2011
Atrévete a lo correcto aunque solo estés
Noviembre de 2011


Atrévete a lo correcto aunque solo estés

Que siempre seamos valientes y estemos preparados para defender lo que creemos.

President Thomas S. Monson

Mis queridos hermanos, es un enorme privilegio estar con ustedes esta noche. Quienes poseemos el sacerdocio de Dios conformamos una gran coalición y hermandad.

Leemos en Doctrina y Convenios, sección 121, versículo 36, “Que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo”. ¡Qué maravilloso don se nos ha dado: poseer el sacerdocio que está “inseparablemente [unido] a los poderes del cielo”! Sin embargo, ese preciado don trae consigo no sólo bendiciones especiales sino también solemnes responsabilidades. Debemos vivir nuestra vida de modo que siempre seamos dignos del sacerdocio que portamos. Vivimos en una época en la que estamos rodeados de muchas cosas que tienen el propósito de atraernos a caminos que pueden conducirnos a la destrucción. Para evitar esos caminos se necesita determinación y valor.

Recuerdo una época, y algunos de ustedes aquí esta noche también la recordarán, cuando las normas de la mayoría de la gente eran muy similares a las nuestras. Eso ya no es así. Recientemente leí un artículo del New York Times en cuanto a un estudio que se hizo en el verano de 2008. Un distinguido sociólogo de Notre Dame dirigió a un equipo de investigación que entrevistó en detalle a 230 adultos jóvenes a lo largo de los Estados Unidos de América. Creo que podemos suponer sin equivocarnos que los resultados serían similares en la mayor parte del mundo.

Comparto con ustedes sólo una porción de ese artículo tan revelador:

“Los entrevistadores hicieron preguntas abiertas acerca de lo correcto y lo incorrecto, los dilemas morales y el significado de la vida. En las respuestas erráticas… uno nota que los jóvenes tratan de encontrar algo lógico para decir con respecto a esos temas, pero no tienen ni las nociones ni el vocabulario para hacerlo.

“Cuando se les pidió que describieran un dilema moral que hubiesen afrontado, dos tercios de los jóvenes o no podían contestar a la pregunta o describieron problemas que no tenían nada que ver con lo moral, como por ejemplo si tenían el dinero suficiente para alquilar cierto apartamento o si tenían suficientes monedas para el parquímetro”.

El artículo sigue:

“La posición a la cual la mayoría de ellos recurrió automáticamente una y otra vez es que las decisiones morales son sólo cuestión de preferencia individual. ‘Es algo personal’, normalmente decían los entrevistados. ‘Depende de la persona. ¿Quién soy yo para juzgar?’

“En rechazo a la sujeción ciega a la autoridad, muchos jóvenes se han ido al otro extremo [y dicen]: ‘Yo haría lo que considerara que me haría feliz o según lo que sintiera. No tengo otro modo de saber qué hacer sino según lo que sienta interiormente’”.

Quienes hicieron las entrevistas recalcaron que la mayoría de los jóvenes con quienes hablaron no “habían recibido los medios; ya fuese de las escuelas, las instituciones o sus familias; para cultivar sus intuiciones morales”1.

Hermanos, nadie que esté al alcance de mi voz debe tener duda alguna en cuanto a lo que es moral y lo que no, ni ninguno debe tener duda alguna de lo que se espera de nosotros como poseedores del sacerdocio de Dios. Se nos han enseñado y se nos continúan enseñando las leyes de Dios. A pesar de lo que vean o escuchen en otros lugares, esas leyes son inalterables.

Al vivir nuestro día a día, es casi inevitable que nuestra fe se ponga en tela de juicio. A veces estaremos rodeados de otras personas y, sin embargo, seremos la minoría o incluso seremos los únicos con un criterio distinto en cuanto a lo que es aceptable y lo que no lo es. ¿Tenemos el valor moral para defender nuestras creencias aunque tengamos que hacerlo solos? Como poseedores del sacerdocio de Dios, es esencial que seamos capaces de enfrentar, con valor, cualquier desafío que se nos presente. Recuerden las palabras del poeta Tennyson: “Mi fuerza es como la fuerza de diez, porque mi corazón es puro”2.

Cada vez más, las personas célebres y otras que, por una razón u otra, están a la vista del público tienen la tendencia a ridiculizar a la religión en general y, en ocasiones, a la Iglesia en particular. Si nuestro testimonio no está suficientemente arraigado, esas críticas pueden hacernos dudar de nuestras propias creencias o vacilar en nuestra determinación.

