Mensaje de la Primera Presidencia
La oración y el horizonte azul
Una de las cosas que más me gustaban de volar en avión era salir de un aeropuerto oscuro y lluvioso, ascender a través de espesas y amenazantes nubes de invierno y, entonces, repentinamente, traspasar la oscura neblina y ganar una pronunciada altitud hacia el sol brillante y un interminable cielo azul.
A menudo me maravillaba la semejanza que existe entre este fenómeno físico y nuestra vida. ¿Cuán a menudo nos encontramos en medio de nubes amenazantes y un clima tormentoso preguntándonos si en algún momento la oscuridad se desvanecerá? ¡Si tan sólo existiera la manera de elevarnos por encima de la confusión de la vida y abrirnos camino hacia un lugar de paz y tranquilidad!
Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sabemos que esto es posible: existe el modo de elevarse por encima de las turbulencias de la vida cotidiana. El conocimiento, la comprensión y la guía que recibimos gracias a la palabra de Dios y a la guía de los profetas de la actualidad nos muestran la manera precisa de hacerlo.
Fuerza propulsora
A fin de lograr que un avión despegue, debe producirse la fuerza propulsora. En aerodinámica, la fuerza propulsora se produce cuando el aire pasa sobre las alas de un avión de manera tal que la presión que hay debajo del ala sea mayor que la presión que hay sobre ella. Cuando la fuerza propulsora supera a la fuerza de la gravedad, el avión se levanta del suelo y empieza a volar.
De manera semejante, nosotros podemos crear una fuerza propulsora en nuestra vida. Cuando la fuerza que nos empuja en dirección al cielo es mayor que las tentaciones y la aflicción que nos arrastran hacia abajo, podemos ascender y remontarnos al reino del Espíritu.
Los diccionarios describen la fuerza propulsora como la fuerza que lleva o dirige a un objeto de una posición inferior a una superior; el poder o la fuerza disponible para elevar a un nuevo nivel o altitud; una fuerza que actúa en una dirección ascendente, que resiste la gravedad1.
El salmista tiene la mira puesta en algo mucho más alto: “A ti, oh Jehová, levantaré mi alma” (Salmos 25:1) y “Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová” (Salmos 121:1–2).
Alzamos nuestros ojos hacia el Dios del cielo al cultivar nuestra propia espiritualidad; lo hacemos al vivir en armonía con el Padre; el Hijo, nuestro Salvador; y el Espíritu Santo; lo hacemos al esforzarnos por ser verdaderamente “sumiso[s], manso[s], humilde[s], paciente[s], lleno[s] de amor y dispuesto[s] a someter[nos] a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre” (Mosíah 3:19).
La oración sincera del corazón justo
Si bien hay muchos principios del Evangelio que nos ayudan a lograr la fuerza propulsora, quisiera centrarme en uno en particular. La oración es uno de los principios del Evangelio que nos ayuda a elevarnos. La oración tiene el poder de elevarnos por encima de las preocupaciones del mundo, de llevarnos más allá de las nubes de desesperación y oscuridad, hacia un horizonte resplandeciente y despejado.
Una de las más grandes bendiciones, privilegios, y oportunidades que tenemos como hijos de nuestro Padre Celestial es que podemos comunicarnos con Él. Podemos hablar con Él de las experiencias, pruebas y bendiciones de nuestra vida. Podemos escuchar para recibir guía celestial por medio del Espíritu Santo. Podemos ofrecer nuestras peticiones al cielo y recibir la seguridad de que nuestras oraciones han sido escuchadas y de que Él las contestará como Padre amoroso y sabio.
Las oraciones que ascienden más allá del techo son aquellas que son sinceras y en las cuales se evitan las repeticiones o las palabras que se dicen sin considerarlas detenidamente. Nuestras oraciones deben surgir de nuestro anhelo más profundo de ser uno con nuestro Padre que está en los cielos.
