Ven y escucha la voz de un profeta
Ayuda para sanar
De un discurso de la conferencia general de abril de 2007
El presidente Monson testifica que tenemos derecho a recibir la ayuda del Señor.
Durante la Segunda Guerra Mundial, me ordenaron élder una semana antes de ingresar en la Marina, en el servicio activo. Un miembro del obispado de mi barrio estaba en la estación para despedirme. Justo antes de subir al tren, me dio un libro, intitulado: Manual Misional. Yo me reí y le dije: “Estaré en la Marina, no en una misión”. Él me contestó: “Llévatelo igual. Tal vez te sea útil”.
Y lo fue. Durante el entrenamiento básico, el comandante de la compañía nos enseñó cómo empacar la ropa en una bolsa grande de marinero. Después nos aconsejó: Si tienen un objeto duro y rectangular para poner en el fondo de la bolsa, su ropa se mantendrá más firme”. Yo pensé: “¿Dónde voy a encontrar algo rectangular y duro?”, pero de inmediato recordé el Manual Misional, y de esa manera lo utilicé durante doce semanas en el fondo de esa bolsa de marinero.
La noche antes de salir para el receso de Navidad, había silencio en las barracas. De pronto me di cuenta de que mi compañero, que tenía su litera al lado mío y que era miembro de la Iglesia, Leland Merrill, se quejaba de dolor. Le pregunté: “¿Qué te pasa Merrill?”
Contestó: “Estoy enfermo, realmente enfermo”.
Las horas se prolongaron y sus quejidos eran cada vez más fuertes. Entonces, en desesperación, susurró: “Monson, ¿tú eres un élder, verdad?” Le dije que sí lo era, tras lo cual me rogó: “Dame una bendición”.
Me di cuenta de que nunca había dado una bendición. Oré al Señor pidiendo Su ayuda, y recibí una respuesta: “Mira en el fondo de tu bolsa de marinero”. Por lo tanto, a las 2:00 de la mañana, vacié el contenido de mi bolsa en el suelo; después acerqué a la luz el Manual Misional y leí cómo bendecir a una persona enferma. Ante la mirada curiosa de alrededor de ciento veinte marineros, le di una bendición. Antes de que guardara mis cosas, Leland Merrill se había quedado dormido.
A la mañana siguiente, Merrill me miró y con una sonrisa me dijo: “Monson, ¡me alegro de que tengas el sacerdocio!”. Sólo mi agradecimiento superó su alegría; agradecimiento no sólo por el sacerdocio, sino por ser digno de recibir la ayuda que se requería en un momento de inmensa necesidad.
Si nos encontramos al servicio del Señor, tenemos derecho a recibir Su ayuda. Yo he recibido Su ayuda en innumerables ocasiones de mi vida.