Nuestro refinado hogar celestial
Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young el 19 de septiembre de 2006. Si se desea ver el texto completo en inglés, consultar: http://speeches.byu.edu.
Si pudiéramos abrir el velo y observar nuestro hogar celestial, quedaríamos impresionados por el intelecto y el corazón de los que allí moran con tanto gozo. Me imagino que nuestros Padres Celestiales son exquisitamente refinados. Con este maravilloso Evangelio de emulación, uno de los propósitos de nuestra probación terrenal es llegar a ser como Ellos en todo aspecto, de manera que nos sintamos cómodos en Su presencia y que, como dijo Enós, contemplemos Su faz “con placer” (Enós 1:27).
El presidente Brigham Young (1801–1877) dijo: “Estamos tratando de ser como los que viven en el cielo, de seguir su modelo, de parecernos a ellos, de movernos y hablar como ellos”1. Me gustaría echar un vistazo detrás del velo que nos separa transitoriamente de nuestro hogar celestial y pintar con palabras un cuadro de las condiciones virtuosas, encantadoras y refinadas que existen allá. Me referiré al lenguaje, la literatura, la música y otras artes de los cielos, así como a la apariencia inmaculada de los seres celestiales, pues creo que allí encontraremos cada uno de esos aspectos en su forma pura y perfeccionada.
Cuanto más nos acerquemos a Dios, más fácil será que nuestro espíritu se conmueva con lo refinado y lo bello.
Lenguaje
Dios habla todos los idiomas, y los habla correctamente; Él es sencillo y modesto para expresarse. Cuando describió el grandioso proceso creativo de esta tierra, dijo con tonos mesurados “que era bueno” (Génesis 1). Nos habría desilusionado si Él hubiese empleado el término “formidable” o alguna otra palabra exagerada.
El dramaturgo británico Ben Jonson dijo: “El lenguaje es lo que más muestra al hombre tal como es. Habla, para que pueda verte”2. Nuestra manera de hablar revela nuestros pensamientos, virtudes, inseguridades y dudas, incluso el hogar del cual provenimos. Si hemos desarrollado el hábito de hablar correctamente, nos sentiremos más cómodos en presencia de nuestro Padre Celestial.
Supongo que si se expresa con corrección, el lenguaje de los cielos tal vez se acerque a una forma musical. Quizás fuera eso lo que estuviera pensando C. S. Lewis cuando escribió: “¿No es interesante observar que algunas combinaciones de palabras pueden provocarnos, aparte de su significado, emoción, como la música?”3 Al nacer Jesús, aparecieron ángeles que hablaron, no cantaron, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2:14). Ahora tratamos de captar la belleza de esas palabras en el canto, pero originalmente la declaración angélica fue con la palabra hablada.
En su biografía de Ralph Waldo Emerson, Van Wyck Brooks cuenta que se había invitado a Emerson a hablar en una reunión para conmemorar el tricentenario del nacimiento del gran poeta Shakespeare. Después de una apropiada introducción, Emerson se acercó al púlpito y luego volvió a sentarse; se había olvidado de las notas, y prefirió no decir nada a expresar palabras que no fuesen mesuradas. Para algunas personas, aquel fue uno de sus más elocuentes momentos4.
El refinamiento en el habla va más allá de ser un enunciado elegante: es el resultado de la pureza de pensamiento y de la sinceridad de expresión. Es posible que, de cuando en cuando, la oración de un niño refleje más y mejor el lenguaje de los cielos que un discurso de Shakespeare.
El refinamiento en la forma de hablar no sólo se refleja en las palabras que se usen sino también en los temas que se traten. Hay personas que siempre hablan de sí mismas; son los inseguros y los orgullosos. Hay algunos que siempre hablan de los demás; ésos, por lo general, son aburridos. Y hay otros que se refieren a ideas interesantes, libros excelentes y doctrina inspirada; éstos son los pocos que dejan su marca en este mundo. Los temas que se tratan en los cielos no son triviales ni mundanos, sino sublimes más allá de lo máximo que podamos imaginar. Nos sentiremos más a gusto allá si en esta tierra nos acostumbramos a conversar sobre lo refinado y lo noble, utilizando palabras mesuradas en nuestras expresiones.
Literatura
¿Es el viernes por la noche un alboroto frenético por buscar el mejor lugar donde haya entretenimiento y acción? ¿Podría nuestra sociedad actual producir un Isaac Newton o un Wolfgang Amadeo Mozart? ¿Podrán ochenta y cinco canales de cable e incontables DVDs satisfacer nuestro insaciable apetito de diversión? ¿Hay alguien que insensatamente se vuelve adicto a los juegos de computadora o al Internet, desperdiciando así las ricas experiencias que se obtienen con buenos libros y conversaciones, y disfrutando de la música?
