2011
redención
Noviembre de 2011


La redención

Por medio de Cristo, las personas pueden cambiar sus vidas, como de hecho lo hacen, y obtener redención.

Elder LeGrand R. Curtis Jr.

Existen varios nombres por los cuales se hace referencia al Señor Jesucristo. Estos nombres nos dan una perspectiva sobre los diferentes aspectos de la misión expiatoria del Señor. Tomemos por ejemplo el título “Salvador”. Todos tenemos una idea de lo que significa ser salvos, porque a cada uno de nosotros se nos ha salvado en algún momento de algo. Cuando éramos niños, mi hermana y yo estábamos jugando en el río sobre un pequeño bote cuando imprudentemente dejamos ese lugar seguro para jugar y la corriente nos impulsó río abajo hacia peligros desconocidos. En respuesta a nuestros gritos, nuestro padre corrió a socorrernos, y nos salvó de los peligros del río. Cuando pienso en salvación, pienso en esa experiencia.

El título “Redentor” proporciona una perspectiva similar. “Redimir” significa comprar o comprar de nuevo. Como asunto legal, la propiedad se redime al pagar por completo una hipoteca u otros cargos a la misma. En la época del Antiguo Testamento, la ley de Moisés proporcionaba diferentes maneras para que los sirvientes y la propiedad pudieran ser libres o redimidos por medio del pago de dinero (véase Levítico 25:29–32, 48–55).

Un uso importante de la palabra redimir en las Escrituras implica la liberación de los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto. Luego de esa liberación, Moisés les dijo: “…sino porque Jehová os amó… os ha sacado Jehová con mano poderosa y os ha rescatado de la casa de servidumbre, de manos de Faraón, rey de Egipto” (Deuteronomio 7:8).

El tema de Jehová redimiendo al pueblo de Israel de la esclavitud se repite muchas veces en las Escrituras. Por lo general, esto se hace para recordar al pueblo sobre la bondad del Señor al librar a los hijos de Israel de los egipcios. Pero también es para enseñarles que habrá otra redención más importante para los hijos de Israel. Lehi enseñó: “Y el Mesías vendrá en la plenitud de los tiempos, a fin de redimir a los hijos de los hombres de la caída” (2 Nefi 2:26).

El salmista escribió: “Pero Dios redimirá mi alma del poder del Seol” (Salmos 49:15).

El Señor declaró por medio de Isaías: “Yo deshice como a nube tus transgresiones y como a niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí” (Isaías 44:22).

La redención a la cual hacen referencia estos tres pasajes de Escrituras, de hecho, es la expiación de Jesucristo. Ésa es la “abundante redención” proporcionada por nuestro Dios amado (Salmos 130:7). A diferencia de las redenciones bajo la ley de Moisés o en nuestros acuerdos legales modernos, esta redención no viene por “cosas corruptibles, como oro o plata” (1 Pedro 1:18). “En [Cristo] tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). El presidente John Taylor enseñó que debido al sacrificio del Redentor “la deuda ha quedado pagada, la redención hecha, el convenio cumplido, la justicia satisfecha, la voluntad de Dios obedecida y todo poder… es dado al Hijo de Dios” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: John Taylor, 2001, pág. 49).

Los efectos de esta redención incluyen superar la muerte física para todos los hijos de Dios. Es decir, se supera la muerte temporal y todos resucitarán. Otro aspecto de esta redención hecha por Cristo es la victoria sobre la muerte espiritual. Por medio de Su sufrimiento y muerte, Cristo pagó por los pecados de toda la humanidad a condición del arrepentimiento individual.

De este modo, si nos arrepentimos, podemos ser perdonados de nuestros pecados, ya que nuestro Redentor ha pagado el precio. Éstas son buenas nuevas para todos nosotros, “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Quienes se han extraviado en gran manera de las sendas de rectitud, necesitan desesperadamente esta redención y, si se arrepienten plenamente, la misma es de ellos para reclamarla. Pero quienes han trabajado arduamente para llevar buenas vidas, también necesitan desesperadamente esta redención, porque nadie puede llegar a la presencia del Padre sin la ayuda de Cristo. Por lo tanto, esta amorosa redención permite que se satisfagan las leyes de la justicia y de la misericordia en la vida de todos quienes se arrepienten y siguen a Cristo.

“Oh, cuán glorioso y cabal

el plan de redención:

merced, justicia y amor

en celestial unión”.

(“Jesús, en la corte celestial”, Himnos, Nº 116.)

El presidente Boyd K. Packer enseñó: “Hay un Redentor, un Mediador, que está dispuesto y puede satisfacer las exigencias de la justicia y extender misericordia a los penitentes” (“La justicia y la misericordia”, Manual del Sacerdocio Aarónico 3, 1995, pág. 33).

