La caridad nunca deja de ser
Rueguen por el deseo de ser llenas del don de la caridad, el amor puro de Cristo.
Mi esposo y yo acabamos de visitar la ciudad de Nauvoo, Illinois. Mientras estábamos allí, nos sentamos en el cuarto superior de la tienda de ladrillos rojos donde el profeta José Smith tenía su oficina y negocio, y escuchamos atentamente a la guía que describía algunos de los acontecimientos históricos de la Restauración que se llevaron a cabo en ese lugar.
Mi pensamiento se dirigió a la fundación de la Sociedad de Socorro y a algunas de las enseñanzas que las hermanas de la Sociedad de Socorro recibieron del profeta José en ese mismo cuarto. Esas enseñanzas llegaron a ser los principios fundamentales sobre los cuales se edificó la Sociedad de Socorro. Los propósitos de aumentar la fe, fortalecer los hogares de Sión y buscar y ayudar a los necesitados se establecieron desde el principio; dichos propósitos siempre han sido uniformes con las enseñanzas de nuestros profetas.
En una de esas primeras reuniones, el profeta José citó los escritos de Pablo a los corintios. En su poderoso discurso sobre la caridad, Pablo se refiere a la fe, a la esperanza y a la caridad, y concluye diciendo, “…pero la mayor de ellas es la caridad”1.
Él describe las cualidades que encierra la caridad; dice:
“La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no se jacta, no se envanece;
“…no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal;
“no se regocija en la maldad, sino que se regocija en la verdad;
“todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
“La caridad nunca deja de ser”2.
Al hablarles a las hermanas, el profeta José dijo: “No se limiten en sus puntos de vista con respecto a las virtudes de su prójimo… Si desean hacer lo que hizo Jesús, deben ensanchar su alma hacia los demás… Al ir aumentando en inocencia y virtud, al ir incrementando su bondad, dejen que se ensanche su corazón, hagan que se extienda hacia los demás; deben tener longanimidad y sobrellevar las faltas y los errores del género humano. ¡Cuán preciosas son las almas de los hombres!”3.
La declaración de las Escrituras “La caridad nunca deja de ser” llegó a ser el lema de la Sociedad de Socorro, puesto que abarca estas enseñanzas y el mandato que el profeta José Smith les había dado a las hermanas de la Sociedad de Socorro de “socorrer al pobre” y “salvar almas”4.
Estos principios fundamentales han sido adoptados por las hermanas de la Sociedad de Socorro de todo el mundo, ya que ésa es la naturaleza de la obra de la Sociedad de Socorro.
¿Qué es la caridad? ¿Cómo logramos la caridad?
El profeta Mormón define la caridad como “el amor puro de Cristo”5; a su vez, Pablo enseña que “…la caridad… es el vínculo de la perfección”6 y Nefi nos recuerda que “…el Señor Dios ha dado el mandamiento de que todos los hombres tengan caridad, y esta caridad es amor”7.
Al revisar la descripción previa que Pablo hizo de la caridad, aprendemos que la caridad no es un acto único ni algo que damos, sino una condición del ser, una condición del corazón, sentimientos bondadosos que generan actos de amor.
Mormón también enseña que la caridad se otorga a todos los que son verdaderos discípulos del Señor y que la caridad purifica a quienes la poseen8. Además, aprendemos que la caridad es un don divino que debemos procurar y pedir en oración. Tenemos que tener caridad en nuestro corazón para heredar el reino celestial9.
Sabiendo que el Señor nos ha pedido que nos vistamos “…con el vínculo de la caridad”10 debemos preguntarnos cuáles son las cualidades que nos ayudarán a cultivar la caridad.
Primero, debemos tener el deseo de tener más caridad y de ser más como Cristo.
El siguiente paso es orar. Mormón nos exhorta a “…[pedir] al Padre con toda la energía de [nuestros] corazones, que [seamos] llenos de este amor”. Este amor divino es la caridad, y al ser llenos de ese amor, “[seremos] semejantes a él”11.
El leer las Escrituras a diario puede enfocar nuestras mentes en el Salvador y en un deseo de ser más como Él.
En mi oficina, decidí colgar una pintura de Minerva Teichert titulada El rescate de la oveja perdida. Muestra al Salvador en medio de Sus ovejas sosteniendo tiernamente un corderito en Sus brazos. Me ayuda a reflexionar sobre Su súplica: “Apacienta mis ovejas”12 que, para mí, significa ministrar a todas las personas que las rodeen y dar atención especial a los necesitados.
El Salvador es el ejemplo perfecto de cómo ser caritativo. Durante Su ministerio mortal, Él mostró compasión por el hambriento, por el pecador, por el afligido y el enfermo. Ministró al pobre y al rico; a las mujeres, a los niños y a los hombres; a la familia, a los amigos y a los extraños. Perdonó a quienes lo acusaban y sufrió y murió por toda la humanidad.
A lo largo de su vida, el profeta José Smith también practicó la caridad al mostrar amor fraternal y respeto hacia los demás. Era bien conocido por su bondad, afecto, compasión y preocupación por quienes lo rodeaban.
Hoy en día somos bendecidos por tener un profeta que ejemplifica la caridad. El presidente Thomas S. Monson es un ejemplo para nosotros y para el mundo. Viste el manto de la caridad. Es amable, compasivo y generoso, un verdadero ministro del Señor Jesucristo.
El presidente Monson enseña: “La caridad es tener paciencia con alguien que nos ha defraudado. Es resistir el impulso de ofenderse con facilidad. Es aceptar las debilidades y los defectos. Es aceptar a las personas como realmente son. Es ver, más que las apariencias físicas, los atributos que no empalidecerán con el tiempo. Es resistir el impulso de categorizar a otras personas”13.
