Cuando los Santos de los Últimos Días primeramente se trasladaron a lo que llegaría a ser Nauvoo, era un lugar pantanoso y lleno de mosquitos. Muchos miembros enfermaron y murieron. José y Emma cuidaron a personas enfermas en su cabaña de troncos, al grado de que tuvieron que renunciar a su cama y durmieron en una tienda de campaña.
Hubo un día al que Wilford Woodruff llamó después “un día del poder de Dios”.
Brigham, ¿tienes fe en que puedes ser sanado?
Sí, José, la tengo.
José y Brigham fueron a ver a Elijah Fordham, que estaba a punto de morir. Con cada minuto que pasaba, creían que sería el último.
José tomó a Elijah de la mano; al principio éste no contestó, pero todos los presentes podían ver el efecto del Espíritu de Dios que descansaba sobre él.
Hermano Fordham, ¿me reconoce?
Elijah, ¿no me reconoce?
¡Sí!
¿Tiene fe en que puede ser sanado?
Me temo que sea demasiado tarde. Si hubiera venido antes…
¿Cree usted que Jesús es el Cristo?
Sí, creo, hermano José.
Elijah, ¡en el nombre de Jesús de Nazaret te mando que te levantes y sanes!
Las palabras de José fueron como la voz de Dios; parecía que estremecían la casa e hicieron que Elijah saliera de la cama de un brinco.
A su cara volvió un color saludable, y estaba lleno de vida. Pidió que le llevaran su ropa, comió un tazón de pan y leche, y se puso el sombrero; después salió con José a bendecir a otros miembros enfermos.