El plan de salvación
No se nos ha dejado solos para vagar por el mundo sin conocer el plan maestro que el Señor ha diseñado para Sus hijos.
Al asistir a una reunión sacramental durante los meses de verano, tuve el placer de escuchar los discursos de tres estudiantes que habían vuelto de la escuela a sus hogares durante el verano. Me interesó especialmente uno de los discursos.
Durante las vacaciones de verano ella había trabajado en un restaurante al que iban muchos camioneros. Uno de ellos, que tenía una ruta fija, se detenía a comer el mismo día de cada semana. Como se veían con regularidad, tuvieron la oportunidad de entablar conversaciones cortas. Él le preguntó a la joven dónde vivía y ella le respondió que estaba en casa durante el verano, para ganar un poco de dinero y regresar a la universidad en el otoño. La siguiente pregunta de él fue: “¿A qué universidad asistes?”. Ella respondió con orgullo: “A BYU, en Idaho”. Como él quería saber más acerca de la universidad, la conversación derivó en una charla sobre el Evangelio. Lo primero que hizo la jovencita fue enseñarle acerca de la Palabra de Sabiduría, y tuvo éxito, pues lo convenció de que dejara de fumar.
Luego, el horario de trabajo de la joven cambió y ya no tuvo oportunidad de verlo, así que le escribió una nota y le adjuntó un folleto misional de la Iglesia sobre el plan de salvación. Después de varios días recibió una nota del camionero que simplemente decía: “Usted ha creado un monstruo”. Gracias a aquella jovencita, él halló información que le hizo pensar en los cambios que debía hacer en su vida. No sé el resultado completo de esos pequeños encuentros entre la camarera y el camionero, pero evidentemente, ella había influenciado en su vida.
La joven prosiguió explicando lo fácil que es enseñar las bellezas del Evangelio a las personas. Nuestras actividades cotidianas cuentan con oportunidades para abrir nuestra boca y compartir con las personas las verdades del Evangelio que los bendecirán ahora y en las eternidades.
Mucha gente se pregunta: “¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos?”. Nuestro Padre Eterno no nos envió a la tierra en un viaje sin propósito y carente de significado. Él nos proporcionó un plan para seguirlo. Él es el autor de ese plan que se diseñó para el progreso del hombre y por último para su salvación y exaltación. Cito de la guía misional Predicad Mi Evangelio:
“Dios es el Padre de nuestro espíritu; somos literalmente Sus hijos y Él nos ama. Antes de nacer en esta tierra vivíamos como hijos espirituales de nuestro Padre Celestial; sin embargo, no éramos como nuestro Padre Celestial ni podíamos llegar a ser como Él ni disfrutar de todas las bendiciones de las que Él disfruta sin la experiencia de vivir en la vida terrenal con un cuerpo físico.
“Todo el propósito de Dios —Su obra y Su gloria— es permitirnos a cada uno disfrutar todas Sus bendiciones. Él ha proporcionado un plan perfecto para lograr Su propósito. Nosotros entendimos y aceptamos ese plan antes de venir a la tierra” (pág. 48).
Sin embargo, aún hay mucha gente en el mundo que sigue luchando para encontrar las respuestas a las preguntas más básicas de la vida. Los clamores de “He aquí” y “He allí” son cada vez más fuertes y, muchas veces, más confusos. La tecnología ha multiplicado esa confusión al propagar esos mensajes a través de las ondas y de la gran cantidad de cables que ahora cubren la tierra. Hay tantos medios para transmitir una mayor cantidad de mensajes diversos, que supongo que no es de extrañar que las personas estén confundidas. Siglos atrás Pablo predijo:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3–4).
No necesitamos que se nos confunda. Con la intención de guiarnos, el género humano ha vuelto a recibir las respuestas a las desconcertantes preguntas sobre el propósito de la vida.
