Somos los soldados
De todo hombre, joven y mayor, que posea el sacerdocio, pido una voz más firme y más devota,… una voz para el bien, una voz para el Evangelio, una voz para Dios.
Hermanos, con el espíritu de ese himno excepcionalmente conmovedor y con la elocuente oración del élder Richard G. Hinckley en mi corazón, esta noche deseo hablar con franqueza, y con esa misma franqueza hablarles a los hombres jóvenes del Sacerdocio Aarónico.
Cuando hablamos del esplendor de la Primera Visión de José Smith, a veces restamos importancia a la amenazante confrontación que ocurrió poco antes de ella, confrontación que intentaba destruir al joven, de ser posible; pero, en todo caso, procuraba bloquear la revelación que estaba por venir. No hablamos del adversario más de lo necesario, y a mí no me gusta hablar de él para nada, pero la experiencia del joven José nos recuerda lo que todo hombre, incluso cada hombre joven de esta audiencia debe recordar.
Número uno: Satanás, o Lucifer o el padre de las mentiras —llámenlo como lo llamen— es real y es la personificación misma del mal. Sus motivos, en todos los casos, son maliciosos, y se estremece ante la aparición de la luz redentora, ante el pensamiento mismo de la verdad. Número dos: Se opone eternamente al amor de Dios, a la expiación de Jesucristo y a la obra de paz y de salvación. Luchará en contra de ellos en toda ocasión y lugar que le sea posible. Sabe que al final será derrotado y expulsado, pero está decidido a arrastrar con él a cuantos le sea posible.
Entonces, ¿cuáles son algunas tácticas del diablo en este combate en el que está en juego la vida eterna? Una vez más, podemos aprender de la experiencia en la Arboleda Sagrada. José Smith dijo que en un intento por contrarrestar lo que estaba por venir, Lucifer ejerció “tan asombrosa influencia en mí, que se me trabó la lengua”1.
Como el presidente Boyd K. Packer enseñó esta mañana, Satanás no puede quitarle la vida de forma directa a nadie; es una de las muchas cosas que no puede hacer. Pero, aparentemente su empeño por detener la obra se logrará de forma razonable si tan sólo consigue trabar la lengua de los fieles. Hermanos, si ése es el caso, esta noche busco a hombres jóvenes y mayores a los que les preocupe lo suficiente esta batalla entre el bien y el mal que se enlisten y que defiendan la obra. Estamos en guerra, y por los próximos minutos, quiero enlistar a gente para unirse a la batalla.
¿Tengo que tararear algunos compases de “Somos los soldados”? Ustedes la conocen, la estrofa acerca de que “hacen falta más soldados, id con valor”2. Por supuesto, lo bueno de este llamado a las armas es que no les pedimos que se ofrezcan de voluntarios para disparar un rifle ni lanzar una granada; no, queremos batallones que lleven como armas “toda palabra que sale de la boca de Dios”3. De modo que esta noche busco misioneros que no aten sus lenguas de forma voluntaria sino que, con el Espíritu del Señor y el poder de su sacerdocio, abran su boca y efectúen milagros. Dichas palabras expresadas de ese modo, enseñaron las autoridades generales de los inicios de esta dispensación, serían el medio por el cual “las obras más grandes [de la fe] se han realizado y se realizarán”4.
En especial pido a los jóvenes del Sacerdocio Aarónico que se sienten derechos y presten atención. Para ustedes, usaré una analogía deportiva. Jóvenes, esta batalla en la que nos encontramos, es una lucha de vida o muerte; así que voy a ponerme cara a cara frente a ustedes, con suficiente fuego en mi voz para quemarles un poco las cejas, como lo hacen los entrenadores cuando el partido es reñido y lo más importante es ganar. Y con el partido en juego, lo que este entrenador les dice es que, para participar en él, algunos de ustedes tienen que ser moralmente más limpios de lo que ahora son. En esta batalla entre el bien y el mal no pueden jugar para el adversario cuando se encuentren ante la tentación y luego esperar ponerse del lado del Señor en el momento de ir al templo y a la misión como si nada hubiese sucedido. Eso, mis amigos, no lo pueden hacer. Dios no será burlado.
Entonces, ustedes y yo esta noche tenemos un dilema, y es que hay miles de jóvenes en edad del Sacerdocio Aarónico en los registros de esta Iglesia que constituyen nuestra reserva de candidatos para el futuro servicio misional. Pero el desafío es que esos diáconos, maestros y presbíteros se mantengan lo suficientemente activos y dignos de ser ordenados élderes y de servir como misioneros. De modo que necesitamos que los jóvenes que ya pertenecen al equipo permanezcan en él y dejen de salir de la cancha justo cuando necesitamos que jueguen y, ¡que jueguen con todas sus fuerzas! En casi toda competencia deportiva que conozco hay líneas en el suelo o en la cancha, y para competir, todo participante debe permanecer dentro de esos límites. Pues bien, el Señor ha trazado límites de dignidad para quienes son llamados a trabajar con Él en esta obra. ¡Ningún misionero puede desafiar a otra persona a que se arrepienta de una transgresión sexual, de usar lenguaje profano o de ver pornografía si él mismo no lo ha hecho! No pueden hacer eso; el Espíritu no los acompañará y las palabras se les atorarán en la garganta cuando traten de decirlas. Ustedes no pueden andar por lo que Lehi llamó “senderos prohibidos”5 y esperar guiar a otras personas en ese camino “estrecho y angosto”6; no puede hacerse.
