Tenía el bolsillo vacío
Nuestra joven familia no tenía una situación financiera holgada en 1979. Yo asistía a la Universidad del Estado de Colorado, y los escasos fondos de los préstamos y de los negocios de mi esposa iban directamente a nuestra cuenta de ahorros. Cada semana retirábamos la cantidad presupuestada para nuestros gastos. Llegaba la Navidad y nos dimos cuenta de que iban a ser unas fiestas muy frugales.
Un viernes por la tarde, decidí llevarme a los dos mayores de nuestros cuatro hijos a explorar el ambiente del centro comercial de la localidad. De camino sacamos dinero del banco y decidimos retirar todo el dinero presupuestado para diciembre al comienzo del mes con el fin de hacer frente a los gastos de las fiestas. Saqué la cantidad total del dinero en billetes pequeños.
Aunque no había nevado, el tiempo era frío y soplaba un viento helado. Llegamos al abarrotado estacionamiento del centro comercial y me apresuré a sacar a los chicos de la camioneta, ansioso de que entraran en el cálido y brillante establecimiento.
Dedicamos más de una hora a ir de tienda en tienda disfrutando de los ricos olores y de los escaparates (vidrieras). Decidimos dar fin a nuestra visita tomando un helado, cuando de inmediato descubrí horrorizado que el bolsillo de la camisa donde guardaba el dinero del mes estaba vacío.
Traté de no ceder al pánico mientras volvíamos rápidamente sobre nuestros pasos, pero con cada negativa a nuestras ansiosas indagaciones en cuanto a si alguien había encontrado un dinero, nuestro sentimiento de pérdida iba en aumento. Después de una última y vana parada en un mostrador de seguridad, regresamos a casa acongojados.
Le contamos las malas noticias a mi preocupada esposa. ¿Cómo íbamos a comprar la comida, a pagar el alquiler y los servicios, a cubrir los gastos del mes y mucho menos a cubrir los extras de la Navidad? Los niños comenzaron a sollozar y a cuchichear entre sí. Abatidos, reunimos a la familia en oración para pedir guía. Entonces, mientras nos hallábamos analizando cada manera posible aunque improbable de compensar la pérdida, sonó el teléfono.
Era el guardia de seguridad del centro comercial. “¿Son ustedes los que comunicaron la pérdida de determinada cantidad de dinero?”, preguntó.
“Sí”, le respondí.
“¿De cuánto se trataba y en qué tipo de billetes?”
Después de darle la información, preguntó si podíamos regresar al centro comercial.
Con cauta anticipación, hicimos el corto viaje al centro. El guardia de seguridad nos dijo que varias personas habían devuelto ciertos billetes de cantidades pequeñas esparcidos por el viento por todo el estacionamiento. El recuento indicó que se trataba de la misma cantidad que habíamos perdido. No había nadie a quien darle las gracias, pues aquellas almas honradas no habían dejado nombre alguno. El guardia sonrió y nos deseó una feliz Navidad mientras nos entregaba el pequeño fajo de billetes. Volvimos a casa muy aliviados y profundamente agradecidos.
Luego nos arrodillamos como familia y dimos gracias por las bendiciones que habíamos recibido. Para nuestra familia, la Navidad no se perdió y aprendimos una lección eterna. Aquellas personas honradas fueron ejemplos maravillosos para nosotros. ¿Qué mejor manera de dar gracias a nuestro Padre Celestial por el nacimiento de Su Hijo, que la de vivir el verdadero espíritu de la Navidad?