Algo me indicó que me detuviera
Ronald D. Colby, Utah, EE. UU.
Se había planificado un campamento para el viernes y el sábado con todo tipo de actividades al aire libre en el cual pasarían la noche, y yo estaba ansioso por acompañar a mi hijo. Carl tenía un empleo de media jornada y debía trabajar el viernes, así que le propuse recogerlo la tarde de ese día, después del trabajo. Resolvimos que estacionaríamos en un puente que estaba encima del campamento y luego caminar cuesta abajo.
Al llegar al puente, estaba oscuro y sólo se veía parte de la luna y algunas pocas estrellas en el cielo. El sendero al campamento era angosto y estaba sobre el filo de un despeñadero que se extendía a lo largo de la ribera del río. Al empezar a caminar, nos hallábamos a unos 275 metros por encima del nivel del río.
Poco después de comenzar a descender el sendero, la luz de la linterna empezó a atenuarse y, por momentos, el camino parecía desaparecer bajo la escasa luz. De repente, algo me indicó que me detuviera. Me detuve abruptamente, pero enseguida avancé dos pasos más. Entonces, la impresión o voz se repitió: “¡Detente!”.
Me detuve de nuevo; Carl, que me seguía de cerca, por poco se tropieza conmigo.
“¿Qué pasa, papá?”, me preguntó.
Le dije en cuanto a la impresión que había tenido, y agregué que debíamos volver a casa y que regresaríamos por la mañana.
“Papá, desde aquí veo las luces del campamento”, me respondió. “No creo que esté a más de un kilómetro y medio de distancia”.
Al reconocer que la impresión provenía del Espíritu Santo, insistí en que no diéramos ni un paso más. La linterna se había apagado, de modo que ascendimos el sendero de regreso con cautela. Carl estaba desilusionado y habló poco de camino a casa.
Temprano, a la mañana siguiente, volvimos al puente y comenzamos a descender de nuevo. Al menos Carl podría participar de las actividades del sábado. Avanzamos deprisa por el sendero hasta que, repentinamente, ¡desapareció! Entonces nos dimos cuenta; habíamos llegado al punto exacto en que nos habíamos detenido la noche anterior.
“Papá, estamos al menos a 90 metros de altura, directamente encima del río”, dijo Carl. “¡Nos habríamos matado!”.
El despeñadero descendía en forma abrupta debajo de nosotros, directamente hasta el río. Frente a nosotros había una brecha en el sendero de unos 3,6 metros de ancho, que era consecuencia de una tormenta reciente.
Carl y yo nos abrazamos, mientras se nos caían las lágrimas. Luego subimos por otro sendero y caminamos hasta llegar al campamento; llegamos justo a tiempo para el desayuno.
Se suponía que habían colocado un cartel de advertencia en el primer sendero, pero no fue así. Afortunadamente, la advertencia nos llegó del Espíritu Santo.