Supimos del plan de salvación por primera vez antes de nacer, en lo que las Escrituras llaman nuestro primer estado (véase Abraham 3:26). Sabemos muy poco sobre lo que ocurrió en ese primer estado, pero sí sabemos que vivimos allí como espíritus, hijos de nuestro Padre Celestial, y que progresamos al punto de prepararnos para tener la oportunidad de albergar a nuestro espíritu en un cuerpo terrenal. Nosotros también sabemos que nuestro Padre celebró un gran concilio para explicarnos el propósito de esta vida. Tuvimos la oportunidad de aceptar o rechazar el plan de salvación, el cual no se nos obligó a aceptarlo. La esencia del plan de salvación consiste en que el hombre tendría la oportunidad de trabajar en la tierra por su propia salvación, con la ayuda de Dios. Se escogió a un líder que nos enseñaría cómo seguir el plan y nos redimiría del pecado y de la muerte. El Señor le explicó a Moisés: “Pero, he aquí, mi Hijo Amado, que fue mi Amado y mi Escogido desde el principio, me dijo: Padre, hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre” (Moisés 4:2).
Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, se convirtió en el líder defensor del plan preparado por el Padre, y nosotros aceptamos el plan y las condiciones. Al tomar esa decisión nos ganamos el derecho a venir a la tierra y entrar a nuestro segundo estado.
Dios creó a Adán y a Eva a Su propia imagen, con cuerpos de carne y huesos, y los colocó en el Jardín de Edén. Se les dio a escoger entre quedarse en el jardín o participar del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal y tener la oportunidad de experimentar la vida terrenal. Aceptaron el desafío, participaron del fruto y así se convirtieron en seres sujetos a la muerte física. A causa de la elección que hicieron, ellos sufrirían todas las pruebas y las dificultades de la vida terrenal.
La vida terrenal tiene dos propósitos. El primero es que podemos tener experiencias que no obtendríamos de ninguna otra manera. El segundo es obtener tabernáculos de carne y hueso. Ambos propósitos son vitales para la existencia del hombre. Somos probados para ver si haremos todas las cosas que el Señor nos mandó hacer. Estos mandamientos son los principios y las ordenanzas del Evangelio, que constituyen el Evangelio de Jesucristo. Todo principio y ordenanza está relacionado con el propósito de nuestra prueba, que no es otro que prepararnos para regresar a nuestro Padre Celestial y llegar a ser más como Él. El élder Bruce R. McConkie dijo lo siguiente en cuanto a seguir el camino estrecho y angosto:
“Pienso que lo que todos debemos hacer es determinar dónde nos hallamos en cada ámbito de la vida terrenal. Luego, basándonos en los conceptos generales, que son claros y simples, tomamos la determinación de cómo vivir en éste o en ése ámbito a fin de sobrepasar el estado de probación y superar la prueba de esta vida. Si tomamos las decisiones correctas, recibiremos un galardón eterno; si no, obtendremos un lugar inferior y menor en los reinos que se han preparado.
“…Todo miembro de la Iglesia que se halle en el sendero estrecho y angosto, que se esfuerce, luche y desee hacer lo correcto, aun cuando esté lejos de la perfección en esta vida, si fallece mientras se halla en ese sendero estrecho y angosto, tendrá la vida eterna en el reino de su Padre” (The Probationary Test of Mortality, discurso pronunciado en el Instituto de Religión de Salt Lake, 10 de enero de 1982, págs. 8–9).
Todo esto es posible gracias a Jesucristo. Él es la parte central del plan eterno del Padre, el Salvador fue presentado como el rescate de la humanidad. Dios envió a Su Hijo Amado para vencer la caída de Adán y Eva. Él vino a la tierra como nuestro Salvador y Redentor; Él venció los obstáculos de la muerte física por nosotros al entregar Su propia vida. Cuando Él murió en la cruz, Su espíritu y Su cuerpo se separaron; al tercer día Su espíritu y Su cuerpo fueron reunidos eternamente, para no separarse nunca más.