En la visión de Lehi del árbol de la vida, que se encuentra en 1 Nefi 8, Lehi ve, entre otras personas, a aquellos que se toman de la barra de hierro hasta que llegan al árbol de la vida y participan de él, el cual sabemos que representa el amor de Dios. Entonces, tristemente, después de haber participado del fruto, algunos se avergüenzan a causa de aquellos que están en el “edificio grande y espacioso”, que representan el orgullo de los hijos de los hombres, y que los están señalando y burlándose de ellos; y caen en senderos prohibidos y se pierden3. ¡Qué arma tan poderosa del adversario es el ridículo y la burla! Una vez más, hermanos, ¿tenemos el valor para mantenernos fuertes y firmes al enfrentar tan difícil oposición?

Creo que mi primera experiencia en cuanto a tener el valor de defender mis convicciones fue cuando serví en la Marina de los Estados Unidos casi al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pasar por el campamento de entrenamiento de la Marina no fue una experiencia fácil para mí, ni para ninguno que haya pasado por él. Durante las tres primeras semanas estaba convencido de que mi vida corría peligro. La Marina no trataba de entrenarme, trataba de matarme.

Siempre recordaré cuando llegó el domingo de la primera semana. El suboficial comandante nos dio buenas noticias. En posición firme, en el campo de entrenamiento bajo la fresca brisa de California, escuchamos sus órdenes: “Hoy todos van a ir la iglesia; todos, menos yo, claro. ¡Yo voy a descansar!”. Y luego gritó: “Todos los católicos, reúnanse en el Campamento Decatur, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”. Un grupo bastante grande se fue. Después vociferó su siguiente orden: “Los que sean judíos, reúnanse en el Campamento Henry, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”. Un grupo más pequeño salió marchando. Entonces dijo: “Los demás que sean protestantes, reúnanse en los teatros del Campamento Farragut, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”.

De inmediato me vino el pensamiento a la mente: “Monson, tú no eres católico, no eres judío ni eres protestante. Tú eres mormón; ¡así que quédate aquí!”. Les aseguro que me sentí completamente solo, con valor y determinación sí, pero solo.

Y entonces escuché las palabras más dulces que oí decir a ese suboficial. Miró hacia donde yo estaba y preguntó: “¿Y ustedes, muchachos, qué se consideran?”. Hasta ese momento no había visto si había alguien más detrás de mí o a mi lado en el campo de entrenamiento. Casi al unísono, cada uno de nosotros respondió: “¡Mormones!”. Es difícil describir la alegría que me invadió el corazón cuando me di vuelva y vi a un pequeño grupo de marineros.

El suboficial comandante se rascó la cabeza con expresión de asombro, pero finalmente dijo: “Entonces, vayan a buscar un lugar donde reunirse, y no vuelvan hasta las tres de la tarde. ¡Atención, marchen!”.

Cuando salíamos marchando pensé en las palabras de una rima que aprendí en la Primaria muchos años antes:

Mormón atrévete a ser;

atrévete a lo correcto aunque solo estés.

Atrévete a un propósito firme tener,

y atrévete a darlo a conocer.

Aunque la experiencia terminó de un modo distinto al que yo esperaba, yo estaba dispuesto a permanecer firme aunque estuviera solo si hubiese sido necesario.

Desde ese día ha habido ocasiones en las que no había nadie detrás de mí y entonces tuve que mantenerme firme yo solo. Qué agradecido estoy de que tomé la decisión hace mucho tiempo de permanecer firme y fiel, siempre preparado y listo para defender mi religión, en caso de que fuese necesario.

Hermanos, en caso de que alguna vez nos sintamos incapaces para desempeñar la tarea que tenemos por delante, permítanme mencionarles una declaración hecha en 1987 por el entonces Presidente de la Iglesia, Ezra Taft Benson, cuando se dirigía a un grupo de miembros de California. El presidente Benson dijo:

“Los profetas de todas las épocas han tenido la mira puesta en nuestros días. Miles de millones de seres humanos que han muerto y aquellos que todavía no han nacido tienen la mira puesta en nosotros. No tengan la menor duda de ello; ustedes son una generación distinguida…

“Por casi seis mil años Dios los ha reservado para que nacieran en los últimos días antes de la segunda venida del Señor. Algunas personas se desviarán, pero el reino de Dios permanecerá intacto para dar la bienvenida nuevamente a quien está a la cabeza, sí, Jesucristo.

