2011
El proveer conforme a la manera del Señor
Noviembre de 2011


El proveer conforme a la manera del Señor

Los principios de bienestar de la Iglesia, no son simplemente buenas ideas, son verdades reveladas de Dios, son Su manera de ayudar al necesitado.

President Dieter F. Uchtdorf

Hace sesenta y cinco años, poco después de la Segunda Guerra Mundial, fui beneficiario de las bendiciones del programa de bienestar de la Iglesia. Aunque era un niño pequeño, aún recuerdo el dulce sabor de los duraznos envasados con trigo cocido y el olor especial de la ropa donada que los generosos miembros de la Iglesia que vivían en Estados Unidos enviaron a los santos alemanes. Siempre lo recordaré y atesoraré para siempre esos actos de amor y bondad a favor de los que estábamos en gran necesidad.

Esa experiencia personal y el 75º aniversario del inspirado plan de bienestar, me hacen reflexionar de nuevo en los principios básicos de velar por los pobres y los necesitados, ser autosuficientes y prestar servicio a los demás.

En la raíz de nuestra fe

A veces consideramos el bienestar como otro tema más del Evangelio, una de las muchas ramas del árbol del Evangelio. Pero en el plan del Señor, nuestro compromiso con los principios de bienestar debe estar en la raíz de nuestra fe y devoción a Él.

Desde el principio de los tiempos, nuestro Padre Celestial habló con gran claridad sobre este tema, desde la tierna súplica, “Si me amas… te acordarás de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes”1, hasta el mandato directo: “Y recordad en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo”2, y la fuerte advertencia: “De manera que, si alguno toma de la abundancia que he creado, y no reparte su porción a los pobres y a los necesitados, conforme a la ley de mi evangelio, en el infierno alzará los ojos con los malvados, estando en tormento”3.

Lo temporal y lo espiritual están inseparablemente unidos

Los dos grandes mandamientos, amar a Dios y a nuestro semejante, son la unión de lo temporal y lo espiritual. Es importante notar que esos mandamientos se denominan “grandes” porque de ellos dependen todos los demás mandamientos4. En otras palabras, allí deben empezar nuestras prioridades personales, familiares y de la Iglesia. Todas las demás metas y acciones deben surgir de estos dos grandes mandamientos: el amor a Dios y a nuestros semejantes.

Como las dos caras de una moneda, lo temporal y lo espiritual son inseparables.

El Dador de toda vida proclamó: “Para mí todas las cosas son espirituales; y en ninguna ocasión os he dado una ley que fuese temporal”5. Para mí esto significa que “la vida espiritual es en primer término una vida. No es sólo algo para conocerse y estudiarse, sino que es algo para vivirse”6.

Lamentablemente hay quienes pasan por alto lo “temporal” por considerarlo menos importante. Valoran lo espiritual y minimizan lo temporal. Aunque es importante que nuestros pensamientos se inclinen hacia el cielo, perdemos la esencia de la religión si no inclinamos también nuestras manos hacia nuestros semejantes.

Por ejemplo, Enoc edificó una sociedad de Sión mediante el proceso espiritual de crear un pueblo de un solo corazón y una sola voluntad, y la obra temporal de asegurar que “no hubiera pobres entre ellos”7.

Como siempre, podemos ver a Jesucristo, nuestro ejemplo perfecto, como el modelo. Como el presidente J. Reuben Clark, Jr. enseñó: “Cuando el Salvador vino a la tierra, tenía dos grandes misiones; una era cumplir su papel de Mesías y efectuar la expiación de la caída y el cumplimiento de la ley; la otra era la obra que realizó entre Sus hermanos y hermanas en la carne al aliviar sus sufrimientos”8.

De manera similar, nuestro progreso espiritual está inseparablemente unido al servicio temporal que demos a los demás.

Uno complementa al otro. Sin uno, el otro es una falsificación del plan de felicidad de Dios.

La manera del Señor

En el mundo, hay por todos lados muchas organizaciones y gente buena que tratan de satisfacer las necesidades urgentes de los pobres y necesitados. Estamos agradecidos por ello, pero la manera del Señor de cuidar a los necesitados difiere de la del mundo. El Señor dijo: “Es preciso que se haga a mi propia manera”9. A Él no le interesan sólo nuestras necesidades inmediatas, sino también nuestro progreso eterno. Por esa razón, la manera del Señor siempre ha incluido la autosuficiencia y el servicio a los semejantes, además del cuidado de los pobres.

En 1941 el río Gila se desbordó e inundó el valle Duncan en Arizona. Un joven presidente de estaca llamado Spencer W. Kimball se reunió con sus consejeros, evaluó los daños y envió un telegrama a la ciudad de Salt Lake pidiendo una gran suma de dinero.