La vida en la tierra tiene una duración limitada. A todos nos llega el momento cuando, al morir, el espíritu y el cuerpo se separan; pero, gracias a la resurrección de Jesucristo, todos resucitaremos, ya sea que hayamos hecho el bien o el mal en esta vida. La inmortalidad es el don dado a cada hijo terrenal de nuestro Padre Celestial. La muerte debe verse como la puerta a una vida nueva y mejor. Mediante la gloriosa resurrección, el cuerpo y el espíritu se reunirán; tendremos un cuerpo perfecto e inmortal de carne y hueso que nunca más estará sujeto al dolor ni a la muerte. Mas la gloria que recibamos en la vida venidera dependerá de nuestro desempeño en esta vida. Sólo por medio del don de la Expiación y de nuestra obediencia al Evangelio podremos regresar y vivir con Dios nuevamente.
Después de la resurrección del Salvador, Sus apóstoles salieron a predicar este glorioso mensaje a las naciones de la tierra; viajaron extensamente para enseñar sobre la misión de nuestro Salvador. Un gran movimiento cristiano comenzó a extenderse por muchas naciones; pero la Iglesia se sumió gradualmente en una apostasía general durante la cual se perdió la sucesión del sacerdocio, y la autoridad para efectuar las ordenanzas espirituales dejó de existir sobre la tierra.
Con el tiempo surgieron hombres inspirados que iniciaron una reforma. El presidente Gordon B. Hinckley describió esa época como el alba de un día más brillante, él dijo:
“No obstante, de algún modo se encendió una luz en ese largo período de oscuridad; la era del Renacimiento trajo consigo un florecimiento del conocimiento, las artes y la ciencia, y se suscitó un movimiento de hombres y mujeres valientes e intrépidos que levantaron la vista al cielo en reconocimiento de Dios y de Su Hijo divino; lo conocemos como la Reforma.
“Entonces, después de que muchas generaciones hubieron andado por la tierra, muchas de ellas en conflictos, odio, tinieblas y maldad, llegó el grandioso nuevo día de la Restauración. Aquel glorioso Evangelio se introdujo con la aparición del Padre y del Hijo al joven José. El alba de la dispensación del cumplimiento de los tiempos se alzó sobre el mundo. Todo lo bueno, lo bello, lo divino de todas las dispensaciones pasadas fue restaurado en esta época tan extraordinaria” (“Ya rompe el alba,” Liahona, mayo de 2006, pág. 83).
Después del glorioso acontecimiento de la Primera Visión, el profeta José Smith recibió el sagrado registro del Libro de Mormón, lo que proporcionó un nuevo testamento de nuestro Señor y Salvador y de Su misión para las personas de la tierra.
Por lo tanto, vemos en el eterno plan de nuestro Padre, que Su amor no tiene límites y abarca a cada uno de Sus hijos. Todos los hombres tienen el mismo origen y la misma posibilidad de cumplir con su destino eterno.
Amulek, un profeta del Libro de Mormón testificó que las palabras de Cristo nos traerían la salvación, el dijo:
“Y ahora bien, hermanos míos, después de haber recibido vosotros tantos testimonios, ya que las Santas Escrituras testifican de estas cosas, yo quisiera que vinieseis y dieseis fruto para arrepentimiento.
“Sí, quisiera que vinieseis y no endurecieseis más vuestros corazones: porque he aquí, hoy es el tiempo y el día de vuestra salvación; y por tanto, si os arrepentís y no endurecéis vuestros corazones, inmediatamente obrará para vosotros el gran plan de redención.
“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios: sí, el día de esta vida es el día en que el hombre debe ejecutar su obra” (Alma 34:30–32).
No seamos más llevados por doquiera de todo viento y doctrina mundana (véase Efesios 4:14). Declaramos al mundo que los cielos se han abierto y que la verdad del plan eterno de Dios se ha revelado nuevamente al género humano. Vivimos en la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Vivimos en un día en el que las Escrituras testifican del gran plan que el Señor ha dado a Sus hijos desde el principio de los tiempos hasta la presente y última dispensación. La evidencia se encuentra bien documentada; no se nos ha dejado solos para vagar por el mundo sin conocer el plan maestro que el Señor ha diseñado para Sus hijos. Él mismo ha hecho un convenio solemne de darnos las bendiciones del cielo de acuerdo con nuestra obediencia a Su ley. Oh, recuerden, recuerden que estas cosas son verdaderas, pues el Señor Dios nos ha revelado estas verdades eternas. En el nombre de Jesucristo. Amén.