No sé si nuestro hogar celestial tiene un televisor o un reproductor de DVD, pero con la imaginación veo que seguramente tiene un piano de cola y una magnífica biblioteca. En el hogar paterno del presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) había una excelente; no era una casa ostentosa, pero la biblioteca contenía unos mil tomos de la mejor literatura del mundo, y el presidente Hinckley pasó sus primeros años hundido en esos libros. Sin embargo, para ser educado, no es necesario poseer colecciones literarias caras, porque los buenos libros están disponibles para ricos y pobres por igual en las bibliotecas públicas del mundo.
El presidente David O. McKay (1873–1970) tenía la costumbre de levantarse diariamente a las cuatro de la mañana, hojear uno o dos libros y luego comenzar sus labores a las seis; podía citar mil poemas de memoria y se refería a los grandes escritores llamándolos “los profetas menores”. Él era la personificación viviente de la admonición de las Escrituras que dice que busquemos “palabras de sabiduría de los mejores libros” (D. y C. 88:118).
Hace poco, mi esposa y yo volvimos de una asignación de la Iglesia en el este de Europa. Muchas veces viajábamos en el tren subterráneo de Moscú, llamado Metro, donde notábamos que los pasajeros iban con la cabeza inclinada leyendo obras de Tolstói, Chéjov, Dostoievski o Pushkin, e incluso algunas de Mark Twain. Esa gente era pobre, pero no estaban obsesionados con su pobreza porque poseían la rica tradición de la literatura, del arte y de la música de Rusia.
El presidente McKay hizo este comentario: “Lo mismo que sucede en la selección de compañeros sucede con los libros: podemos elegir los que nos hagan ser mejores, más inteligentes, que nos ayuden a apreciar más lo bueno y lo hermoso del mundo, o podemos escoger lo sucio, lo vulgar, lo obsceno, que nos haga sentir como si estuviéramos revolcándonos en el barro”5.
Las Escrituras, por supuesto, se destacan entre la buena literatura porque no están fundadas en las opiniones de los hombres.
Música
Si pudiéramos echar un vistazo más allá del velo celestial, seguramente seríamos inspirados por la música de los cielos que probablemente sea más gloriosa que cualquiera que hayamos oído en la tierra.
Cuando la música ha pasado la prueba del tiempo y ha sido altamente estimada por los nobles y refinados, el hecho de que nosotros no la apreciemos no la convierte en censurable; la falta está dentro de nosotros. Si una persona crece comiendo continuamente hamburguesas y papas fritas, no es probable que se convierta en un gastrónomo, pero la falta no radica en la buena comida, sino en la realidad de que creció alimentándose con algo inferior. Hay personas que han crecido con una dieta continua de papas fritas musicales.
Éste sería un buen momento para revisar su colección musical y elegir principalmente lo que les eleve e inspire; es parte del proceso de maduración en su jornada eterna. También sería un buen momento para aprender a tocar un instrumento musical o de mejorar la habilidad que tengan para la música, aunque por ahora sea parcial.
El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “…Vivimos en un mundo demasiado inclinado al mal gusto y es preciso que ofrezcamos una oportunidad de cultivar el placer por la mejor música. También vivimos en un mundo que está muy en sintonía con el presente, y es necesario que demos la posibilidad a la gente de entrar más en armonía con música de todas las épocas”6.
El escritor Oscar Wilde, reconociendo la influencia penetrante de la buena música, puso estas palabras en boca de uno de sus personajes: “Después de interpretar a Chopin, siento como si hubiera estado sollozando por pecados que nunca cometí, y lamentando tragedias que nunca me sucedieron”7. Después de la primera presentación del Mesías, Händel respondió a un elogio, diciendo: “¡Señor! Lamentaría mucho si sólo los hubiese entretenido; mi deseo es hacer que sean mejores”8. Y Haydn “se ponía su mejor ropa para componer porque decía que entonces se hallaba ante su Hacedor”9.
En la vida hay sucesos tan sublimes que no es posible imaginarlos sin el acompañamiento de música hermosa. No podríamos tener la Navidad sin villancicos ni la conferencia general sin los himnos sagrados. Y no podría existir un cielo sin música de incomparable belleza. El presidente Young dijo: “En el infierno no hay música porque toda la buena música es del cielo”10. Sólo el hecho de ir al infierno donde no se oiga ni una nota musical por toda la eternidad sería bastante castigo.
