El gran plan de nuestro Dios
Tomado de un discurso pronunciado en una reunión devocional en la Universidad Brigham Young el 30 de octubre de 2007.
Con el ritmo agitado del mundo actual, demasiadas personas dejan al azar gran parte de la experiencia de la vida, sin hacer planes ni preparativos adecuados. Cuando pregunto a algunos estudiantes qué carrera siguen, muchos me dicen: “Todavía no sé; ya lo decidiré más adelante”. He visto a familias y a personas solas que caen en la trampa de las deudas porque no han hecho un plan prudente de administración económica y han gastado más de lo que tenían. Otras personas se comprometen demasiado en actividades, lecciones, clubes y deportes; y aunque ciertamente es bueno participar en esas organizaciones, el hacerlo podría tornarse en una agitación desmedida si no tenemos un plan. Cuando no hacemos planes, perdemos de vista nuestro destino eterno.
Si buscamos en las Escrituras, ahí encontramos el ejemplo supremo de la planificación. En Moisés 1:39, el Señor dice: “Porque, he aquí, ésta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”. Su plan grandioso, en el que se incluye el sacrificio expiatorio, es otorgar la inmortalidad a todo el género humano. Y por medio del don y el poder del sacerdocio, los que se adhieran a Su plan y lo sigan recibirán la vida eterna, el más grande de todos los dones que Dios puede dar a Sus hijos (véase D. y C. 14:7). Las Escrituras contienen referencias abundantes sobre ese plan.
La historia del proceso de seguir ese designio en verdad testifica lo completo y constante que es. El Señor ha instruido solícitamente a Sus hijos sobre el plan del Evangelio durante períodos llamados dispensaciones, períodos en los que “el Señor tiene en la tierra por lo menos un siervo autorizado que posee [las llaves] [d]el santo sacerdocio …
“… Cuando el Señor organiza una dispensación, revela el Evangelio nuevamente, de manera que la gente de esa dispensación no tenga que depender de las anteriores para conocer el plan de salvación”1.
Cada dispensación trae consigo una lección especial que podemos incluir en nuestros propios planes al prepararnos para nuestro destino eterno.
La dispensación de Adán: Llegar a ser como nuestro Padre Celestial
En la primera dispensación, el Señor creó a Adán y a Eva, los puso en la tierra y les dio oportunidades de escoger (véase Moisés 3:17). Se les mandó que no comieran del fruto del árbol del bien y del mal, porque si lo hacían, iban a ser expulsados del jardín. Pero el hecho de comerlo los iba a convertir en seres mortales; y comieron del fruto.
La Caída no fue un desastre; no fue un error ni un accidente, sino que formaba parte deliberada del plan de salvación del Señor. Como resultado de la Caída, estamos sujetos a la tentación y a la infelicidad a fin de comprender lo que es el verdadero gozo; sin probar lo amargo, jamás podríamos entender lo que es dulce (véase 2 Nefi 2:15). Era indispensable que el paso siguiente de nuestro desarrollo fuera la disciplina y el refinamiento del estado mortal para llegar a ser como nuestro Padre.
¿Qué nos enseña esa primera dispensación? Que literalmente somos la progenie espiritual de nuestro Padre Celestial; que cuando nacemos como seres mortales, recibimos un cuerpo físico creado a Su imagen (véase Génesis 1:27). Se nos promete que si recibimos las ordenanzas necesarias, guardamos los convenios y obedecemos los mandamientos de Dios, entraremos en la exaltación y llegaremos a ser como Él.
También aprendemos que, por ser hijos e hijas de un Padre Eterno, podemos comunicarnos con Él mediante la oración y recibir respuestas por inspiración y revelación. En nuestro plan de vida debemos incluir una comunicación constante y regular con nuestro Padre.
Las dispensaciones de Enoc y de Noé: Optar por la rectitud en vez de la maldad
La segunda dispensación se conoce como la de Enoc, que “caminó… con Dios” (Génesis 5:24) y estableció la ciudad de Sión, la cual se convirtió en un potente símbolo de la rectitud que se puede lograr en la tierra al igual que en los cielos (véase Moisés 7:18–21).
Le sigue la dispensación de Noé, que vivió en tiempos de mucha iniquidad y, aunque proclamó a la gente el arrepentimiento, no escucharon sus palabras. Cuando vino el Diluvio, sólo él y su familia se salvaron (véase Génesis 7:23).
La segunda y la tercera dispensaciones nos enseñan grandes lecciones acerca de lo que sobreviene cuando se elige el bien en lugar del mal. Enoc y todos los que estaban con él fueron sumamente bendecidos como resultado de su rectitud. La gente que no quiso seguir a Noé se encontró con que al pecador le sobreviene la destrucción.
Esas dos dispensaciones nos enseñan a buscar aquello que sea bueno y sano. En el plan que tengamos para nuestra vida, el objetivo ciertamente será absorber tanto como podamos de lo bueno que encontremos en esta tierra; podemos hallarlo en gran parte por medio del estudio diario de las Escrituras, y éstas nos guiarán hacia la vida eterna.