“Aunque esta generación se comparará en maldad a los días de Noé, cuando el Señor limpió la tierra mediante el diluvio, esta vez hay una gran diferencia: [que] Dios ha reservado para los últimos períodos a algunos de Sus hijos más… fuertes, quienes llevarán adelante el reino triunfalmente”4.

Sí, hermanos, representamos a algunos de Sus hijos más fuertes. Nuestra es la responsabilidad de ser dignos de todas las gloriosas bendiciones que nuestro Padre en los cielos tiene reservada para nosotros. Dondequiera que vayamos, nuestro sacerdocio nos acompañará. ¿Permanecemos en lugares santos? Por favor, antes de colocarse a ustedes y a su sacerdocio en peligro por aventurarse a entrar en lugares o participar de actividades que no sean dignos ni de ustedes ni de ese sacerdocio, deténganse a analizar las consecuencias. A cada uno de nosotros se le ha conferido el Sacerdocio Aarónico. En el proceso, cada uno recibió el poder que contiene las llaves para la ministración de ángeles. El presidente Gordon B. Hinckley dijo:

“Ustedes no se pueden dar el lujo de hacer nada que se interponga entre ustedes y la ministración de ángeles en beneficio suyo.

“Ustedes no pueden ser inmorales en ningún sentido; no pueden ser deshonestos; no pueden engañar ni mentir; no pueden tomar el nombre de Dios en vano ni usar un lenguaje obsceno y aún así tener derecho a la ministración de ángeles”5.

Si alguno de ustedes ha tropezado en su camino, quiero que comprendan, sin lugar a dudas, que hay un modo de regresar. El proceso se llama arrepentimiento. Nuestro Salvador dio Su vida para proporcionarnos a ustedes y a mí ese bendito don. A pesar del hecho de que el camino del arrepentimiento no es fácil, las promesas son reales. Se nos ha dicho: “…aunque [tus] pecados sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”6 “…y no me acordaré más de [ellos]”7. Qué afirmación, qué bendición y qué promesa.

Tal vez haya algunos de ustedes que pensarán: “Pues, no estoy cumpliendo con todos los mandamientos ni estoy haciendo todo lo que debo; sin embargo, me va bien en la vida. Puedo disfrutar del mundo y estar bien igual”. Hermanos, les aseguro que eso no va a durar para siempre.

Hace pocos meses, recibí una carta de un hombre que alguna vez pensó que podía tener las dos cosas. Ya se ha arrepentido y ha llevado su vida de acuerdo con los principios y mandamientos del Evangelio. Deseo compartir con ustedes un párrafo de su carta, ya que representa la realidad de las ideas erróneas: “He tenido que aprender en carne propia (por las malas) que el Salvador estaba absolutamente en lo correcto cuando dijo: ‘Ninguno puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se apegará al uno y menospreciará al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas’8. Intenté afanosamente vivir en dos mundos, como casi nadie lo había hecho. Al final”, dijo él, “me embargó todo el vacío, la oscuridad y la soledad que Satanás trae a aquellos que creen en sus engaños, ilusiones y mentiras”.

Para que podamos ser fuertes y soportar todas las fuerzas que nos arrastran en la dirección equivocada o todas las voces que nos invitan a tomar el camino equivocado, debemos tener nuestro propio testimonio. Ya sea que tengan 12 o 112 años, o cualquier edad, pueden saber por ustedes mismos que el evangelio de Jesucristo es verdadero. Lean el Libro de Mormón. Mediten en sus enseñanzas. Pregúntenle al Padre Celestial si es verdadero. Tenemos la promesa de que “si pedís con un corazón sincero, con verdadera intención, teniendo fe en Cristo, él os manifestará la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo”9.

Cuando sabemos que el Libro de Mormón es verdadero, seguidamente sabemos que José Smith fue en verdad un profeta y que él vio a Dios el Eterno Padre y a Su Hijo Jesucristo. A continuación sabemos que el Evangelio fue restaurado en estos últimos días por medio de José Smith, incluso la restauración del Sacerdocio Aarónico y el de Melquisedec.

