La felicidad no tiene precio
Abelino Grandez Castro, Perú
Hace poco fui al banco a retirar dinero para pagar a mis empleados. Antes de que el cajero me entregara la suma, le pedí que me cambiara algunos billetes de 200 soles por unos de 50 soles. El cajero hizo el cambio, pero creí haber visto que cometió un error al contar los billetes.
Me dio los billetes de 50 soles y me aparté unos pasos en espera del resto de mi dinero. Mientras esperaba, conté el dinero. Yo le había entregado al cajero 1.200 soles, pero él me dio 2.200 soles a cambio: mil soles de más. En ese momento me sentí tentado; me dije que el banco tenía mucho dinero, pero en mi corazón sabía que el dinero no era mío y tenía que devolverlo.
Momentos más tarde el cajero me llamó para completar la transacción. Contó los billetes de lo que faltaba y cuando me entregó el dinero me preguntó: “¿Algo más?”.
“Sí”, le dije. “Yo le di 1.200 soles para que me los cambiara por billetes más chicos, pero usted me devolvió 2.200”.
Entonces le entregué los 2.200 soles. Con manos temblorosas, él contó el dinero dos veces. Apenas podía creer lo que veía; me miró y trató de hablar, pero sólo logró repetir dos veces: “Muchas gracias”.
Salí feliz del banco. Esa semana preparé una lección para los Hombres Jóvenes de mi barrio sobre cómo vencer la tentación, y fue maravilloso poder relatarles mi experiencia en el banco.
“Tiene que estar bromeando”, dijeron a manera de chiste algunos de ellos. “¡Devolvió mil soles!”.
“La felicidad no tiene precio”, contesté sonriente.
Cuán agradecido estoy por esa experiencia que fortaleció tanto mi testimonio como el testimonio de los hombres jóvenes sobre la importancia de resistir la tentación.