Cuando tenemos caridad, estamos dispuestos a servir y ayudar a los demás cuando no es fácil y sin esperar reconocimiento ni reciprocidad. No esperamos que se nos asigne ayudar, porque es parte de nuestra naturaleza. Al decidir ser bondadosas, cuidadosas, generosas, pacientes, dispuestas a aceptar, a perdonar, a incluir a todos y a ser desinteresadas, descubrimos que estamos llenas de caridad.
La Sociedad de Socorro proporciona innumerables maneras de servir a los demás. Una de las formas más importantes de practicar la caridad es mediante el programa de maestras visitantes. Por medio de visitas eficaces, tenemos muchas oportunidades de amar, ministrar y de servir a otras personas. Expresar caridad o amor purifica y santifica nuestra alma, lo que nos ayuda a llegar a ser más como el Salvador.
Me maravillo al ser testigo de los incontables actos de caridad que se realizan a diario por medio de las maestras visitantes alrededor del mundo que desinteresadamente ministran las necesidades de las hermanas individualmente y como familia. A esas maestras visitantes fieles les digo: “Mediante esos pequeños actos de caridad, ustedes siguen al Salvador y actúan como instrumentos en Sus manos a medida que ayudan, cuidan, elevan, consuelan, escuchan, animan, nutren, enseñan y fortalecen a las hermanas que están bajo su cuidado”. Permítanme compartir algunos breves ejemplos de dicho ministerio.
Rosa sufre de diabetes debilitante y de otras enfermedades. Se unió a la Iglesia hace pocos años. Es madre sola con un hijo adolescente. Con frecuencia la tienen que internar en el hospital por unos cuantos días. Sus bondadosas maestras visitantes no sólo la llevan al hospital, sino que la visitan y la consuelan mientras está allí y también velan por su hijo en su casa y en la escuela. Sus maestras visitantes prestan servicio como sus amigas y su familia.
Después de algunas visitas a cierta hermana, Kathy se enteró de que esa hermana no sabía leer, pero que quería aprender. Kathy ofreció ayudarla aun cuando sabía que requeriría tiempo, paciencia y constancia.
Emily es una joven esposa que buscaba la verdad. Su esposo Michael tenía menos interés en religión. Cuando Emily enfermó y pasó un tiempo en el hospital, Cali, una hermana de la Sociedad de Socorro que era su vecina, preparó comidas para la familia, cuidó al bebé de ellos, les limpió la casa e hizo los arreglos para que Emily recibiera una bendición del sacerdocio. Esos actos de caridad ablandaron el corazón de Michael. El decidió asistir a las reuniones de la Iglesia y reunirse con los misioneros. Hace poco, Emily y Michael fueron bautizados.
“La caridad nunca deja de ser… La caridad… es benigna,… no busca lo suyo,… todo lo sufre, todo lo soporta”14.
El presidente Henry B. Eyring dijo:
“La historia de la Sociedad de Socorro está colmada de relatos de ese notable servicio desinteresado…
“Esta sociedad está compuesta por mujeres cuyos sentimientos de caridad provienen de un corazón cambiado que reúne las condiciones necesarias y por guardar convenios que se ofrecen sólo en la verdadera Iglesia del Señor. Los sentimientos de caridad de ellas proceden de Él mediante Su expiación; sus actos de caridad son guiados por el ejemplo del Señor y motivados por el agradecimiento que surge ante Su infinito don de la misericordia, así como por el Espíritu Santo, que Él envía para acompañar a Sus siervos en sus misiones de misericordia. Debido a ello, han hecho y son capaces de hacer cosas extraordinarias por el prójimo y de hallar gozo aun cuando ellas mismas tengan grandes necesidades”15.
El proporcionar servicio y mostrar caridad hacia los demás nos ayuda a sobrellevar nuestras propias dificultades y hace que parezcan menos desafiantes.
Ahora vuelvo a las enseñanzas del profeta José a las hermanas, en los primeros días de la Restauración. Al instarlas a que pusieran en práctica la caridad y la benevolencia, él dijo: “Si viven de acuerdo con estos principios, ¡cuán grande y glorioso será su galardón en el reino celestial! Si viven de acuerdo con estos privilegios, no se podrá impedir que los ángeles las acompañen”16.
Hoy ocurre tal como en los primeros días de Nauvoo, en que las hermanas buscaban y ayudaban a los necesitados. Las hermanas del reino son grandes pilares de fortaleza espiritual, de servicio compasivo y devoción. Maestras visitantes dedicadas se visitan y cuidan unas de otras; siguen el ejemplo del Salvador y hacen lo que Él hizo.
Todas las mujeres de la Sociedad de Socorro pueden ser llenas de amor al saber que sus pequeños actos de caridad tienen poder sanador sobre los demás y sobre ellas mismas. Llegan a saber con certeza que la caridad es el amor puro de Cristo y que nunca deja de ser.
Al leer la historia de la Sociedad de Socorro las conmoverá descubrir que este importante principio del Evangelio es un tema común a lo largo de todo el libro.
Concluyo con una invitación a todas las mujeres de la Iglesia: que rueguen por el deseo de ser llenas del don de la caridad, el amor puro de Cristo. Utilicen todos sus recursos para hacer el bien, llevando alivio y salvación a quienes las rodean, incluso a su propia familia. El Señor las bendecirá con éxito por sus esfuerzos.
Que nuestro conocimiento del gran amor que el Padre y el Hijo tienen por nosotras, y nuestra fe y gratitud por la Expiación nos impulsen a cultivar y a practicar la caridad con todas las personas que nos rodean. Éste es mi ruego, en el nombre de Jesucristo. Amén.