Una vez que obtenemos un testimonio, nos corresponde compartir ese testimonio con los demás. Muchos de ustedes, hermanos, han servido como misioneros por todo el mundo. Muchos de ustedes, jovencitos, irán a servir. Prepárense ahora para esa oportunidad. Asegúrense de ser dignos de servir.

Si estamos preparados para compartir el Evangelio, estamos listos para responder al consejo del apóstol Pedro, quien instó: “…estad siempre preparados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”10.

Tendremos oportunidades a lo largo de nuestra vida para compartir nuestras creencias, aunque no siempre sabemos cuándo seremos llamados a hacerlo. Esa oportunidad me llegó en 1957 cuando trabajaba en una editorial y me pidieron que fuera a Dallas, Texas, también conocida como “la ciudad de las iglesias”, para hablar en una convención de negocios. Después del cierre de la convención, hice un recorrido turístico en autobús por las afueras de la ciudad. A medida que pasábamos por varias iglesias, nuestro chofer comentaba: “A la izquierda está la iglesia metodista” o “allí, a la derecha está la catedral católica”.

Al pasar por un hermoso edificio de ladrillos rojos situado en una colina, el chofer exclamó: “Ése es el edificio donde se reúnen los mormones”. Una señora desde el fondo del autobús dijo: “Chofer, ¿nos puede decir algo más acerca de los mormones?”.

El chofer detuvo el autobús a un lado de la calle, se dio vuelta y respondió: “Señora, todo lo que sé de los mormones es que se reúnen en ese edificio de ladrillos rojos. ¿Hay alguien en este autobús que sepa algo acerca de los mormones?”.

Esperé a que alguien respondiera. Contemplé la expresión en el rostro de cada persona esperando alguna señal de conocimiento, algún deseo de decir algo. Y nada. Me di cuenta que dependía de mí hacer lo que el apóstol Pedro enseñó: “…estad siempre preparados para responder con mansedumbre y reverencia a cada uno que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”. También me di cuenta de la verdad del adagio que dice: “Cuando el momento de la decisión ha llegado, el tiempo de la preparación ha pasado”.

Durante los siguientes 15 minutos más o menos, tuve el privilegio de compartir mi testimonio sobre la Iglesia y de nuestras creencias con las personas del autobús. Estaba agradecido por mi testimonio y estaba agradecido porque estaba preparado para compartirlo.

Con todo mi corazón y mi alma, ruego que cada hombre que posea el sacerdocio, honre ese sacerdocio y sea leal a la confianza que se le otorgó cuando se le confirió. Que cada uno de nosotros que posee el sacerdocio de Dios sepa lo que profesa. Que siempre seamos valientes y estemos preparados para defender lo que creemos, y si tenemos que estar solos en el proceso, que lo hagamos con valor, con esa fortaleza que viene del conocimiento de que en realidad nunca estamos solos cuando estamos con nuestro Padre Celestial.

Al contemplar el gran don que se nos ha dado —“…los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo”— que nuestra determinación sea siempre protegerlo y defenderlo, y ser dignos de sus grandes promesas. Hermanos, que podamos seguir la instrucción que nos ha dado el Salvador que se halla en 3 Nefi: “Alzad, pues, vuestra luz para que brille ante el mundo. He aquí, yo soy la luz que debéis sostener en alto: aquello que me habéis visto hacer”11.

Que siempre sigamos a esa luz y la alcemos para que todo el mundo la vea, es mi ruego y mi bendición para todos los que escuchan mi voz. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. David Brooks, “If It Feels Right…”, New York Times, 12 de septiembre de 2011, nytimes.com.

  2. Alfred, Lord Tennyson, “Sir Galahad”, en Poems of the English Race, selecciones de Raymond Macdonald Alden, 1921, pág. 296.

  3. Véase 1 Nefi 8:26–28.

  4. Ezra Taft Benson, “In His Steps”, (Charla fogonera del Sistema Educativo de la Iglesia, 8 de febrero de 1987); véase también “In His Steps,” en 1979 Devotional Speeches of the Year: BYU Devotional and Fireside Addresses, 1980, pág. 59.

  5. Gordon B. Hinckley, “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 59.

  6. Isaías 1:18.

  7. Jeremías 31:34.

  8. Mateo 6:24.

  9. Moroni 10:4.

  10. 1 Pedro 3:15.

  11. 3 Nefi 18:24.