2006
¡Miren hacia la eternidad!
Noviembre de 2006


¡Miren hacia la eternidad!

¿Entiendes por qué es tan importante mantenerse limpio y puro?

Cuando nació nuestro primer nieto, toda la familia salió para el hospital a toda prisa. Fue una experiencia increíble para mí ver a nuestro hijo mayor, Matthew, sosteniendo a ese nuevo y precioso niño. Al estar frente al ventanal de la habitación de los niños recién nacidos con nuestro hijo menor, Chad, miramos a los ojos de ese nuevo y pequeño espíritu, tan limpio, tan puro, que había venido del cielo tan recientemente. Parecía que el tiempo se hubiera detenido y por un instante pudimos ver el gran plan eterno. Lo sagrado de la vida era claro como el agua, y le susurré a Chad: “¿Entiendes por qué es tan importante mantenerse limpio y puro?” Él respondió con reverencia: “Sí, mamá, lo entiendo”.

Ese momento fue tan trascendental que deseo que cada hombre y mujer joven, cada uno de los jóvenes adultos y, en realidad, cada uno de nosotros sienta y sepa la importancia de llevar una vida digna y pura. Nuestra dignidad personal es lo que nos calificará para llevar a cabo nuestra misión terrenal individual.

Nuestra misión personal comenzó mucho antes de que llegásemos a la tierra. En la vida preterrenal, fuimos “llamados y preparados” para vivir en la tierra en un tiempo en que las tentaciones y los desafíos serían más grandes. Eso fue “por causa de [nuestra] fe excepcional y buenas obras” y por “escoger el bien”1. Entendimos el plan de nuestro Padre y supimos que era bueno; y no solamente lo elegimos, sino que también lo defendimos. Sabíamos que nuestra misión terrenal estaría llena de tentaciones, pruebas y dificultades; pero también sabíamos que seríamos bendecidos con la plenitud del Evangelio, profetas vivientes y la guía del Espíritu Santo. Nosotros sabíamos, y comprendíamos, que nuestro éxito en esta tierra dependería de nuestra dignidad y pureza.

¿Qué significa ser digno? En el Libro de Mormón, el padre de Lamoni suplicó: “¿Qué haré para lograr esta vida eterna de que has hablado?”2. Entonces el rey hizo un compromiso con el Señor cuando dijo: “…abandonaré todos mis pecados para conocerte”3. Una vez que el padre de Lamoni comprendió quién era y el gran plan del que formaba parte, la dignidad se convirtió en el deseo de su corazón.

Para ser dignos, tomamos decisiones que nos permiten regresar a la presencia de nuestro Padre Celestial. Hacemos aquellas cosas que nos calificarán para reclamar todas las bendiciones que Él tiene preparadas para nosotros. Ésa es la razón por la que estamos aquí en la tierra: “para ver si [haremos] todas las cosas que el Señor…[nos] mandare”4. Es mediante nuestra fe en el Señor Jesucristo que podemos resistir la tentación5. Nuestra fe nos permitirá rechazar el mal y éste llegará a ser repugnante para nosotros porque “la luz se allega a la luz” y “la virtud ama la virtud”6.

El volverse sin mancha del mundo requiere no sólo fe, sino arrepentimiento y obediencia. Debemos vivir las normas y hacer aquellas cosas que nos darán derecho a la compañía y a la guía constante del Espíritu Santo; porque el Espíritu no puede habitar en templos inmundos7.

Un joven que conozco dijo: “Es muy difícil. El vivir las normas en mi mundo no es algo realista; es muy difícil”. Aun así, al saber que somos hijos e hijas de Dios debemos esforzarnos por ser dignos. Otro grupo de jóvenes adoptó el siguiente lema: “Puedo hacer cosas difíciles”. Ellos entienden su identidad, su misión, su fuente de guía, y reciben fortaleza al guardar los convenios. También comprenden que cuando cometen un error, ¡ellos pueden cambiar! Satanás desea que cada uno de nosotros piense que el arrepentimiento no es posible. Eso es absolutamente falso. El Salvador ha prometido el perdón8. Cada semana, el participar dignamente de la Santa Cena hace posible que cada uno de nosotros llegue a ser limpio y puro cuando hacemos convenio de “[recordar] siempre [al Salvador], y… guardar sus mandamientos”9. El Evangelio de Jesucristo es un Evangelio sencillo, y se nos han dado las herramientas que hacen que el camino sea estrecho y angosto. El camino es claro: “Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga”10.