Las Escrituras, la literatura y las experiencias de vida están llenas de historias de redención. Por medio de Cristo, las personas pueden cambiar sus vidas, como de hecho lo hacen, y obtener redención. Me encantan las historias de redención.

Tengo un amigo que no siguió las enseñanzas de la Iglesia en su juventud. Cuando era un joven adulto se dio cuenta de lo que se había perdido al no vivir el Evangelio. Se arrepintió, cambió su vida y se dedicó a una vida de rectitud. Un día, muchos años después de nuestra relación de jóvenes, lo encontré en el templo. La luz del Evangelio brillaba en sus ojos y sentí que era un fiel miembro de la Iglesia tratando de vivir el Evangelio plenamente. La de él es una historia de redención.

Una vez entrevisté a una mujer para su bautismo, era culpable de un pecado muy grave. Durante la entrevista le pregunté si entendía que nunca más debería cometer ese pecado. Con una emoción profunda en sus ojos y en su voz dijo: “Ah presidente, nunca podría cometer ese pecado otra vez. Ésa es la razón por la cual deseo bautizarme, para limpiarme de los efectos de ese terrible pecado”. La de ella es una historia de redención.

Al visitar conferencias de estaca y otras reuniones en años recientes, he recordado la admonición del presidente Thomas S. Monson de rescatar a los miembros menos activos de la Iglesia. En una conferencia de estaca conté la historia de un miembro menos activo que había vuelto a la actividad plena después de que su obispo y otros líderes lo visitaran en su hogar, le dijeron que lo necesitaban y lo llamaron a servir en el barrio. El hombre de la historia no sólo aceptó el llamamiento, sino que también cambió su vida y hábitos, y se volvió totalmente activo en la Iglesia.

Un amigo mío estaba en la congregación en la cual conté ese relato. Su semblante cambió visiblemente al oírla. Al día siguiente me envió un correo electrónico diciéndome que su emotiva reacción se debía a que la historia de su suegro al volver a estar activo en la Iglesia era muy parecida a la que yo había contado. Me dijo que como resultado de una visita regular por parte de un obispo y una invitación de servir en la Iglesia, su suegro reevaluó su vida y su testimonio, hizo enormes cambios en su vida y aceptó el llamamiento. Ese hombre que volvió a estar activo ahora tiene 88 descendientes que son miembros activos de la Iglesia.

Unos días después, en una reunión conté ambas historias. Al día siguiente recibí otro correo electrónico el cual decía: “Ésa también es la historia de mi padre”. Ese correo electrónico, enviado por un presidente de estaca, decía cómo se había invitado a su padre a servir en la Iglesia, incluso cuando no había estado activo y tenía hábitos que necesitaba cambiar. Aceptó la invitación y, en el proceso, se arrepintió, finalmente sirvió como presidente de estaca y luego fue presidente de misión, y edificó la base para su posteridad para que fueran miembros fieles de la Iglesia.

Unas pocas semanas después conté las tres historias en otra conferencia de estaca. Después de la reunión, se me acercó un hombre y me dijo que esa no era la historia de su padre, sino que era su propia historia. Me contó de los acontecimientos que lo llevaron al arrepentimiento y a volver a estar completamente activo en la Iglesia. Y así sucedió. Al llevar la admonición de rescatar a los menos activos, vi y escuché historia tras historia de personas que respondieron a las invitaciones de regresar y cambiar sus vidas. Escuché historia tras historia sobre la redención.

Aunque nunca podremos devolver al Redentor lo que pagó a favor nuestro, el plan de redención necesita de nuestro mejor esfuerzo para arrepentirnos plenamente y hacer la voluntad de Dios. El apóstol Orson F. White escribió:

“¡Salvador, de mi alma Redentor,

cuya poderosa mano me sanó,

cuyo maravilloso poder me levantó

y con dulzura mi amarga copa llenó!

Cómo podré expresar mi gratitud,

oh, bondadoso Dios de Israel.

Nunca pagarte podré, Señor,

pero amarte trataré. Tus palabras puras,

mi deleite son,

mi gozo diurno y mi sueño nocturno.

Que mis labios Tu salvación proclamen,

y mi alma y vida Tu voluntad reflejen”.

(“Salvador, Redentor de mi alma”, Hymns, Nº 112.)

Comparto mi testimonio del poder de la expiación de Cristo. Cuando nos arrepentimos y venimos a Él, podemos recibir todas las bendiciones de la vida eterna. Que así lo hagamos, recibiendo nuestra propia historia de redención, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.