La dispensación de Abraham: Hacer convenios y guardarlos
La dispensación siguiente fue la de Abraham. Lo mismo que Adán, Enoc y Noé, él recibió del Señor una comisión divina. El Señor también hizo con Abraham convenios, o sea, acuerdos firmes e irrevocables:
“…sal de tu país y de tu parentela y de la casa de tu padre, a una tierra que yo te mostraré …
“Y haré de ti una nación grande y te bendeciré sobremanera, y engrandeceré tu nombre entre todas las naciones, y serás una bendición para tu descendencia después de ti, para que en sus manos lleven este ministerio y sacerdocio a todas las naciones.
“Y las bendeciré mediante tu nombre; pues cuantos reciban este evangelio serán llamados por tu nombre; y serán considerados tu descendencia, y se levantarán y te bendecirán como padre de ellos;
“y bendeciré a los que te bendijeren, y maldeciré a los que maldijeren; y en ti (es decir, en tu sacerdocio) y en tu descendencia (es decir, tu sacerdocio), pues te prometo que en ti continuará este derecho, y en tu descendencia después de ti (es decir, la descendencia literal, o sea, la descendencia corporal) serán bendecidas todas la familias de la tierra, sí, con las bendiciones del evangelio, que son las bendiciones de salvación, sí, de vida eterna” (Abraham 2:3, 9–11).
Los Santos de los Últimos Días son un pueblo que hace convenios. Tenemos acuerdos con el Señor en los cuales Él nos promete muchas bendiciones con la condición de que nos comprometamos a obedecer Sus leyes y mandamientos. En nuestro plan para la vida se debe incluir el hacer y mantener convenios; y podemos lograr eso en parte si somos siempre dignos de tener en vigencia una recomendación para el templo.
La dispensación de Moisés: Seguir a los profetas del Señor
Moisés fue uno de los hombres más poderosos que haya existido; él caminó y habló con Dios, y fue elegido por Dios para sacar a Israel de su esclavitud en Egipto (véase Éxodo 6:13). Tuvo el privilegio de recibir para toda la raza humana la grandiosa ley contenida en los Diez Mandamientos (véase Éxodo 19; 20). A través de éstas y otras lecciones del Señor, Moisés llegó a ser un líder eficaz.
Nosotros también podemos ser esa clase de líderes. La calidad de líder exige que nuestra vida sea equilibrada. El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) resumió las responsabilidades que debemos considerar al distribuir y equilibrar el tiempo para obtener éxito:
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Responsabilidad para con nuestra familia.
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Responsabilidad hacia nuestro empleador.
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Responsabilidad por la obra del Señor
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Responsabilidad por nosotros mismos. Esto me resultó particularmente interesante. El presidente Hinckley dijo que, a fin de tener una vida equilibrada, debemos apartar tiempo para el descanso, el ejercicio, la recreación, el estudio, la meditación y el adorar en el templo2.
La dispensación de Moisés nos enseña y nos prepara para seguir el liderazgo de los profetas y para desarrollarnos a fin de ser instrumentos más eficaces en la edificación del reino de nuestro Padre Celestial en la tierra.
El meridiano de los tiempos: Así alumbre nuestra luz
La dispensación del meridiano de los tiempos, cuando el Salvador vino a la tierra, es por supuesto la más grandiosa. Jesucristo es la figura central de nuestra doctrina. Él era más que un Ser sin pecado, bueno y amoroso; era más que un maestro. Aunque era el Hijo de Dios, ministró en la tierra como un hombre. Murió, fue sepultado y se levantó al tercer día con el fin de hacer el sacrificio expiatorio por toda la humanidad, para que la muerte no tuviera poder permanente sobre nosotros. Gracias a ese acto, todos nos regocijaremos y disfrutaremos de la inmortalidad.
Entre los muchos conceptos que enseñó el Salvador estaba el de que somos la luz del mundo y que debemos dejar que nuestra luz alumbre delante de los demás (véase Mateo 5:14––16). Hemos sido bendecidos al recibir Su evangelio. Dejen que su luz alumbre a fin de que otras personas vean sus buenas obras y tengan el deseo de aprender más sobre el plan eterno de Dios.
La dispensación del cumplimiento de los tiempos: Nos regocijamos en la plenitud del Evangelio
Vivimos en la extraordinaria época de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, cuando el evangelio de Jesucristo ha sido restaurado en su plenitud (véase D. y C. 27:13). Nuestra generación tiene también el beneficio de todas las dispensaciones anteriores, lo que nos permite mejorar nuestra vida a medida que entendemos los tratos de Dios con Sus hijos.
Las palabras del Señor, que recibimos de Sus santos profetas a través de las épocas, nos han guiado en un plan que Él ha establecido para nosotros; ese plan es perfecto desde el principio de los tiempos hasta que tengamos la oportunidad, si vivimos dignamente, de morar con Él en las eternidades.
Ustedes son hijos de la promesa; espero que no tengan planes de ser sólo personas comunes sino que se preparen para sobresalir. En este mundo no hay lugar para la mediocridad; es preciso que luchemos por lograr la perfección. Al establecerse metas y esforzarse por alcanzarlas, pueden obtener la perfección en muchos aspectos.
Tienen un rico legado; no sientan temor de pensar y de actuar de acuerdo con los principios del Evangelio y de disfrutar de sus bendiciones mientras cumplen la medida de su creación como hijos de Dios. Que Él los bendiga para que tengan el deseo de seguir avanzando y de procurar la salvación mediante este gran plan que Él nos ha dado.