Hace treinta y ocho años, el presidente Gordon B. Hinckley nos casó, a mi esposo y a mí, en el Templo de Salt Lake. El consejo y la dirección que él nos dio aquel día se han convertido en una fuente de luz en nuestra vida. Cuando salimos del templo como marido y mujer, fuimos a un parque cerca del templo y escribimos en un diario las palabras de sabiduría que habíamos recibido. Él nos aconsejó que siempre recordáramos hacer nuestras oraciones, por la noche y por la mañana; que oráramos como pareja y como familia. Nos aconsejó que siempre pagáramos un diezmo íntegro. Nos aconsejó que leyéramos las Escrituras diariamente y que aplicáramos los principios en nuestra vida. También nos aconsejó que nos mantuviésemos dignos, él dijo: “Vivan siempre de tal manera que cuando necesiten las bendiciones del Señor puedan recurrir a Él y recibirlas porque son dignos”. También nos dijo: “Vendrán tiempos en su vida en los que necesitarán bendiciones inmediatas. Tendrán que vivir de una manera tal que se les concedan, no por misericordia, sino porque son dignos”. En aquel entonces no comprendía qué significaba eso; pero durante los 38 años subsiguientes, le hemos pedido a nuestro Padre Celestial muchas “bendiciones inmediatas”. Diariamente, esas “costumbres santas y rutinas rectas” nos han ayudado a estabilizarnos en el sendero que nos lleva de regreso a la presencia de nuestro Padre, y hoy digo: “Te damos, Señor, nuestras gracias que mandas de nuevo venir profetas con tu evangelio guiándonos cómo vivir”11.

La dignidad personal es esencial para entrar en Sus santos templos y, finalmente, llegar a ser herederos de “todo lo que [el] Padre tiene”12. El Señor ha dicho: “Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios”13. Cuando hacemos esto, podemos entrar en los santos templos de Dios con confianza y con la seguridad de que somos dignos para ir adonde el Señor mismo va. Cuando somos dignos, no sólo podemos entrar en el templo, sino que el templo puede entrar en nosotros. Las promesas del Señor de salvación y felicidad llegan a ser nuestras, y nuestra misión terrenal llega a ser de Él.

El mes pasado nuestro hijo menor, Chad, fue al templo con una bella y digna jovencita para casarse por esta vida y por toda la eternidad. Cuando la tomó de la mano y se arrodillaron en el altar, miré los espejos que se encuentran a ambos lados y, una vez más, sentí deseos de susurrar: “¿Entiendes por qué es tan importante ser limpios y puros?”. Pero esta vez no tuve que recordárselo, porque el Espíritu se lo susurró.

A la juventud bendita: ¡miren por las ventanas de la eternidad! Véanse a ustedes mismos en los santos templos del Señor; véanse viviendo vidas dignas y puras. ¡Las generaciones futuras dependen de ustedes! Testifico que la dignidad es posible debido al poder redentor y habilitador de la expiación de Jesucristo. Ruego que se pueda decir de cada uno de nosotros: “Andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son [dignos]”14, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase Alma 13:3.

  2. Alma 22:15.

  3. Alma 22:18.

  4. Abraham 3:25.

  5. Véase Alma 37:33 y 3 Nefi 7:18.

  6. Véase D. y C. 88:40.

  7. Véase Helamán 4:24.

  8. Véase Para la Fortaleza de la Juventud, 2001, pág. 30.

  9. Moroni 4:3.

  10. Mateo 11:30.

  11. “Te damos, Señor, nuestras gracias”, Himnos, Nº 10.

  12. D. y C. 84:38; véase también los vers. 35–37.

  13. D. y C. 121:45.

  14. Apocalipsis 3:4; véase también el vers. 5.