Sigamos al profeta
¡Sálvenla!
Todos los veranos, la familia Monson pasaba dos meses en la cabaña familiar a orillas del río Provo. Tommy Monson aprendió a nadar en las corrientes rápidas del río. Una cálida tarde, cuando Tommy tenía unos 13 años, agarró una llanta grande e inflada y flotó río abajo.
Ese día, un grupo numeroso de personas se había reunido en un lugar junto al río para comer y jugar. Tommy estaba a punto de flotar por la parte más rápida del río cuando oyó unos gritos frenéticos: “¡Sálvenla! ¡Sálvenla!”. Una niñita se había caído en los traicioneros remolinos. Ninguna de las personas que estaban en la orilla podía nadar para salvarla.
Fue entonces que Tommy apareció en el lugar de los hechos y vio la cabeza de la niña desaparecer bajo el agua. Él extendió la mano, tomó a la niña por el cabello, la subió a un lado de la llanta, y luego dio brazadas hasta la orilla del río. Primeramente, la familia echó los brazos alrededor de la pequeña, besándola y llorando; después comenzaron a abrazar y a besar a Tommy; él se sintió avergonzado por toda la atención y rápidamente regresó a su llanta.
Mientras Tommy continuaba flotando río abajo, le invadió un sentimiento cálido. Se dio cuenta de que había ayudado a salvar una vida. El Padre Celestial había escuchado las súplicas: “¡Sálvenla! ¡Sálvenla!”. Él hizo posible que Tommy flotara por allí en el preciso momento en que se le necesitaba. Ese día Tommy aprendió que el sentimiento más dulce es darse cuenta de que Dios, nuestro Padre Celestial, nos conoce a cada uno de nosotros y nos permite ayudarlo a salvar a otras personas.