presentarme como un ejemplo de honradez fuera de lo común; sencillamente, lo hago para recalcar las lecciones de las tres toallas y de un periódico de 25 centavos.
Nunca habrá honradez en el mundo de los negocios, ni en las escuelas, ni en el hogar ni en ningún otro lugar hasta que haya honradez en el corazón.
A menudo, las lecciones importantes y duraderas se enseñan con ejemplos tan sencillos como tres toallas o un periódico de 25 centavos. Me pregunto cómo sería el mundo si a temprana edad se enseñaran en el hogar lecciones de honradez tan sencillas como la de “ama a tu prójimo como a ti mismo” (véase Mateo 22:39; Marcos 12:31) y “haz a otros lo que quieras que ellos hagan contigo” (véase Mateo 7:12; Lucas 6:31). Me pregunto dónde estarían hoy miles de empleados privados de sus trabajos y sus pensiones si ciertos empresarios de las altas esferas hubieran tenido a temprana edad experiencias con tres toallas o periódicos de 25 centavos.
La honradez es la base de una vida verdaderamente cristiana, y para los Santos de los Últimos Días es un requisito importante para entrar al santo templo del Señor. Es parte inherente de los convenios que hacemos en el templo. Cada domingo, al participar de los santos emblemas del cuerpo y la sangre de Cristo, renovamos convenios básicos y sagrados, que incluyen la honradez. Tenemos la obligación sagrada no sólo de vivir los principios de la honradez, sino también vivir de acuerdo con ellos, quizás con ejemplos tan sencillos como tres toallas o un periódico de 25 centavos. La honradez debe ser uno de los valores fundamentales que rigen nuestra vida cotidiana.
Cuando somos fieles a los sagrados principios de la honradez y la integridad, somos leales a nuestra fe y a nosotros mismos.
Ruego que se conozca a los Santos de los Últimos Días por ser de las personas más honradas del mundo y que se pueda decir de nosotros como se dijo del pueblo de Anti-Nefi-Lehi, que somos “completamente honrados y rectos en todas las cosas; y… firmes en la fe de Cristo, aun hasta el fin” (Alma 27:27). En el nombre de Jesucristo. Amén.