Representé a José
No sentía ningún entusiasmo por hacer la dramatización de la historia de José Smith, pero me sucedió algo que cambió mi vida.
Desde niño se me había enseñado la historia de José Smith, y la creía porque confiaba en los que me la enseñaban. Si alguien hablaba mal del profeta José, lo defendía, pero no porque tuviera testimonio de él sino por principio, por saber que eso era lo que debía hacer.
Sin embargo, todo cambió cuando se le asignó a mi barrio un número especial para una presentación cultural en la Estaca Ilopango San Salvador, El Salvador. Mis amigos y yo pensábamos que lo mejor sería una representación cómica, pero nuestro presidente de los Hombres Jóvenes no estuvo de acuerdo y nos sugirió que dramatizáramos algunas de las experiencias del profeta José Smith.
No nos gustó la idea; mis amigos y yo sabíamos que todos los demás iban a presentar algún baile o sketch gracioso y sentíamos vergüenza de hacer algo diferente. Sabíamos que la gente se iba a reír de nosotros cuando nos viera vestidos con ropa antigua, presentando un drama. Había observado eso en otras oportunidades y debo reconocer que incluso estuve entre los que se reían. Pero el presidente de los Hombres Jóvenes nos prometió que si trabajábamos diligentemente para preparar la historia de José Smith, nadie se reiría.
Durante los dos meses siguientes, vivimos la historia de José Smith; incontables veces vimos la película de la Primera Visión, y memorizamos cada palabra y cada detalle; pintamos en un inmenso escenario la Arboleda Sagrada y el cielo abierto; hicimos un montón de planchas doradas y encontramos una enorme Biblia y una mecedora para utilizar como accesorios. Uno de mis amigos que sabía tocar el piano grabó el himno “La oración del Profeta” (Himnos, Nº 14), y grabamos incluso el canto de unos pájaros y el sonido de los pasos de José sobre las hojas de la arboleda. Cuando sorteamos los papeles, la parte de José Smith me tocó a mí.
El día de la presentación, tal como habíamos supuesto, nos dimos cuenta de que sólo nosotros íbamos a representar algo serio. Así que antes de que nos llegara el turno, nos unimos para orar juntos y pedir que todo saliera bien. Después sucedió algo que cambió mi vida.
Llegó el momento en que tenía que salir a escena. El escenario de la arboleda estaba frente a mí; al dirigirme allí, oí en la distancia el himno que se había grabado y, al escucharlo, sentí que algo ardía en mi pecho. Por alguna razón, supe entonces que el acontecimiento que representaba ciertamente había sucedido, que un muchacho un poco más joven que yo en realidad había tenido esa experiencia. Cuando me arrodillé para la escena de la oración, mis labios quedaron sellados, no por una influencia maligna sino porque sabía que no podía hablar sin llorar. ¡Una fuerza extraordinaria testificó a mi corazón que el relato de José era verdad! Sentí enorme gratitud hacia el Señor por José Smith y surgió en mí un gran amor por él.
Al abrir los ojos, me di cuenta de que había algunos entre el público que también tenían lágrimas en los suyos. No tuve duda alguna de que el Espíritu les testificaba de la sagrada veracidad de lo que estábamos representando.
Más adelante, cuando presté servicio en una misión, seguía defendiendo a la Iglesia y al profeta José Smith, pero no sólo por principio; daba testimonio de él porque, como lo dijo él mismo: “…yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo” (José Smith—Historia 1:25).