En lugar de enviar dinero, el presidente Heber J. Grant envió a tres hombres: Henry D. Moyle, Marion G. Romney y Harold B. Lee. Se reunieron con el presidente Kimball y le enseñaron una lección importante: “Éste no es un programa de ‘dame’”, dijeron. “Es un programa de ‘autoayuda’”.

Muchos años después, el presidente Kimball dijo: “Pienso que hubiera sido fácil para las Autoridades Generales enviarnos [el dinero] y para mí no habría sido demasiado difícil sentarme en la oficina y distribuirlo; pero recibimos un gran beneficio cuando cientos de [nuestros miembros] fueron a Duncan y construyeron vallas, cortaron heno, nivelaron tierra e hicieron lo que se necesitaba. Eso es ayudarse a uno mismo”10.

Al seguir la manera del Señor, los miembros de la estaca del presidente Kimball no sólo atendieron sus necesidades inmediatas, sino que además cultivaron la autosuficiencia, aliviaron el sufrimiento y crecieron en amor y unión al servirse mutuamente.

Todos hemos sido llamados

Ahora mismo hay muchos miembros de la Iglesia que sufren. Tienen hambre, pasan dificultades económicas y padecen todo tipo de aflicción física, emocional y espiritual. Oran con toda la energía de su alma pidiendo socorro, pidiendo alivio.

Hermanos, por favor no piensen que es la responsabilidad de alguien más. Es la mía y es la de ustedes. Todos hemos sido llamados a esta obra. “Todos” significa todos, todo poseedor del Sacerdocio Aarónico y de Melquisedec, ricos y pobres, en toda nación. En el plan del Señor, todos pueden contribuir con algo11.

La lección que aprendemos, una generación tras otra, es que los ricos y los pobres, todos tienen la misma obligación de ayudar a sus semejantes. Requerirá el que todos trabajemos juntos para aplicar con éxito los principios de bienestar y de autosuficiencia.

Con mucha frecuencia vemos las necesidades de los que nos rodean y esperamos a que alguien de lejos mágicamente las satisfaga. Quizás esperamos que expertos con conocimiento especializado resuelvan problemas específicos. Al hacerlo, privamos a nuestro semejante del servicio que podríamos darle, y nos privamos de la oportunidad de servir. Aunque no tiene nada de malo usar expertos, seamos realistas: nunca habrá suficientes para resolver todos los problemas. En lugar de eso, el Señor ha colocado Su sacerdocio y la organización de éste al umbral de nuestra puerta en cada nación donde la Iglesia está establecida. Y a su lado Él ha puesto la Sociedad de Socorro. Como poseedores del sacerdocio sabemos que ningún esfuerzo de bienestar tiene éxito si no se vale de los asombrosos dones y talentos de nuestras hermanas.

La manera del Señor no es quedarse sentados al lado del arroyo esperando que el agua pase para cruzar. Es unirnos, arremangarnos la camisa, ponernos a trabajar y construir un puente o un barco para cruzar el agua de nuestros desafíos. Ustedes, varones de Sión, poseedores del sacerdocio, ¡son los que pueden dar alivio a los santos al aplicar los inspirados principios del programa de bienestar! Es suya la misión de abrir los ojos, usar el sacerdocio y ponerse a trabajar a la manera del Señor.

La mejor organización que hay sobre la tierra

Durante la Gran Depresión, las Autoridades Generales le pidieron a Harold B. Lee encontrar la respuesta a la pobreza, pesar y hambre opresivos que eran tan comunes en el mundo de aquella época. Le costó mucho encontrar una solución y llevó el asunto ante el Señor y le preguntó: “¿Qué clase de organización tendremos,…para lograr esto?”.

Y “fue como si el Señor [le] hubiera dicho: ‘Mira, hijo. No necesitas ninguna otra organización. Ya te di la mejor organización que existe sobre la faz de la tierra. Nada es más grande que la organización del sacerdocio. Lo único que tienes que hacer es poner el sacerdocio a trabajar. Eso es todo’”12.

En nuestros días, ése es también el punto de partida. Ya tenemos la organización del Señor. Nuestro desafío es determinar cómo usarla.

Para comenzar, tenemos que familiarizarnos con lo que el Señor ya ha revelado. No debemos suponer que ya lo sabemos. Hay que tratar el tema con la humildad de un niño. Cada generación debe aprender nuevamente las doctrinas que son el fundamento de la manera del Señor de velar por los necesitados. Como los profetas nos han dicho por muchos años, los principios de bienestar de la Iglesia no son sólo buenas ideas; son verdades reveladas de Dios; son Su manera de ayudar a los necesitados.

