Nuestra primera Navidad
Se acercaba la Navidad y era evidente que mi esposa y yo, que estábamos recién casados, no íbamos a disponer de dinero para comprar un árbol de Navidad, adornos, decoraciones ni para preparar una buena cena.
Habíamos comenzado sin una casa, sin empleo y con muy poco dinero, pero Dios nos ayudó. Encontramos un pequeño apartamento y yo empecé a buscar trabajo. Aún no había terminado mis estudios universitarios, por lo que acepté varios empleos como vendedor con un sueldo modesto pero suficiente para comprar comida y pagar el alquiler. Salía temprano de casa, y a veces volvía habiendo tenido éxito y otras veces no. Si no lo tenía, me sentía derrotado; pero mi esposa, que estaba embarazada, me recibía con una sonrisa y las dificultades parecían menos preocupantes.
En México, la Nochebuena se celebra aún más que el día de Navidad. Cuando era soltero, lo celebraba comiendo bacalao y una ensalada preparada con remolacha, naranjas y cacahuetes, pero esa Nochebuena ni siquiera sabíamos qué habría para cenar. Teníamos poco dinero y una pequeña estufa de gas (cocina) alimentada por un cilindro de gas que nos habían prestado. No disponíamos de refrigerador ni de muebles en la sala de estar ni en el comedor, tan sólo una pequeña mesa de madera que mi abuela me había dado y un par de sillas que un amigo nos había prestado.
Me desanimaba al pensar en nuestra situación, pero recordé que Dios jamás nos abandona; así que me humillé como un niño y acudí a Él en oración.
Mi oración obtuvo respuesta; recibí paz en el corazón y sentí que todo iba a estar bien. Abrí la cajuela del auto y en una esquina hallé un pedazo de pescado seco. Recordé que meses atrás había ayudado a mi padre a trasladar una remesa de pescado y aquel pedazo debió haberse quedado olvidado; gracias a la sal, no estaba estropeado.
Se lo mostré a mi esposa y ella me dijo que lo prepararía. Salimos a comprar tomates y otros ingredientes. Lavamos el pescado y lo enjuagamos bien para quitarle la sal.
Aquella noche, a la luz de un pequeño foco, nos sentamos a la pequeña mesa de madera sin pintar y recordamos el nacimiento de Jesucristo y cómo nació con menos de lo que teníamos nosotros. Disfrutamos de la comida más deliciosa que jamás había probado y nos acostamos temprano. A la mañana siguiente nos quedamos en la cama viendo películas de Navidad. Fue un día muy feliz, pues a pesar de nuestra pobreza, el espíritu de la Navidad brilló en nuestro pequeño hogar y nos brindó esperanza y aliento.
Nuestra hija nació en enero, colmando nuestro hogar de felicidad.
Desde entonces han transcurrido muchas Navidades y ahora tenemos adornos, árboles de Navidad y aroma de pino. Hemos disfrutado de muchas cenas con platillos suculentos, pero más que nada aprecio el recuerdo de nuestra primera Navidad juntos. Fue la más pobre en lo que a lo material se refiere, pero la más rica en cuanto a lo espiritual y lo eterno: Nosotros dos con nuestra hija que estaba a punto de nacer y el espíritu de la Navidad.