Cumplo con mi parte y Dios se ocupa del resto
Ahora soy joven adulta, pero cuando era niña tuve una experiencia que me ha ayudado durante toda mi vida. Soy de Renaico, una pequeña ciudad de Chile. Recuerdo con emoción cuando mi madre, Ruby, era presidenta de la Primaria. Entonces nuestra rama era pequeña y yo era la única niña que asistía a ella. Mi mamá enseñaba la clase. Cuando llegábamos a la Iglesia el domingo por la mañana, decía: “Buenos días, Jenny, soy tu maestra de la Primaria”. Esa frase se repetía todas las semanas. Hacíamos la primera oración y entonábamos una canción, y después me enseñaba la lección.
Ella visitaba con regularidad a los niños menos activos, a quienes llamaba con ternura “mis tesoritos”. Con frecuencia, nos encontrábamos a esos niños jugando en la calle, y mamá detenía el vehículo y les decía con una voz alegre: “¡Eh, nos vemos en la iglesia el domingo!”. La mayoría de ellos respondían “Sí”, pero al domingo siguiente seguíamos estando sólo mamá y yo.
A veces me frustraba que esos niños no fueran a la iglesia, y decía: “Ya está bien, mamá. No quieren venir”. Sin embargo, ella me respondía con cariño: “Tengo que ser responsable en mi llamamiento y perseverar”.
Un día terminó por producirse lo increíble. Un niño llamado Carlos vino a la Iglesia y dijo: “¿Lo ve, hermana Ruby? Le dije que vendría”. Bueno, ahora por lo menos éramos dos. Eso hacía que la cara de mi madre brillara de gozo, y cada vez que Carlos asistía a la clase, me decía: “¿Ves, cariño? Tenemos que ser persistentes, y Dios hará el resto”.
Un día, Carlos empezó a ir acompañado de un niño llamado Alexis. A los tres nos encantaba jugar juntos y seguimos siendo amigos hasta ahora. Desde ese día, empezaron a venir cada vez más niños.
Después de dos años, mi madre fue relevada de su llamamiento. Cuando dejó la Primaria, había treinta y cinco niños que asistían cada semana. Era maravilloso contemplar que el amor de mi madre por los niños era correspondido. Han pasado más de diez años desde su relevo y la Iglesia es más grande ahora en este lugar, pero nadie ha superado aquel logro de la asistencia de treinta y cinco niños.
Ahora soy yo la presidenta de la Primaria. Quiero mucho a estos niños que tanto me enseñan. Me siento sumamente agradecida por este maravilloso llamamiento y por el ejemplo de perseverancia de mi madre. Sé que el Padre Celestial vive y que lo que mi madre dice es verdad: “Cumplo con mi parte y el Señor se ocupa del resto”.