Hermanos, estudien primero los principios y las doctrinas revelados. Lean los manuales de bienestar de la Iglesia13; aprovechen el sitio de internet “providentliving.org”; relean el artículo de Liahona de junio de 2011 sobre el plan de bienestar. Aprendan la manera del Señor de proveer para Sus santos. Aprendan cómo se complementan los principios de la autosuficiencia, el velar por los necesitados y el servicio al prójimo. La manera del Señor para la autosuficiencia incluye equilibrar muchas facetas de la vida, entre ellas la educación, la salud, el empleo, la economía familiar y la fortaleza espiritual. Familiarícense con el programa actual de bienestar de la Iglesia14.

Una vez que hayan estudiado las doctrinas y los principios de bienestar de la Iglesia, procuren aplicar lo aprendido con los que están bajo su mayordomía. Lo que esto significa es que, en gran medida, ustedes van a tener que arreglárselas por sí mismos. Cada familia, cada congregación, cada área del mundo es diferente. No hay una respuesta única que se aplique a todos en el bienestar de la Iglesia. Es un programa de autoayuda en el que las personas son responsables de su autosufiencia. Nuestros recursos incluyen la oración personal, las habilidades y talentos que Dios nos ha dado, los recursos que están disponibles para nosotros por medio de nuestra propia familia, los diferentes recursos de la comunidad y, desde luego, el amoroso apoyo de los quórumes del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro. Esto nos conducirá a través del inspirado modelo de la autosuficiencia.

Van a tener que trazar un curso que concuerde con la doctrina del Señor y con las circunstancias de su región geográfica. Para poner en práctica los principios divinos de bienestar, no siempre tienen que mirar hacia Salt Lake City. En lugar de ello, tienen que ver los manuales, su propio corazón y el cielo. Confíen en la inspiración del Señor y usen la manera de Él.

Al final, deben hacer en su área lo que los discípulos de Cristo han hecho en toda dispensación: sentarse en consejo, usar todos los recursos disponibles, buscar la inspiración del Espíritu Santo, pedir la confirmación del Señor y ponerse a trabajar.

Les doy una promesa: si siguen este modelo, recibirán guía específica en cuanto al quién, qué, cuándo y dónde proveer conforme a la manera del Señor.

Las bendiciones de proveer conforme a la manera del Señor

Las promesas y bendiciones proféticas del bienestar de la Iglesia, de proveer conforme a la manera del Señor son de las más magníficas y sublimes que el Señor ha dado a Sus hijos. Él dijo: “Si extiendes tu alma al hambriento y sacias al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía; y Jehová te guiará siempre”15.

Ya sea que seamos ricos o pobres, o vivamos donde vivamos, todos nos necesitamos mutuamente, porque al sacrificar nuestro tiempo, talentos y recursos, nuestro espíritu madura y se refina.

Esta obra de proveer conforme a la manera del Señor no es sólo otro artículo en el catálogo de programas de la Iglesia. No se puede desatender ni dejar de lado. Es fundamental en nuestra doctrina; es la esencia de nuestra religión. Hermanos, tenemos el grade y especial privilegio, como poseedores del sacerdocio, de poner el sacerdocio a trabajar. No debemos apartar nuestro corazón ni nuestra mente de ser más autosuficientes, del velar mejor por los necesitados y de dar servicio compasivo.

Lo temporal y lo espiritual están entrelazados. Dios nos ha dado esta experiencia terrenal, y los desafíos temporales que conlleva, como laboratorio en el que podemos crecer y llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que seamos. Ruego que entendamos el gran deber y bendición que se reciben al seguir y proveer conforme a la manera del Señor, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Doctrina y Convenios 42:29, 30.

  2. Doctrina y Convenios 52:40.

  3. Doctrina y Convenios 104:18.

  4. Véase Mateo 22:36–40.

  5. Doctrina y Convenios 29:34.

  6. Thomas Merton, Thoughts in Solitude, 1956, pág. 46.

  7. Moisés 7:18.

  8. J. Reuben Clark Jr., en Conference Report, abril de 1937, pág. 22.

  9. Doctrina y Convenios 104:16; véase también el versículo 15.

  10. Spencer W. Kimball, en Conference Report, abril de 1974, págs. 183, 184.

  11. Véase Mosíah 4:26; 18:2.

  12. Harold B. Lee, discurso pronunciado en una reunión agrícola de bienestar, 3 de octubre de 1970, pág. 20.

  13. Véase Manual de Instrucciones 1: Presidentes de estaca y obispos, 2010, capítulo 5, “Administración de Bienestar de la Iglesia”; Manual de Instrucciones 2: Administración de la Iglesia, 2010, capítulo 6, “Principios y liderazgo de Bienestar”; El proveer conforme a la manera del Señor: Resumen de la Guía para los líderes del programa de bienestar, folleto, 2009.

  14. El libro del élder Glen L. Rudd, Pure Religion: The Story of Church Welfare since 1930 (en inglés, disponible a través de centros de distribución de la Iglesia) es excelente para el estudio de las doctrinas y la historia del programa de bienestar del Señor.

  15. Isaías 58:10–11; véanse también los versículos 7–9.