¿Cultivaba hijos o flores?
Paula Schulte, Misuri, EE. UU.
Cuando nuestros hijos eran pequeños, nos mudamos a una casita que tenía un hermoso jardín. A cada lado de la puerta del frente había dos espacios para flores vacíos y, a pesar de que mi experiencia en jardinería era limitada, estaba entusiasmada por plantar flores allí. Compré un libro sobre jardinería y solicité catálogos de plantas y semillas, y los estudié detenidamente.
Durante los meses siguientes planifiqué el jardín, preparé la tierra y planté más de doscientos bulbos. Sabía que pasarían unos meses más antes de que viera resultados, pero aun así revisaba el jardín con frecuencia buscando algún brote. A principios de la primavera mis flores habían empezado a florecer, comenzando por los pequeños lirios violáceos y luego los narcisos. Para mediados de la primavera, los canteros de flores rebosaban de tulipanes, los cuales eran una espléndida vista. Me encantaba mi jardín; y a menudo me sentaba en los peldaños de la entrada sólo para contemplar las flores.
Una tarde, Emily, nuestra hija de cuatro años, invitó a una amiga a jugar en casa. Justo antes de que su madre viniera a recogerla, las niñas atravesaron con dificultad la puerta de la cocina con los brazos colmados de tulipanes. “Mira lo que te hemos traído”, me dijeron con felicidad. Habían arrancado casi todos los pimpollos.
Los tulipanes florecen solamente una vez al año. Yo estaba desolada; ¡todo ese trabajo; toda esa espera! Llenamos mis floreros de flores y enviamos el resto con Emily a su casa. Más tarde, al quejarme con mi madre sobre el desastre, ella me dijo: “Pues qué bueno que cultives hijos y no flores”.
Me di cuenta de que debía cambiar mi perspectiva. Recordé la canción de la Primaria que había cantado con mis hijas sobre juntar flores:
…madre, las flores en ti hacen pensar…
Con cada flor quiero mi amor obsequiarte1.
Yo veía mi jardín arruinado, pero dos niñas de cuatro años habían visto un gesto de amor.
Plantar un jardín de flores había requerido paciencia, y detenerme y ver el incidente desde la perspectiva de mi hija requirió aun más paciencia; no obstante, aprender paciencia, como madre, me acerca más al Señor.