Pero hay una respuesta a este reto para ustedes, de la misma manera que la hay para el investigador al que ustedes enseñarán. No importa quiénes sean ni lo que hayan hecho, pueden ser perdonados. Cada uno de ustedes, jóvenes, puede abandonar cualquier transgresión con la que batallen. Ése es el “milagro del perdón”; es el milagro de la expiación del Señor Jesucristo. Pero no lo pueden hacer sin un compromiso activo hacia el Evangelio, y no lo pueden hacer sin arrepentirse cuando sea necesario. Estoy pidiéndoles a ustedes jóvenes, que sean activos y puros. Si fuese necesario, les pido que se activen y que se purifiquen.
Hermanos, les hablamos con intrepidez porque la sutileza no parece funcionar. Hablamos con intrepidez porque Satanás es un ser real empeñado en destruirlos y ustedes enfrentan su influencia a una edad cada vez menor. De modo que, los tomamos de la solapa y les gritamos con todas nuestras fuerzas:
Ya empieza la batalla con gran clamor.
¡Firmes marchad! ¡Firmes marchad!7.
Mis jóvenes amigos, necesitamos decenas de millares de misioneros más en los meses y los años venideros. Deben provenir de un mayor número de jóvenes del Sacerdocio Aarónico que hayan sido ordenados y que sean activos, puros y dignos de servir.
A aquellos que han servido o que están sirviendo, les agradecemos el bien que han hecho y por las vidas que han impactado. ¡Benditos sean! También reconocemos que hay algunos que han tenido la esperanza de servir en misiones, pero que por motivos de salud o impedimentos fuera de su control, no pueden hacerlo. Públicamente y con orgullo rendimos homenaje a ese grupo. Conocemos sus deseos y encomiamos su devoción. Los amamos y los admiramos. Ustedes son “parte del equipo” y siempre lo serán, aunque estén honorablemente eximidos de servir por tiempo completo. ¡Pero necesitamos a todos los demás!
Ahora ustedes, hermanos del Sacerdocio de Melquisedec, no sonrían y se sienten cómodamente en sus asientos. No he terminado. Necesitamos miles de matrimonios más en las misiones de la Iglesia. Todo presidente de misión los pide. Dondequiera que prestan servicio, los matrimonios aportan a la obra una madurez que no pueden brindar los jóvenes de 19 años, por más excelentes que sean.
Para instar a más matrimonios a servir, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce ha tomado el paso más audaz y generoso que se haya visto en la obra misional en los últimos 50 años. En mayo de este año, se notificó a los líderes del sacerdocio en el campo misional que los fondos misionales de la Iglesia suplementarán el costo de la vivienda para los matrimonios (y hablamos solamente de los costos de la vivienda) si éste excede una cantidad mensual predeterminada. ¡Qué bendición! Ésta es una ayuda de los cielos para el gasto más grande que enfrentan los matrimonios en la misión. Las Autoridades también han determinado que los matrimonios pueden servir por 6 o 12 meses, además de los 18 o 23 meses tradicionales. Otro detalle maravilloso es que se permite que los matrimonios, haciéndose ellos mismos cargo del costo, regresen brevemente a casa para acontecimientos familiares críticos. ¡Y dejen de preocuparse por tener que tocar puertas o cumplir con el mismo horario que los jóvenes de 19 años! No les pedimos que lo hagan, pero tenemos un sinfín de otras cosas que pueden hacer, con gran flexibilidad en la forma de hacerlas.
Hermanos, comprendemos que, por razones de salud, familiares o económicas, algunos de ustedes tal vez no puedan ir ahora o quizás nunca. Pero con un poco de planificación, muchos sí pueden ir.
Obispos y presidentes de estaca, hablen de esta necesidad en sus consejos y conferencias. En sus reuniones, al sentarse en el estrado, miren a la congregación en oración y procuren sentir las impresiones de los que deban recibir un llamamiento. Luego hablen con ellos y ayúdenles a poner una fecha para servir. Hermanos, cuando eso suceda, digan a su esposa que si ustedes pueden dejar el sillón y el control remoto por unos meses, ellas pueden dejar a los nietos. Esos pequeños estarán bien, y les prometo que ustedes harán cosas por ellos al servicio del Señor que, por los siglos de los siglos, nunca podrán hacer si se quedan en casa mimándolos. ¡Qué mejor regalo pueden dar los abuelos a su posteridad que decir con hechos y con palabras: “En esta familia servimos en misiones”!
La obra misional no es lo único que tenemos que hacer en esta grande, amplia y maravillosa Iglesia. Pero casi todo lo demás que hay que hacer depende de que las personas primero escuchen el evangelio de Jesucristo y se unan a nuestra fe. Seguramente por eso el mandato final de Jesús a los Doce fue así de básico: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”8. Entonces, y sólo entonces, se podrán recibir por completo el resto de las bendiciones del Evangelio: la solidaridad familiar, los programas para los jóvenes, las promesas del sacerdocio y las ordenanzas que nos llevan hacia el templo. Pero, como testificó Nefi, nada de eso ocurrirá hasta haber “[entrado] por la puerta”9. Con todo lo que hay que hacer en el sendero a la vida eterna, necesitamos muchos misioneros más que abran esa puerta y ayuden a las personas a pasar por ella.
De todo hombre, joven y mayor, que posea el sacerdocio, pido una voz más firme y más devota, una voz no sólo contra el mal y contra él que es la personificación de la maldad, sino una voz para el bien, una voz para el Evangelio, una voz para Dios. Hermanos de todas las edades, destraben su lengua y vean cómo sus palabras obran maravillas en la vida de quienes “no llegan a la verdad sólo porque no saben dónde hallarla”10.
A la batalla id sin tardar;
con la verdad podréis conquistar,
nuestro pendón en alto plantar,
y un hogar celestial vamos a ganar11.
En el nombre de Jesucristo, nuestro Maestro. Amén.