La oración, cuando se ofrece con fe, es aceptable para Dios en todo momento. Si en alguna ocasión sienten que no pueden orar, ése es el momento en que definitivamente deben orar y ejercitar la fe. Nefi enseñó con sencillez: “Si escuchaseis al Espíritu [de Dios] que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo… le enseña que no debe orar” (2 Nefi 32:8).
El presidente Harold B. Lee (1899–1973) enseñó: “La oración sincera del corazón recto abre a toda persona la puerta de la sabiduría divina y de la fortaleza para lograr aquello que tan justamente busca”2.
¿Se contestan las oraciones? Testifico que así es.
¿Podemos recibir ayuda, sabiduría y apoyo divinos de los reinos celestiales? Una vez más, testifico que realmente así es.
La obediencia nos garantiza la respuesta a nuestras oraciones. En el Nuevo Testamento, leemos que “cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).
Las respuestas a nuestras oraciones llegan en el debido tiempo del Señor. A veces quizá sintamos frustración debido a que el Señor ha demorado en contestar nuestras oraciones. En esas ocasiones, debemos entender que Él sabe lo que nosotros no sabemos; Él ve lo que nosotros no vemos. Confiemos en Él. Él sabe lo que es mejor para Sus hijos; y, como es un Dios perfecto, Él contestará nuestras oraciones de manera perfecta y en el momento perfecto.
En otras ocasiones, las respuestas a nuestras oraciones llegarán en seguida. El profeta José Smith aprendió lo siguiente en una revelación que le fue dada en Kirtland en 1831: “El que pide en el Espíritu, pide según la voluntad de Dios; por tanto, es hecho conforme a lo que pide” (D. y C. 46:30; cursiva agregada). ¡Qué grandiosa promesa!
Una nueva visión
La oración es un don celestial que tiene por objeto ayudarnos a alcanzar la fuerza propulsora espiritual; realza y cultiva nuestra relación con Dios. ¿No es grandioso que podamos conversar con la suprema Fuente de sabiduría y compasión del universo en cualquier momento que deseemos y en cualquier lugar?
La oración diaria, sencilla, sincera y poderosa nos permite elevarnos a una altitud espiritual superior. En nuestras oraciones alabamos a Dios, le damos gracias, confesamos nuestras debilidades, exponemos nuestras necesidades y expresamos profunda devoción a nuestro Padre Celestial. Al realizar este esfuerzo espiritual en el nombre de Jesucristo el Redentor, somos investidos con más inspiración, revelación y rectitud que traen el brillo del cielo a nuestra vida.
Recuerdo los días en que era piloto y las ocasiones en que las nubes espesas y los truenos amenazantes hacían que todo pareciera oscuro y deprimente. A pesar de cuán lóbrego parecía todo desde mi punto de vista terrenal, sabía que, por encima de las nubes, el sol resplandecía con fulgor, como una joya deslumbrante en un océano de cielos azules. Yo no tenía fe en que tal fuera el caso: sabía que así era. Lo sabía porque lo había experimentado por mí mismo; no tenía que confiar en las teorías ni en las creencias de otras personas. Lo sabía.
Tal como la fuerza propulsora aerodinámica puede transportarnos por encima de las tormentas más remotas del mundo, sé que los principios de la fuerza propulsora espiritual pueden elevarnos por encima de las tormentas interiores de la vida.
Y sé algo más. A pesar de que fue una experiencia impresionante el traspasar las nubes y volar hacia el horizonte azul, eso no es nada comparado con las maravillas de lo que todos podemos experimentar al elevar nuestro corazón en humilde y ferviente oración.
La oración nos ayuda a superar las épocas tormentosas; nos ayuda a vislumbrar ese cielo azul que no podemos ver desde nuestro punto de vista terrenal y nos revela una nueva visión: un horizonte glorioso y espiritual lleno de esperanza y la convicción de las grandes bendiciones que el Señor les ha prometido a aquellos que lo aman y lo siguen.