Entre amigos
Mi hermano y el cachorro
“…haced misericordia y piedad cada cual con su hermano” (Zacarías 7:9).
Tuve la bendición de crecer rodeado de personas que me amaban y que tuvieron una influencia positiva para mí. Los miembros de mi familia fueron la mayor influencia de mi vida. Mis padres escogieron lo justo y confiaron en que yo hiciera lo mismo. Además, pude seguir el buen ejemplo de mis hermanos mayores.
Uno de ellos me enseñó una importante lección cuando yo tenía cinco años, ocasión en la que mi hermano gemelo, Karl, y yo recibimos un perrito cachorro. No entendíamos las responsabilidades que resultarían al tener una mascota; para nosotros era como otro juguete que no requería cuidado especial. No nos preocupábamos mucho por darle de comer ni de beber, ni por cuidar de él; pero teníamos un hermano mayor que pensaba precisamente lo contrario, pues él tenía un gran amor por los animales. Así que vio la necesidad y se hizo cargo de nuestro cachorro.
El perro creció creyendo que pertenecía a nuestro hermano, por lo que solíamos discutir sobre a quién pertenecía. Karl y yo insistíamos en que el perro era nuestro, y competíamos con nuestro hermano mayor para ver con quién se iría el perro si lo llamáramos. El perro siempre se iba con nuestro hermano.
El perro comprendía la lealtad y el amor que le mostraba nuestro hermano. Aquella experiencia me enseñó una gran lección sobre la ley de la cosecha, la cual nos dice que recogemos lo que sembramos. Mi hermano plantaba amor cuando cuidaba de nuestro perro y cosechaba las recompensas de la confianza y la lealtad.
También mi madre conocía esa lección. Tenía una gran fe; pero cuando era joven, sus padres raras veces iban a la Iglesia, así que a menudo iba sola a las reuniones. Su amoroso ejemplo contribuyó a que sus padres volvieran a ser activos y participaran en la Iglesia.
Mientras yo crecía, mi madre solía levantarse con regularidad en las reuniones de ayuno y testimonios para testificar; entonces decía cuánto apreciaba a sus hijos y lo buenos que éramos. La fe que tenía en nosotros rindió grandes beneficios. Aun si no siempre estuvimos a la altura de sus palabras, ella nos mostró lo que podríamos llegar a ser.
Así como mi madre tenía fe en mí y en mis hermanos, yo tengo una gran fe en la generación actual de niños. Ustedes fueron reservados para estos días. Me asombra ver a tantos niños bellos y maravillosos con una fe tan grande. Ustedes son el futuro de la Iglesia y se están preparando para una gran obra. Si sirven con fe, sembrarán semillas de rectitud y cosecharán las bendiciones que el Señor tiene preparadas para ustedes.