Arte, apariencia y actitud
Lo que he dicho de introducir en nuestro hogar lenguaje, literatura y música refinados se puede aplicar igualmente a otras ramas de las bellas artes que quizás se exhiban con buen gusto en nuestro hogar celestial. Se aplica también a nuestra apariencia física y nuestros modales, al orden que haya en nuestro hogar, a la manera de ofrecer oraciones y a la forma en que leamos la palabra de Dios.
Una vez conversé brevemente con la gran actriz Audrey Hepburn mientras se encontraba filmando la película Mi bella dama. Me habló de la primera escena en la cual ella representa a una joven florista, pobre y sin educación; le habían ensuciado la cara con carbón para que su aspecto estuviera de acuerdo con lo que la rodeaba. “Pero”, agregó con mirada picaresca, “me puse perfume para recordarme que por dentro todavía era una dama”. Para ser una dama no es necesario el perfume, pero sí se requiere aseo, modestia, autoestima y orgullo en la apariencia.
Hace muchos años, un conocido mío decidió que todas las noches, al llegar a su casa, iba a expresarle un determinado elogio a su esposa para complacerla. Una noche elogió su habilidad en la cocina; la segunda noche le agradeció lo excelente que era como ama de casa. A la tercera noche, elogió la buena influencia que tenía en los hijos. La cuarta noche, antes de que él empezara a hablar, ella le dijo: “Ya sé lo que estás haciendo, y te lo agradezco. Pero no me digas nada de eso. Dime solamente que piensas que soy linda”.
Estaba expresándole una importante necesidad: la mujer debe recibir elogios por todos los dones que posea —aun por la atención que preste a su apariencia personal—, y con los que tan generosamente contribuye a mejorar la vida de los demás. No debemos permitirnos la dejadez en nuestra apariencia ni llegar a ser tan descuidados, incluso desaliñados, que nos alejemos de la hermosura que el cielo nos ha concedido.
Hay quienes dicen con frivolidad: “Mi aspecto no tiene nada que ver con lo que Dios siente por mí”. Sin embargo, es posible que tanto los padres terrenales como los celestiales sientan una desilusión silenciosa con respecto a sus descendientes, sin que su amor por ellos disminuya.
El presidente Joseph F. Smith (1838–1918), sexto Presidente de la Iglesia, poseía pocas cosas pero las cuidaba bien. Era meticuloso en su apariencia; planchaba los billetes de dólar para quitarles las arrugas; no permitía que nadie le preparara el bolso de viaje, sino que lo hacía él mismo. Además, sabía donde estaba cada uno de los artículos, tuercas y tornillos en su casa, y cada cosa tenía su lugar.
¿Se aplica esto al ambiente en el cual viven ustedes? ¿Es una casa de orden? ¿Tendrían que quitar el polvo, limpiar y arreglar antes de invitar a su hogar al Espíritu del Señor? El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) dijo: “El Señor no quiere que los santos vivan siempre en chozas o cavernas de la tierra; lo que desea es que edifiquen casas buenas. Cuando Él venga, no espera encontrar a gente sucia, sino a personas refinadas”11.
David Starr Jordan, que fue Presidente de la Universidad Stanford, escribió esto: “El ser ordinario implica hacer aquello que no sea lo mejor dentro de su categoría. Es tener actividades inferiores de maneras inferiores, y estar satisfecho con eso… Es ordinario el hecho de usar ropa sucia cuando no se está haciendo una tarea sucia; es ordinario el gusto por la música inferior, por los libros livianos, por los periódicos sensacionalistas… el hallar diversión en novelas sucias, disfrutar de obras teatrales de mal gusto, sentir placer en los chistes ordinarios”12.
Su Padre Celestial los ha enviado fuera de Su presencia para que tengan experiencias que no habrían tenido en su hogar celestial, todo ello con el fin de prepararlos para conferirles un reino. Él no quiere que pierdan esa visión. Ustedes son hijos de un Ser exaltado; son preordenados para presidir como reyes y reinas, y vivirán en un hogar y un ambiente de refinamiento y belleza infinitos, tal cual se refleja en el lenguaje, la literatura, la música y otras artes, y en el orden de los cielos.
Termino con estas palabras del presidente Young: “…Demostremos al mundo que tenemos talento y buen gusto, y probemos a los cielos que nuestros pensamientos están dirigidos a la belleza y a la excelencia, a fin de ser dignos de disfrutar de una relación con los ángeles”13.
Más aún, que seamos dignos de gozar de la relación refinada de Padres Celestiales, puesto que somos de la raza de los Dioses por ser “hijos del Altísimo” (Salmos 82:6).