Los misioneros son un tesoro de la Iglesia
Agradezco que los misioneros sean llamados por el Señor, que respondan a ese llamado y que presten servicio por todo el mundo.
Una noche, hace muchos años, un joven recién llamado como misionero, el élder Swan, y su compañero japonés vinieron a visitarnos a nuestra casa. Afortunadamente, yo estaba en casa y los invité a pasar. Cuando los saludé en la puerta, me llamó la atención el abrigo que el élder Swan llevaba. Sin pensarlo le dije: “¡Qué buen abrigo lleva puesto!”. Sin embargo, no era un abrigo nuevo y estaba más bien descolorido. Supuse que el abrigo era uno que un misionero anterior había dejado en el apartamento.
El élder Swan inmediatamente respondió a mis palabras y fue todo lo contrario a lo que había pensado. Con un japonés entrecortado, respondió: “Sí, es un buen abrigo. Mi padre lo usó cuando sirvió como misionero en Japón hace más de 20 años”.
Su padre había servido en la Misión Japón Okayama. Cuando su hijo salió a servir en una misión en Japón, le dio el abrigo. En esta foto aparece el abrigo que dos generaciones de élderes Swan usaron en Japón.
Las palabras del élder Swan me conmovieron y entendí por qué llevaba el abrigo de su padre cuando hacía proselitismo. El élder Swan había iniciado su misión con el amor por Japón y su gente que había heredado de su padre.
Estoy seguro de que algunos de ustedes han experimentado algo similar. Muchos de los misioneros que sirven en Japón me han dicho que sus padres, sus madres, sus abuelos o tíos también sirvieron en misiones en Japón.
Deseo expresar mi amor, mi respeto y mis sentimientos de gratitud sinceros a todos los misioneros que han servido en el mundo. Estoy seguro de que las personas a quienes ayudaron a convertir no los han olvidado. “¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas!”1.
Yo soy uno de esos conversos. Me convertí a los 17 años, cuando era alumno de secundaria. El misionero que efectuó mi bautismo fue el élder Rupp, de Idaho, quien recientemente fue relevado como presidente de estaca en Idaho. No lo he visto desde que estaba recién bautizado, pero he intercambiado correos electrónicos y he hablado con él por teléfono. Nunca lo he olvidado; su rostro amable y sonriente está grabado en mi memoria. Se alegró mucho cuando supo que me iba bien.
Cuando tenía 17 años realmente no entendía muy bien los mensajes que los misioneros me habían enseñado; sin embargo, tenía un sentimiento especial en cuanto a los misioneros. Quería llegar a ser como ellos y sentí su amor profundo y duradero.
Permítanme contarles el día de mi bautismo. Fue un 15 de julio muy caluroso. Ese día también se bautizó una mujer. La pila bautismal la habían hecho los misioneros a mano y no era muy linda.
Nos confirmaron después que fuimos bautizados. Primero, el élder Lloyd confirmó a la hermana. Me senté con los demás miembros, cerré los ojos y escuché en silencio. El élder Lloyd la confirmó y después comenzó a pronunciar una bendición sobre ella. Sin embargo, él dejó de hablar, entonces abrí los ojos y lo miré con gran interés.
Incluso hoy puedo recordar esa escena claramente. Los ojos del élder Lloyd estaban llenos de lágrimas. Por primera vez en mi vida, experimenté lo que se siente estar envuelto por el Santo Espíritu. Y mediante el Santo Espíritu obtuve un conocimiento certero de que el élder Lloyd y Dios nos amaban.
Después era mi turno para ser confirmado. Otra vez lo haría el élder Lloyd. Me puso las manos sobre la cabeza y me confirmó miembro de la Iglesia, me otorgó el don del Espíritu Santo y luego comenzó a pronunciar una bendición y, de nuevo, dejó de hablar. Sin embargo, ahora entiendo lo que estaba pasando. De verdad entendí por medio del Espíritu Santo que los misioneros me amaban y que Dios me amaba.
Ahora me gustaría decir algunas palabras a los misioneros que actualmente están sirviendo en misiones por el mundo. La actitud y el amor que demuestran a los demás constituyen mensajes importantes. Aunque yo no entendí inmediatamente todas las doctrinas que los misioneros me enseñaron, sentía su gran amor, y sus muchos actos de bondad me enseñaron importantes lecciones. El mensaje de ustedes es un mensaje de amor, un mensaje de esperanza y un mensaje de fe. La actitud y las acciones de ustedes invitan al Espíritu, y el Espíritu nos permite entender las cosas que son importantes. Lo que quiero comunicarles es que, mediante su amor, ustedes imparten el amor de Dios. Son un tesoro de esta Iglesia. Estoy tan agradecido a todos ustedes por su sacrificio y dedicación.
Me gustaría también hablarles a ustedes, futuros misioneros. En mi propia familia, cuatro de nuestros hijos han servido en misiones y nuestro quinto misionero entrará en el Centro de Capacitación Misional de Provo a fines de este mes. El próximo año, nuestro hijo más pequeño planea servir en una misión después de graduarse de la escuela secundaria.
Por lo tanto, hablo a mis hijos y a todos ustedes que se preparan para servir en una misión. Es necesario que lleven tres cosas con ustedes a la misión:
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Un deseo de predicar el Evangelio. El Señor desea que busquen a Sus ovejas y las encuentren2. Hay personas esperándolos en todo el mundo. Por favor, vayan sin demora hasta donde ellas están. Nadie se esfuerza más que los misioneros para ir al rescate de otras personas. Yo soy una de esas personas rescatadas.
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Desarrollen su testimonio. El Señor requiere que tengan un “corazón y una mente bien dispuesta”3.
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Amen a los demás, como lo hizo el élder Swan, quien trajo a su misión el abrigo y el amor que su padre tiene por Japón y su gente.
Y para ustedes que no saben cómo prepararse para servir en una misión, por favor vayan y hablen con su obispo. Sé que los ayudará.
Agradezco que los misioneros sean llamados por el Señor, que respondan a ese llamado y que presten servicio en todo el mundo. Permítanme decirles a todos ustedes, amados misioneros que terminaron su misión: Estoy sinceramente agradecido por todos sus esfuerzos. Son un tesoro de esta Iglesia. Y ruego que siempre sigan siendo misioneros y que actúen como discípulos de Cristo.
Testifico que somos hijos de nuestro Padre Celestial, que Él nos ama y que envió a su Hijo Amado Jesucristo para que podamos volver a Su presencia. Digo estas cosas en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.